Por José Almeida Corrales
De la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas
En esta ocasión vamos a referirnos a los restos que quedan de antiguas iglesias románicas que han perdurado hasta nuestros días y que dan testimonio de un legado medieval, como son: cinco arcos del único claustro románico que existió en Salamanca, descontextualizado y actualmente en el Asilo de la Vega, la portada norte de la iglesia de San Julián y Santa Basilisa y las ruinas que perduran de San Polo; asimismo, el ábside y algunos capiteles de la iglesia barroca de San Millán y un arco románico reubicado en una edificación moderna de la calle San Vicente Ferrer, que no merecen más que ser citados. No voy a exponer mi reflexión sobre la iglesia románico-mudéjar de Santiago, situada a orillas del Tormes, porque su reconstrucción de 1952 ha sido tan desafortunada, que tan siquiera se respeta la planta y prefiero considerarla como desaparecida. Si la menciono se debe, únicamente, a que nadie piense que ha sido un olvido.
Los restos que se conservan de este antiguo convento de canónigos regulares de San Isidoro de León, se hallan en la sacristía de la iglesia de la Fundación Rodríguez Fabrés, olvidado de las rutas del románico, y se reducen a un pequeño claustro de cinco arcos de medio punto dispuestos sobre parejas de columnas, excepto el central, que lo está sobre haces de cuatro columnas. Es de una gran belleza por la ornamentación de sus dieciséis capiteles, con animales afrontados, bailarinas, músicos, cuadrúpedos y escenas de caza, y chambrana o moldura de finísima labra de vegetales entrelazados. Algunos de estos capiteles son de una talla tan exquisita, que nos recuerdan a los artífices del Monasterio de Silos y, desde luego, no se puede descartar que detrás de ellos esté la mano de los grandes canteros de la Catedral Vieja o de San Martín, como denuncian algunos detalles técnicos. Para Villar y Macías proceden de lo que se salvó del monasterio, tras sucesivos desbordamientos del río Tormes. Gómez Moreno, en cambio, sostiene que la arquería románica pudo haber sido traída desde otro lugar, concretamente, durante la reconstrucción de la Catedral tras el terremoto de Lisboa de 1755, “aunque no sea poco extraña tal cosa”, en palabras del mismo autor. En su Catálogo monumental de España aduce, a favor de esa hipótesis, que se trata de un aprovechamiento compaginado de piezas de una arquería mucho más amplia, de diferente calidad, como obra propia de un taller; lo que le hace suponer que sería no sólo obra de más de un autor, sino que estaría formada por un ensamblaje de piedras sueltas de distintas partes de un gran claustro, al modo de un “puzzle”. Esta arquería fue sometida a una exagerada limpieza en la década de los cincuenta del siglo pasado, tanto que se borraron los restos de policromía que aún conservaba.
La iglesia actual data del S. XVI, reformada en el S. XVIII y tras la desamortización de 1836 las edificaciones se convirtieron en desvencijados almacenes de materiales, que fueron adquiridos por D. Vicente Rodríguez Fabrés, un banquero y misántropo solterón, que a su muerte legó todos sus bienes a los huérfanos y ancianos, en un gesto de innegable valor humanitario. El complejo actual es obra del arquitecto Joaquín de Vargas, quién ha conseguido una perfecta integración de las edificaciones anteriores en lo que hoy es una institución de enseñanza y beneficencia, como centro de formación profesional Instituto de Enseñanza Secundaria.
Fue una de las primeras parroquias de la colación o natura de los toreses y data de 1107. De aquella época sólo se conservan la portada norte con parte del muro septentrional y la base de la torre; todo lo demás está muy modificado por sucesivas intervenciones. La portada, aunque mutilada por un contrafuerte, es muy interesante, con influencias bizantinas, típico del románico salmantino, que nos recuerda a alguna portada zamorana. Está constituida por tres arquivoltas de medio punto, primorosamente labradas, aunque muy deterioradas por el hostigo del viento y la lluvia, y quizás, por la mala calidad de la piedra. Encimade la portada hay un tejaroz sobre modillones decorados con cabezas humanas, de animal y hoja. En el muro destaca por lo extraño un altorrelieve, que desde muy joven me ha llamado poderosamente la atención, que representa una “bicha” o animal raro, con el rabo entre las piernas y vestigios de alas, con la cabeza muy deteriorada, que sería fundamental para su identificación. Se piensa que podría estar emparejado con otro animal, en el lado contrario de la portada, que se taparía al adosar el contrafuerte. Para Gómez Moreno sería un león, como el de la fachada de la Platería de Santiago de Compostela y es posible que formase parte de un tetramorfos, representando a San Marcos, ya que en la escultura románica era frecuente la figuración simbólica de los evangelistas, aunque no deja de ser una simple conjetura. Quadrado, autor de la obra España: sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Salamanca, Ávila y Segovia, de 1884, lo interpreta como un “vestiglo” o monstruo, en relación con la leyenda del santo titular y con el ciervo que se le aparecía en sueños. Este apacible rincón, da acceso a una recoleta plaza, que apenas ha cambiado con el paso de los años y que fue escenario importante de actos comunales en la Edad Media, pues en ella tenía su sede la institución de los “sexmos”, que era la división territorial de índole administrativo-fiscal en que se repartió la tierra de Salamanca y que, en un principio, fue de seis comarcas; de ahí su actual nombre de Plaza de los Sexmeros. Es de reseñar, que aún hoy día, nos permite disfrutar de una apacible tranquilidad, merced a que se halla cerrada al tráfico rodado. En un rincón de esta recoleta placita se encuentra la Casa de la Tierra, actual sede de la Cámara de Comercio que es, junto con el palacio de Arias Corvelle o de San Boal, de los escasos edificios históricos con paramentos esgrafiados que quedan en Salamanca. En el centro hay una fuente que contribuye a reforzar ese ambiente de sosiego que se respira en este espacio urbano, de los que tanto se echan en falta en Salamanca.
Fue parroquia de los portogaleses en el S. XII y estaba situada extramuros, en el territorio de los mozárabes. Conocemos muy poco de ella: un dibujo de Joaquín de Vargas donde se aprecia el ábside central de ladrillo con arcos ciegos y el testero del norte, así como la nave central convertidos en vivienda, con la fachada gótica del S. XVI, que actualmente persiste, en parte, sin las treinta estatuas de santos que tenía en su tramo alto.
Los restos que se conservan, de estilo mudéjar, tan abundante en las comarcas de Alba y de Peñaranda, aquí son los únicos que resisten y fueron rehabilitados en 1986 por el Ayuntamiento. Están adosados a un hotel que lleva el mismo nombre y son: las plantas de los ábsides con zócalo de piedra, a la vez que se completaron los elementos perdidos. Se techaron los restos de una torre y los paramentos fueron reconstruidos celosamente con ladrillo y revocado y así se encuentra en la actualidad, integrado en la edificación del hotel formando un complejo controvertido, aunque, en mi opinión, armonizando con el entorno. La objeción que se le puede poner es que está dentro de una propiedad privada y es la terraza del establecimiento hotelero; aunque su traza se puede contemplar completamente desde el exterior.
La verdad es que poco más reseñable queda de las más de treinta parroquias que recopila el Fuero de Salamanca. Resulta conmovedor ver la relación de edificios desaparecidos a lo largo del tiempo, por motivos muy diversos, que ya fueron apuntados en nuestro primer artículo sobre “Salamanca románica”. Como conclusión, deberíamos extraer la lección de respetar y cuidar para futuras generaciones toda la valiosa obra que hemos heredado de nuestros antepasados para no repetir el error, ya denunciado, en el que podemos caer por la codicia urbanística o la desidia. Debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad, como herederos de un legado patrimonial incalculable y desvelarnos no sólo por cuidar y respetar lo que hemos recibido, sino, a ser posible, por recuperar celosamente lo que aún queda oculto o falseado del pasado.
En el próximo artículo, para cerrar este apartado del románico de Salamanca, que podríamos calificar como “la Cenicienta arquitectónica”, por su escasa representación y modesta valoración, salvando lo que aún queda por mostrar y que no dudo en calificar de “Joya del románico”, no sólo de nuestra ciudad sino de España; le dedicaremos todo el espacio de “el desván de arte” a la Catedral Vieja, elegida recientemente por votación popular como una de las “siete maravillas del románico español”.
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