Por José ALMEIDA CORRALES
De la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas
Esta iglesia como las que hemos visto en anteriores artículos de “el desván de arte” pertenece al románico francés o de las peregrinaciones; frente al románico lombardo de Cataluña y Aragón oriental. Concretamente, al que ha sido catalogado por algunos de románico “duriense”, que es relativamente tardío, de la segunda mitad del siglo XII o primeros del XIII, con influencias cistercienses. La nota exótica de este estilo es el influjo bizantino, que se apunta en esta iglesia pero que, sobre todo, se manifiesta de forma espléndida en la Catedral Vieja. Lampé-rez, en su magnífico libro de 1908 sobre Historia de la Arquitectura Cristiana Española de la Edad Media rotuló la escuela salmantina de “románico-borgoñona bizantina”. En palabras de Chueca Goitia, San Martín “es una síntesis interesante de la escuela salmantina”.
Es el segundo templo románico de la ciudad en tamaño y en importancia detrás de la Catedral Vieja y así, se la conoce como su “hermana menor”. A lo largo del tiempo ha sufrido numerosas intervenciones que han alterado su primigenia imagen hasta el punto de transformarla en una secuencia de estilos, que van desde el románico hasta el barroco, pasando por el renacimiento: como el coro de los pies de Juan de Álava y el atrio que oculta la puerta sur orientada hacia la calle de la Rúa; amén de que en su inicio se solapan ya formas góticas: así los arcos apuntados y las bóvedas de las naves laterales. Lo más llamativo de toda esta adulteración es un desafortunado ventanal de estilo churrigueresco que alberga la capilla de Nuestra Señora de las Angustias y que oculta la portada de poniente, de una riquísima decoración románica. Este postizo barroco es unánimemente reprobado por el impacto visual que produce desde la Plaza del Corrillo, en el que sólo cabe salvar, por lo audaz, el recurso de colocar al revés las dovelas del dintel de un arco colgado, en claro desafío a la gravedad. Realmente todo el templo está mistificado por sucesivas reformas, que han contribuido a falsear su pureza original.
Su fundación, a principios del Siglo XII, se debe al conde Martín Fernández, capitán de los repobladores de la natura de los toreses y está dedicada a San Martín de Tours. Comenzó su construcción en la segunda mitad de ese mismo siglo, en una gran plaza al norte de la ciudad, sobre el terreno que ocupaba una modesta capilla dedicada a San Pedro, lo que significó que la vida comercial y cívica de la urbe se desplazase desde el Azogue del casco antiguo; convirtiéndose así en la primera Plaza Mayor de Salamanca. San Martín era, según Araujo, autor del libro La Reina del Tormes, publicado en 1884, la iglesia de los “pelucones”, en alusión a los ricos.
La vista exterior del templo queda oculta en su mayor parte por las construcciones de pequeñas casas que la rodean y que, poco a poco a lo largo del tiempo, han ido “encorsetándola” hasta quedar reducida su visión prácticamente a lastres portadas; pienso, no obstante que, como compensación, cabe sospechar que podrían actuar a modo de botareles o de contrafuertes. Recordemos que el templo muy pronto comenzó a sufrir desplomes, lo que exigió obras de consolidación ya en el S. XIII, por la excesiva presión de las bóvedas y posteriormente en el XVIII la amenaza de ruina era tan grande, que fue preciso desmontar dos bóvedas de la nave mayor y sustituirlas por otras más livianas, de García de Quiñones. Al tiempo, se elevó su altura para abrir las ventanas que le proporcionaron más iluminación, con lo que se mutilaron los capiteles altos de las columnas; todo lo cual hace que el templo haya llegado a nosotros no sólo adulterado sino mutilado. Por si no bastara con todo esto, en 1854 sufrió un incendio que destruyó parte de la techumbre y el mejor retablo protobarroco de Salamanca, de Gómez de Mora.
Al acceder desde la Plaza Mayor por el arco del Corrillo, se destaca su portada norte que nos indica, sin ninguna duda, que nos hallamos ante un monumento románico singular, que recuerda a la Puerta del Obispo de la Catedral de Zamora. Se trata de una bella portada y consta de cuatro arcos de medio punto formando arquivoltas, con cuadrifolios, lóbulos y florones, de clara influencia oriental. Por encima se aprecia un altorrelieve policromado del S. XIII, “de alto valor por su rareza y novedad” en palabras de Gómez Moreno, que representa a San Martín acaballo repartiendo su capa con un pobre; añadiéndole en el S. XIV un arcosolio gótico para guarecer la entrada.
Una vez en su interior, al observador fino no se le escapa la analogía con la Catedral Vieja pero, sobre todo, llama su atención la inclinación de los muros y el desplome de algunos arcos, como ya se ha apuntado, debido a errores de cálculo o a que sus pilares fueron diseñados para soportar bóvedas de cañón agudo en la nave central y de arista en las laterales, que fueron sustituidas en el curso de su construcción por otras estructuras más complejas.
Es de planta basilical, con tres naves y tres ábsides totalmente ocultos desde el exterior y parcialmente desde el interior; carece de crucero y por consiguiente de cimborrio. Se pueden contemplar asimismo una serie muy interesante de sepulcros góticos en los muros perimetrales, entre los que destaca por su singularidad una estatua yacente de un caballero vestido con armadura y espada, conocido popularmente como el “Doncel de Salamanca”, por la semejanza gestual deapoyar la cabeza sobre el brazo derecho, al modo del de Sigüenza.
Esta antigua parroquia fue fundada por los caballeros Hospitalarios de San Juan en 1145, que tenían su encomienda en Paradinas y, como la anterior, asentada en el territorio de los toreses, en la actual plaza de San Cristóbal y encaramada en el cerro del mismo nombre, uno de los tres que conformaban el casco antiguo de la ciudad: el de San Vicente, el de San Isidoro o de las Catedrales y el de San Cristóbal. Parece ser que en el primero fue donde tuvieron lugar los primeros asentamientos de los vettones, allá por los siglos VII a V a. C.; un pueblo indoeuropeo de origen precéltico.
Esta iglesia, como las anteriores del periodo de la primera repoblación, es de traza románica y aunque ha sufrido modificaciones, como todas las de su época, no han sido tan radicales como para desfigurar sustancialmente su estilo.
Tiene planta de cruz latina de una sola nave y tres ábsides; el central es semicircular, con una ventana vulgar que sustituyó a la primitiva románica y los dos laterales son rectangulares, con crucero que sobresale de la cabecera y cimborrio en altura. El exterior es de paramentos lisos, con escasas ventanas de saetera y lo más destacable son las cornisas ajedrezadas que descansan sobre modillones decorados con cabezas antropomorfas. Para mí es muy interesante y de inequívoca gracia escultórica la decoración de los contrafuertes del crucero, con canecillos en forma de monstruos y cabezas, especialmente los de la cantonera, que trato demostrar en el dibujo de detalle.
La portada es muy posterior, debido a un derrumbe ocurrido en el S. XVIII, que afectó al abovedamiento original de la nave y al paramento septentrional, lo que obligó a su reconstrucción, sin mucha fortuna, por cierto; de todas formas se trata de un templo muy humilde y así M. Falcón, en su libro sobre Salamanca artística y monumental, de 1867, dice textualmente: “No puede darse cosa más pobre y sencilla que este templo”. Si bien, hay que reconocerlo, se halla en un entorno urbano muy logrado.
En 1986 comenzó un largo trabajo de restauración con la retirada del encalado de las paredes, para darle todo su valor a la marca de sillería y sustitución de las falsas bóvedas por un artesonado de madera que no desentona del conjunto; trabajo que ha sido distinguido con el premio Europa Nostra del año 2000. En el interior cabe destacar la talla de sus capiteles e impostas de delicada ornamentación, profusa en flora y fauna; pero, sobre todo, merece destacar un altorrelieve de piedra policromada del S. XVII, con la escena del Santo Entierro, inspirado en la obra de Juan de Juni y atribuido al escultor Pedro Hernández. No menos atención se debe prestar a un Crucificado del S. XIII, acertadamente colocado en el ábside central, conocido por el Cristo de los Carboneros, al que ya nos hemos referido al tratar sobre la parroquia de San Juan de Barbalos.
San Cristóbal se cerró al culto en 1867, permaneciendo en estado lastimoso hasta 1917. En la década de los cuarenta yo la conocí como colegio de Enseñanza Primaria dirigido por D. Antonio Blázquez, maestro y sacerdote natural de Macotera, que realizó una gran labor no sólo religiosa, sino social, comparable a la del Padre Manjón a nivel nacional. En la actualidad San Cristóbal está abierta al culto desde 1994, adscrita a la parroquia de Sancti Spiritus y presenta un aspecto extremadamente cuidado, como he tenido ocasión de comprobar personalmente por gentileza de su párroco.
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