Por José Almeida Corrales
Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes
Se encuentra situada en la calle de Bordadores, en un ensanche o placita evocadora al lado de la Casa de los Ovalle, donde murió el rector Unamuno, en la confluencia con la calle de las Úrsulas frente a la estatua de don Miguel y al torreón del convento. Es la casa que se hizo para morada el gran arquitecto del renacimiento Juan de Álava o Juan de Ibarra, que a los efectos es el mismo, por lo que no cabe extrañarse de que desarrollara en ella todo su ingenio. Para mí, constituye la mejor muestra local de la arquitectura civil plateresca, solo superada por la fachada de la Universidad.
En torno a esta mansión no podía faltar la consabida leyenda, que en este caso son cuatro, y como es fácil de adivinar todas ellas están relacionadas con la muerte motivadas por lo general por los celos y amoríos de sus moradores. Laínez Alcalá, un castizo profesor de Historia del Arte de los años cincuenta, al que tuve ocasión de escuchar varias veces en sus animadas clases, le gustaba contar que en esta casa vivía una mujer muy hermosa que se casó sucesivamente con dos hombres ricos que mueren de forma misteriosa en su noche de bodas. La desgraciada dama se casa por tercera vez y en su postrera noche nupcial mueren los dos contrayentes: ¡demasiado poético para ser real!
La realidad es siempre más prosaica y el nombre de la casa hace mención a las cuatro calaveras o muertes que está situadas debajo de las pilastras de las ventanas del piso superior que, por cierto, tuvieron que ser esculpidas de nuevo en 1962 porque el vulgo en su afán de romper el maleficio que pesaba sobre la casa trató de borrar los cráneos convirtiéndolos en bolas.
Parece ser que la única muerte violenta confirmada de esta casa fue la de María Lozano, ama de llaves de un clérigo propietario de la mansión, quién a su muerte dejó como heredera a la que en vida había servido de enlace entre el sacerdote y la resistencia salmantina durante la Guerra de la Independencia. Al morir doña María la casa fue subastada sin encontrar comprador. Actualmente creo que está en venta y la gente sigue teniendo el mismo recelo; no ya por la leyenda, sino por el precio del inmueble.
Esta preciosa casa fue edificada a principios del siglo XVI y su semejanza con la de don Diego Maldonado, de la plaza de San Benito, sugiere que son del mismo autor. La fachada no puede ser más hermosa y aquí no prima el “horror vacuii” como en la fachada-estandarte de la Universidad, sino todo lo contrario: priman el equilibrio, la armonía, la belleza de la sillería y de la talla preciosista.
En su composición se aprecia una primera línea horizontal del dintel de la puerta prolongada por dos impostas que encierran los medallones de dos personajes femeninos, que le confiere sensación de reposo, y una segunda línea compositiva vertical, equilibradora, que son el precioso balcón rasgado centrado sobre el dintel con un friso y el retrato de don Alonso de Fonseca (según se dice, obtenido de mascarilla funeraria), bajo un arco de medio punto con grutescos, con el rótulo de Severísimo Fonseca Patriarca Alexandrino, y reforzada por las dos ventanas superiores; todo ello de una estética plateresca primorosa. Sin duda, Juan de Álava quiso testimoniar su gratitud al patriarca por el mecenazgo y patrocinio de su obra. El escudo que figura en el dintel de entrada y en el friso del balcón es el de Anunciaba y, como ascendiente genealógico de los Ibarra, topónimo del origen de los Álava.
La fachada es simétrica, salvo un balconcito lateral en la planta principal, que bien pudo ser un añadido posterior, y contiene cuatro medallones más: dos flanqueando el balcón principal y los otros dos en el piso alto guardando la simetría, que son parangonable a los de San Esteban o a los del claustro del Colegio Mayor Fonseca. Son representaciones de personajes romanos los próximos al balcón y personajes de la época los más altos. El edificio va rematado por una cornisa con decoración típica del plateresco, como son las cabezas aladas de ángeles.
Está situada en el llamado recodo de San Benito, contigua a la Casa de Solís y entre la iglesia y el convento de la Madre de Dios. Por su traza puede deducirse fácilmente que se debe a Juan de Álava y fue construido en la primera mitad del siglo XVI para vivienda de don Diego Maldonado, camarero del arzobispo Fonseca.
Ésta y la Casa de las Muertes son las únicas muestras que se conservan de la arquitectura doméstica en Salamanca de Juan de Álava. La zona central del edificio es de aparejo de sillería, donde se localizan los elementos artísticos.
La portada es suspendida, tan repetida en las portadas salmantinas, con portal adintelado formado por grandes dovelas en abanico. Se halla enmarcada por un alfiz decorado con grutescos y en su interior se abre una ventana rasgada con barandilla de hierro que va enmarcada por dos pilastras decoradas con grutescos y entre ellas el escudo de las cinco flores de lis de los Maldonado, sostenido por dos amorcillos.
Coronando la decoración va el escudo de Fonseca, laureado y con dos putti tenantes, y a cada lado de la ventana van repetidos los blasones de los Maldonado y Ribas unidos en un mismo escudo, con predominio de la vertical en la composición.
El resto de la fachada es de mampostería, creo yo que con el propósito de centrar la atención más en la parte labrada, con cuatro huecos de ventana a un lado de la portada y tres al otro y descentrada, en este caso, posiblemente para que pudiera verse desde la calle de la Compañía.
En 1925 se emplazó en esta casa el dispensario de la Cruz Roja y en ella tuve la oportunidad no solo de pasar consulta de traumatología y de impartir clases a las Damas Auxiliares de la Cruz Roja, sino de operar una anquilosis en flexión de noventa grados de la rodilla, secundaria a un “tumor blanco”, lo que realicé en un quirófano obsoleto, nada menos que en 1964. Entonces no estaba en nuestras manos hacer otra cosa mejor que una artrodesis o fijación en extensión de la articulación para facilitar la marcha; no se implantaban aún las prótesis articulares. Creo que hacía más de 20 años que no se realizaba una operación allí y, desde luego, de lo que sí estoy seguro, es que fue la última. Actualmente es la sede de la Fundación Hispano-Brasileña de la Universidad.
Esta casa está adosada al sur de la anterior en la plaza de San Benito. Es de la misma época y constituye una bella muestra de la arquitectura civil salmantina del siglo XVI y, al igual que la precedente, concentrando todo su valor en la portada. Pero, a diferencia de aquella, toda la fachada es de aparejo de sillería.
La entrada se hace por una puerta adintelada de dovelas largas y estrechas emulando las varillas de un abanico y va enmarcada por un alfiz de dos columnas suspendidas que culminan en candelabros. Las pilastras están unidas por un entablamiento decorado con grutescos sobre el que se abre una ventana finamente decorada en su marco.
Los tres escudos de la fachada forman un triángulo compositivo de base inferior: con dos escudos del linaje de la familia dentro del alfiz y en todo lo alto el blasón de los Solís. El piso elevado está formado por una celosía de círculos de piedra, que parece un añadido, quizás en sustitución de una crestería.
Como curiosidad, apuntar que en el siglo XVII fue cárcel universitaria y tras pasar a manos privadas ha vuelto a la institución académica y actualmente acoge el Servicio de Publicaciones del Estudio.
También merecen ser citados en este apartado el Palacio de Figueroa que actualmente es el Casino de Salamanca y todavía hoy permite hacernos una idea de lo que fue esta mansión señorial del siglo XVI propiedad de Rodríguez de Figueroa, catedrático de la Universidad. Aunque en 1949 se le añadió una planta neorrenacentista y se desmontó la torre desmochada que se veía desde la plaza de la Libertad, la rehabilitación del arquitecto Fernando Población no restó mérito al edifico; antes al contrario, creo que ganó en elegancia. El patio actual se amplió en la reconstrucción de 1933, completándose los dos lados en los que faltaba la arquería y cubriéndolo con bóveda acristalada. Este palacio tiene dos fachadas; la principal a la calle de Zamora y la otra a la de Concejo, con una excelente muestra de medallones, entre los que destacan las figuras de Adán y Eva.
Igualmente merece citarse el Palacio de Garci-Grande, (fig. 54) situado en la histórica plaza de Los Bandos, sede central de Caja Duero (hoy reconvertida en Unicaja-Caja Duero-España), donde se repite la portada del palacio anterior con ligeras variantes, atribuidas a Rodrigo Gil de Hontañón. La puerta principal, centrada en la fachada meridional, es de arco de medio punto enmarcada por columnas estriadas renacientes que van rematadas por candelabros. Sobre ella se abre un hueco de ventana, rasgada en el caso del Palacio de Figueroa, y sobre el dintel de aquella un escudo.
En ambas, se aprecian dos medallones en las enjutas del arco de la entrada. El palacio de Garci-Grande fue ampliado en 1963, en una reforma controvertida, con un ático retranqueado de arquería de medio punto que, en mi opinión, choca con la fachada, a pesar de que se quiera emular el corredor del palacio de Monterrey, y con un edificio anejo más alto de viviendas al norte formando un gran torreón que se corona con una logia a la italiana.
Este edificio ofrece la singularidad de presentar dos ventanas achaflanadas originales del siglo XVI, que son las únicas que existen en la ciudad, muy comunes en edificios de la época en Ciudad Rodrigo y Valladolid en nuestra Comunidad, así como en Plasencia y Trujillo, en Extremadura. Hoy las edificaciones de Caja Duero comprenden toda la manzana y llegan hasta la plaza de Santa Teresa con la edificación de dependencias sociales y culturales: como un teatro y sala de exposiciones, que exigieron la demolición de algunas viviendas en 1978.
En una de ellas, con mirador a la plaza de Los Bandos, es donde nació la eximia escritora salmantina Carmen Martin Gaite, Premio Nadal de novela en 1957 por su obra Entre visillos, que refleja la vida provinciana de Salamanca de mediados del siglo pasado. Hoy, frente a su antigua morada, donde nació y vivió, se inauguró en el año 2000 una escultura en bronce y granito gris de la artista local Narcisa Vicente, quién la retrató a gran tamaño, con su inseparable boina abrazando un libro gigante abierto.
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