Por José Almeida Corrales
Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes
Este monasterio e iglesia conocidos popularmente por “Los Dominicos” es el resultado de varias reedificaciones que tuvieron lugar sobre el solar ocupado por la primitiva iglesia románica de San Esteban, con su cementerio y posesiones contiguas de 1256, después de que los monjes se viesen obligados a trasladarse allí desde la iglesia de San Juan el Blanco, en el arrabal del puente, por las frecuentes riadas del Tormes.
La traza actual es de comienzos del siglo XVI y la parte más antigua de sus dependencias es la Sala de Profundis, una alargada crujía con una sucesión de arcos diafragma apoyados en renacientes ménsulas, con el piso enguijarrado, conocida popularmente como la sala de Colón por considerar que en este lugar fue donde se entrevistaron el almirante y Fray Diego de Deza para recabar la influencia del dominico ante los reyes; lo que ocurrió en 1487. Esto demuestra, una vez más, el carácter falaz de muchas tradiciones, ya que este recinto, como se ha podido confirmar por un escudo del príncipe Juan, que figura en uno de sus muros, es posterior al descubrimiento de América.
El edificio actual es realmente espléndido y fue fundado por Fray Juan Alvarez de Toledo, obispo de Córdoba e hijo del II Duque de Alba, que había profesado en este mismo convento con la intención de rehacer uno nuevo sobre las ruinas del anterior, respetando la Sala de Profundis, el Claustro de los Aljibes y la Galería de la Enfermería; todos ellos de estilo gótico.
Este convento es de una singularidad extraordinaria, no solo en el plano artístico, sino también en el político-social, pues es allí donde se inicia la enseñanza de la Teología; antes de que entrara a formar parte del currículo universitario, y que alcanzó renombre con la llamada Escuela de Salamanca, renovadora de la teología escolástica y que tanto influyó en el Concilio de Trento. De este modo, proporcionó a la Universidad eminentes catedráticos como Domingo Soto, Melchor Cano, Domingo Báñez, Pedro de Sotomayor y sobre todo Fancisco de Vitoria, quién sentó para siempre los fundamentos del Derecho Internacional.
Desde la Plaza del Concilio de Trento, junto a la estatua de Francisco de Vitoria del escultor Francisco de Toledo, se puede contemplar todo el conjunto arquitectónico en una visión panorámica. Con sus robustos arbotantes rematados por finos pináculos, que denotan su estructura gótica y el atrio renacentista a la derecha, de una belleza clasicista que rememora a la logia del Hospital de los Inocentes de Florencia y, sobre todo, su imponente fachada desplegada como un tapiz, o mejor como un retablo, bajo un arco triunfal protector plagado de casetones alcachofados, como en la Catedral Nueva de Plasencia. Todo ello, con una profusión decorativa de marcado “horror vacuii”, comparable a la fachada de la Universidad y a la puerta de Ramos de la Catedral Nueva.
La fachada tiene un claro mensaje iconográfico y la composición en tres cuerpos desvela la clave decorativa, según Luis Cortés. El primer cuerpo, el más bajo, narra los orígenes con las imágenes de los fundadores de la Orden: Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís, San Jacinto de Polonia y Santa Catalina de Siena, sobre repisas y cubiertas con doseletes calados, que van flanqueados por medallones de Adán y Eva, fundadores de la Humanidad.
En el segundo cuerpo, dominado por el medallón central de Juan Antonio Ceroni, que representa el martirio de San Esteban; plagado de santos, entre otros Santo Tomás de Aquino y San Vicente Ferrer que simbolizan a la Iglesia Militante y el tercer cuerpo o de la Iglesia Triunfante, con San Pedro y San Pablo en torno a un Calvario, también de Ceroni, coronada toda esta representación por el Padre Eterno y, fuera ya del pórtico, escudos de la Casa de Alba.
Si lo analizamos en sentido horizontal observamos varias calles con pilastras y entablamentos plagados de grutescos de traza claramente renaciente. Se culmina esta fachada con un frontón triangular decorado con el escudo de la Orden y de Fray Juan Alvarez de Toledo, rematado por una simplona espadaña, que desluce del conjunto. De este retablo ha dicho Falcón, “Bajo esta arcada se guarece la portada, verdadera maravilla del templo, que debería ocupar el sitio de su retablo”; no obstante, su retablo mayor es un modelo pleno de dinamismo y belleza plástica, paradigmático del barroco.
El primer arquitecto director fue Juan de Alava quien inicia las obras por los pies, siendo por tanto el autor de la fachada-retablo, y los dos tramos del coro. Le sustituyó en 1530 el hermano lego Fray Martín de Santiago, que había sido su aparejador, quién continuó la nave e inició el crucero y parte de la cabecera hasta su muerte. Tras una larga interrupción, se reanudaron las obras y se hizo cargo de la dirección Rodrigo Gil de Hontañón hasta finalizar la obra del cimborrio. Nuevamente se paraliza el trabajo y se reanuda con Juan Ribero de Rada para terminar felizmente con Pedro Gutiérrez en 1610, tras casi un siglo de trabajos. El cimborrio es claramente renaciente, de Rodrigo Gil de Hontañón; el mismo autor que el de la capilla del Colegio Fonseca, lo que aclara su similitud.
La iglesia es de una sola nave, bordeada de capillas, como corresponde a los templos de la Orden, idóneo para la predicación, lo que permite una perfecta acústica con la máxima congregación de fieles. Su planta es de cruz latina, crucero con cimborrio cuadrado y ábside poligonal. Su interior es de traza gótica, cubierta por bellas bóvedas nervadas.
El retablo es una de las joyas del barroco español, obra maestra de José Benito de Churriguera, con seis columnas salomónicas gigantes de vigas procedentes de pinos de las propiedades de la Casa de Alba y en el ático se exhibe un lienzo de Claudio Coello representando el martirio de San Esteban.
Este convento dispone de tres claustros: el de los Reyes, llamado así por los medallones de los reyes y profetas de Israel tallados en los frisos de la crujía, con nervaturas en círculo partiendo de ménsulas, especialmente llamativas las de los ángulos, que constituye un bello ejemplo de transición del gótico al plateresco; el de los Aljibes y el de la enfermería.
En una escondida capilla de esta iglesia, la de los Mártires, descansan los restos del III duque de Alba don Fernando Alvarez de Toledo, el famoso “terror” de los Países Bajos, en un lugar escondido y en un ramplón mausoleo de estilo neoclásico, de Chueca Goitia.
No hay que olvidar, tampoco, la famosa escalera de Soto, donde bajo el primer peldaño descansan los restos del teólogo; interesante, tanto por su belleza intrínseca como por los recursos técnicos experimentados en su construcción. Se trata de una escalera volada de cuatro tramos, que se apoyan en arcos-bóveda al aire, que transmiten su carga al tramo inferior y no sobre los muros.
Y señalar, finalmente, que la Sacristía es, junto con la iglesia de la Purísima, las únicas muestras del barroco italiano en Salamanca; con tallas de Antonio de Paz y Francisco Gallego. Entre las numerosas obras de arte que encierra este convento se encuentran dos obras plásticas de primer orden: un fresco de Antonio Palomino que representa el Triunfo de la Orden Dominicana y un lienzo atribuido a Rubens. Es de destacar la sacristía de estilo barroco italianizante, como ya he señalado.
Este convento tiene su origen a finales de la segunda década del siglo XV, en el palacio mudéjar y casas adyacentes que donó su fundadora Doña Juana Rodríguez, esposa de Juan Sánchez de Sevilla, contador mayor del rey Juan II de Castilla. De ese palacio solo quedan una puerta con arco de herradura apuntado y decoración de azulejos en las jambas en la galería superior del claustro y otra trasladada a la crujía del claustro inferior, así como un hermoso artesonado que en la actualidad puede verse restaurado en la sección de Bellas Artes del Museo de Salamanca en la Casa de Alvarez Abarca.
La fachada es muy simple, si se la compara con la de los dominicos, que está enfrente, y comunicada por el puente de Santo Domingo para salvar en su día un arroyo maloliente. Su portada, muy interesante, se asemeja a la de Sancti Spiritus y se halla situada entre dos contrafuertes suspendidos, o mejor estribos colgados, ya que su función es más bien ornamental que de soporte de cargas.
La portada, atribuida a Fray Martín de Santiago, se organiza en dos cuerpos, el bajo con arco de medio punto con columnas y balaustrada, con parejas de repisas y doseletes vacíos, uno a cada lado de la puerta; en el segundo cuerpo, con urna de arco de medio punto también, da cobijo a una imagen de la Virgen con el Niño en brazos y dos medallones de los santos Pedro y Pablo, con semicolumnas a cada lado y entablamiento, y sobre él una gran concha de influencia francesa.
El paramento es de mampostería solo roto por algunas ventanas de arcos de medio punto y su parte alta va rematada por una cornisa y sobre ella, ligeramente retranqueado, una galería alternando ventanas rectangulares con anchos pilares de sillería que le confieren mayor perspectiva al edificio. A la derecha, una pequeña puerta da acceso a un patio con tejadillo de madera que sirve de tránsito al mejor claustro renacentista de Salamanca: una verdadera joya del Renacimiento.
El claustro es de planta pentagonal, con lados desiguales, uno de ellos muy corto, sin duda para adaptarse a las edificaciones del primitivo palacio. La primera planta es de arcos carpaneles, con medallones muy interesantes en las enjutas, pero lo que realmente nos llama la atención es la segunda planta de estructura arquitrabada. Los arcos no se corresponden con los inferiores; tiene un ritmo de columnas doble y los dinteles están sostenidos por zapatas de una riqueza decorativa desbordante, producto de una fantasía exuberante. Este sistema de soporte podemos verlo también en el claustro exterior de la plaza de San Román, también renaciente, que procede del palacio del Conde de Francos. Los capiteles y las zapatas están cuajados de cabezas, calaveras, torsos retorcidos y animales; todos ellos diferentes y a cuál más original. En esta obra se ha querido ver la representación de la Divina Comedia de Dante; sin embargo, falta por hacer una lectura iconográfica que ayude a descifrar los secretos que esconde. Su refinamiento artístico es producto de tallistas geniales que supieron aprovechar al máximo las propiedades de la piedra de Villamayor.
El templo conventual es de una sola nave, repartida en cinco tramos, con bóvedas de terceletes que arrancan en ménsulas. Personalmente, he tenido la ocasión de ver en bastantes ocasiones las dependencias de clausura, con ocasión de visitar a alguna religiosa como médico traumatólogo y comprobar la calidad de algunas de las tablas colgadas en las paredes del coro, llamándome la atención de forma especial un “tondo” representando a la Sagrada Familia, a la manera de Rafael. Finalmente señalar que son muy estimados por los salmantinos los dulces que se fabrican en este convento, especialmente los “amarguillos”, que suministran las monjas a través del torno.
En 1963 se derrumbaron parte de las dependencias del siglo XII adosadas al convento cuando se estaban realizando obras de afirmado, en el que murieron dos religiosas. La restauración se llevó a cabo merced a la financiación lograda por un programa radiofónico muy popular entonces titulado Ustedes son formidables, mayoritariamente celebrado por los oyentes y dirigido por Alberto Aguilera.
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