Por José Almeida Corrales
Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes
Fue fundada hacia 1190 como parroquia en el barrio de los toreses, y en el primer tercio del siglo XIII Alfonso IX la adjudicó a la Orden de Santiago. En el año 1268 el infante don Martín Alonso, hijo bastardo de aquel rey, y su esposa Dª María Meléndez de Sousa, supuesta infanta de Portugal, fundaron en ella un convento de Comendadoras de Santiago; pero lo que queda de aquella época apenas son pequeños restos al norte del actual coro. Un nuevo convento fue reconstruido en el S. XVIII, que se organizaba en torno a dos patios y se extendía, más o menos, hasta lo que hoy es la Gran Vía; pero a este nuevo convento ya no volverían las religiosas y después de la guerra de la Independencia, se habilitó para los más diversos usos: desde 1843 hasta 1961 fue Cárcel, también Archivo Histórico Municipal y Escuela de Artes y Oficios, así como cuartelillo de la Policía Municipal; siendo demolido en 1965 para dar paso a un moderno bloque de viviendas. Entre estas edificaciones y la iglesia queda un rondín, donde se pueden ver aún restos antiguos. La traza actual de la iglesia de Sancti Spiritus es del S. XVI y se atribuye a Fray Martín de Santiago, dada su similitud con el convento de San Esteban del que fue su artífice; aunque se tiene certeza de la participación de Juan de Álava en la maravillosa portada plateresca. Es de nave única de dos tramos con bóveda de crucería como corresponde al gótico, con capillas laterales entre los contrafuertes de bóvedas de cañón apuntado; la cabecera es ochavada con bóveda de nervios diagonales y combados. Desde el exterior el templo emerge airoso con robustos botareles coronados por gracioso pináculos, entre los que destacan bellos ventanales renacentistas, que alivian los muros.
La portada, con acceso de arco de medio punto, se despliega como un tapiz de finos grutescos, suspendido al modo salmantino y todo ese arte primoroso gira alrededor de una gran pizarra con una inscripción apócrifa. Según los expertos, está plagada de errores históricos para justificar determinados privilegios, donde figuran los medallones de sus fundadores con los escudos de Castilla y de Portugal y las efigies de San Pedro y Santiago. Va rematada por un frontón que alberga en su tímpano una talla de Santiago apóstol en la batalla de Clavijo, pero lo más interesante, por enigmático, es el fino relieve de los dos frisos, donde se repite la misma temática pagana: carros de triunfo velozmente arrastrados por centauros, quizá en relación con los “Triunfos” de Petrarca. La portada es de lo más exquisito del plateresco salmantino, comparable a la fachada-telón de las Dueñas.
En el interior del templo, a cada lado de la capilla mayor, se hallan los sepulcros de los dos fundadores, que son originarios del S. XIII. Cubriendo la capilla mayor está un magnífico retablo demediados del S. XVII de Antonio de Paz, escultor salmantino, en cuyo ático destaca una talla policromada con la Venida del Espíritu Santo. A los pies de la nave, con paso a través de una puerta renacentista, se accede al coro bajo del antiguo Monasterio de las Comendadoras, del S. XVI, donde se puede contemplar un artesonado renaciente-mudéjar, al que ya me he referido en otros artículos: es uno de los mejores de Salamanca y en el arrocabe se repite el tema profano del friso de la fachada. Aquí se venera un crucificado gótico del S. XIV, conocido popularmente por el Cristo de los Milagros, muy similar al de la Catedral de Burgos, de gran devoción en Salamanca. La sillería gótica procede del convento de Las Isabeles y colgado de las paredes se aprecian catorce lienzos que constituyen un “vía crucis” moderno, de Genaro de No, notable pintor salmantino del siglo pasado. Merece señalarse, también, la puerta barroca de entrada a la sacristía.
Cuando declinaba el gótico en España se decidió por el Cabildo una nueva catedral por considerar la románica “muy pequeña y escura y baxa” y se planteó el tema de derribarla, al considerar que el cerro de San Isidoro era la mejor ubicación. Tras constituirse una junta de arquitectos, formada por los más prestigiosos maestros de aquella época, se decidió conservarla. Si bien es cierto, no porque predominara la tesis de los defensores del románico, sino para poder continuar los oficios religiosos mientras se construía la “moderna”; aunque hay quién señala defensores directos de sus valores arquitectónicos, por tratarse de una “muy bella y singular pieza”. Así, hoy ambas catedrales aparecen ante nuestros ojos íntimamente abrazadas: tanto, que la nueva ha asimilado una parte del ábside septentrional y la torre de las campanas de la vieja, y el muro norte de esta última es común para las dos catedrales, constituyendo un conjunto arquitectónico único.
Según consta, se colocó la primera piedra el 12 de mayo de 1513, tras decidir que fuese de estilo gótico, bajo la dirección de Juan Gil de Hontañón y “engarzada” con la Catedral Vieja. También consta que fue consagrada el 10 de agosto de 1733; es decir, tras doscientos veinte años de trabajos se pudo contar con una segunda Catedral. Por ello, Salamanca es una de las pocas ciudades que cuentan con dos catedrales: junto con Plasencia y Lérida, son las tres únicas ciudades españolas que gozan de este privilegio. En la mayor parte de los casos se derribó completamente la antigua, como en el caso de León; o sólo parcialmente, como en Plasencia, para construirse aneja la nueva. Excepción a esta regla es la seo leridana que, tras ser convertida en cuartel militar por Felipe V, se construyó una nueva, alejada de aquella, de estilo barroco. En un periodo tan dilatado de tiempo no es de extrañar que su construcción pasase por momentos delicados, debido en unos casos a criterios contrapuestos de los arquitectos; por problemas de rencillas personales entre ellos, que incluso obligó al Cabildo a suspender temporalmente las obras. Todo esto, unido a las nuevas corrientes estéticas, hizo que se plantease en distintos momentos la discusión de la unidad del edificio, es decir: si continuar con el estilo inicial o cambiar a los nuevos movimientos renaciente y barroco. Tras el primer arquitecto Juan Gil de Hontañón, tuvieron responsabilidades sucesivamente su hijo Juan Gil el Mozo, Juan de Álava, Rodrigo Gil de Hontañón, Juan Setién de Güemes, Pantaleón de Pontón Setién, Joaquín y Alberto de Churriguera, Manuel de Larra Churriguera y Juan de Sagarvinaga: estos dos últimos una vez ya consagrada la Catedral. Joaquín de Churriguera elevó atrevidamente el cimborrio del crucero, decorándolo con elementos renacientes y barrocos, pero tras el terremoto de Lisboa de 1755, fue reconstruido por Juan de Sagarvinaga. No obstante, a pesar de la pluralidad profesional y heterogeneidad estilística, el edificio “conserva una rara unidad y armonía”, en palabras de Rodríguez G. de Ceballos.
Al exterior la Catedral ofrece un aspecto gótico, con sus arbotantes, pináculos, gárgolas, etc.; aunque destacan en el conjunto el barroquismo del cimborrio y de la torre de las campanas, sin desentonar por ello. En las portadas se aprecia un gusto gótico hispano-flamenco, condecoración plateresca en la labra de la piedra. La fachada principal, orientada hacia poniente, es la más rica de España en su género; no sólo por la primorosa filigrana que permite la piedra de Villamayor, sino por el color dorado que le confiere el paso del tiempo al oxidarse, que la hace única, especialmente “a la caída del sol”. Está formada por cinco pórticos-retablo con arcos angrelados de medio punto y bóvedas de encajes primorosos: el central o Pórtico de la Gloria, que se corresponde con la nave mayor, el de la Puerta del Obispo a la derecha y el de la Puerta de San Clemente a la izquierda que corresponden a las naves laterales y otros dos más pequeñas en los extremos, que corresponden a las capillas. De estos últimos, el del lado de la Epístola fue tapado al consolidar la torre tras el terremoto de Lisboa de 1755, que dio origen a la tradición del “Mariquelo”, de subir a la torre la víspera de la festividad de Todos los Santos para comprobar su estado. Describir la impresión que produce la talla del Pórtico de la Gloria, con su doble puerta de arcos escarzanos, en cuyo parteluz figura una talla de la Inmaculada, es muy complejo: resulta sumamente difícil expresar las sensaciones estéticas y es una experiencia que no puede traducirse en palabras. Se combinan los lunetos de la Natividad del Señor y de la Adoración de los Reyes Magos con las arquivoltas trilobuladas y el gran arco conopial, que culmina en el ático con el magnífico Calvario de Juan de Gante, flanqueado por dos grandes figuras de San Pedro y de San Pablo. No cabe más profusión de talla en los grandiosos paramentos murales: los doseletes y las repisas, casi todos vacías, las estatuillas y los entrepaños, con la profusión que caracteriza al gótico hispano-flamenco de la época de los Reyes Católicos, destacan por su apoteosis narrativa en una excelsa “epopeya de piedra”. A falta de retablo en su capilla mayor, se dice que está colocado en la fachada de poniente. No menos interesante es el extraordinario testimonio de cultura arquitectónica del hastial de los pies, que emerge glorioso detrás de la balconada gótica, ya de traza renaciente.
La Puerta de Ramos, en la fachada norte, frente al palacio neoclásico de Anaya, responde a un modelo parecido: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y los cuatro evangelistas, de una magnífica talla. En 1992 ha sido restaurada, por el deterioro que sufría debido a la erosión de la piedra y para dar fe de la época el cantero ha tallado una figura anacrónica: un astronauta explorando el espacio. Las fachadas de los hastiales del crucero, ambas gemelas, son ya del S. XVII y resultan anodinas si se las compara con la portada occidental; con todo, tiene repisas muy bellas, aunque también carentes de estatuas.
La torre actual, no es la primitiva, ya que sufrió tanto con el seísmo citado que se pensó incluso en derribarla tras el enconado debate que se estableció entre los más prestigiosos arquitectos de la época: entre otros Ventura Rodríguez que, por cierto, se inclinaba por la drástica solución de derribarla, pero gracias a un arquitecto francés, Baltasar Devreton, que salvó de la ruina a la catedrales de Córdoba y Granada, dañadas en el mismo cataclismo, se encontró la solución, consistente en “enzunchar” con unas gruesas cadenas de hierro el fuste de la torre y adosarle grandes piedras de granito recubiertas con sillería de piedra de Villamayor hasta la zona de las campanas. Por todo ello, los tres cuerpos inferiores de la torre, presentan el aspecto de una suave pirámide truncada, con lo que perdió ese carácter gallardo que tiene su gemela en el tiempo y la traza: la de Segovia (gemela en todo, salvo en la cabecera: la de Salamanca es de testero plano y la de Segovia es absidial); no obstante, para mí, es sumamente bella. En palabras de Elías Tormo es un “grandioso templo en el aire” y para Camón Aznar “la más bella torre de España, de enorme fantasía y audacia arquitectónica”.
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