Salamanca gótica (II)

Por José Almeida Corrales

De la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas

Real Monasterio de Santa Clara

Parece que el origen de este convento hay que buscarlo en una humilde ermita consagrada a Santa María, en la ladera del cerro de San Cristóbal, junto a la desaparecida iglesia de San Román y no muy alejada de la puerta de Santo Tomás de la cerca nueva. La primera abadesa, Dª Urraca, viuda de Fernando II de León, y un grupo de damas y huérfanas de la nobleza deciden “motu proprio”, en la primera mitad del S. XIII, agruparse en comunidad siguiendo la regla de la orden benedictina, pasando al poco tiempo a regirse por la orden de San Francisco; pero un incendio ocurrido en 1413 redujo a cenizas casi todo el convento, en el que perecieron algunas religiosas, salvándose los muros de la iglesia, los canecillos que sostenían los antiguos aleros, un Cristo y la crujía norte del claustro.

Se cree que en las postrimerías del S.XV y primera mitad del XVI se reconstruyeron las cenizas del convento, cubriéndose entonces la iglesia con un artesonado y en el S. XVIII se realizaron reformas que transformaron por completo su traza medieval en formas de estilo barroco de Joaquín de Churriguera. Todo esto sería ajeno al contexto que nos ocupa, si no fuera porque encubiertas por los lunetos barrocos se han encontrado las techumbres de madera de la nave y de la cabecera poligonal de la iglesia, que son dignas de reseñar. Sin duda, aquel insigne arquitecto, al emprender la decoración de las bóvedas decidió conservar la hermosa cubierta rebajando la altura del templo: dato que permaneció en el olvido hasta su descubrimiento casual en 1973. Se trata de dos artesonados mudéjares muy interesantes: el de la nave, del S. XIV, está considerado uno de los más antiguos de España, decorado con arrocabe policromado, con escudos del reino de Castilla y León y numerosos blasones de la nobleza salmantina. El de la cabecera, del S. XVI, aunque de menor mérito, es digno de estima y, ambos, pueden ser contemplados merced a un ingenioso sistema de pasarelas y puentes metálicos montados al efecto por encimade las bóvedas de Churriguera.

En la crujía salvada del claustro se conserva un artesonado mudéjar con estrellas de ocho puntas y decoración pictórica de lazos, del S. XVI, y algunas columnas y capiteles de la primitiva ermita. Son dignas de destacar las pinturas murales del coro bajo con techumbre de madera, descubiertas en 1976 al picar el encalado que las ocultaba y que constituyen un espléndido conjunto, tanto por su variedad en el tiempo como por su cantidad, algunas en palimpsesto: las más interesantes corresponde al estilo gótico lineal tardío. Estas muestras pictóricas, junto con las de San Marcos, las de Santo Tomás Cantuariense y las de la capilla de San Martín de la Catedral Vieja constituyen la mejor selección de la pintura medieval de nuestra ciudad y un referente para el estudio de la pintura de la Baja Edad Media. La sala está dividida en seis tramos por cinco arcos fajones de tipo diafragma, adornados con bellos medallones en las enjutas, clasificados entre los mejores de Salamanca, que sea poyan sobre pilastras renacentistas; fruto de la remodelación del S. XVI. Todos estos descubrimientos y su puesta en valor, para deleite de los amantes del arte, han merecido el Premio “Europa Nostra” 1988 de restauración monumental.

El exterior del convento es muy simple, ya que se trata de un torreón con ventanas de celosía y un muro revocado, con escasas ventanas ojivales, propio de la austeridad del espíritu franciscano, en el que sólo cabe destacar una modesta portada de piedra con un solo arco apuntado enmarcada por un alfiz simple y una hornacina con la imagen de Santa Clara; el resto visible del convento, que da a la calle Lucero, es de estilo barroco. Todo el valor artístico primigenio, como ya he señalado, se muestra en el interior constituyendo un muy digno museo abierto al público en 1989, al que invito a visitar, en la seguridad de que no defraudará a nadie. Asimismo, podemos contemplar anejo un museo etnográfico interesante o, al menos, curioso. Este convento es muy conocido en la ciudad por la elaboración de Sagradas Formas, llamadas popularmente “pan de ángel”; pero, sobre todo, por la tradición de ofrecer huevos las novias antes de casarse, en demanda de rogativas para que no llueva el día de su boda.

Convento de Santa Isabel o de franciscanas clarisas

Este convento de religiosas clarisas, conocido popularmente como “las Isabeles”, se halla en una calle céntrica, detrás del Palacio de Garci Grande, muy cerca de la Plaza de los Bandos, donde se encontraba la desaparecida iglesia de Santo Tomé; y es de aspecto muy humilde. Fue fundado en 1440 por Dª Inés Suarez de Solís, que se convirtió en la primera abadesa, sobre un solar ocupado por los caballeros de la Orden del Temple. De aquí salieron las primeras monjas que llegaron a América con la misión de fundar el primer convento femenino del Nuevo Mundo: concretamente en México.

Es de una sola nave, dividida en tres tramos por arcos fajones, con techumbre de madera, que fue sustituida en la segunda década del siglo XX por bóvedas neogóticas de Santiago Madrigal, gran arquitecto historicista al que también se debe la iglesia de San Juan de Sahagún, donde yo recibí las aguas bautismales a los pocos días de proclamarse la Segunda República. La cabecera es de planta cuadrada, cubierta por bóveda gallonada de crucería, asentada sobre trompas nervadas, inspirada en la capilla de Santa Bárbara de la Catedral Vieja, con seis lucillos que constituyen el panteón funerario de los Solís. Tiene una curiosa capilla lateral, cuadrada, del lado del evangelio, que se añadió en el S. XVI como monumento funerario de don Juan de Solís. Utilizada hoy como sacristía, se accede a ella a través de una portada bellísima, donde se funden en feliz armonía formas tardogóticas con el nuevo movimiento renacentista y es similar a la del Hospital del Estudio (hoy Rectorado de la Universidad). Es una lástima que obra tan valiosa sea obstaculizada su vista por un púlpito de escaso valor artístico, pero de gran impacto estético, que sugiero debería ser retirado o trasladado a otro lugar del templo.

En la nave se pueden apreciar varios lucillos laterales, algunos ocupados por retablillos barrocos: el que está situado del lado del evangelio, frente a la puerta de entrada, contiene una tabla de santa Isabel de Hungría, patrona de la Orden Tercera de San Francisco; obra atribuida a Dello Delli, autor del retablo de la Catedral Vieja. El coro bajo, reservado a la clausura, está cubierto por un artesonado morisco policromado, de primorosa decoración de lazo, formando piñas de mocá-rabes y grandes ruedas: todo ello enmarcado por un faldón pintado que simula hexágonos, que es una de las mejores techumbres del S. XV; parangonable a la de la antigua capilla de San Jerónimo de la Universidad, hoy convertido en zaguán de entrada de la plaza de Anaya; a las del museo de Santa Úrsula; y a la del coro de Sancti Spiritus. Su exterior es sumamente sencillo y su portada no puede ser más simple; incluso se ve afeada por una escalinata doble para salvar el desnivel de la nueva calle. Un magnífico relieve plateresco con el blasón de los Solís que lucía en la portada del convento, fue trasladado al portal de un bloque de viviendas contiguas que se construyeron en1973, en lo que fue jardín y estancia de recreo de las religiosas, que daba a la calle de Zamora.

Restos del Convento de San Francisco el Real

Fue fundado en el primer tercio del S.XIII y reedificado poco tiempo después bajo la protección del Infante don Fadrique, hermano del rey Alfonso X el Sabio. Los restos que se conservan del primitivo edificio hoy no son visibles desde el exterior, salvo la parte alta de la cabecera con los modillones de los aleros y los contrafuertes escalonados, desde la calle Ancha; están ocultos por el Convento de los Capuchinos y por una edificación de1968: el Colegio Mayor de Teología y Filosofía de los franciscanos. Era uno de los escasos templos construidos en estilo gótico puro, pero como ha sido habitual a lo largo de la historia, sufrió sucesivos añadidos durante el renacimiento y el barroco. Sin embargo, fueron los sucesos de la Guerra de la Independencia los que acabaron con todas sus trazas: primero lo utilizaron los franceses como acuartelamiento y, al retirarse, lo arrasaron en parte. Pero, sería la famosa explosión del polvorín que tenían los franceses en la calle Esgrima lo que completaría el desastre: tampoco escapó a los efectos de la desamortización de Mendizábal, lo que explica que fuese objeto de expolio y pasto del más absoluto abandono.

Tras todas estas vicisitudes sólo quedaron en pie la cabecera del templo con los ábsides poligonales, cubiertos con bóvedas de crucería, y restos de un claustro del S. XVI, que en palabras de Camón Aznar: “es uno de los conjuntos más ricos en motivos decorativos, ya que son diferentes entre sí todos los capiteles, de rebosante genialidad, de alardes imaginativos y de preciosismos ornamentales” y que, a mediados del S. XIX, fue instalado en el patio del Colegio de las Siervas de San José, en la calle Marquesa de Almarza (antiguo Hospital de la Santísima Trinidad y sede de la Facultad de Medicina hasta 1903). Parece que estos restos “trasplantados” perdieron la belleza que tenían en su lugar de origen, debido, posiblemente, a haber sido alterado en sus proporciones; lo que derivó en menoscabo de su unidad y armonía. El ábside del evangelio se derribó en el S. XVIII para construir la actual iglesia de los Capuchinos y lo que quedó, por tanto, son: el ábside de la epístola, que se conserva en su prístino estilo gótico, único en Salamanca (que represento en el dibujo) y la capilla central, con un retablo de piedra de la época barroca; todo lo demás ha desaparecido.

En la década de los ochenta hubo un intento infructuoso, por parte del alcalde Málaga, de sacar estos restos a la luz pública, cerca de su ubicación original; lo que, en mi opinión, hubiese sido una decisión acertada. De cualquier forma, el padre Faustino, superior de los capuchinos y esforzado custodio de esta joya arquitectónica, está siempre solícito para mostrarla a todos aquellos que tengan interés en admirarla.

Durante la contienda contra los franceses se destruyeron en Salamanca veintisiete edificios, algunos tan ilustres como los colegios de Cuenca y de Oviedo, el Trilingüe, el convento de San Agustín y, además, se vinieron abajo las cúpulas de la Purísima y de la Clerecía. Yo he conocido los restos de San Francisco de niño, aunque parezca cosa extraña, como carbonería, adonde acudía con mi abuela paterna a comprar “cisco” para el brasero, que aliviase los rigores de los duros inviernos de Salamanca. Toda esa zona de devastación se conoce como “Los Caídos”, en alusión a los monumentos y no a las personas, como algunos pudieran entender.

El gótico en Salamanca ha sido muy prolífico y valioso en los edificios civiles, que no han sufrido grandes transformaciones; en cambio, las muestras edilicias religiosas han sido muy alteradas por sucesivas intervenciones, sobre todo durante el barroco, como ya ha sido señalado en repetidas ocasiones.

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