Por José Almeida Corrales
De la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas
Gótico es un término de carácter peyorativo acuñado por Vasari, arquitecto, pintor y escritor del Renacimiento italiano, para designar un arte “bárbaro” o “anticlásico” desarrollado durante la Baja Edad Media, que no fue reivindicado como estilo con entidad propia hasta el S. XIX por el Romanticismo. En España coexistió en la segunda mitad del siglo XII con la disolución del Románico y se extendió a lo largo de cuatro siglos para resistirse a desaparecer y convivir con el Plateresco en el siglo XVI, e incluso sobrevivir con el Barroco. Este estilo tuvo su origen en Francia, como el románico; y su nacimiento obedeció a motivaciones religiosas, estéticas y políticas. Si el románico se propagó merced a los monjes negros de Cluny, el gótico se difundió gracias a los monjes blancos del Cister. Así, las diferencias con el románico son: arco apuntado frente al arco de medio punto, bóveda de crucería frente a bóveda de arista, arbotantes frente a gruesos muros, unificación del espacio frente a adicción de espacios; todo ello orientado hacia un impulso de ascensión o verticalidad, con un doble objetivo: espiritual y material, para conseguir más luz. El gótico religioso pretendió ser una arquitectura de la luz, que elevara al observador “desde lo material a lo inmaterial” y, a este fin, se añadieron algunos elementos plásticos, como las vidrieras o los pináculos, de tal modo que estructura y función van de la mano; lo que se refleja de una manera evidente en las primeras catedrales que surgen en España: León, Burgos y Toledo. En todos ellas la célula arquitectónica elemental es la estructura del “tramo” (bóveda de crucería con nervios diagonales, arcos formeros y perpiaños y plementos), que se repite como el componente básico de la nueva arquitectura. En lo que se refiere a la arquitectura civil, tiene su origen en la pujanza económica de la Baja Edad Media, que se traduce en la edilicia de las entidades gremiales y en la de las nacientes universidades; así como en las mansiones de los nobles, como signo de ostentación, y en las construcciones militares.
En este estudio sobre el gótico salmantino comenzaré por los edificios religiosos: San Benito, Las Úrsulas, Convento de Santa Clara, Convento de Santa Isabel y el derruido Convento de San Francisco el Real, para culminar con Sancti Spiritus y la Catedral Nueva; en la certeza de que ninguno de ellos se mantiene en su primitiva pureza, sino que están modificados por trazas posteriores, hasta el punto de que algunos podrían ser encuadrados, sin cometer arbitrariedad, en las etapas renacentista o barroca. Así, la iglesia de Sancti Spiritus, que nació siendo románica, fue restaurada a mediados del S. XVI, conjugándose en ella una estructura gótica con una ornamentación claramente plateresca. Acto seguido, en los capítulos siguientes, haré referencia a los monumentos civiles, en un estudio necesariamente somero, dados el amplio y admirable muestrario de ejemplares con entidad propia que nos ofrece Salamanca, y por las limitaciones de espacio que impone este tipo de publicación.
Esta iglesia ofrece un doble aspecto singular, tanto por el marco monumental que la rodea como por su historia; muy vinculada a la ciudad, dividida en bandos en el transcurso del siglo XV. Situada en el “recodo” de San Benito, en el centro de una placita evocadora, está limitada al norte por dos edificios platerescos: la Casa-Palacio de Solís (actualmente sede del Servicio de Publicaciones de la Universidad) y la Casa de Maldonado Rivas (sede de la Cruz Roja hasta 1987, año en que pasó a manos de la Universidad) y, al poniente, por el Palacio del comunero Pedro Maldonado, ajusticiado al año de la derrota de Villalar (posteriormente expropiado y cedido a las religiosas franciscanas para convento de la Madre de Dios), cuya puerta adintelada fue cegada y el alfiz y los escudos borrados; lo propio se hizo con una ventana de corte conopial, aunque por fortuna se salvó la bella cornisa gótica. La iglesia de San Benito se halla situada a mitad del recorrido de una de las calles más típicas de Salamanca: la calle de la Compañía, que debe su nombre a uno de los edificios más emblemáticos del barroco nacional, el Colegio Real de la Compañía de Jesús, hoy sede de la Universidad Pontificia. Esta iglesia fue famosa durante la Edad Media por dar su nombre a uno de los dos bandos que tenían atemorizada a la ciudad. En realidad, esa rivalidad venía gestándose desde la bipolarización de la urbe por los partidarios de Pedro I el Cruel de una parte, y de otra, por los afines a Enrique II, en la guerra civil que mantenían ambos contendientes por la sucesión al trono de Castilla. El bando de los Manzano, de San Benito, frente al de los Enríquez, de Santo Tomé, que estalló en una guerra abierta, tras la muerte de dos de los hijos de Dª María de Monroy de manos de los Manzano, en una riña de mozos. Los Manzano, temiendo la venganza de Dª. María huyeron a Portugal y ésta los persiguió, sin asistir siquiera al funeral de sus hijos. Tan aguerrida dama, aquella misma noche, salió en busca de los asesinos y un mes más tarde, tras dar con ellos, los decapitó, y a su vuelta tiró las cabezas sobre las sepulturas de sus hijos en la desaparecida iglesia de santo Tomé; y por este hecho o leyenda, ¡vaya usted a saber!, pasó a la historia como Dª María “la Brava”. El límite de la demarcación de estos bandos se hallaba en la plaza del Corrillo o de la Yerba y en esta “tierra de nadie” se dice que nacía la hierba porque ninguno de los bandos adversarios se atrevía a traspasarla.
La primitiva iglesia románica, levantada en el territorio de los gallegos, fue fundada en 1104 y sobre ella se edificó la actual, de estilo gótico tardío. Se dice que fueron los seguidores del bando de Santo Tomé los que la quemaron y en 1490 la mandó reconstruir D. Alonso II de Fonseca, arzobispo de Santiago y patriarca de Alejandría. Es de una sola nave muy amplia, donde se prima la idea del espacio, con ausencia premeditada de columnas, y las bóvedas de crucería estrellada descansan sobre ménsulas. La cabecera poligonal es más estrecha y la falta de columnas es compensada por gruesos muros ciegos, sólo rotos por cuatro ventanas de arcos apuntados y robustos contrafuertes con los escudos del patriarca (Fonseca, Acevedo, Ulloa y Maldonado) que tuvieron que ser reforzados con estribos en el S. XVIII; todo lo cual le confiere un aspecto de fortaleza. Lo más interesante de esta iglesia en suportada, cubierta por un curioso tejadillo apoyado en una grácil columna. Sobre un arco carpanel se representa la escena de la Anunciación de la Virgen con el arcángel San Gabriel, que va presidida por el Padre Eterno, bajo un gran arco conopial que cobija la escena representada en un doble tímpano; en lo alto dos escudos blasonados de Fonseca y Azevedo, y todo ello del más bello estilo hispano-flamenco. En su interior, se pueden observar en los muros perimetrales numerosos arcosolios destinados a enterramientos de la familia Maldonado, con estatuas yacentes de alabastro, del gótico tardío: la mayor parte de ellos están vacíos. De gran valor son los enterramientos de la capilla mayor donde se apuntan ya detalles de estilo renacentista. La cabecera está cubierta posiblemente con el mejor retablo neoclásico de Salamanca, de finales del S. XVIII, que contiene estatuas blanqueadas, imitando mármol, de Alejandro Carnicero, con un magnífico calvario de Diego de Siloé del S. XVI.
Este convento e iglesia de Franciscanas de la Anunciación, conocido vulgarmente como Las Úrsulas, se halla en uno de los rincones más románticos y apacibles de Salamanca y constituye uno de los monumentos más bellos de la arquitectura del tardo gótico. Fue fundado por Dª. Sancha Maldonado, hija del comunero D. Pedro Maldonado, con el patrocinio de su tío D. Alonso II de Fonseca, en las postrimerías del S. XV, con la intención de que fuese su monumento funerario. La iglesia es de nave única, donde adquiere gran valor el espacio, que se halla claramente diferenciado en tres estancias, que aparecen escalonadas en una visión exterior: la capilla mayor ochavada más ancha y esbelta en la parte más oriental como espacio autónomo sepulcral; la nave central para los fieles en medio; y el coro y dependencias conventuales más bajo en el extremo de poniente. Los nervios de las bóvedas estrelladas se proyectan en forma de haces fasciculares hasta el suelo en la nave y en la capilla mayor terminan sobre ménsulas a media altura. El templo tiene doble coro, el alto está protegido por una bella reja gótica del mismo autor quelas de la Casa de las Conchas: espacio reservado a la clausura. El coro bajo alberga un interesante museo abierto al público en 1968, que cuenta con dos bellos artesonados de estilo renaciente-mudéjar separados por un arco rebajado apoyado en una columna y donde se pueden contemplar obras muy interesantes: algunas tablas de Juan de Borgoña y de Luis de Morales “el divino”, además de un órgano del S. XVIII. El tabernáculo y los altares son obra del S. XVIII, que sustituyó a un soberbio retablo de Diego de Siloé con tablas de Juan de Borgoña, expuestas hoy en el museo. En el centro del presbiterio se halla el sepulcro del fundador: una escultura yacente con traje pontifical, sobre túmulo historiado de Diego de Siloé en mármol blanco de Macael que, en opinión de Gómez Moreno, es la mejor obra funeraria de este autor y una de las obras escultóricas más bellas del renacimiento español. Durante la Guerra de la Independencia, ante el temor de que fuese saqueada, fue desmontada y escondida, y posteriormente, en 1928, reintegrada a su lugar.
El exterior es de una belleza inusitada, sobre todo el ábside, que tiene aspecto de “torreón” y que se adorna con robustos contrafuertes, que en su tiempo iban rematados con pináculos góticos; en el siglo XVII se desmocharon para cargar sobre ellos el tejadillo que lo cubre actualmente, y de este modo la crestería flamígea se convirtió en balaustrada o antepecho. A los pies del ábside, en un modesto jardín, frente a la casa que fue su postrer hogar, se colocó en1968 la escultura en bronce de D. Miguel de Unamuno, obra genial del artista aragonés Pablo Serrano, en una actitud que semeja el mascarón de proa de un barco, que expresa muy acertadamente la atormentada personalidad del rector más universal del Estudio salmantino. Las puertas gemelas de la iglesia, habituales en los conventos femeninos franciscanos, fueron rehechas en el S. XVIII por Joaquín G. de Quiñones y son de traza barroca, muy chocantes con el trazado general atribuido a Juan de Álava. Siguiendo en línea con este paramento se encuentra la entrada del convento, con portada de arco de medio punto adovelado y lo interesante es un altorrelieve sobre la puerta que representa a un ángel tenante con el escudo de los cinco luceros de los Fonseca, de estilo hispano-flamenco. En esta iglesia de Santa Úrsula y en 1618 fue donde los doctores del claustro de la Universidad de Salamanca juraron solemnemente defender el misterio de la Inmaculada Concepción, dos siglos antes de que el papa Pio IX lo declarase Dogma de fe.
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