Por José Almeida (*)
Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes
Situada en la Plaza de San Julián, fue fundada en 1623 por don Bartolomé Caballero Torquemada, abad de la Real Clerecía de San Marcos, como casa de acogida de viudas pobres y honradas que se financiaba con el legado de su fundador y la modestísima dote de las internas más acomodadas. Puede decirse que fue “medio convento, medio hospicio”.
Conserva muy poco de su traza original, y su interior ha sido totalmente rehabilitado para su función actual, como sede de la Filmoteca Regional de Castilla y León. Su exterior es sumamente modesto, de sillería de piedra franca, con dos fachadas: la principal, al norte y la secundaria, al oeste. Tiene dos alturas y en su esquina de poniente hay una pequeña torre de entramado de ladrillo y madera con tejado a cuatro aguas y celosías de madera, de aspecto conventual.
La fachada principal es muy simple, con una puerta adintelada que da acceso a la antigua capilla, cerrada durante décadas y reabierta recientemente como sala de exposiciones. Allí se pueden ver los restos de un fresco del siglo XVII y un altar con una lápida alusiva a su fundador, así como un artesonado mudéjar de la misma época. La capilla llegó a estar abierta al público y tenía un retablo hispano-flamenco, hoy en el Museo Diocesano. Lo más interesante de la portada es el escudo que se ve en lo alto, que corresponde a la Real Clerecía, con cuartelado real y el león de San Marcos en punta, además de tres modestas ventanas enrejadas.
El acceso al interior se realiza por la puerta de su fachada occidental, debajo del torreón, donde está la recepción de la exposición permanente ‘Artilugios para fascinar’. Es una magnífica colección digna de visitar, cuya base la constituye la colección del director de cine salmantino Basilio Martín Patino, amigo y condiscípulo mío del Instituto Fray Luis de León. Patino es cofundador del Cineclub Universitario y promotor de las primeras Conversaciones Cinematográficas Nacionales, de 1955, que marcaron un hito en la historia del cine español, y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca. La muestra está compuesta por dos centenares de aparatos y más de mil imágenes de diversos soportes relacionados con la historia de los medios audiovisuales: desde el zoótropo al proyector cinematográfico, pasando por la linterna mágica. La filmoteca, dirigida por Pérez Millán durante 22 años, funciona desde 1992 y es centro documental pionero en España que alberga imágenes, tanto fijas como en movimiento. Contiene más de cuatro millones de negativos fotográficos y cerca de dos mil películas en celuloide.
El edificio tiene dos patios; uno pequeño de luces detrás de la capilla, más bien zaguán, con un tejadillo soportado por una columna arquitrabada que acoge una pequeña espadaña con campana coronada por una discreta cruz, y un segundo patio interior, recreado, con gruesas columnas de fuste liso, de basas toscas y capiteles diferentes. La galería superior, sin duda abierta en otros tiempos, es de ladrillo con entramado de madera y celosías, en parte sustituidas por cristaleras para proporcionar más luz a las estancias interiores. Yo he conocido este edificio como fábrica de hielo.
Con la apertura de la Gran Vía, en el siglo XX, este espacio medieval de la plaza de San Julián, conocido entonces por Plazuela del Trigo, sufrió una extraordinaria transformación al desaparecer unas pequeñas casas con soportales adintelados que conferían al entorno un marcado carácter popular, donde se celebraban los mercadillos semanales, que atrajo a tantos pintores costumbristas; entre otros destacados, a González Arenal y a González Ubierna. Precisamente, en una de aquellas modestas casas vivían mis abuelos maternos, y aún conservo vivo en el recuerdo el enorme socavón que produjo una bomba, delante de lo que entonces fue la Cárcel, cuando Salamanca sufrió un ataque aéreo de la aviación republicana, a principios del año 1938. En una de esas viviendas murió mi abuela Josefa, y fue la primera vez que tuve una vivencia de la muerte, a los seis años de edad, cuyo impacto tardó en borrarse de mi memoria mucho tiempo.
Puede parecer algo artificioso incluir aquí este edificio que, desde el punto de vista arquitectónico, no tiene un valor destacado, salvo el claustro renacentista trasplantado del Monasterio de San Francisco el Real (muy modificado y previsiblemente mistificado) y algunos detalles de la capilla. Si me permito esta licencia es porque se trata de un tema que me afecta vivencialmente, como lo prueba el hecho de que sea tan citado a lo largo de estos relatos, por tratarse de un edificio relacionado con la asistencia a los enfermos y con los estudios médicos.
El edificio está emplazado en la calle Marquesa de Almarza, esquina a la Gran Vía, cerca del convento de San Esteban.
En 1581 quedó agregado al Hospital de Santa Margarita y los Mártires San Cosme y San Damián, fundado por el obispo don Gonzalo a principios del siglo XIII, tomando desde aquella fecha el nombre de Hospital General de la Santísima Trinidad.
El Hospital del Estudio es un poco posterior, de 1413, y el último en ser fundado fue el Hospital de Santa María la Blanca, de 1515; y estos tres hospitales fueron los únicos supervivientes tras la fusión decretada por Felipe II, en 1581, previa súplica al papa Pío V, de los más de veinte que existían en la ciudad. Al cabo del tiempo, los tres se refundieron en este Hospital General de la Santísima Trinidad. El del Estudio, para estudiantes pobres de la Universidad, se cerró en 1810, durante la Guerra de la Independencia, y no volvió a abrirse; y el de Santa María la Blanca, de enfermedades venéreas, pervivió de forma mortecina hasta que fue suprimido por el obispo Tavira en 1788 quedando, por tanto, como único centro benéfico el que ahora es objeto de nuestra atención.
En el cercano Teatro del Hospital, un Corral de Comedias del siglo XVI, se celebraban funciones teatrales que contribuían al mantenimiento del hospital. Juan de Sagarbinaga en el siglo XVIII renovó su traza y con la desamortización pasó a manos privadas, cambiando su nombre por el de Teatro Bretón, en honor del músico salmantino. En el año 2003 cerró sus puertas, y a día de hoy se halla derruido, constituyendo un solar, sin definir su destino. En 1777, la Universidad mandó construir detrás del hospital, aledaño a la iglesia de San Román, un nuevo anfiteatro anatómico de la Facultad de Medicina, según proyecto de Juan de Sagarbinaga. Y hoy todavía puede verse airoso el torreón que lo albergaba detrás de la galería exenta, originaria del palacio de Ramos del Manzano, conde de Francos. Este fue el segundo anfiteatro que tuvo la Universidad, vendido en 1916 a las Siervas de San José, ya que el primero fue otro, de 1554, en un edificio a orillas del Tormes, junto a la ermita de San Nicolás, conocido por la ¡Casa de la Anatomía’. Fue el primer anfiteatro anatómico de España, donde Cosme de Medina, gran anatomista y catedrático de Prima de Medicina, practicaba disección en el cadáver: uno de los promotores de las ideas de Vesalio en España. La riada de San Policarpo le ocasionó enormes daños, aunque continuó sirviendo a los fines docentes hasta que se construyó el de Sagarbinaga. Hoy, los escasos restos de la iglesia de San Nicolás se hallan integrados en el sótano de un moderno edificio, situado enfrente del Museo de Historia de la Automoción, a orillas del río Tormes, que pueden ser observados a través de unos cristales tintados.
La fachada del antiguo hospital, hoy Colegio de las Siervas de San José, carece de valor arquitectónico y es de traza barroca del siglo XVII, aunque muy modificada por la remodelación realizada por Joaquín de Vargas a principios del siglo XX. Tenía dos claustros: uno trasladado del Convento de San Francisco el Real, en 1857, tras ser derruido por la explosión de la calle Esgrima durante la francesada; de dos plantas, de magníficos capiteles renacientes comparables a los del claustro de las Dueñas, con balconada de hierro en el piso alto que, obviamente, es de época posterior.
Al ser algunos capiteles rehechos y proceder otros del propio patio del hospital, pero, sobre todo, al tener que adaptarse a unas dimensiones más reducidas, no tiene la gracia y armonía que cabría esperar de sus posibles autores: Gil de Hontañón o Juan de Álava; muy probablemente, al alterar sus proporciones. En las esquinas de este patio se colocaron cuatro repisas góticas que soportan estatuas titulares de hospitales refundidos procedentes de la derruida iglesia románico-mudéjar de San Polo: San Bernardino, San Sebastián, San Juan y otro no identificado.
El segundo claustro, “desplegado” formando una galería, lo llevaron las religiosas de su anterior ubicación, el palacio del conde de Francos de la calle Ramos del Manzano, que resultó afectado por el proyecto de la Gran Vía, y desde 1977 se halla exento en la plaza de San Román, como si le hubiesen dado la vuelta, por una decisión acertada del alcalde Beltrán de Heredia. La iglesia, rehecha en 1540 por Pedro de Ibarra, es de una sola nave, con bóvedas gótico-tardías y ábside poligonal, que pasa desapercibida.
Tengo que reconocer una pequeña arbitrariedad, como es la de incluir esta iglesia de finales del siglo XVII junto a otras mucho más meritorias. La razón es puramente afectiva, pues se halla a escasos metros de mi casa, en plena calle de Zamora, que, como describe Pedro A. de Alarcón en su visita en ferrocarril a nuestra ciudad, reflejada en su libro ‘Dos días en Salamanca’ (1877): “Salamanca, se me presentaba en la calle de Zamora vestida de paño y de terciopelo y de hierro y gamuza como una especie de rica hembra apercibida a ir al Concejo…”.
En la misma calle, un poco más abajo, y compartiendo la misma manzana de casas, existe una placa de mármol que recuerda que allí vivió José Quintana, el poeta de la ‘Escuela Salmantina’, que estudió Leyes y Filosofía en nuestra ciudad y fue alumno de Meléndez Valdés. Y esta licencia que me permito es tal porque, de antemano, admito que la iglesia carece de méritos arquitectónicos suficientes. No obstante, aceptada esta veleidad, el comentario va a ser muy breve.
La primitiva iglesia de Santa María Magdalena se fundó nada menos que en el siglo XIII, de traza románica tardía, como Colegio de la Orden Militar de Calatrava, aunque muy pronto Alfonso IX cedió su jurisdicción a la Orden de Alcántara. Fue reedificada totalmente en 1796 por Jerónimo García de Quiñones, y de aquella época solo se conserva la fachada.
El exterior muestra una arquitectura típica del barroco carmelitano, con el escudo de la orden militar de Alcántara sobre la puerta.
Su interior es totalmente anodino, diseñado por el arquitecto Joaquín de Vargas en un estilo historicista neoplateresco, y. como único valor a destacar. es la imagen de un crucificado: el Cristo del Perdón del altar mayor, que es una talla del siglo XVII.
Deja una respuesta