Por Luis DE LA PEÑA
Médico jubilado
Enrique de Sena fue sin duda un gran periodista para la historia de Salamanca. Nos conocimos cursando segundo de Medicina, allá en el 43, en la clase de aquella bondadosa persona y buen anatómico que fue don Pablo Beltrán de Heredia. Mucha gente ignora esa vocación de Enrique hacia la Medicina y que después cambió, sin duda acertadamente, por la del periodismo.
Reencontré a Enrique a finales del 57 –casi recién llegado de Estados Unidos y después de finalizada mi estancia de dos años, como médico residente de Urología en el Saint Mary’s Hospital de San Francisco- en la tertulia nocturna que se celebraba casi a diario en la cafetería de Las Torres, tertulia a la que concurrían periodistas de La Gaceta Regional y de La Hoja del Lunes. Contertulios de aquella época fueron: Emilio Salcedo (periodista de raza y gran unamunólogo), Juan Crespo (ácrata por naturaleza, agudo articulista y buen poeta), Francisco Casanova (excelente comentarista político y autor teatral), Alfonso Hortal (para todos don Lance, fino e irónico crítico taurino) y Trilla (encargado de Deportes). Enrique, redactor jefe de La Gaceta y director de La Hoja del Lunes, moderaba la tertulia mientras yo narraba episodios de mi aventura americana.
Acepté con emoción y cierto miedo la invitación para publicar una serie de artículos en La Hoja del Lunes y que bajo el título Atlántico: dos orillas se prolongaría durante casi un año. Me felicitó Sena por el primero de ellos (En América todo está inventado), más que por su calidad, por su impagable afán de introducirme en el campo del articulismo.
Mi sospecha de que había caído bien en la tertulia se fue afianzando a lo largo de muchas noches en las que finalizada aquella acudíamos a La Gaceta Regional y se me permitía husmear, merodear por las distintas dependencias (redacción, composición, rotativas, teletipos, etc.) y tener el extraño privilegio de ser el primer lector del primer ejemplar de mi propio artículo, salido de la rotativa aún caliente y palpitante.
El reconocimiento de los méritos en vida de las personas es excepcional en una nación como la nuestra en la que las notas, los artículos y los discursos necrológicos –impregnados a veces de un panegirismo excesivo y de alto voltaje- se prodigan con sospechosa abundancia. El homenaje póstumo, en ocasiones reconocimiento de unos méritos que por envidia, rencor o dejadez omitimos en vida y que ahora cuando el interesado ya no puede recogerlos otorgamos en la muerte. No fue este el caso de Enrique de Sena que tanto en vida, como después de muerto recibió y aún recibe distinciones y honores tanto en Salamanca como en Santa Marta donde residió (Hijo Adoptivo, medallas de oro, nombres de calles, etc.)
Su gran reto inédito podría haberse titulado Historia de Salamanca contemporánea. Sus amigos sabedores de sus conocimientos sobre cualquier aspecto histórico, costumbrista o anecdótico sobre Salamanca, le reprochábamos cariñosamente su indolencia para culminar –hilvanando la ingente cantidad de datos escritos, memorizados o fotografiados, que ocupaban su biblioteca y su mente- la que hubiera sido su ópera magna: la puesta a punto histórico de la Salamanca de la segunda mitad del siglo XX.
Su inédita historia bien podría ver la luz cuando algún erudito de los que en Salamanca no faltan, recopilase actualizando el preciado material por Enrique acumulado.
Perder a un amigo como Enrique genera un vacío irremediable, pero que tiene como contrapartida recordarlo casi redivivo en ese espejo de la memoria donde se refleja una y otra vez aquella persona a la que quisimos y hoy rememoramos.
Por Mª Dolores PÉREZ LUCAS
Escritora
Hace unos años el pantalón estaba reservado, en exclusiva, para los hombres. Era un signo de autoridad. “En casa quien lleva los pantalones es el hombre”, se decía. Con lo cual se quería dejar bien sentado que los hombres eran los que mandaban, y la mujer tenía que resignarse a obedecer sus órdenes, les gustasen o no les gustasen.
Ahora las cosas han cambiado. Las mujeres se han apropiado de una prenda tan cómoda y además de llevarlo materialmente, en casa, en la calle y hasta en la cama (la mayoría de las mujeres han optado por el pijama, dando de lado al tradicional camisón), ejercen tanto como el hombre el ordeno y mando. Aunque algunos quieran dejar bien sentado que son ellos los que los llevan, como Rajoy que al comunicar al PP que mantendría como portavoz adjunto en Navarra a Cervera, dijo “porque todavía me visto por los pies”, lo que no deja de ser un alarde de autoridad de los de antes.
Para darse cuenta de la popularidad que ha adquirido, dicha prenda, entre las féminas, basta que salgamos a la calle para comprobarlo. A nuestro lado pasa una y otra mujer… y todas, bien sean jóvenes, menos jóvenes o de edad avanzada, llevan pantalones. ¡No falla! Dentro de la casa ocurre otro tanto.
Lejos de los tiempos en los que se calificaba a las mujeres como Reinas del Hogar, con lo que se las quería halagar para tenerlas contentas, pero que en realidad significaba que reinar reinarían pero mandar, lo que se dice mandar, el que mandaba era el hombre y nada más que el hombre. Igual que sucede en una nación, que reinar reina el Rey, pero el que manda es el presidente.
No cabe duda que el pantalón es una prenda estrella, que, actualmente, no falta en los armarios de las mujeres, y que les da derecho a que, también, ellas impongan su voluntad.
Por Saturnino GARCÍA LORENZO
Doctor en Medicina
Las actividades referentes al diseño, a la imagen y, en general, a la puesta en escena, constituyen actualmente campos de extraordinaria importancia económica y cultural. Y esto, para bien o para mal, constituye un signo de nuestro tiempo.
Esta nueva línea de sutura entre cultura y economía, abre a su vez dos grandes posibilidades. La primera es la de la emergencia de lo personal en lo público, la comparecencia de lo humanístico en lo técnico.
Ya no basta con la eficacia: hace falta tener estilo y en facilitar que cada uno tenga el suyo propio de acuerdo con su manera de ser. La persona pasa a primer término.
La segunda posibilidad ya no es una promesa, sino una amenaza. Se trata de la colonización de los ámbitos personales por las grandes maquinarias de la producción y comercialización. La nueva levedad de la sutura entre cultura y economía permite la manipulación de la persona por las técnicas de seducción. Para seducir es necesario presentar las apariencias como realidades, hacer creer al otro que brota espontáneamente de lo que ha sido impuesto por mí.
Parece que la suerte de la moda está echada, porque se basa aparentemente en el fenómeno de lo superfluo, en la promoción de lo efímero, en el lujo de lo nuevo. Pero es que el autodominio no está reñido, en modo alguno, con la capacidad de innovación ni con el desarrollo de los aspectos ornamentales de la vida. Todo lo contrario. Lo que sofoca la creatividad es el agobio de sentirse obligado a satisfacer las perentorias demandas de los gustos superficiales. Uno se vuelve entonces «libre e imbécil», es decir, veleidoso, dócil y resignado. La dispersión es el gran mal de nuestra sociedad como espectáculo en la que habitamos. A fuerza de que todo vale, nada vale al cabo. Si todo está variando, nada se mueve. Cuando falta un punto de referencia, tan nuevo es lo inédito como lo repetido.
La moda misma es un fenómeno tan añejo como la civilización humana. Ya los medievales mantuvieron que el «habitus, el vestido que se tiene y se usa, es una de las categorías del ser, estrechamente relacionada con ese habitar sabio que ahora llamamos cultura. Los pensadores griegos -Platón-, especialmente utilizaron dos términos que hoy en día, resultan sumamente esclarecedores de lo que nos pasa y de lo que nos falta. El primero de ellos es la palabra «aidos». Aidos es pudor, vergüenza, recato, respeto.
Y esto tiene que ver con la segunda de las palabras griegas a las que nos referíamos: epiméleia. Epiméleia es cuidado, atención, respeto al otro, delicadeza valoración de lo irrepetible. Cada uno “tiene su alma en su almario” y es digno de trato comprensivo y diferenciado. En este mundo, se ha dicho repetidas veces, nada sustituye a nada. Pero lo menos sustituible de todo es la familia, allí donde cada uno es querido por ser él mismo.
El conocimiento de cada uno -como ser irrepetible- a través del lenguaje corporal es lo que llamamos empatía. Empatía es la captación inmediata de la intimidad del otro, la cual se nos da a través de sus gestos.
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