Puertas abiertas, ¿por qué no?

Por Iluminado Oliva

“El sustrato es el todo, los gérmenes no son nada” (Pasteur)
“La historia es la maestra de la vida” (Cicerón)

Hace unos 60 años en España estaba prohibida la entrada libre a la gente en los hospitales. A las puertas de estos centros había siempre vigilantes que controlaban. Existía una lucha constante entre los que deseaban ver a su familiar o amigo y los porteros.

Por esas fechas, en Alemania e Inglaterra, la entrada a los hospitales era libre, y, sorprendentemente, muy poca gente acudía a los centros sanitarios. Con frecuencia, un paciente que permanecía allí una semana, o más, no recibía ninguna visita. Era muy habitual que lo máximo que venía a verlo (con un ramo de flores) era una persona, estaba un minuto, dejaba las flores y desaparecía. Viví esta experiencia, y comprobé cómo la mayoría de los enfermos echaban mucho de menos a sus allegados. A los españoles que trabajábamos allí, aquello nos parecía inhumano, muy ingrato, y lo criticábamos.

Con los años, hace unos treinta, se cambió en España, y se autorizó también la entrada libre a los hospitales, lo que se llamó “puertas abiertas”. Esta normativa ha estado vigente hasta la llegada del epidemia del coronavirus y ha dado muy buenos resultados. Además, estaba avalada por estudios científicos que demostraban su utilidad. Los pacientes, o los ancianos de las residencias, se han sentido apoyados y ayudados en múltiples aspectos. Los familiares, amigos y voluntarios han desempeñado una labor encomiable.

En general, cuando se visitaba, se respetaba la actividad de los trabajadores, de los sanitarios, o las horas de asistencia. Pero no ha sido, salvo excepciones, un estorbo para los enfermos o residentes, sino todo lo contrario: un gran refuerzo, una ayuda; en muchas ocasiones, una necesidad, un sustituto (a veces) de la falta de personal…

Con la llegada de la pandemia del coronavirus, todo ha cambiado. Los hospitales se trasformaron en auténticas cárceles, donde no se podía entrar por ningún mecanismo; los familiares, amigos y voluntarios tenían prohibida la entrada. Las enfermedades relacionadas con la soledad o la falta de afecto aumentaron durante el confinamiento: angustia, depresión, drogadicción, alcoholismo, suicidios…

Aunque en su día estas reclusiones tuvieron su indicación, ha llagado el momento de decir “basta”. La pandemia está en gran parte controlada con las medidas de seguridad, las mascarillas, la distancia, las vacunas, la inmunidad de grupo…, pero los pacientes, en muchas ocasiones, siguen estando solos. La entrada libre se sigue limitando a familiares, amigos y voluntarios: que si cita previa concertada, que si horario restringido…

Por supuesto que las medidas de protección, como las mascarillas, siguen siendo importantes y útiles, pero este confinamiento debe desaparecer.

Los pacientes y los residentes nos lo están pidiendo a gritos a toda la sociedad: que no les abandonemos. Pero ellos no pueden ni siquiera decírnoslo, bastante tienen con estar encerrados. Nadie, o casi nadie, va a un hospital o a un centro residencial de mayores por morbo; a todo el mundo le supone un sacrificio ir a darle compañía, aliento o ayuda a los que la necesitan.

La soledad es el peor coronavirus que ha existido antes de la pandemia y después de la pandemia.

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