Por Saturnino GARCÍA LORENZO
Doctor en Medicina
El desierto demográfico, frase acuñada ante los muy bajos indicios de natalidad que padecemos en España, augura un porvenir en el que la pirámide de la población pierde su forma para convertirse, allá por el 2050, en una especie de cilindro desflecado.
Un país sin niños es, probablemente, un país sin futuro. Tal parece ser el caso de España, que en los últimos doce años se ha convertido en el cuarto país del mundo con menos niños. Según las últimas estadísticas, la media mundial está en 2,6 hijos por mujer; la europea es de 1,5. La baja natalidad, en cualquier caso, es un preocupante grito de alerta: algo no funciona correctamente entre nosotros. Pero ¿quién escucha esa alerta? Y, sobre todo, ¿cómo se escucha?
Esto es sólo la periferia de un tema de mayor calado. ¿Por qué no se aborda con claridad que no tener hijos significa, sobre todo, que a los jóvenes les cuesta un gran esfuerzo creer en el futuro? ¿Qué clase de protesta social se está expresando a través de una natalidad tan baja?
Las parejas españolas llevan tiempo sin creer que los hijos llegan con un pan debajo del brazo, como solía decirse, y el realismo se ha ido imponiendo; pero nunca se había llegado a constataciones tan duras como las de los últimos años. ¿Por qué y cómo se ha dado el salto a la censura a la fecundidad? Leíamos hace unos días en el diario ‘El Mundo’ el caso de la niña Gisell, de quince años, que fue violada y decía: “Mi hijo es la alegría de mi vida, lo mejor que me ha podido pasar”. O el de aquella otra madre que tenía un hijo autista:” Mi hijo es mi principal razón de ser”.
Como pediatra, creo que la Maternidad, con mayúsculas, no puede verse como un derecho, sino como un privilegio. Algo que le hace superior porque le permite dar vida. Escuchad vuestra voz, que es también la de más de 100.000 niños que no pueden nacer cada año en España. Las generaciones jóvenes observan lo que sucede aquí y ahora con tantas familias: incertidumbre laboral, ya que hay en España familias con todos sus miembros en paro; precariedad para pagar la vivienda y otras dificultades. De esta manera, observan los jóvenes cómo criar un hijo es una competición para abrirse camino en la vida. La pregunta crucial para los jóvenes que observan esta secuencia vital acaba siendo: ¿para qué tener hijos?
Y a todo esto, ¿qué es un niño? Es esa fase del hombre que no admite componendas ni comparaciones. Cada niño tiene su mundo y el que le trate o el que le tratemos, hemos de ingresar en su mundillo, porque para quererle, que es la primera fase para comprenderle, tenemos que hacernos un poco niños y, algunas veces, niños del todo.
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