Casandra, hija de los reyes de Troya, tenía el don de predecir las tragedias que iban a ocurrir, pero no podía evitarlas, porque el dios Apolo, despechado, lanzó sobre ella una maldición: nadie creería jamás en sus vaticinios. El 25 de febrero de 2020, el Dr. Miguel Marcos, jefe de Unidad del Servicio de Medicina Interna del hospital de Salamanca, profesor titular de la USAL e investigador del IBSAL, publicó un tuit en el que avisaba de lo que se nos venía encima. En España apenas se habían detectado nueve casos de coronavirus, todos “importados”, así que su advertencia, como la de otros científicos y profesionales sanitarios, fue como un grito en el desierto. Hoy tiene más de 37.000 seguidores en Twitter, una plataforma desde la que aporta información veraz y comprensible sobre la pandemia, logrando paliar la confusión y la devastadora incertidumbre de una crisis contra la que lucha en primera línea y seguirá haciéndolo. “Aunque las fuerzas sean escasas y el ánimo flaquee”, aunque el mundo siga haciendo oídos sordos a las advertencias por culpa de esa terrible maldición que nos hace sentir más cómodos ignorando lo que no nos conviene, aunque nos haga daño.
¿Qué le impulsó a meterse en el “berenjenal” de Twitter y de una forma tan activa en un momento tan convulso como el actual?
Al principio intenté responder a las múltiples dudas sobre diversos aspectos de la pandemia que se planteaban en la propia red o que me hacían directamente amigos, compañeros o familiares. Posteriormente, fui actualizando los aspectos del SARS-CoV-2 más relevantes, y creo que he abierto, junto con otros muchos profesionales, una ventana a la situación de los hospitales y del sistema sanitario en general. Espero que haya sido útil para comprender la pandemia y para ayudar a difundir las medidas de prevención más importantes. Afortunadamente, ya tenía alguna experiencia en Twitter, y esto me ha permitido gestionar un poco mejor el volumen de interacciones y de seguidores.
Está logrando concienciar sobre la pandemia mediante una información rigurosa y asequible para toda la población. ¿Qué le dicen sus compañeros de profesión sobre sus mensajes virales y la herramienta que utiliza para transmitirlos, las redes sociales?
Hay de todo. Algunos compañeros me siguen o interaccionan conmigo en esta red, mientras que otros lo ven más lejano o no tienen demasiado claro de qué se trata. En general, recibo mensajes positivos en este sentido.
Sus hilos de Twitter son compartidos por miles de personas, los medios los difunden y ya figura entre los divulgadores más “buscados” por los periodistas. ¿Esperaba tanta repercusión?
No, no la esperaba para nada. Viéndolo a toro pasado, y con el impacto que ha tenido la pandemia, sí es lógico que ocurriera, dada la necesidad de información y la avidez por la misma. La repercusión me ha desbordado y, en ocasiones, he tenido que desconectar o declinar invitaciones de los medios, como me ocurrió ya en febrero de 2020, cuando escribí el primer hilo. A la vez, tengo que agradecer el interés de los periodistas y de la gente que me sigue y la posibilidad de tener ese altavoz para difundir los mensajes de prevención de la COVID-19 y de la situación del sistema sanitario. En ocasiones me ha dado un poco de vértigo tener tanta repercusión con mis mensajes, pero espero haber cumplido con la responsabilidad que ello implica.
¿Cómo se lleva eso de que le pidan opinión para todo lo que tiene que ver con la COVID-19?
Lo intento gestionar con paciencia y sentido común. Obviamente, no soy experto en todo, y si me preguntan por temas más específicos o que no manejo, declino la invitación o derivo a un compañero que tenga más experiencia en ese campo.
Hace poco más de un año publicó un tuit que se convirtió en viral y que después se ha confirmado como premonitorio: “Sin medidas de control, podemos encontrarnos con una gran cantidad de gente infectada en un corto espacio de tiempo. Y cuantos más casos, más casos graves o incluso mortales…”. Imagino que, en este caso, no hay nada de satisfactorio en que el tiempo le haya dado la razón…
Efectivamente. Muchos profesionales sanitarios hemos sufrido en esta pandemia la maldición de Casandra. Bastaba ver la situación en Italia para saber que nos iba a ocurrir lo mismo, y también fuimos dolorosamente conscientes de lo que pasaría después de Navidades, por poner dos ejemplos en los que muchos hemos anunciado la catástrofe para ver cómo ocurría sin que se tomaran todas las medidas para intentar reducir el impacto.
En plena segunda ola reconocía que existía “un desánimo total” entre el personal del hospital y que la capacidad que tenían para afrontar esa segunda ola estaba “bastante disminuida”. Usaba el símil de la bicicleta: seguían adelante porque “si dejas de pedalear, te caes”. Vamos por la tercera, ¿con qué espíritu siguen pedaleando?
La realidad es que seguimos pedaleando y no dejaremos de hacerlo, aunque las fuerzas sean escasas y el ánimo flaquee. Afortunadamente, ha habido pequeños periodos de descanso entre olas, y también tenemos esperanza en que las vacunas sean el empujón definitivo para poder terminar con esta pandemia.
Afirma que no hubo “un momento concreto” en
el que se le ‘revelara’ su vocación por la Medicina.
Simplemente, ser médico le “atraía”, como
también le seducía la Física. Optó por lo primero
“en el último momento”. No se ha arrepentido.
Volvería a tomar la misma decisión, y eso que lo
vivido en el último año haría tambalear hasta el
ímpetu más firme. Tampoco cambiaría el camino
que emprendió como internista. Eligió la especialidad
por la posibilidad de trabajar desde “una
visión integral del paciente”, dado que le resultaba
difícil centrarse “solo en un órgano”, y también
le interesaba “el importante papel que tenemos
los internistas en la docencia de pregrado”.
Movido por estas motivaciones, el Dr. Miguel
Marcos (Salamanca, 1977), estudió Medicina en la
USAL y, aunque tras el examen MIR comenzó la
residencia de Cardiología en el Hospital Ramón y
Cajal, pronto supo que eso no era lo suyo. “Me sirvió
para darme cuenta, sin ninguna sorpresa para
mi entorno ni para mí, de que mi vocación real
era la Medicina Interna”, cuenta. Curso la especialidad
en Salamanca, aunque esta etapa incluyó
“un periodo de medio año de gran valor formativo
en el Hospital Clínic de Barcelona”. Al acabar la
residencia, realizó una estancia postdoctoral en
la Universidad de Massachusetts, momento que
considera clave en su desarrollo profesional. Posteriormente,
se incorporó de nuevo al hospital de
Salamanca, donde es jefe de Unidad de Medicina
Interna desde 2019 y donde fue uno de los encargados
de organizar los equipos COVID. Pofesor
titular de la USAL con plaza vinculada desde 2016,
el Dr. Marcos desarrolla su faceta investigadora
desde el IBSAL, donde lidera el Grupo de Alcohol,
Metabolismo y Sistema Inmune.
¿Tres olas de una pandemia en un año es algo que entra dentro de lo “normal” o considera que se podrían haber evitado?
Es complicado saber hasta qué punto se podría haber reducido el impacto de las olas o su número, partiendo de la base de que hubiera sido muy difícil o imposible haberlas evitado. Un estudio reciente, por ejemplo, cuantifica en 23.000 muertes las que se habrían evitado en caso de decretar el confinamiento de marzo una semana antes, pero es difícil estar seguros de esa cifra. Sí es cierto que países de nuestro entorno tienen mejores indicadores de mortalidad y número de casos, o incluso algunos solo han tenido dos olas, por lo que no cabe duda de que hay factores que han hecho que la pandemia sea peor en nuestro país. Creo que sería precisa una auditoría independiente para un análisis detallado de lo que ha ocurrido, pero no confío en que se haga.
¿Teme una cuarta? ¿Podríamos afrontarla?
La crudeza de la tercera ola fue provocada por las Navidades, momento excepcional en cuanto a movilidad y reuniones familiares. Es probable que suframos una cuarta ola, pero si en Semana Santa no hay muchos desplazamientos ni tantas reuniones, lo esperable es que sea más pequeña que la segunda. Además, la vacunación evitará el ingreso de muchos pacientes de riesgo. Es difícil precisar más, y hay que mantener las precauciones sin relajarse, porque el virus nos viene sorprendiendo y siempre existe la posibilidad, por las mutaciones, de que la situación pueda empeorar. Cualquier repunte de casos añadirá más carga al personal y más saturación al sistema sanitario, pero se podrá manejar igual que se ha hecho con las anteriores.
¿Qué le pasa por la cabeza cuando escucha que hay que “salvar el verano”, “salvar la Navidad” o “salvar la Semana Santa”?
La dicotomía entre salud y economía, a estas alturas de la pandemia, ha quedado superada en cualquier análisis riguroso. Está claro que los países que han seguido una estrategia de supresión de la transmisión del SARS-CoV-2 tienen, en general, mejores resultados tanto sanitarios como económicos. Pretender “salvar” la actividad económica no ha hecho sino favorecer la extensión de la pandemia, provocando un mayor número de casos y mortalidad que en países cercanos, y no ha ayudado claramente a la economía.
¿Y cuando oye a los llamados “negacionistas” o a quienes dicen que hay que “convivir con el virus”, que “todos nos vamos a contagiar” o que no se pueden asumir tantas medidas, porque “hay que vivir”?
Son situaciones diferentes. El negacionismo extremo, que llega a considerar que no existe el SARS-CoV-2 o que somos los profesionales sanitarios los que nos hemos “inventado” la pandemia, solo puede surgir desde una profunda ignorancia o desde la voluntad de desestabilizar la sociedad. Personalmente lo comparo con el terraplanismo, y no sirve de nada discutir con los que lo defienden ni se le debe dar ninguna difusión. Un caso distinto son los mensajes que tratan de fomentar una supuesta “convivencia” con el virus o que, en una línea similar, minimizan el impacto de la pandemia. Estos mensajes son muy frecuentes y obedecen, por un lado, al desconocimiento, pero también a intereses personales, económicos o políticos, por mucho que nos sorprenda con el enorme impacto que está teniendo la pandemia en todos los ámbitos.
¿Qué ha supuesto para usted afrontar esta situación excepcional?
Ha sido un reto enorme, tanto en el plano profesional como personal y familiar. El desgaste físico y el estrés psicológico pasan factura, y solo deseo que la pandemia termine y podamos recuperar nuestras vidas en la medida de lo posible. Seguiremos atendiendo a los pacientes con COVID persistente, lo que va a suponer un problema sanitario importante, pero espero que quedemos prácticamente libres de atender a los pacientes con neumonía por SARS-CoV-2.
¿Qué sentía en los peores meses de la epidemia al salir del hospital después de un turno especialmente duro?
Durante las primeras semanas, la descarga de adrenalina y el volumen de trabajo fue tal que no había espacio para las dudas ni para el esparcimiento. Una enfermedad nueva con semejante prevalencia y gravedad nos obligó a atender a muchos pacientes, pero también a elaborar protocolos, a analizar lo que estaba pasando y a organizar nuevos circuitos y procesos. Con todo ello, muchos profesionales del hospital estuvimos al pie del cañón durante todo el tiempo necesario, que, desde luego, superó de largo la dedicación habitual. La sensación principal en mi caso, tal vez, fue la de impotencia. La gravedad de los pacientes, la necesidad de aislamiento, el desconocimiento de la enfermedad y la saturación del sistema han impedido que podamos atender a los pacientes como nos gustaría en muchos aspectos.
¿En algún momento ha tenido ganas de tirar la toalla?
Todos somos humanos y hemos tenido muchas sensaciones durante la pandemia, incluyendo el desánimo y hasta el “enfado” con la situación. Mis peores momentos han sido al comienzo de la segunda y de la tercera ola, por la sensación de que había que volver a empezar. Pero, como ya he dicho, había que seguir pedaleando, y eso hemos hecho, no solo yo, sino la inmensa mayoría de profesionales sanitarios dentro y fuera del hospital.
En este año tan complejo, debe resultar difícil especificar sentimientos que no se entremezclen, pero ¿podría asociar un momento o situación concreta a cada una de estas emociones básicas?
¿Cree que la pandemia nos ha hecho mejores como sociedad?
La respuesta corta sería no. De hecho, la impresión que tenemos todos es que la pandemia ha potenciado y magnificado los problemas y defectos que ya teníamos como sistema sanitario y como sociedad, desde la polarización política a la fragmentación y descoordinación entre CCAA y Gobierno central, pasando por las carencias del sistema sanitario. Sin embargo, soy relativamente optimista en cuanto a que la pandemia podrá traer algunos cambios positivos, desde las vacunas de ARNm a la organización en el sistema sanitario. Al menos, creo que hay bastante gente que ha aprendido mucho durante este año.
Una de las decisiones que se tomaron en este contexto de emergencia, que ha debido asemejarse a un escenario bélico, fue la de reducir al máximo el acceso a los entornos sanitarios, lo que ha implicado que pacientes muy graves hayan estado aislados y que miles de personas hayan fallecido en soledad. ¿Cree que esta decisión fue acertada? ¿Se ha logrado “humanizar” un poco la asistencia?
La asistencia a los pacientes con SARS-CoV-2 ha mejorado progresivamente desde el inicio de la pandemia, y creo que tenemos que estar orgullosos, gracias a la investigación y al esfuerzo de muchos profesionales, de la asistencia que se ha prestado y se presta a esta enfermedad. Respecto a la restricción de acceso a pacientes de residencias, desde luego fue una medida extrema y lejos de lo que podemos considerar óptimo, pero la atención en las residencias estuvo en todo momento a cargo de los propios médicos de las residencias y de Atención Primaria, que han realizado un trabajo enorme en ese sentido, así como por un equipo de apoyo hospitalario y del propio Colegio de Médicos.
No podemos olvidar tampoco que el principal tratamiento para esta enfermedad, la oxigenoterapia, estuvo disponible para estos pacientes, así como otros medicamentos. Lamentablemente, la mortalidad en el caso de ancianos institucionalizados fue muy elevada tanto en los hospitales como en los centros sociosanitarios. La situación en las residencias ha sido, sin duda, uno de los grandes dramas de esta pandemia.
Se han llegado a llenar 12 plantas del Clínico y seis de Los Montalvos por pacientes con COVID-19, lo que ha exigido contar con refuerzo. ¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar codo con codo con compañeros de otras especialidades?
Los equipos multidisciplinares han supuesto un reto que creo que el hospital ha superado satisfactoriamente, y todos los profesionales que hemos participado tenemos que sentirnos orgullosos de ello. Por supuesto que ha habido dificultades y reticencias, entendibles en su mayoría por la situación excepcional que hemos vivido, pero una de las pocas cosas buenas que nos deja la pandemia es, precisamente, el trabajo en equipo y el compañerismo. Personalmente, he podido trabajar con muchos profesionales con los que antes no había tenido oportunidad de hacerlo y ha sido una experiencia muy positiva en muchos aspectos.
Hemos depositado en las vacunas gran parte de nuestras esperanzas de superar esta crisis que, más que sanitaria, es una crisis global. ¿Diría que nuestras expectativas son exageradas?
Nuestras expectativas son correctas. Las vacunas, como ha ocurrido con otras enfermedades, nos permitirán alcanzar la ansiada inmunidad de grupo. Existe controversia sobre si se conseguirá erradicar o no la enfermedad, pero lo que sí está claro es que las vacunas cambiarán la pandemia tal y como la conocemos, reduciendo enormemente el número de casos graves de la enfermedad y, por tanto, la saturación hospitalaria. Quería añadir aquí que me resulta inexplicable que la rica Europa no esté siendo capaz de vacunar a su población a mayor ritmo.
Han desarrollado una aplicación informática que permite ‘predecir’ el pronóstico de los pacientes con COVID-19, ideada para gestionar mejor las situaciones de elevada presión asistencial. ¿Han tenido que utilizarla? ¿Con qué resultados?
Gracias al trabajo de muchos profesionales del hospital, tanto de Medicina Interna como de otros servicios, hemos podido recoger y analizar los datos de los pacientes COVID-19 que hemos atendido. Así hemos podido desarrollar esta aplicación informática, de gran utilidad para predecir la evolución de los pacientes, y también analizar nuestros datos en tiempo real en relación con variables como la mortalidad o la respuesta a tratamientos, lo que nos ha permitido poder tomar decisiones clínicas y modificar nuestros protocolos. Como he mencionado anteriormente, el trabajo en equipo ha sido fundamental, y no solo en nuestro hospital, porque la aplicación informática se ha desarrollado también en colaboración con el Hospital Clínic de Barcelona.
“Pretender ‘salvar’ la economía no ha hecho más que favorecer la extensión de la pandemia”
La pandemia parece haberlo dejado todo en ‘standby’, desde la atención a personas con patologías menos “urgentes” hasta el abordaje de los importantes problemas y retos a los que se enfrentaba el sistema sanitario. ¿Cuáles pueden ser las consecuencias de este paréntesis?
Las consecuencias son graves, porque no solo se ha producido un retraso importante en la atención a muchos pacientes, sino que el sistema sanitario y sus profesionales han sido sometidos a un enorme desgaste. Y así, sin solución de continuidad con lo que esperamos que sea el final de la pandemia, tenemos por delante el gran reto de reconstruir el sistema, adecuarlo a la cronicidad y recuperar la atención a los pacientes no Covid.
¿Cree que esta crisis cambiará la atención que se presta en los centros sanitarios o que, cuando logremos superarla, la inercia acabará dejando el sistema sanitario en un punto parecido?
Como he comentado, solo soy relativamente optimista respecto a las enseñanzas que nos deja la pandemia. Sí espero que se promueva una mayor inversión en sanidad, con el foco en una mayor digitalización y atención a las enfermedades crónicas y, por parte del paciente, un mejor uso de los servicios sanitarios. Pero no me atrevería a apostar mucho a favor de ello.
¿Qué impacto ha tenido sobre la actividad habitual de Medicina Interna la necesidad de dirigir gran parte de los recursos hospitalarios a dar respuesta a la epidemia de coronavirus?
El impacto ha sido enorme. Desde el 16 de marzo de 2020 y hasta finales de abril de ese año tuvimos que suspender toda nuestra actividad habitual, excepto los pacientes ingresados en Medicina Interna en el Hospital de Los Montalvos, para poder volcarnos en la atención a los pacientes COVID-19. Posteriormente, hemos sufrido continuos cambios en la organización para intentar acomodarnos a las olas de la pandemia y, a la vez, mantener la atención imprescindible a los pacientes no Covid. El hospital ha sido el último eslabón de la cadena, sin ninguna posibilidad de controlar la pandemia, y solo hemos podido adaptarnos a lo que iba sucediendo. El agotamiento y el desgaste del personal con esta situación, como ocurre en otros servicios del hospital, es notorio. Por poner un ejemplo evidente, en este mes de marzo de 2021 es cuando podemos disfrutar bastantes miembros del servicio de los últimos días de las vacaciones del 2020.
Ha pasado un año que parece un siglo. ¿Qué es lo que más echa de menos de su “vieja normalidad” como internista en el hospital?
Las consultas presenciales y las sesiones clínicas, que ya las estamos recuperando y, sobre todo, los estudiantes.
La Medicina Interna no es una especialidad vinculada a grandes avances tecnológicos y procedimientos punteros, y durante un tiempo no era de las que resultaban más atractivas para los MIR. Si estuviera ante un recién graduado y le preguntara qué tiene de especial la Medicina Interna, ¿qué le diría?
Me gustan mucho unas palabras de Arturo González Quintela, internista y catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela: “Ser internista es una forma de pensar, de actuar y hasta, permítaseme, una forma de ser”. La visión integral del paciente y la capacidad de adaptación del internista le han hecho capaz de cubrir las necesidades asistenciales cuando han surgido nuevos retos, como ha sido la pandemia COVID-19, pero también otros ejemplos no muy lejanos (síndrome de la colza, VIH, etc.).
En el Especial COVID que publicó ‘Salamanca Médica’, el jefe del servicio afirmó que esta crisis “ha servido para colocar la Medicina Interna en el puesto que se merece”. ¿Está de acuerdo?
La pandemia ha puesto en valor el trabajo de todos los profesionales sanitarios y, sin ninguna duda, también de la especialidad de Medicina Interna como una de las principales que ha sostenido la primera línea en la atención a los pacientes COVID-19. Tal y como he mencionado en la anterior respuesta, nos hemos tenido que reinventar para poder atender las exigencias de la pandemia, y lo hemos hecho como parte consustancial de nuestra especialidad. La infección por SARS-CoV-2 no venía en ninguno de nuestros libros, pero rápidamente la hemos asumido como una enfermedad que teníamos que tratar.
El Dr. Francisco Javier Laso nos contaba en una entrevista que cuando se creó el Grupo de Trabajo de Alcohol y Alcoholismo de la SEMI no se entendía muy bien qué tenía que ver el alcohol con la Medicina Interna. Usted tomó el testigo como coordinador de un grupo que hoy es de referencia en este campo. ¿Qué le llevó a interesarse por este ámbito en su labor asistencial y científica?
Mi interés vino motivado precisamente por el profesor Javier Laso, al que tengo que agradecer, además de su mentoría y apoyo profesional, su amistad durante tantos años. Él fue el que inició el trabajo en este campo en Medicina Interna en Salamanca, y también fundó el grupo que menciona a nivel nacional. Aparte de este interés inicial, es un ámbito muy relevante por el impacto sanitario, económico y social del consumo excesivo de alcohol.
Hace no demasiados años, se indagaba poco en las complicaciones orgánicas del alcoholismo, un problema que se reducía al campo de las adicciones y a sus repercusiones familiares, laborales o sociales. Hubiera sido impensable hablar de conceptos como inmunología o genética del alcoholismo o ARN y alcohol, áreas en las que usted investiga. ¿Qué horizonte se abre desde esta nueva perspectiva en la lucha contra esta enfermedad?
Es un campo en el que es más difícil investigar y hay menos recursos que en otros, pese a la repercusión que tiene, y desde luego que esperamos que en el futuro inmediato mejore nuestro conocimiento sobre las diferentes patologías relacionadas con el consumo de alcohol. El alcohol tiene una repercusión negativa sobre prácticamente todos los órganos, pero el cerebro sigue siendo una de las grandes fronteras de la ciencia, por lo que todavía nos queda mucho por avanzar en este ámbito.
¿Cree que hemos avanzado algo en la necesidad de reducir la elevada “tolerancia social” que existe respecto al consumo de alcohol?
Sin duda, aunque todavía queda mucho camino. Por ejemplo, ya está claro que no hay que promover el consumo de alcohol por motivos de salud. Tampoco la famosa copita de vino o la cerveza. En este sentido, no quiero dejar de mencionar que deberíamos ver el alcohol igual que vemos los dulces o comidas con elevado contenido graso. Nadie piensa que un pastel o un trozo de tocino sea saludable, aunque lo pueda tomar puntualmente si le apetece. Lo mismo deberíamos pensar del alcohol, con la salvedad de que no hay que consumir ninguna cantidad si se puede poner en riesgo a terceros (conducción, embarazo o manejo de maquinaria).
¿De qué logro alcanzado durante su trayectoria profesional se siente más orgulloso?
Sin duda, me he sorprendido a mí mismo de las tareas que he llevado a cabo durante la pandemia. Probablemente no sabemos de lo que somos capaces hasta que no nos vemos frente a ello. Pero no quiero personalizar, porque esto es aplicable a muchísimos compañeros que también se han reinventado durante la pandemia y se han volcado en la atención a la COVID-19.
¿Qué faceta le resulta más satisfactoria desde el punto de vista profesional, la asistencial, la docencia o la investigadora?
En mi caso, lo más satisfactorio es intentar desarrollar todas ellas desde el convencimiento de que la medicina tiene estas tres facetas: asistencial, docente e investigadora. Es curioso que cuando presentamos un caso clínico en una sesión todo el mundo tiene claro que eso es asistencia, pero si presentamos el análisis de 10 o 20 casos ya parece que es “investigación” y diferente de la asistencia. No es así, y precisamente en esta pandemia, como comentaba antes, el hecho de poder analizar nuestros datos nos ha permitido tomar decisiones clínicas y modificar los protocolos. La pandemia ha demostrado que es posible dedicar muchos más recursos para investigar e innovar y, además, en un tiempo récord. ¿Por qué cree que la inversión en investigación sigue siendo una apuesta tan deficitaria en nuestro país? Está comprobado que la inversión en investigación consigue retornos de calidad, no solo en el ámbito sanitario, como es evidente, sino también económicos y sociales. Pero para ello se requiere una visión a largo plazo, y me temo que muchas veces la gestión presupuestaria es demasiado cortoplacista.
“Tenemos esperanza en que las vacunas sean el empujón definitivo para terminar con esta pandemia”
¿Cree que el esfuerzo y los avances alcanzados en estos meses contribuirán a que la sociedad vea en la ciencia una oportunidad de desarrollo y riqueza?
Es posible, pero, como he dicho, soy solo relativamente optimista en este sentido, y no creo que en un contexto de ajustes, o incluso crisis económica, podamos aumentar mucho el dinero destinado a investigación.
Un libro: ‘En busca del tiempo perdido’, de Marcel Proust.
Un disco o canción: Mozart.
Una película: ‘El Padrino’.
Un plato: La tortilla de patatas.
Un defecto: Pereza.
Una virtud: Paciencia.
Una cualidad que aprecia en los demás: Honestidad.
Un defecto que no soporta: La mentira.
Una religión: Cristiana.
Un chiste: Por hacerlo corto y de médicos, aunque sea malo: “Doctor, que me quemé. ¿Que te queté?”.
¿Qué le ayuda en estos momentos a “desconectar” y capear la llamada “fatiga pandémica”?
Uno de los problemas de la pandemia es, precisamente, esa dificultad para desconectar y, sin duda, los mejores momentos que he tenido son los de desconexión con mi familia. Pero me temo que a mi mujer le debo muchas más horas de las que ya le debía antes de la pandemia.
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