Michael Crichton / ‘Certificate’ / la bacitracina

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con autorización de ‘Diario Médico’

LOS MÉDICOS SÍ SABEN ESCRIBIR

Michael Crichton (1942-2008)

Tras estudiar filología inglesa, antropología y medicina en la Universidad de Harvard, Michael Crichton se dedicó fundamentalmente a la investigación científica en el Instituto Salk de la Jolla, en California. Desde su época de estudiante escribía en los ratos libres y vacaciones, y llegó a publicar algunas obras bajo seudónimo, como A Case of Need(1968), de ambiente médico, que firmó como Jeffrey Hudson y ganó el premio de los Mystery Writers of America al mejor thriller del año.

La primera novela que firmó con su nombre, The Andromeda Strain (1969), sobre un mortífero microbio extraterrestre, alcanzó un éxito instantáneo y fue adaptada al cine. Desde ese momento, Crichton decide dedicarse por entero a la literatura y se especializa en los superventas dentro del género de la fantasía tecnocientífica, con obras como Five Patients (1970; germen de lo que mucho tiempo después sería la serie televisiva Urgencias), The Terminal Man (1972, sobre la implantación de electrodos cerebrales), Congo (1980), Airframe (1996), Timeline (1999, sobre un viaje en el tiempo), Prey (2002, sobre la nanotecnología), State of Fear (2004, sobre el ecoterrorismo y el calentamiento global) y Next (2006, sobre los animales transgénicos). A lo largo de su carrera como escritor, se calcula que Michael Crichton vendió más de doscientos millones de ejemplares en todo el mundo.

Una docena de sus novelas dieron el salto a la gran pantalla; en ocasiones, adaptadas por él mismo, pues Crichton fue también un notable director cinematográfico, con éxitos como The Great Train Robbery (1975), a partir de una novela suya y protagonizada por Sean Connery y Donald Sutherland, Looker (1981), Runaway (1984), Physical Evidence (1989) y Coma (1978); esta última, basada en la novela homónima del también médico escritor Robin Cook.

Su explosión definitiva como autor de best-sellers le llegó con la novela Jurassic Park (1990), sobre la ingeniería gené-tica aplicada al comercio y la explotación de los animales, y donde planteaba la posibilidad de recuperar el genoma completo de varios dinosaurios para recrear la era jurásica en un parque temático en Costa Rica. Esta novela —lo recordarán muchos lectores— desencandenó una dinomanía que causó furor en los noventa y todavía hoy colea. En apenas tres años, vendió casi diez millones de ejemplares en todo el mundo, y en ella se basó Steven Spielberg para rodar una película que, si bien carece de la profundidad filosófica y el rigor científico de la novela original, se convirtió en uno de los mayores éxitos de taquilla de la historia del cine y revolucionó los efectos especiales de tipo digital.

En 1994, Crichton se convirtió en la única persona hasta la fecha que ha llegado a tener simultáneamente en los Estados Unidos el libro más vendido (Disclosure, sobre el problema del acoso sexual), la película más taquillera (Jurassic Park) y la serie de televisión con más audiencia (ER). Y es que ese mismo año a sus facetas de novelista y director de cine añadió las de creador, guionista y productor ejecutivo de la serie televisiva ER (en España, Urgencias), con George Clooney en el papel del Dr. Doug Ross.

Michael Crichton, desde luego, grande entre los grandes médicos escritores contemporáneos.


¡QUÉ DIFÍCIL ES EL INGLÉS!

‘Certificate’

¿Verdad que nos daría muy mala espina un médico extranjero —estadounidense, pongamos por caso— que presumiera de estar en posesión de un «difloma» superior de español expedido por la Universidad de Salamanca? Poco superior debe de ser su nivel de español, pensarán muchos, si ni siquiera sabe pronunciar la palabra «diploma».

Pues algo parecido sucede con los médicos que van alardeando por ahí, con legítimo orgullo, de un First Certificate in English expedido por la Universidad de Cambridge (¡y no digamos ya si en vez del First se trata del Certificate in Advanced English o del Certificate of Proficiency in English!) que van y pronuncian /sertífikeit/. Es decir, que andan vanagloriándose en voz bien alta de un certificate que ni siquiera saben pronunciar bien.

Porque en inglés la palabra certificate tiene distinta pronunciación según funcione como verbo o como sustantivo, aunque se escriba igual. Como verbo, se pronuncia, sí, algo así como /sertífikeit/ o /setífikeit/; pero cuando funciona como sustantivo —que es el caso, obviamente, de un First Certificate o un Certificate of Proficiency—, no lleva ningún sonido i al final, y suena más o menos /sertífiket/ o /setífiket/. Bien está saberlo, ¿verdad?, para no ir haciendo por ahí fuera el ridículo más de lo estrictamente necesario.


DEL HOMBRE AL NOMBRE

Margaret Tracy y la bacitracina

Se echa en cara con frecuencia a los médicos que, a la hora de bautizar una enfermedad, un síndrome o un signo nuevos, suelen optar por prestarle el nombre de su descubridor o de quien lo describió por vez primera, y no el de la persona que lo padeció. Resulta curioso, se oye decir, que demos el nombre de «enfermedad de Parkinson», por poner un ejemplo, a una enfermedad que el tal Parkinson jamás padeció. El humorista estadounidense S. J. Perelman sintetizó magistralmente esta idea cuando escribió «I have Bright’s disease and he has mine».

No siempre ha sucedido así. La bacitracina, por ejemplo, es un conocido antibiótico muy eficaz contra las bacterias grampositivas que deriva su nombre no de un médico eminente, sino de una enfermita de 7 años llamada Margaret Tracy que tuvo hace más de medio siglo la mala pata de romperse malamente la pierna al ser atropellada. Claro que, como no hay mal que por bien no venga, esa desgracia le sirvió al menos para ver su nombre en letras de imprenta nada menos que en las páginas de Science.

En un artículo titulado «Bacitracin: a new antibiotic produced by a member of the B. subtilis group» (Science, 1945; 102: 376-377), B. A. Johnson y cols. explican cómo aislaron una cepa bacteriana de Bacillus subtilis en muestras de tejido obtenidas por desbridamiento de la fractura tibial abierta de la pequeña Margaret; y cómo los filtrados acelulares de cultivos de esta cepa mostraban una intensa actividad antibacteriana con mínima toxicidad, atribuible a un antibiótico natural que dieron en llamar bacitracin (bacitracina), por combinación de Bacillus y el apellido de la enfermita, Tracy.

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