Se han hecho más evidentes las debilidades de la Atención Primaria, que ya veníamos padeciendo en la zona urbana: cupos excesivos, en torno a 1.500 pacientes por profesional, con escasez de personal médico y de enfermería y, como consecuencia, un número excesivo de consultas diarias con dificultad, en ocasiones, para conseguir una asistencia adecuada. Esto ha supuesto un desgaste físico y psicológico para los profesionales, desbordados por una sobrecarga en muchos casos inasumible, evidenciando frustración y desánimo por no poder dar una asistencia de calidad. La pandemia también ha puesto en valor las fortalezas de nuestro sistema sanitario y de sus profesionales. En muy corto periodo de tiempo, hemos transformado espacios, organización de trabajo, protocolos –cambiantes y actualizados casi a diario–, se han creado circuitos para una atención segura y, en los centros de salud, se ha hecho realidad el trabajo en equipo multidisciplinar, para dar respuesta a esta situación tan desconocida e insólita para todos.
Ante las situaciones de dificultad se agudizan los sentidos y se posibilitan los retos para mejorar y conseguir una Atención Primaria eficiente y de calidad. A corto plazo, conseguir que las consultas presenciales en el centro de salud estén organizadas por los profesionales y tengan contenido clínico, evitando demandas presenciales para consultas administrativas, partes de baja, renovación de recetas… que pueden ser resueltas telemáticamente en consulta no presencial. Esto posibilitará centros de salud no saturados y una atención más personalizada, segura y eficiente. A medio plazo, un reto será aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías para mejorar la comunicación con nuestros compañeros de hospital y conseguir pronto la historia clínica compatible, evitando duplicidades y retrasos en la atención a los pacientes. Como reto a largo plazo, potenciar la Atención Primaria como base del sistema sanitario, dándole el valor que en ocasiones se le ha negado, con presupuesto adecuado, contratos estables y plantillas adaptadas a las características de la población que se atiende en cada zona de salud, solo así podremos conseguir una sanidad de calidad y para todos.
La población en nuestra provincia tiene unas características que podrían explicar, al menos en parte, esta situación: es una población envejecida, que ha sido la más afectada en esta pandemia, y en Salamanca hay un gran número de jóvenes universitarios de distintas procedencias que pueden facilitar la transmisión y difusión del coronavirus.
La normalidad asistencial vendrá de la mano de la aparición de la vacuna frente a coronavirus, pero la atención que se presta en los centros de salud se verá modificada, y posiblemente no volverá a ser como antes de la pandemia.
Además de la atención sanitaria a los pacientes afectados por coronavirus, hay que mantener la asistencia a otras muchas patologías que son habituales en Atención Primaria. Esto exige tener previstas consultas y circuitos seguros para todos, con material de protección adecuado, tiempo suficiente para cada paciente en consulta presencial en el centro de salud o en domicilio, y esto supone más tiempo en cada consulta presencial y más recursos para dar respuesta a la nueva situación.
No sé si se puede estar preparado para una pandemia, pero la experiencia vivida nos ha puesto ante una realidad sanitaria nueva a nivel mundial, nos ha hecho cómplices a todos en la solución de una enfermedad que no discrimina y nos da idea de lo vulnerables que somos. También hemos visto cómo las acciones a nivel individual tienen una repercusión global. Ahora tenemos herramientas y profesionales rastreando los casos nuevos y la posibilidad de hacer diagnóstico en las primeras 24 horas de inicio de síntomas, detección y aislamiento de estos casos y sus contactos para poder evitar la diseminación del virus. Toda esta actividad no existía hace unos meses, al comienzo de la pandemia. Son muchos los protocolos para la atención ante esta nueva enfermedad.
Los sanitarios hemos vivido momentos muy duros, por el volumen de consultas, por el desconcierto ante algo nuevo y desconocido… Pero desde el principio hemos estado trabajando en equipo, coordinados y tratando de ofrecer la mejor atención a los pacientes, con esmero, dedicación y sin escatimar esfuerzo y tiempo. Creo que hemos sacado empuje para trabajar en equipo, y esta ha sido una de las mejores defensas frente al desánimo.
Las recomendaciones son por todos conocidas: precaución en las reuniones de amigos y familia y ser responsables ante las acciones que sabemos son eficaces para evitar la diseminación del virus: distancia social, uso de mascarilla e higiene de manos.
Las residencias de ancianos han sufrido de pleno los efectos de esta pandemia. Los ancianos institucionalizados han sido la población más afectada, y ello ha puesto de manifiesto que es necesaria una revisión del modelo de asistencia sociosanitaria.
Inicialmente, la pandemia ha supuesto desconcierto ante una enfermedad nueva, un virus con gran capacidad de difusión y repercusión importante para la salud. En pocos días, la asistencia sanitaria cambió, todo el personal de los equipos de los centros de salud se orientó hacia la asistencia prioritaria a los pacientes sospechosos de enfermedad por COVID-19. La mejor lección aprendida ha sido conocer el potencial del trabajo en equipo, la unión y el empuje de todos los profesionales, que hace posible la superación de los momentos duros.
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