Los estudiantes de medicina en los Colegios Mayores de Salamanca (II)

 El autor repasa la historia de estos centros y su importancia en los siglos XV y XVI

Texto: Jesús Málaga

Fotografías: Andrés Santiago Mariño

Pellicer, citado también por Villar y Macías, cuenta otros sucesos estudiantiles de triste recuerdo. En marzo de 1644 se produjo en Salamanca una revolución estudiantil contra un juez de la Chancillería al que quisieron ahorcar y al que le quemaron los archivos donde se almacenaban los expedientes de los procesos habidos. El corregidor, García de Cortés, salió en defensa de la justicia y la refriega se saldó con multitud de heridos entre los que se encontraba Diego Ordoñez, de la Orden Militar de Calatrava.

Ese mismo año, concretamente el 16 de noviembre, se volvieron a amotinar los estudiantes, y los salmantinos, hartos de tanta barbarie, tomaron represalias. Todo empezó por la resolución de un tribunal de cátedra que otorgó la titularidad de la misma a un vizcaíno, quedando excluido un salmantino que optaba a la misma. El resultado fue considerado injusto por los charros y ofensivo los muchos festejos que realizaron los vizcaínos para celebrar el éxito académico de su compatriota. A la exclamación universitaria de ¡Cola!, los salmantinos, armados hasta los dientes, la emprendieron contra los vascos y estos contra los charros. El trágico resultado de la lucha, en la que infructuosamente quisieron poner orden el corregidor y los alguaciles a su mando, se saldó con siete salmantinos muertos, entre los que se encontraba nada menos que Diego Suárez, hijo de Cristóbal Suárez, Adelantado de Yucatán, una de las familias más poderosas del reino.

Claustro del Colegio del Arzobispo Fonseca

Los salmantinos, al recibir la noticiade sus bajas, se amotinaron, comenzaron a tocar a arrebato las campanas de San Martín y emprendieron la persecución de cuantos estudiantes se encontraban a tiro. El teniente de corregidor hizo dar garrote a uno de los cabecillas de los estudiantes, el mallorquín Agustín Ferrer, canónigo perteneciente a las casas nobiliarias de don Pascual de Aragón y a la de Carmona. Su cadáver fue expuesto en el balcón del Ayuntamiento hasta que un grupo de frailes Agustinos Calzados trasladaron el cuerpo sin vida a la Universidad, institución que le ofreció un pomposo funeral y un multitudinario entierro.

Este gravísimo incidente, según Pellicer, hizo que se pensara en trasladar el Estudio a Palencia, residencia de la primera universidad del Reino de Castilla. Esta iniciativa, que podía haberle costado cara a la ciudad, se inscribía en el privilegio dado por Juan II a la Universidad en 1421 en el que otorgaba la posibilidad de trasladar el Estudio a otra ciudad siempre que el Claustro así lo decidiera, pero con la condición de volver a Salamanca cuando nuevamente, una vez normalizada la situación, le conviniera al Claustro Salmantino.

Ante la gravedad de los acontecimientos, el Consejo de Castilla mandó a Salamanca a Pedro de Amezquita para investigar lo ocurrido. Don Pedro intentó en vano castigar a los culpables, pero los ánimos encendidos hicieron su misión imposible y marchó de Salamanca humillado, impotente, entre insultos de un grupo de estudiantes andaluces.

A Amezquita le sustituyó en el cargo Juan de Lazárraga, que fue recibido con júbilo por los estudiantes vizcaínos por ser natural de su nación, pero con injurias por los andaluces. La verdad es que ambos, vascos y andaluces, enemigos irreconciliables, tenían un objetivo común, enfrentarse a los vecinos de Salamanca. Este odio entre los universitarios y la ciudad fue el germen de la decadencia de la Universidad que no dejó de hundirse hasta finales del siglo XIX, años en los que estuvo a punto de desaparecer.

Los conflictos universitarios no se dejaron sentir solamente entre el Estudio y la ciudad o entre las distintas nacionalidades de estudiantes. Dentro de la jerarquía universitaria las luchas intestinas eran continuas, sobre todo entre la Escuela Mayor y los Colegios Mayores.  El más llamativo de los enfrentamientos fue debido a la concesión de grados. Varias bulas pontificias otorgaban a los colegios este privilegio que era mal visto y casi siempre impugnado por las universidades1. El Colegio Mayor de San Bartolomé gozaba de esta prerrogativa desde el siglo XV. Para los tribunales de sus licenciamientos admitía solamente a catedráticos de propiedad y para ahorrar dinero en la colación preceptiva después de las pruebas, realizaba los exámenes los viernes, día de ayuno y de abstinencia de comer carne, con lo que despachaba a los tribunales con una cena austera a base de ensalada y bacalao.

En el año 1551, el todopoderoso cardenal Álvarez de Toledo informaba al claustro universitario salmantino de los privilegios obtenidos por el Colegio Mayor del Arzobispo Fonseca. Estas prerrogativas iban en el mismo sentido que las que desde hacía tiempo gozaba el Colegio Mayor de San Bartolomé. Se le concedía la licencia de otorgar grados y que los examinadores fueran también catedráticos de propiedad. La Universidad se enfrentó al Colegio Fonseca por la concesión de tales privilegios, comenzando un largo contencioso del que salió victoriosa, doce años después, en 1563, por una provisión real.

Cuando finalizaba el siglo XVI el Colegio Mayor de Oviedo presentó al Estudio Salmantino la documentación por la que se le concedía los mismos privilegios para otorgar grados que tenían los Colegios Mayores de Anaya y el del Arzobispo. La reacción de la Universidad de Salamanca fue mucho más virulenta que la que mantuvo con el Colegio Mayor Fonseca; acordó que si el Colegio de Oviedo no renunciaba a estos privilegios y otorgaba grados, ya se podían despedir todos sus miembros, alumnos y directivos, de ser admitidos en los actos académicos universitarios ya que no volverían a ser invitados. El Colegio de Oviedo recurrió al Consejo la decisión del Estudio Salmantino y éste resolvió a favor de la Universidad.

Los Colegios Mayores del Arzobispo, Cuenca y Oviedo no renunciaron a conseguir los privilegios de su hermano mayor, el de San Bartolomé. Recurrieron para alcanzarlos, en el siglo XVII, al visitador de la Universidad, Juan Álvarez de Caldas, que se mostraba propicio al otorgamiento de los privilegios a los colegios salmantinos que lo solicitaban. Pero las desavenencias entre los tres por un lado y el de Anaya por otro consiguieron que el de   llegase a amenazar a la Universidad con independizarse del estudio, y el claustro, asustado de cómo iban evolucionando las cosas, dejó las peticiones sin tramitar.

Cuando en estas estábamos, el Colegio Mayor de Cuenca seguía otorgando graduaciones a sujetos que no residían en el Colegio y, descaradamente, camuflaba a los colegiales como familiares. Todo lo hacía basándose en la bula otorgada por el Papa Adriano VI, firmada en 1523. La situación anómala de regalo de títulos siguió hasta 1608 en que el visitador general Luis Fernández de Córdoba, a la sazón obispo de Salamanca, fijó en ocho meses como mínimo la estancia en el Colegio de Cuenca para poder graduarse.

El conflicto entre la Universidad y el Colegio Mayor de Cuenca por la concesión de grados continuó bastantes años más y, como suele ocurrir en asuntos universitarios, el mal se extendió a otros colegios menores de la ciudad y a otros centros universitarios españoles, saliendo el problema de los claustros de los cuatro mayores salmantinos para extenderse, como mal endémico, en mancha de aceite, por toda la universidad española. Así consta que los colegios menores salmantinos de San Pelayo y el de San Millán, no siendo mayores, otorgaron grados.

En el siglo XVII se concedieron grados a personas poco cualificadas, sin preparación alguna, basándose en privilegios que eran otorgados por el Colegio Mayor de Cuenca y muchos menores que se entregaron a la beneficiosa misión de graduar alumnos como si fueran churros. Esta forma de actuar es la que llevó a la decadencia a los Colegios Mayores, arrastrando en la caída a la Universidad de Salamanca.

En el siglo XVII se intentaron reformas de los Colegios Mayores y en el reinado de Carlos III, fueron Francisco Pérez Bayer y el obispo de Salamanca Felipe Beltrán los que vuelven a intentarlo. Hubo nuevas tentativas en el reinado de Carlos IV y en el de Fernando VII. Al final acabaron con su existencia la pérdida de recursos económicos necesarios para su mantenimiento, la desamortización de sus bienes, la relajación de costumbres y la desaparición de los valores que alumbraron su fundación. En los libros de matrícula de la Universidad de Salamanca correspondientes al curso 1837-1838 ya no aparecen alumnos de los otrora todopoderosos Colegios Mayores salmantinos.

La desaparición de los cuatro Colegios Mayores de Salamanca marcó el momento más bajo de la Universidad salmantina que, como ya hemos indicado, en el siglo XIX, estuvo a punto de desaparecer. En aquellos años se dejó de impartir el grado de doctor y las facultades de Medicina y Ciencias pasaron a depender de la Diputación Provincial y del Ayuntamiento, corporaciones que costearon, a cargo de sus presupuestos, los sueldos de los pocos profesores y los gastos de mantenimiento de las dos facultades para que no se cerraran las aulas de dichos estudios.

Claustro de la Hospedería de Anaya

Cuando los Colegios Mayores fueron extinguidos en 1798 por Floridablanca, con las escasas rentas que aún conservaban se creó el Colegio Científico que se instaló en el Palacio de Anaya en 1840. Este organismo funcionó con rector, vicerrector y otros muchos cargos, pero no tuvo vida propia y desapareció por Real Orden en 1846 sin que se conozca una sola realización o publicación del Colegio Científico.

De los cuatro Colegios Mayores de Salamanca solamente dos, los más modernos, admitieron entre su alumnado estudiantes matriculados en Medicina, el Colegio Mayor de Santiago el Zebedeo o de Cuenca y del Arzobispo Fonseca. Seguramente los estudios galénicos estaban considerados como de segundo orden si se les comparaba con los de teología, cánones o los jurídicos. Exigir como requisito indispensable para el ingreso en el colegio certificado de pureza de sangre evitó la entrada de judíos o judaizantes, judíos conversos, marranos, raza que preferentemente escogió la Medicina como ejercicio liberal, profesión que les evitaba echar raíces y, en caso de tener que huir del lugar donde ejercían la Medicina, se podían llevar en un maletín su ciencia y ejercer en otro pueblo o ciudad el arte de curar enfermos.

En los otros dos Colegios Mayores, nacidos fuera de la sede salmantina, las admisiones de alumnos fueron parecidas a las de los Colegios charros. El de la Santa Cruz de Valladolid admitió algunos colegiales estudiantes de Medicina y el de San Ildefonso de Alcalá contó con pocas plazas fuera de las dedicadas al estudio de teología, jurídicas y Cánones. Los cinco Colegios Mayores de España, surgidos después del salmantino fundado por Anaya, se crearon en un corto periodo de tiempo, en poco más de cuarenta años, desde 1480 a 1521, y esto a pesar de que el Rey Católico, príncipe todopoderoso en Castilla, León y Aragón durante gran parte de esos años, tenía una antipatía no disimulada por tales instituciones. Cada uno de los seis Colegios Mayores de España tuvo unas particularidades, tema del siguiente artículo.


Notas:

  1. Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Verses. La universidad Salmantina del Barroco, periodo 1598-1625.Tomo II Régimen Docente y Atmósfera Intelectual. Ediciones Universidad de Salamanca. Caja de Ahorros y M.P. de Salamanca. 814-820. ↩︎

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