Los Colegios Universitarios (III)

Por José Almeida (*)

Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes

La Hospedería de Fonseca y la Facultad de Medicina

Por razones personales fáciles de entender, para mí tiene un valor especial el relato de las vivencias que me evoca la Hospedería de Fonseca, casi todas de índole emotiva, como para tantos otros colegas que estudiaron Medicina en la segunda mitad del siglo pasado en Salamanca. En efecto, entre otros destinos fue sede de la Facultad de Medicina y en las postrimerías del siglo pasado viví las reformas y amplia rehabilitación que se llevó a cabo en el edificio, hasta llegar a tener el aspecto que ofrece en la actualidad.

La Hospedería de Fonseca está adosada al este del colegio, lo que confiere al conjunto edilicio un marcado carácter horizontal, solo roto por el cimborrio de la capilla, al que se le añadió en su extremo una rotonda en el primer tercio del siglo XX. El primer edificio es del siglo XVI, obra de Rodrigo Gil de Hontañón, y en el siglo XVII con el afán renovador de los colegios se engrandeciócon trazas de Juan de Setién Güemes, quién lo proyectó estructurado alrededor de un sencillo patio rectangular de arcos de medio punto sobre pilastras toscanas, solo en la planta baja y únicamente en tres de sus lados, y huecos rectangulares con orejeras en la planta noble. Está organizado en dos pisos, más sótano. A lo largo del tiempo ha experimentado distintas modificaciones con el fin de adaptarlo a las exigencias crecientes para la formación de los licenciados en Medicina y Cirugía, como veremos más adelante.

La fachada es de mediados del siglo XVIII y se atribuye a Alberto de Churriguera, aunque la bella portada es de Andrés García de Quiñones y ha llegado hasta nosotros sin modificar; no así el resto de la hospedería, que fue profundamente transformada tal y como yo la conocí siendo alumno de Medicina en los inicios de la década de los cincuenta. Todo el paño es de fina sillería y se halla configurado en ocho calles, separadas por pilastras cajeadas. Se organiza en tres plantas con ventanas en la baja y balcones en las otras dos. La portada va centrada en el paño, por eso no se abre en una de las calles verticales, como suele ser habitual, sino bajo la quinta pilastra: lo que resulta algo gratamente sorprendente.

La portada es bellísima y el hueco está formado por un arco escarzano de granito enmarcado por un grueso bocelón con orejeras que cobija bajo un hemicírculo la cabeza de un león con anilla en la boca, del que pende un lucero. Toda la profusa decoración se despliega en forma piramidal, que culmina con la cruz arzobispal sobre el escudo de los Fonseca y, todo ello, en una expresión rococó. La hospedería, una vez cerrado el Colegio Mayor en 1799, por un decreto del año anterior del rey Carlos IV, en 1801 se estableció allí el Hospital Militar Francés, de paso por Salamanca durante la Guerra de las Naranjas, un breve conflicto militar entre España y Francia con Portugal. Al año siguiente, en 1802, por decisión del obispo Tavira, se traslada también el Hospital General de la Santísima Trinidad, al ser confiscado su edificio de la calle Marquesa de Almarza por las tropas galas al comienzo de la Guerra de la Independencia. Y en 1902 es cuando fue acondicionado, definitivamente, para Facultad de Medicina.

Los estudios médicos en Salamanca, en otro tiempo florecientes, fueron suspendidos en 1857 por la conocida como Ley Moyano, de 9 de septiembre, y no fueron restablecidos hasta 1868 por la Junta Revolucionaria Local como Facultad libre, con el apoyo financiero de la Diputación Provincial primero y del Ayuntamiento después, aunque solamente facultaba para conceder grados con validez para el ejercicio profesional privado. Precisamente al iniciarse el curso 1903-1904 fue cuando se restituyeron los estudios estatales por Romanones, con plenas facultades en todo el territorio nacional, coincidiendo con la inauguración de las dependencias de la Hospedería de Fonseca.

En los albores de los años cincuenta, que corresponden al periodo preclínico de mi licenciatura, de 1950 a 1953, el edificio de la Facultad de Medicina, al menos como yo lo viví, era como a continuación lo describo. En el piso bajo, tras ascen￾der por una escalera a tres frentes, se accedía al zaguán; a la izquierda estaban las dependencias administrativas (Secretaría, Decanato, etc.) y a la derecha, la vivienda del conserje, que por aquella época era Emilio Ballesteros, bedel de Histología. Un avezado conserje ducho en la observación de las preparaciones histológicas que en el examen práctico “nos echaba una mano” cuando el profesor se distraía en la vigilancia de sus alumnos.

Desde el mismo vestíbulo de entrada se ascendía al primer piso por una amplia caja de escalera edificada en el primitivo patio de la hospedería, diseñada por el arquitecto Enrique M. Repullés en 1904, desde la que se accedía al arco más meridional de la crujía oriental. Precisamente donde están pintados en los sillares de piedra franca de Villamayor los vítores de los doctores de Medicina con una mezcla de almagre, pimentón y sangre de toro. Entre ellos, el mío, de 1964, inspirado su diseño en el emblema de la Ortopedia de Nicolás Andry. Por cierto, mucha gente desconoce que el nombre correcto no es el de “víctor”, sino ‘vítor’, como expresión de ‘¡viva!’, pues la C del símbolo de doctor de la Universidad de Salamanca es unagregado que representa a la media luna de su benefactor, Benedicto XIII, el Papa Luna.

Entonces no era visible más que una crujía, la de oriente, y tres arcos del mediodía; el resto, incluida la mayor parte del patio, estaba ocupado por dependencias de las distintas cátedras de pre-clínicas (despachos, aulas, laboratorios de prácticas y ‘casetas’ de madera). Recuerdo que, siendo ya profesor adjunto de Anatomía, a finales de los setenta, las Juntas de Facultad normalmente tenían lugar por la tarde en una sala de reuniones con balcones a la Calle Fonseca, en las que el decano nos obsequiaba con un “cafelito”: eran sesiones muy familiares. La plantilla de profesores entonces era muy reducida: solamente éramos dieciocho profesores adjuntos (los hoy profesores titulares) y catedráticos, aproximadamente la mitad. En 1963, ante el considerable incremento experimentado en la matrícula de la Facultad, se acometió una nueva ampliación de las instalaciones por el arquitecto Lorenzo González Iglesias, quién diseñó un Aula Magna con capacidad para 250 alumnos.

Como ya he adelantado al principio, concretamente en 1925, se añadió en el extremo oriental de la hospedería el anfiteatro anatómico del arquitecto Santiago Madrigal. Rotonda de una pureza geométricaclásica que recuerda a algunos diseños italianos del Renacimiento y que fue una donación generosa del autor. Tenía una arquería corrida en el piso superior, sin duda inspirada en la galería alta del Palacio de Monterrey, con la finalidad de proporcionar la iluminación necesaria para la práctica de la disección que se llevaba a cabo en una mesa colocada en el centro: los estudiantes se sentaban en la gradería del hemiciclo. Nosotros no llegamos a realizar la disección en ese anfiteatro; solo se utilizaba como aula de Anatomía, donde don Pablo Beltrán de Heredia, un reconocido cirujano de la ciudad, era el encargado de la cátedra que daba sus clases apoyado en la proyección de imágenes del ‘Testut’: un libro clásico, francés, de Anatomía. Las prácticas en el cadáver la realizábamos en la segunda planta de un feo pabellón con paredes revocadas de blanco paredaño al norte del Anfiteatro, construido en 1934 por el arquitecto racionalista salmantino Genaro de No. Allí estaban ubicabas las salas de disección y laboratorios de las dos cátedras de Anatomía dotadas en aquellos años.

Este fue el cuarto anfiteatro de la Facultad de Medicina, lo que me da pie para recordar que la Universidad tuvo antes otros tres. El primero, de 1554, que además fue el primero de España, en un edificio a orillas del Tormes junto a la ermita de San Nicolás de Bari. La llamada ‘Casa de la Anatomía’, donde Cosme de Medina, impulsor de la Anatomía de Vesalio, fue el titular de la cátedra de prima. Hoy se pueden con￾templar los restos del ábside de la iglesia en los bajos de un edificio de nueva construcción en la ribera del Tormes, en la calle del Teso de San Nicolás, más bien ocultos que expues￾tos detrás de unos cristales tintados en una presentación muy poco digna de su valor histórico y académico. La riada de San Policarpo, de 1626, le ocasionó enormes daños, aunque continuó sirviendo a los fines docentes hasta 1781, cuando se construyó el segundo anfiteatro a la trasera del antiguo Hospital General de la Santísima Trinidad, hoy Colegio de las Siervas de San José. Fue proyectado por Juan de Sagarbinaga, de una austeridad clásica, y su ‘torreón’ puede verse hoy todavía airoso desde la plaza de San Román, detrás del claustro renacentista del conde de Francos.

El tercero ha pasado totalmente desapercibido, incluso para los estudiosos de la historia de la Medicina. Fue construido por Lesmes Gavilán Sierra (el mismo arquitecto que construyó la Sala de Claustros del edificio histórico de la Universidad), a fin de dar cobijo a la docencia práctica de la Anatomía cuando el obispo Antonio Tavira trasladó el Hospital General a la hospedería. Aunque su existencia está perfectamente documentada, como constatan varios historiadores de la Universidad de Salamanca, entre otros Rupérez Almajano (‘La Guerra de la Independencia y su incidencia en el patrimonio arquitectónico y urbanismo en Salamanca’. ‘SALAMANCA, revista de estudios’, 40, 1997. Págs. 255-305), su vida fue tan efímera como ignorada. Se sabe que fue destruido durante la Guerra de la Independencia y yo, en mi libro ‘El Hospital General de la Santísima Trinidad: Sus orígenes, evolución histórica y desarrollo’ (2016), defiendo la hipótesis de que, muy posiblemente, fuese derruido o desmontado por los franceses, con la finalidad de reutilizar sus piedras para la defensa del fuerte de San Vicente, tras quedarse sin utilidad; ya que en 1810 el hospital se trasladó a la Casa de la Aprobación o de Recogidas. Frente a la improbable aseveración de que fuese destruido por la acción de la artillería, o por la explosión del polvorín de la calle Esgrima, dado que el complejo arquitectónico del Colegio y la Hospedería de Fonseca fue uno de los pocos monumentos en librarse de engrosar la lista de ‘los caídos’ durante la Guerra de la Independencia. Hay tal desconocimiento sobre este tema que algún reconocido historiador del arte llega a confundir en una fotografía de Venancio Gombau una clase de Anatomía de la Sala de disección, exenta, que construyó Enrique M. Repullés en 1904 en el patio de la hospedería, con el anfiteatro de Sagarbinaga. Es obvio que ni la planta ni las ventanas corresponden al segundo anfiteatro. Posteriormente, aquella sala de Anatomía fue derruida en la remodelación de la hospedería que realizó el arquitecto Fernando Población, en 1954, con motivo de la conmemoración del VII Centenario de la promulgación de la ‘Carta Magna’ de la Universidad por Alfonso X ‘El Sabio’.

En 1988, al trasladarse la Facultad a su actual emplazamiento en el Campus Unamuno, dejaron sin función unas dependencias obsoletas, pero que habían cumplido su misión muy dignamente por espacio de casi un siglo y, a finales de los años 90, se llevó a cabo una sabia rehabilitación de toda la hospedería. Se derribó el feo pabellón anatómico de Genaro de No, así como el Aula Magna de Lorenzo González Iglesias, acometiendo una profunda e inteligente restauración de todo el edificio para Centro de Posgrado, según proyecto del arquitecto Carlos Puente Fernández, que fue el ganador del concurso público convocado al efecto. Se crea, de este modo, un edificio funcional y estéticamente agradable que constituye la sede de la Fundación de la Universidad de Salamanca, en el que el anfiteatro de Santiago Madrigal es el vestíbulo de entrada.

De los otros dos Colegios Mayores que existieron en Salamanca, el Colegio Viejo de Oviedo y el Colegio de Cuenca o de Santiago el Cebedeo, lo que queda son lamentables restos debidos a la degradación y consecuencias de la Guerra de la Independencia.

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