Los Colegios Universitarios (II)

Por José Almeida (*)

Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes

Colegio Mayor Azobispo Fonseca

Este colegio se edificó sobre un terreno situado entre las puertas de San Bernardo y de San Hilario o Postigo Ciego, a escasos metros de la cerca nueva y bastante alejado, por tanto, del edificio histórico de la Universidad. Fueron cedidos por el convento de San Francisco a don Alonso de Fonseca III, arzobispo de Toledo, y en 1524 se inició la construcción según proyecto de Diego de Siloé, con el asesoramiento del humanista Pérez de Oliva, rector de la Universidad. En él intervinieron maestros de la talla de Diego de Cobarrubias y Juan de Álava; éste último dejó la mejor muestra de su talento en el impresionante claustro.

El arzobispo, como su padre, Alonso de Fonseca II, patriarca de Alejandría, era hombre del Renacimiento. Eran verdaderos mecenas del arte y se distinguieron, además, porque fueron “gentes de armas tomar en el amor a la pelea y en la pelea del amor”. Ya comenté al tratar sobre la Casa de la Salina algunas de las dificultades que tuvo el segundo de los Fonseca para alojar a su amante doña María de Ulloa en Salamanca. Al colegio se le conoce popularmente por ‘Los Irlandeses’, por haber albergado estudiantes de Irlanda desde 1838 hasta 1936.

El colegio fue fundado en 1521 bajo la advocación de Santiago el Mayor, para distinguirlo del Colegio de Santiago Alfeo, que también había fundado en Santiago de Compostela. A semejanza de otros colegios mayores, estaba formado por un claustro central en torno al cual se articulaban las diversas dependencias: la capilla, las generales o aulas académicas, la rectoral, el comedor y las habitaciones de los colegiales. Como en el caso del Colegio de Anaya o de San Bartolomé, anejo al mismo se situaba la Hospedería para colegiales graduados. El edificio se asienta sobre una plataforma granítica para salvar el desnivel existente entre el paseo de San Vicente y la calle de Fonseca y se hallaba separado de la muralla por una Ronda. Es de aparejo de mampostería tosca toda la fachada y la sillería está reservada para la portada, los marcos de las ventanas y las cornisas. Asimismo, los muros de la capilla y de la hospedería son de sillares nobles, aunque –hay que decirlo ya desde el principio– pertenecen a épocas diferentes. El colegio es del siglo XVI y la hospedería, del XVIII; no obstante, en esta última se hicieron reformas en el siglo XX, como se detallará en el próximo número de la revista, cuando se haga referencia a ella.

Tras ascender un tramo de toscas escaleras dobles de granito llegamos a un atrio con columnas rústicas, carentes de capiteles, que van entrelazadas por gruesas cadenas. He escuchado decir a alguien muy amante del arte monumental de Salamanca que pertenecieron al pretorio romano, sin que hasta el presente haya tenido ocasión de confirmar tal aserto. En ese vestíbulo nos sorprende una magnífica portada en la que se combinan en un alarde colorista el granito y la piedra arenisca de Villamayor.

La portada está formada por dos cuerpos tetrástilos separados por entablamientos de granito y un ático con flameros en lí-nea con las columnas, así como un medallón en el centro que va sostenido por dos figuras antropomorfas con la imagen del apóstol a caballo en la batalla de Clavijo: “Santiago matamoros”. Las columnas, estriadas todas ellas; las del cuerpo bajo son de orden jónico y compuesto las del superior. En el intercolumnio inferior van adornos colgantes y en el superior, hornacinas aveneradas que cobijan a imágenes de San Agustín y San Ildefonso. La puerta de entrada es adintelada con grandes jambas de granito y en el cuerpo noble se abre una ventana entre dos tondos con los escudos de los cinco luceros de los Fonseca unidos por cuernos de la abundancia, seña de Diego de Siloé. Toda la fachada es de una belleza clásica, muy posiblemente por la influencia de Pedro Machuca en la etapa que Siloé convivió en Granada con el autor del Palacio de Carlos V de la Alhambra.

A la derecha de la portada se aprecian dos amplios ventanales de traza gótica que dan luz a la capilla y, a la izquierda, pueden apreciarse dos ventanitas de arcos semicirculares entre columnillas que sostienen un entablamiento. En la planta alta llama la atención un balcón volado rasgado de una bella ventana en honor del arzobispo fundador por haber liberado a la ciudad del pago de impuestos y desde donde el rector del colegio, el día tercero de la Pascua del Espíritu Santo, presidía los actos de homenaje de las Cofradías, Ayuntamiento y Cabildo catedralicio de la ciudad. Especial interés merecen las rejas del extremo occidental del paramento, más bajo que el resto, lo que rompe la perspectiva longitudinal y realza el valor plástico de la portada.

El zaguán tiene una bóveda casi plana de traza gótica de crucería estrellada con nervios cruzados, terceletes y combados, en el que destaca a la derecha la puerta de entrada a la capilla, de finísima decoración plateresca: sin duda obra de Juan de Álava. A la izquierda, lo que fue la general y al fondo, la biblioteca. En línea con la entrada se accede al patio, donde se pueden apreciar trazas arquitectónicas que armonizan el purismo del rigor clasicista y la ornamentación plateresca.

Se trata de un magnífico claustro de planta cuadrada de crujías dobles. En el piso bajo, de arcos de medio punto y en el alto carpaneles, como es habitual en los patios salmantinos. Todos ellos llevan grabado su intradós con rosetas y son treinta y dos arcadas en cada piso. Los pilares de planta cuadrada llevan adosadas semicolumnas estriadas en el bajo y suntuosos balaustres en el piso noble, que van cerrados por un pretil calado con escudos en la parte central. Todo el conjunto está coronado por flameros bellamente decorados con amorcillos a plomo con las pilastras.

El claustro fue diseñado por Diego de Siloé y los medallones están considerados como la mejor muestra de nuestra ciudad. Van en las enjutas de los arcos en número de ciento veintiocho y representan a parejas afrontadas, de un hombre y una mujer, donde destacan los de la galería baja, atribuidos a Juan de Álava; muy superiores a los del piso alto, atribuidos a su hijo Juan de Ibarra. Todo el conjunto transmite equilibrio, armonía y elegancia: en fin, ¡admiración incontenida! Dos monumentales y elegantes escaleras, una a naciente y otra a poniente, dan acceso a las galerías del piso alto que desembocan en un balcón de arcos.

La primera capilla se debe a Juan de Álava, de traza gótica, con planta de cajón. Constaba de dos tramos con testero recto y bóvedas de crucería, que se apean sobre esbeltos pilares, iluminada por los dos ventanales ojivales que se aprecian en la fachada.

Retablo de Alonso de Berruguete

Tras la muerte del tercer Fonseca se decidió, en 1540, ampliar la capilla con trazas de Rodrigo Gil de Hontañón, prosiguiendo la obra de Juan de Álava. Así, la actual es de planta de cruz latina y sobre el crucero se elevó un bello cimborrio homólogo al del convento de San Esteban, del mismo autor, con bóvedas bellísimas en la ampliación. Aquí está enterrado en un modesto sepulcro el tercer arzobispo Fonseca, en contraste con el suntuoso mausoleo de Diego de Siloé en mármol de Macael que mandó construir para su padre, Alonso de Fonseca II, en el convento de Las Úrsulas.

Pero si interesante es la capilla, realmente lo que merece especial atención de este espacio desacralizado es el retablo de Alonso de Berruguete; el mismo de la primera capilla. Está realizado en madera dorada y policromada y está estructurado en tres calles y dos entrecalles y tres cuerpos separados por entablamientos en los que se distribuyen meritorias pinturas, la mayor parte de ellas del propio Berruguete, con influencias de Rafael y Leonardo. Las esculturas son del mismo autor, donde el propio artista se recrea como uno de los grandes imagineros del Renacimiento. En el centro del cuerpo bajo se aprecia una hornacina vacía que albergaba a Santiago apóstol, patrón del colegio.

Rematando el ático va un frontón triangular coronado por el escudo de los Fonseca con profusa decoración plateresca. Además del daño sufrido por el desmontaje y nueva ensambladura del retablo debido a las obras de la capilla, por si esto fuera poco, no se libró de las consecuencias de un incendio en el siglo XVII. Y, de esta guisa, la capilla actual ha llegado hasta nosotros modificada.

De entre las estancias de la crujía superior merece destacar la Sala rectoral, obra de Juan de Sagarbinaga, decorada con pinturas murales y conocida también por ello como ‘Sala de las Pinturas’. Es un gran rectángulo de arquitectura pintada y medallones en trampantojo de grisalla realizados por Pedro Micó. Un modesto artista del siglo XIX, donde se recogen algunas escenas de la obra ‘Empresas Políticas’, de Diego Saavedra Fajardo, sobre la educación del príncipe Baltasar Carlos, hijo del rey Felipe IV, que murió a la edad de 17 años, lo que provocó una grave crisis sucesoria.

Esto obligó al rey Felipe a contraer matrimonio de nuevo para asegurar un varón: Carlos II. Bien es cierto que por poco tiempo, ya que el joven monarca moriría sin descendencia en 1700, muy posiblemente debido a una serie de uniones endogámicas de la dinastía, y con él se extinguió la rama española de los Austria. El edificio fue rehabilitado en 1965 para residencia de profesores y alumnos del doctorado, y hoy presenta un aspecto muy cuidado, de austeridad académica.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.