Los Colegios Universitarios (I)

Por José Almeida (*)

Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes

Eran instituciones benéficas que nacieron “al calor y sombra de la Universidad” y estaban destinadas a alojar a jóvenes estudiantes con capacidades académicas y escasos recursos económicos.

Los primeros surgen en el siglo XIV en torno a los conventos y el camino lo inician los dominicos, seguido por los benedictinos y los franciscanos. A éstos se unieron con posterioridad los de las órdenes militares y los colegios seculares. Realmente lo que se perseguía con ellos era una formación complementaria a los valores académicos de la Escuela en grupos reducidos de colegiales, con la finalidad de promocionarlos para futuros puestos en la Administración real o eclesiástica.

Los colegios, a partir del siglo XVII, se diferenciaron en mayores y menores, en relación con la categoría de sus privilegios. Para los primeros se exigía el título de bachiller en alguna de sus facultades. Los colegios fueron extinguidos en 1798 por Floridablanca, ministro de Carlos III y defensor de los ‘manteístas’, que malvivían en pupilajes y repúblicas, pasando los edificios a servir a los más diversos destinos.

De los seis colegios mayores que existieron en España, cuatro estaban en Salamanca: los de Fonseca y de Anaya, cuyos edificios perviven en la actualidad, y los de Cuenca y de Oviedo, desaparecidos; los otros dos son el de Santa Cruz de Valladolid y el de San Ildefonso, en Alcalá. De los menores, existieron alrededor de veinte en nuestra ciudad, y solo subsisten unos cuantos restaurados para nuevos destinos, bien por instituciones o particulares, o por la propia Universidad. De otros no queda más que noticia documental o escasos restos arqueológicos.

Los Colegios Mayores

El colegio de San Bartolomé el Viejo o de Anaya

Es uno de los colegios más antiguos de España, de ahí el nombre de ‘Viejo’, y fue fundado en 1401 a semejanza del Colegio de San Clemente de Bolonia por don Diego de Anaya Maldonado, obispo de Salamanca y más tarde arzobispo de Sevilla.

Sabemos muy poco del primitivo edificio; solamente que se trataba de una construcción de aspecto tosco, con portada de arco de medio punto y escasos huecos en los muros de ladrillo y mampostería, construido en terrenos donde estuvo asentada la iglesia de San Bartolomé.

Era más la fama de que alardeaban los colegiales, los ilustres ‘bartolomicos’, que la majestuosidad de su edificio, por lo que en varias ocasiones se intentaron reformas. Alguna de ellas llegó a cuajar, como fue la escalera de tres tramos trazada por Alonso de Cobarrubias, que, indudablemente, le dio empaque. Por eso, no es de extrañar que en el siglo XVIII, cuando otros colegios afrontaron su renovación, el Viejo no se quedase atrás y, así, fue configurado como lo vemos en la actualidad, en el nuevo estilo de la Ilustración. El proyecto fue de José Hermosilla, y dirigió las obras Juan de Sagarbinaga, quien las concluyó en 1768.

El edificio es uno de los más grandiosos y bellos del estilo neoclásico español El edificio es uno de los más grandiosos y bellos del estilo neoclásico español, y a mí no me sorprende que fuese imitado en el Palacio del Congreso de los Diputados de Madrid. Está estructurado alrededor de un patio de doble altura y tiene dos fachadas: la principal, frente a la Catedral Nueva, y otra más modesta al norte, con una singular escalera. Está como ‘encajado’ en el centro de un complejo arquitectónico que completan la capilla al norte, hoy iglesia de San Sebastián, y la hospedería al sur, que en la actualidad aloja a las Facultades de Filología alemana e italiana.

Ambas construcciones son de traza barroca, que contrastan con la severidad neoclásica del colegio, y todo ello, ya sí, en consonancia con la relevancia de sus colegiales. Ésta era tal, que el reglamento obligaba a los maestros y escolares a mantener un ‘bobo’ todo el año. Algunos bartolomicos ‘listos’, poco amantes del estudio, se dedicaron a imitar a los bobos y, a base de rondar a las damas de la clase alta, conseguían algunos dineros para sobrevivir.

Para cuando esto no era así, iban siempre provistos de una cuchara para comer la ‘sopa boba’ que repartían a la puerta de los conventos, principalmente. Y es probable que éste sea el origen de la Tuna universitaria. ‘El Bartolo’, como se le conoce coloquialmente, está emplazado en un espacio emblemático de la ciudad: la plaza de Anaya, que debe su diseño inicial al general francés Thiebault, gobernador de la ciudad durante la ocupación francesa y poseedor de una certera visión urbanística, no cabe la menor duda, ya que mandó derribar las numerosas casuchas que se interponían entre el colegio y la Catedral para dar perspectiva a la sede episcopal.

La plaza es un amplio espacio en pendiente que ha sido reorganizado en los años setenta en parterres escalonados y ajardinados, y está enmarcada por edificios emblemáticos, como son: la Catedral al oeste; la fachada posterior de la Universidad con la puerta de las cadenas al norte; y al sur, por un edificio de nueva construcción, ‘Anayita’, en un entorno placentero de carácter alegre y académico.

La fachada, orientada al este de la plaza, es de una monumentalidad clásica. Destaca por el pórtico tetrástilo de gruesas y altas columnas graníticas de fustes lisos; el primero de los construidos en nuestro país. El atrio va coronado por un frontón con óculo central, al que se asciende por una grandiosa escalinata de dos tramos que marca el eje de simetría de todo el edificio.

En la parte más baja de la fachada se pueden ver las ventanas del sótano, separadas por una imposta de granito, y en el resto del paño alternan huecos cuadrados y rectangulares con balcones en la parte noble. El ático se halla separado del cuerpo por una cornisa volada que se continúa con el pórtico adelantado, y los huecos de balcones van decorados con frontones curvos. Todo el frontal va coronado por una barandilla maciza y en el centro, en medio de una balaustrada pétrea, se halla un gran escudo de Anaya con el capelo cardenalicio, que es la única muestra de traza barroca de la fachada. Así como en el barroco todo es superabundancia formal y decorativa, sobre todo en su etapa final, en el neoclasicismo se busca la austeridad formal y geométrica más que el ornato, y en este edificio tenemos un modelo ejemplar.

A través de una puerta adintelada, entre dos hornacinas vacías, se accede a un sobrio zaguán rectangular y, tras pasar una cancela barroca de madera, se entra en un gran claustro cuadrado de solución arquitrabada de dos pisos de columnas monolíticas de granito, de orden toscano en el piso bajo y jónico en el alto. El patio, salvando las diferencias geométricas de la planta, nos trae a la memoria su antecedente, en el que bien pudo inspirarse Hermosilla: el Palacio de Carlos V de Granada; éste de planta circular. El entablamiento de separación entre las plantas está decorado con triglifos y metopas que sostienen una cornisa volada de efectos claroscuristas cuando la acarician los rayos del sol. El piso alto va coronado por una leve cornisa y una barandilla cerrada con bolas sobre pirámides, muy típicas del neoclásico español.

La escalera de acceso al piso superior parte de la crujía de poniente por medio de tres portadas de medio punto, y es de un marcado carácter escenográfico: con un tramo central y dos laterales que parten de una meseta o rellano, donde se colocó en 1934 la escultura de Unamuno, que realizara el escultor palentino Victorio Macho y que, al parecer, no le agradó a don Miguel. Se dice que el rector no volvió a subir por allí para no tener que pasar por delante de su busto.

Sorprende el hecho de que tenga una cruz esculpida en el pecho, que desconcierta a muchos, y más, que fuese el propio don Miguel quién la moldeó en barro y la pegó al busto cuando el artista lo estaba modelando, con la natural sorpresa del propio Victorio Macho.

En la planta noble, en el que fue salón rectoral, se encuentran algunos retratos de monarcas de la Galería de Reyes de la Universidad, que se hallan repartidos por diferentes dependencias universitarias; en su mayor parte, copias de autores famosos, dados a conocer por los profesores Nieto González y Azofra Agustín en su libro ‘Inventario Artístico de los Bienes Muebles de la Universidad de Salamanca (2002)’. Por cierto, que en esa serie figuran casi todos los monarcas españoles desde los Reyes Católicos hasta Alfonso XII, con alguna excepción. Es muy notable la ausencia del emperador Carlos I y con la inclusión del rey Alfonso IX de León, fundador de la Universidad.

La escalera al piso superior parte de la crujía de poniente por medio de tres portadas de medio punto

A pesar de que la colección es de escaso mérito artístico, se ha querido completar con la figura del monarca Juan Carlos I, obra del pintor gaditano Hernán Cortés. El cuadro, aunque de calidad innegable, desentona de la línea formal y estructural del resto de retratos. En mi opinión, como ya he apuntado al referirme a ese cuadro colocado en el Paraninfo, se trata de una pintura gráfica, más bien un dibujo. Muy meritorio, sí, pero carente de entidad propia para colocarlo en el Aula Magna de la primera Universidad española.

En la actualidad, este edifico alberga a la Facultad de Filología, y con anterioridad también a la de Ciencias, pero mucho antes, tras la desaparición de los colegios universitarios, fue sede del Gobierno Civil, Delegación de Hacienda, oficina de telégrafos y alguna más, que yo desconozco. Allí nació Radio Nacional de España durante la Guerra Civil, cuando el general Franco tenía establecido su cuartel general en el Palacio Episcopal. En ese edificio de Anaya asistí durante el curso 1950-51 a las enseñanzas teóricas y prácticas de las asignaturas de Física y Química del primer curso de la licenciatura de Medicina.

San Sebastián

En la actualidad es la parroquia del barrio catedralicio, y la antigua iglesia se edificó en el territorio de los francos, muy cerca de su ubicación actual. En 1437 fue anexionada al Colegio de San Bartolomé como capilla del mismo; sin embargo, la traza actual es de la primera mitad del siglo XVIII, con planos de Alberto de Churriguera, y apenas ha sufrido modificación alguna hasta llegar a nosotros.

De la iglesia destaca la majestuosidad de la cúpula y un bello campanario, que me recuerdan a algunas iglesias italianas. Como dato curioso, señalar que tiene dos fachadas y dos puertas: la principal, orientada al mediodía, es de una exuberancia barroca en la que predominan curvas y contracurvas con una hornacina sobre entablamiento con la escultura de San Sebastián, debida a José de Larra, y en lo más alto, una ventana con orejeras que va coronada por un simple frontón que sustituyó a la espadaña que se derrumbó en el siglo XIX.

La otra portada, de naciente, forma un ángulo de 90º con el palacio de Anaya, y hasta hace poco tiempo estuvo cegada, pero, oportunamente, ha sido abierta en fecha reciente. Está en la misma línea estilística que la anterior, y en su hornacina se halla la imagen de San Juan de Sahagún, que fue colegial del ‘Bartolo’. El interior es de una sola nave con bóveda de medio cañón con lunetos, profusamente adornada con motivos geométricos y vegetales. El crucero es muy amplio, en correspondencia con la cúpula, y asienta sobre tambor octogonal con ventanas que le proporcionan una profusa iluminación. En la cabecera hay un anodino retablo donde lo más interesante es, quizá, un lienzo de Sebastián Conca, reconocido pintor italiano de la época.

La Hospedería de Anaya

Está adosada al costado sur del Colegio, en un plano anterior y más bajo para adaptarse a la pendiente del terreno. Su traza es de Joaquín de Churriguera, aunque en la línea de Juan de Herrera en los muros exteriores, con una intere￾sante rejería forjada en los balcones y huecos de ventanas. Servía como residencia de los becarios una vez concluidos sus estudios, hasta que encontrasen destino.

Su portada es pequeña y está situada en la fachada norte, formando ángulo con el propio colegio. Se reduce a una entrada adintelada y un frontón triangular partido que acoge el escudo de Anaya. Lo más interesante de este edificio, y donde parece que se reservó la decoración barroca, es en el patio, realizado según modelo renacentista, con dos cuerpos de cinco arcos en cada lado. En efecto, en pequeño y en distinto estilo, es heredado del patio del Colegio del arzobispo Fonseca.

En la antigua Escuela Normal de Maestros estuvieron escolarizados los hijos de Unamuno

El claustro es de una gran armonía, con arcos de medio punto los bajos y en el piso alto de carpanel, que se apean sobre pilares con semicolumnas de fustes estriados y capiteles dóricos en el bajo y corintios en el piso noble.

Este último luce una balaustrada maciza con bellos medallones en las enjutas, y llama la atención que la talla de los adornos debió de realizarse ‘in situ’, como lo denuncia el hecho de que solo estén labrados los lados de oriente y de mediodía; en los de poniente y del norte están los bloques de arenisca sin desbastar. Desde 1842 hasta 1969 fue sede de la antigua Escuela Normal de Maestros, donde estuvieron escolarizados los hijos de Unamuno porque, según sus propias palabras, “eran los mejores colegios de la ciudad”.

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