La administración de la renta del colegio estaba al cuidado de los respectivos mayordomos, especialmente el de Memorias. El rector recibía de éste las cantidades necesarias para los gastos ordinarios o extraordinarios. Se pedía prudente economía y justificación de los gastos para posterior aprobación de los señores comisarios. Al finalizar el año, la Contaduría Mayor del Cabildo fiscalizaba las cuentas. La mayor parte de los gastos era para vestido y comida de los colegiales.
Los asilados tenían derecho a recibir ropa interior. Cada año se les proporcionaban camisas y vestidos de paño de Segovia de segunda clase, calzones, dos pares de medias decentes y duraderas y cuatro pares de zapatos a los que se deben añadir un par que da la fábrica. Estaba permitido a los familiares aportar vestidos de verano, siempre que fueran de tela poco lujosa y honesta, ya que no se permitía a los colegiales chalecos, fajas, guantes o cuanto desdecía del humilde colegio eclesiástico en el que vivían.
Para el vestido exterior se les aportaba cada tres años un balandrán de paño pardo de garrobillas para vestir dentro de la casa. De cuatro en cuatro años se les dotaba de manteo y beca de paño de color, y cada año un bonete. La fábrica daba así mismo una sobrepelliz y ropa encarnada para el culto. La cama y su ropa eran aportadas por el colegial al ingresar en el colegio.
Diariamente cada colegial recibía libra y media de pan, repartida en cuatro porciones y tres cuarterones de carne, media libra para el mediodía y un cuarterón para la noche. El desayuno era caliente en invierno y los días festivos, a base de sopa. También se les daba torrezno o chanfaina. En el verano, fruta del tiempo. La comida, según los días, se componía de sopa o taza de caldo de sustancia, ración de carne, garbanzos, verdura o tocino. Se intentaba mantener al escolar sin escasez ni miseria. La merienda consistía en una cuarta parte del pan que le había correspondido y por la noche, decena, ensalada cruda o cocida y un Guisado de carne. En tiempo de vigilia o los viernes se les servía un potaje de garbanzos o judías, una ración de pescado, leche o huevos. Las sobras, en caso de haberlas, se repartían entre los pobres.
Las comidas extraordinarias se dejaban a criterio del rector atendiendo a las circunstancias de la estación, estaban establecidas 25 por las constituciones primitivas. Los colegiales disfrutaban de dos días de campo al año.
El sometimiento a un horario era indispensable para el buen orden en el colegio. Se levantaban a las seis y media de la mañana desde la fiesta de Todos los Santos hasta el primer viernes de cuaresma, el resto del año lo hacían a las seis. Media hora antes eran llamados por el criado para que se lavaran, peinaran y alzaran la cama. A la hora convenida, tras una señal, se dirigían al oratorio, que se conservaba, hasta el incendio declarado a finales del siglo pasado, con una imagen orante del fundador. Rezaban comenzando con el Veni Creator Spiritus, los versículos destinados para implorar la asistencia del Espíritu Santo. Después se daba lectura a libros de meditación. Las constituciones recomendaban los escritos de Fray Luis de Granada o San Francisco.
Finalizada la lectura y después de unos minutos de meditación, el rector decía misa. Los actos religiosos de la mañana terminaban con un responso por el fundador. Se retiraban a desayunar, previo lavado de manos, y después pasaban a sus cuartos para repasar sus lecciones. Los que cursaban gramática se dirigían al general de gramática. Al primer toque de campana se reunían todos en el colegio, se ponían la sobrepelliz, y presididos por el rector se dirigían al coro.
Dentro de la Catedral, estaban bajo la responsabilidad del maestro de capilla. Él era el encargado de pasar lista y se percataba de que asistiesen a los oficios. Una vez terminados los oficios religiosos, volvían al colegio donde se dedicaban a sus tareas escolares hasta la hora de la comida, a las doce del mediodía, en el refectorio. El refrigerio era presidido por el rector que se encargaba deben decir la mesa, cuidaba de que hubiera orden y silencio y vigilaba que el cocinero guisara y compusiese los alimentos con sazón y limpieza.
Al terminar la colación, el rector hacía una señal para levantarse, daba gracias por los bienhechores y los colegiales se dedicaban a charlar un rato, el que les permitía el rector, antes de retirarse a sus cuartos hasta el toque de vísperas. En este intermedio, si lo deseaban, cada cual realizaba alguna labor si le urgiere, con tal que no metiera ruido que incomodase a los demás. Alto que de vísperas formaban igual que lo habían hecho por la mañana para dirigirse a la Catedral, hasta que acababan completas y tornaban al colegio.
Una hora antes de la oración, en invierno, y dos, en verano, cuando las tardes eran largas, se les concedía tiempo para su desahogo y para que merendasen y divirtieran de forma honestas e inocente. Se descartaban los recreos que pudieran acarrear malas consecuencias. El rector debería velar en las horas de ocio para que no se profiriesen groserías u ofensas a la buena crianza o que arriesgasen la honestidad de los escolares o la institución.
Después del descanso pasaban al oficio de maitines y el canto de la salve, volviendo al colegio, tomando un escaso receso, tras el cual se reunían en la estancia destinada al estudio hasta media hora antes de cenar, donde rezaban el rosario a María Santísima con su letanía, Salve del tiempo y la antífona del Misterio de la Asunción de la Señora con su oración correspondiente. Finalizado el rezo, se pasaba a cenar a las nueve de la noche, desde San Juan hasta Resurrección, y el resto del año a las nueve y media. Igual que en la comida, se leía aquello que el rector recomendase.
Acompañaban todos al rector a su habitación antes de hacerlo a las suyas. El rector se aseguraba de que no se dejaban alguna luz encendida y que quedaban apagadas las lumbres en todas las habitaciones.
Las puertas de las celdas debían estar cerradas por fuera para poder entrar el rector cuando quisiera. Estaba prohibido que los colegiales entrasen en las habitaciones de otros sin permiso del rector, bajo consideración de delito digno de grave castigo.
Los días de asueto eran los festivos y las tardes de los jueves en que se salía con el rector de paseo si hacía buen tiempo y se permanecía dentro de la casa si llovía, nevaba o hacía mucho frío. Quedaba a discreción del rector conceder horas de ocio las tardes largas del verano para hacer la vida más llevadera.
Las visitas debían ser autorizadas por el rector y éste las permitía muy de tarde en tarde. Se excluían las visitas de otro sexo, aún en el caso de grave enfermedad del colegial. Se permitían solamente la de su madre o de su hermana, en presencia del rector y con su asistencia.
Los castigos que se imponían eran: la privación de desayuno, comida o que éstas se realizasen postrado en tierra o la reclusión en casa o en el cuarto el tiempo que la comunidad salía de paseo o estaba de recreo. Las penas las imponía el rector sopesando el delito y el historial del delincuente. Si el colegial no se corregía, se daba conocimiento a los señores comisarios del colegio para que impusieran castigos mayores. Solamente de forma extraordinaria se recurría a los azotes.
Los estatutos tienen problemas para establecer el tiempo de permanencia de los escolares, todo va a depender del aprovechamiento del alumno, de su formación y de la posible opción de la carrera eclesiástica. Quedaban excluidos del colegio aquellos que marchaban a casa de sus padres sin permiso. La visita a la casa paterna se les concedía a aquellos alumnos que se encontraban bien instruidos y su buena conducta estaba bien acreditada.
El colegio contaba con dos criados para el servicio del rector y de los colegiales. Se encargaban de limpiar la puerta y el arco del colegio y la casa. El trabajo era alternativo, una semana uno se encargaba de la portería, y el otro del interior del colegio. La semana siguiente intercambiaban tarea. La puerta debía permanecer siempre cerrada, no permitiendo la entrada de personas ajenas al colegio. Las visitas estaban prohibidas, excepto cuando eran autorizadas por el rector. Los criados estaban sometidos en todo a las órdenes del rector, a su voluntad y al buen régimen del colegio. Las faltas cometidas por los criados eran sancionadas, multadas e incluso podían ser expulsados del colegio.
Era el encargado de comprar las viandas, que tenía que justificar. Los productos debían ser de buena calidad, sanos para después guisarlos y componerlos con limpieza y con sazón. Según los estatutos, del cocinero dependía que la comunidad estuviese bien o mal servida, desazonada o contenta, y del rector depende su permanencia o despido.
El Cabildo nombraba uno o más comisarios que supervisaban al rector y al colegio en general. Vigilaban que se llevara a cabo la vida colegial con orden. Recibían del Cabildo plenos poderes para cualquier asunto que surgiera en el colegio. Solamente consultaban con el Cabildo en el caso de expulsión de alguno de los escolares.
Fuera del colegio se contrataban otros profesionales a los que se les abonaban los servicios prestados a los colegiales. El confesor, el médico, el cirujano, el aguador y la lavandera formaban la nómina del colegio de los mozos de coro. El rector cobraba tres mil trescientos reales, libra y media de pan y una de carne con las demás asistencias de boca señaladas a los colegiales. El confesor cien reales, el médico ciento cuatro, el cirujano ciento treinta reales, era el mejor pagado del cuadro sanitario. La lavandera recibía cien reales y trescientos el aguador. Los criados de comunidad percibían a razón de un real diario, una libra de pan y media de carne. El cocinero dos reales al día, libra y media de pan y tres cuarterones de carne.
Hasta aquí hemos descrito las peculiaridades de la vida de los colegiales del Colegio de los Mozos de Coro de la Iglesia de Salamanca. Entre ellos, muchos optaron por el estudio de la medicina. En la actualidad el estudio de la patología de la voz está encomendado a la otorrinolaringología y la foniatría. Todavía está fresca en mi memoria la asistencia a los congresos internacionales de foniatría donde el canto coral estaba presente entre los congresistas en los descansos de las ponencias. La formación musical es de gran utilidad al médico foniatra. ¡Cuánto me gustaría haber conocido a aquellos médicos coristas cuyo conocimiento musical era paralelo al galénico!
Deja una respuesta