La violencia de género en la Salamanca de principios del siglo XX

Por Jesús Málaga

“Echando la vista atrás, comprobamos que, en la actualidad, se reproducen los nocivos modelos de conducta del pasado (…). Para cotejar en el tiempo este grave problema social, se hace necesario recurrir a la historia, en este caso, de Salamanca, para encontrar semejanzas”

Una de las fórmulas de las que disponemos para comprobar la salud de una población democrática es la de valorar la cohesión entre sus miembros, especialmente entre sus clases sociales y sexos. Cuando estamos a punto de finalizar el primer cuarto del siglo XXI, nuestra sociedad todavía se sobrecoge a diario con episodios de violencia de género en España y, por supuesto, participa de esta negra estadística Salamanca capital y provincia, que no están exentas de esta lacra. La Ciudad de la Cultura y la Educación tiene comportamientos semejantes a los de otras poblaciones que no han destacado en estos nobles menesteres. La aprobación de leyes que protegen a las mujeres frente a sus agresivas parejas no siempre ha sido suficientemente eficaz para evitar la execrable conducta de algunos varones. Este grave problema se viene arrastrando desde tiempo inmemorial, nuestra cultura se ha cimentado en la supremacía del hombre, y, desgraciadamente, muchos varones no han asumido todavía la igualdad de géneros y la libertad que reclaman en justicia las mujeres. Entrar en el conocimiento de este problema se complica al afectar por igual a las distintas clases sociales, a los de cualquier nivel educativo y cultural y a los que habitan en la ciudad o en el mundo rural.

Sería injusto no valorar en su verdadera dimensión los logros alcanzados en el último siglo en esta materia; nunca la mujer ha estado tan reconocida como ahora, pero todavía se echa en falta la superación del techo de cristal en algunos estamentos, especialmente en los directivos de las empresas. En nuestro país, las mujeres son mayoría entre el alumnado de la universidad, pero continúan siendo minoría entre los puestos directivos y en el profesorado de más alta responsabilidad, catedráticas y profesoras agregadas.

Echando la vista atrás, comprobamos que, en la actualidad, se reproducen los nocivos modelos de conducta del pasado. A pesar del evidente progreso de los últimos años, algunos sujetos, inexplicablemente, agreden a sus mujeres. Para cotejar en el tiempo este grave problema social, se hace necesario recurrir a la historia —en este caso, de Salamanca— para encontrar las semejanzas que buscamos. Así lo hemos hecho, dando a conocer casos de violencia de género que se dieron en los primeros decenios del siglo XX. Para ello, hemos buscado en el tomo primero de La vida cotidiana en la Salamanca del siglo XX1 los casos descritos con tal epígrafe hace más de cien años en Salamanca y su provincia.

En 1903, Francisco Tola del Carro intentó asesinar a su mujer, Andrea de Larrainzo, en plena plaza Mayor. La hirió gravemente con arma blanca en el cuello y el pecho; por suerte, al ser un lugar muy concurrido, los viandantes impidieron que la esposa muriera. Pero en la información de prensa no se dice nada de la reacción de los salmantinos que llenaban el ágora contra el agresor, quizás porque no la hubo.

“Todavía se echa en falta la superación del techo de cristal en algunos estamentos”

A los pocos días de este desgraciado incidente, la portera de la Normal de Maestras, ubicada entonces en la Merced Calzada, Eloísa Romero, fue asesinada por su marido, Dionisio Moreno Nieto, que posteriormente intentó quitarse la vida. Este suceso ocurría al mismo tiempo que tres peligrosos
delincuentes se fugaban de la prisión salmantina. Poca consideración social debía tener la mujer en aquellos años cuando Tola se atrevía a herir a su esposa en el lugar más concurrido de Salamanca sin esperar consecuencia alguna para él o recriminación por parte de la sociedad biempensante que
se encontraba en la plaza Mayor de paseo. Ese menosprecio por las mujeres se deja ver de una manera más explícita en el siguiente caso. Según El Lábaro, cinco mujeres residentes en la calle Empedrada del barrio de los Milagros fueron conducidas y detenidas en la perrera municipal por montar un gran escándalo en la citada calle, hoy Vaguada de la Palma. En este episodio de faltas, las mujeres fueron tratadas como si fueran animales, comportamiento que la autoridad nunca tendría de ser hombres los que fueran acusados de escándalo público.

En los últimos días del año 1910, Segundo Iglesias, sereno particular del barrio de Santo Tomás, abusó de una niña de diez años de edad, Gonzala Sánchez, en el portal próximo a la iglesia. Descubierto el caso, el pederasta ingresó en la cárcel provincial. Este asunto fue considerado de máxima gravedad al ser la agredida una menor, un agente de la autoridad el agresor y al actuar el vigilante con nocturnidad.

Rosaura Ávila, de Castellanos de Villiquera, fue asesinada por su novio en 1912 a los veinte años de edad. El homicida, Luciano Fraile, declaró haberla matado por celos. Días más tarde, el inspector de vigilancia encontró el paradero de una joven que se había fugado del domicilio de sus padres, sito en Doñinos de Salamanca. El 11 de diciembre de 1912, el periódico El Salmantino recogía entre sus páginas que por una orden gubernativa habían ingresado en el convento de las adoratrices cuatro mujeres que estaban recogidas en una posada de la ciudad. El dueño del establecimiento fue multado por darles cobijo. En este caso, en el que se insinúa por parte del diario que podía tratarse de mujeres huidas del domicilio familiar sin el correspondiente permiso, se deja en manos de una congregación religiosa radicada en el paseo de las Úrsulas la vigilancia tras ser recluidas en su convento.

El 23 de mayo de 1912, en los alrededores de la iglesia de San Juan de Sahagún, se amotinaron las vecinas del barrio protestando contra una mujer que maltrataba a su marido, que se encontraba débil y enfermo. La protesta duró tres horas, finalizando al intervenir la policía cortando de raíz la manifestación. En contraste con este episodio, llama la atención que a principios del siglo XX no se recoja en la prensa ninguna protesta de mujeres o hombres contra el maltrato por parte de varones para con sus cónyuges. Las manifestaciones o minutos de silencio en contra de la violencia de género organizadas por las administraciones públicas cuando se produce el asesinato de una mujer a manos de su pareja son muy recientes y, por desgracia, suelen acudir a ellas muy pocos ciudadanos.

Finalizaba 1919, y un exguardia municipal, Ángel Peral, dio muerte a su amante, Sabina Colodrón de la Cruz, de 37 años de edad. El suceso tuvo lugar en la calle Rabanal. La mujer recibió seis puñaladas, quedando gravemente herida. Fue trasladada de urgencia a la Casa de Socorro, pero, ante la gravedad de las heridas recibidas, fue remitida para su tratamiento urgente al Hospital, donde falleció tras el ingreso. El agresor fue detenido. Una vez más, la violencia de género era ejercida por un agente de la autoridad, en este caso, un exagente.

“Cada avance en el respeto a la mujer y sus derechos ha supuesto sudor y lágrimas”

José Sanz Hernández asesinó de un tiro en Villamayor de Armuña a su esposa, Teresa Rebollero Hernández, ambos de 41 años de edad. Tenían cuatro hijos de corta edad. Los celos fueron la causa de la muerte de Teresa tras una violenta discusión. El homicida intentó huir; al no conseguirlo, quiso suicidarse, y posteriormente fue detenido e ingresado en prisión. El suicidio del agresor acto seguido a la realización del homicidio sigue siendo frecuente también en nuestros días.

Si nos fijamos en el comportamiento de los agresores en los casos descritos y los comparamos con los que se dan en la actualidad, comprobaremos que se reproducen en gran medida las formas de actuación de los violentos y las consecuencias funestas para las mujeres que padecen sus formas de comportarse; solo los casos de violencia de género acompañada de violencia vicaria han tomado en la actualidad una frecuencia que preocupa a los expertos que tratan esta patología social.

Cada avance en el respeto a la mujer y en la adquisición de sus derechos ha supuesto sudor y lágrimas, cada logro ha implicado soportar durante siglos justificaciones incomprensibles, menosprecios inacabados y descalificaciones sin fin, a veces sumados al dolor que produce que parte de la crítica a la mujer y la justificación de la violencia del hombre proceda del mismo bando que debía combatirlo, el femenino.

La discriminación de hombres por sus mujeres se da en ínfimos porcentajes. La existencia de estos casos de violencia contra los hombres por parte de sus mujeres no justifica que se tengan que desatender las demandas de la inmensa mayoría de casos en los que son las mujeres las agredidas.

Entre las causas de la violencia de género se señala la resistencia férrea del hombre a renunciar a sus privilegios, que se manifiesta en el dominio del varón sobre la mujer. En este siglo trascurrido, desde que se dieron los casos descritos en las primeras décadas del siglo XX, hasta el día de hoy, la mujer ha logrado el derecho a votar, se ha implantado la escuela mixta de forma masiva, las mujeres han sido autorizadas a abrir una cuenta bancaria sin tener que pedir permiso a su marido, se les ha reconocido la mayoría de edad en igualdad con los hombres, y los varones comparten las tareas domésticas, aunque no en la misma proporción.

En estos cien años se han aprobado leyes de discriminación positiva hacia las mujeres, como la del divorcio y la de la interrupción voluntaria del embarazo, entre otras muchas que han favorecido a la mujer. Se ha logrado la paridad en la representación política, en el Consejo de Ministros y en las cámaras legislativas, y se ha impuesto por ley la paridad en los consejos de administración de las empresas del Ibex 35. A pesar de todo, los legisladores no dejan de preguntarse por la cada vez más frecuente presencia en nuestra sociedad de la violencia de género, se interrogan sobre sus orígenes y la variedad en la forma de manifestarse.

Podemos concluir esta reflexión con una certeza: todavía tenemos un largo camino que recorrer para llegar a la superación de este gravísimo problema.

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