La Universidad y los Colegiosuniversitarios (III)

Por José Almeida (*)

Doctor en Medicina y Cirugía y licenciado en Bellas Artes

Las Escuelas Mayores y la Casa-Museo
de Unamuno

Al Paraninfo, o antigua cátedra de Derecho Canó-nico, se accede a través de una puerta situada en el rincón noreste del claustro y presenta un aspecto diferenciado del resto de aulas merced a la re￾forma llevada a cabo en 1862 y a los cambios realizados por el rector Tovar, en 1954, con ocasión de la celebración del VII Centenario de la Universidad, hasta tener el aspecto que ofrece en la actualidad.

Es el aula más espaciosa de todas y de apariencia regia, como corresponde al Aula Magna. Aquí se celebra la inauguración del curso académico y la concesión de los Doctorados honoris causa, entre otros actos solemnes, con toda la parafernalia que entraña la tradición desde tiempos muy lejanos: con el desfile del cortejo académico con la toga negra y la muceta y birrete del color propio de cada Facultad. El rector, precedido por los maceros y chirimías, va al frente de la comitiva y todo ello de una belleza y suntuosidad estremecedoras.

La cabecera se cambió al poniente durante la estancia del general Franco en Salamanca, al parecer por motivos de seguridad, ya que podría ser vulnerable por dos ventanas abiertas a la plaza de Anaya. En esta aula destaca un dosel bajo las armas pontificias que cobija al estandarte de terciopelo carmesí con el emblema abreviado de la Universidad, que donó el príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos y Señor de Salamanca, cuya muerte, a los 19 años, se produjo en nuestra ciudad. Sobre el estrado toman asiento los miembros del equipo de gobierno en el testero y a los lados, en escaños tapizados de rojo; a la derecha los miembros del claustro universitario, y a la izquierda las autoridades.

En el aula destacan cuatro grandes arcos, gemelos a los del aula de fray Luis, amén de una serie de tapices de Bruselas del siglo XVII y algunas pinturas de muy diversa calidad: una grisalla del siglo XIX de los Reyes Católicos, del pintor Isidro Celaya, profesor de la Escuela de Bellas Artes de San Eloy y un retrato del rey Carlos IV, copia de Goya. Recientemente se ha colgado en la pared de mediodía, entre las dos ventanas abiertas a la plaza de Anaya, un retrato del rey Juan Carlos I que, en mi opinión, es impropio: a mí me parece un “sello de correos” en tan excelso espacio. Frente a la entrada se halla la cátedra que ocupa el conferenciante en la inauguración del curso y en los actos académicos.

Es sobradamente conocido que en este magno escenario fue donde tuvo lugar el enfrentamiento entre Unamuno y el general Millán Astray, aquel 12 de octubre de 1936, en plena guerra civil y primer Día de la Raza, cuando el rector enojado pronunció la frase: “venceréis, pero no convenceréis”, y a los dos días de ese acontecimiento histórico Franco destituyó a don Miguel, y a los dos meses falleció.

La antigua capilla, más bien oratorio, es hoy el zaguán de entrada de la fachada oriental del edificio, la llamada “puerta de las cadenas” de la plaza de Anaya, donde podemos contemplar dos grandes escudos góticos: el superior de Castilla y León y el inferior del Papa Luna, Benedicto XIII. La cubierta de esta reducida estancia, hoy zaguán, es de traza mudéjar y ha sido recientemente restaurada.

La capilla de San Jerónimo actual, que ocupa el mismo lugar de la anterior, es la tercera en el transcurso de la historia. La segunda fue un edificio de nueva construcción de finales del siglo XV, adosado a la crujía meridional del edifico histórico, y del que solo quedan los muros perimetrales y la sacristía gótica. Constaba de dos plantas: la baja era la capilla propia￾mente dicha y el piso alto estaba destinado a biblioteca, cuya bóveda se hallaba decorada con el famoso fresco del “Cielo de Salamanca”, pintado por Fernando Gallego y trasladado en la actualidad a una sala del Museo de las Escuelas Menores. A principios del siglo XVI, al tratar de colocar en la capilla el retablo, de mayor altura que el techo, se optó por derribarlo, quedando unidas las dos dependencias en un solo espacio. Finalmente, en 1767, se reformó completamente por Simón Gabilán Tomé en traza barroca, con lo que se destruyó gran parte de la cubierta antigua, que fue sustituida por una falsa bóveda de cañón y lunetos, situada por debajo de la primitiva cubierta.

La espadaña, también añadida en el siglo XVIII, puede verse airosa desde el ángulo noroeste de la crujía alta, como intentando competir estéticamente junto con la secuoya del patio con la torre de la Catedral, en una imagen plástica de una belleza singular.

No es de extrañar, por todo lo antes referido, que al entrar en la capilla, la tercera en la historia, nos sorprenda la altura de la bóvedas de lunetos y el enorme retablo de mármoles de colores dividido en tres cuerpos. En el bajo destaca un gran cuadro con marco de arco de medio punto, pintado por Francisco Cacciániga en Roma, en 1764, con la escena del juramento de la defensa del misterio de la Inmaculada Concepción por el claustro de doctores. Una vez al año por la Octava del Corpus esta pintura desciende por medio de un curioso sistema de poleas, a modo del telón de un escenario, mostrando un solemne expositor donde se presenta para adoración la Custodia.

La capilla de San Jerónimo actual, que ocupa el mismo lugar de la anterior, es la tercera de la historia

Hay otros cuadros con las figuras de San Juan de Sahagún y Santo Tomas de Villanueva del mismo autor, así como retratos de Santo Tomás de Aquino y de San Agustín y un relieve en bronce de San Jerónimo. En el cuerpo alto figura un calvario pintado por Antonio González Ruiz. Las paredes están cubiertas por terciopelo carmesí, destacando en el lado izquierdo el púlpito de mármoles de colores, de Simón Gavilán Tomé, y en el muro de la derecha la puerta de la sacristía, también de mármol policromado, y una hornacina-cenotafio de mármol negro y blanco de Nicasio Sevilla, donde se guardan los restos de fray Luis de León; del mismo artista que realizó en 1869 la estatua del fraile agustino. La primera escultura pública de Salamanca sufragada por suscripción popular, situada en el Patio de Escuelas.

La escalera que nos lleva al piso superior es, sin duda, una de las más bellas del renacimiento español y consta de tres tramos con giro a la derecha que van unidos por pilastras en los ángulos de los pasamanos. Está cubierta por una bóveda gótica e iluminada por ventanas ojivales.

La galería de los enigmas es la única originaria, con una magnífica techumbre de madera

Los tramos están tallados por ambas caras y los temas están prácticamente repetidos en los dos paños y, como la fachada-estandarte, encierra un programa iconográfico de inspiración humanista basado en grabados de la época y en textos literarios, que ha sido estudiado por varios autores, entre otros Luis Cortés, Gabaudan y Pereda, con interpretaciones dispares. Para Cortés hacen alusión a las tres edades del hombre, que acaba venciendo a las pasiones; y para Pereda sería una representación del peregrinaje del hombre sobre la tierra con especial referencia a la lujuria. Desde el punto de vista descriptivo el primer tramo recoge las figuras de una mujer, un músico y un peregrino -en la cara interior es un bufón-; en el segundo tramo está representada la conocida escena de un hombre cabalgando sobre una mujer, y al revés: una mujer montada sobre un hombre; y en el tercer tramo una comitiva de jinetes, uno de ellos alanceando un toro. No se conocen datos sobre su autor y cronología exacta.

Ascendiendo por esta escalera y tras franquear una gran reja accedemos a la crujía de poniente del claustro alto, llamada “galería de los enigmas”, la única originaria, razón por la que tiene una magnifica techumbre de madera tallada con casetones octogonales renacentistas con piñas de mocárabes moriscos, así como por los antepechos labrados de los ventanales de los arcos mixtilíneos. Se distinguen de los modernos de Secall, aparte de su austero atractivo, porque están decorados en su cara externa con bajorrelieves del Sueño de Poliphilo, siguiendo el mismo plan iconográfico general del edificio.

Al fondo de esta galería nos topamos unas pinturas murales, descubiertas por García Boiza, tras picar el encalado que las ocultaba, que han sido atribuidas a Juan de Flandes, y representan a san Antonio Abad y un ermitaño con mensajes alusivos a enfermedades, para disuadir a los estudiantes de que utilizasen el rincón como “evacuatorio”.

En el centro, más o menos, de la crujía nos sorprende una magnífica puerta gótica de arco carpanel con tres arquivoltas entre baquetones, finamente labradas y subiendo unos cuantos escalones nos encontramos una soberbia reja de hierro forjado del siglo XVI que franquea la entrada a la magnífica biblioteca barroca; la tercera en el orden cronológico, y que fue proyectada por Manuel de Larra Churriguera.

Las estanterías, organizadas en dos pisos de 52 estantes cada uno, son de madera en su color y en los ángulos se hallan las esculturas blancas que adornaban la segunda biblioteca que representan a la Ocasión, la Fortuna, la Pureza y la Maternidad. Los anaqueles contienen más de 60.000 volúmenes que se ha enriquecido, entre otros, con fondos de la biblioteca de los jesuitas tras su expulsión y de los colegios universitarios desparecidos, así como de algunos conventos desamortizados.

El germen de todos estos fondos lo constituye la primera biblioteca universitaria de Europa que fundara el rey Alfonso X, en 1254.

El edificio es de traza barroca, de Andrés García de Quiñones, y en él destaca un escudo

Los ‘libros redondos’

En esa sala se encuentran las esferas, o los llamados “libros redondos”, que trajo de París Torres Villarroel y en la actualidad está cerrada al público, salvo ocasiones excepcionales, pero se la puede contemplar desde una cancela acristalada para preservarla de posibles negligencias que pudieran cometerse con los libros o el mobiliario.

La Sala de Manuscritos es una cámara de seguridad, ‘Sancta sanctorum’, como se la conoce en el argot universitario, situada sobre la bóveda del zaguán añadido de la fachada-estandarte, del siglo XVI. Es donde se conservan las estanterías del antiguo archivo del siglo XVII, de la segunda biblioteca.

Las cuatro puertas del armario están decoradas con pinturas de Martín de Cervera representando en los paneles interiores el escudo real de Felipe III y escenas de clase en el aula de las antiguas cátedras, como la conservada de fray Luis de León, que atesora los más de dos mil manuscritos y sobrepasando el medio centenar de incunables, y también el “arca boba”, así llamada porque no se conocía el fondo.

Es un arca de cinco llaves, en poder cada una de ellas de distintas autoridades académicas, donde se guardaban los caudales universitarios y que hoy custodia un ejemplar de La Torá, del siglo XVI.

En la vivienda de D. Miguel se puede respirar el ambiente íntimo y familiar que vivió

No debe dejarse de lado, una vez que hayamos concluido con las dependencias del viejo Estudio, hacer referencia al edificio adosado al sur de la fachada principal en la segunda mitad del siglo XVIII, en la misma calle de Libreros con fachada doblada a la calle de Calderón de la Barca. Me estoy refiriendo a la que fue residencia habitual de los rectores hasta don Miguel Unamuno, que habitó esta casa de 1900 a 1914, y en la actualidad es su Casa-Museo.

Se construyó con la idea de acoger en la planta baja el Salón de Claustros, pero pronto resultó insuficiente, por lo que en la actualidad se destina a actos de protocolo; de manera especial a las tomas de posesión de plazas de profesores numerarios y de puestos académicos.

El edificio es de traza barroca de Andrés García de Quiñones que, aunque contrasta con el resto del conjunto arquitectónico, entona perfectamente con el espíritu ilustrado de la docta institución, destacando en la esquina un gran escudo de la Universidad.

Una portada con decoración barroca

La portada es muy parecida a la de la Hospedería de Fonseca, antigua Facultad de Medicina, en la que destaca su decoración barroca con el típico bocelón de orejeras curvas y pronunciado intradós cóncavo en la clave, que da cobijo a un recargado relieve ornamental, ya rococó, enmarcando un escudo de la Universidad. Las ventanas orladas de orejeras planas y balcones curvos sobre soportes de hierro son de un barroquismo exquisito y, como remate final, recalcar la presencia de una parra entrelazada en los balcones de la calle de Calderón, a la que el rector dedicó el soneto La parra de mi balcón, y desde donde se puede contemplar una perspectiva única de la portada de poniente de la Catedral Nueva.

Para todos aquellos interesados en la vida y la obra de don Miguel es muy instructiva la visita al piso superior; la que fue vivienda del rector, donde se puede respirar el ambiente íntimo y familiar que vivió el eximio personaje.

Se ha conseguido una ambientación histórica muy acertada, con testimonios de su vida cotidiana y de sus aficiones: entre ellas la papiroflexia y el dibujo.

Afición esta última poco conocida por el gran público y con detalles como los que pueden verse en una vitrina: sus gafas, un crucifijo, el bastón rectoral y en fin…; sin olvidar las estancia para uso y disfrute de los investigadores, con los fondos de su biblioteca y el archivo epistolar, donde está recogida la prác￾tica totalidad de la documentación del escritor, muerto el día 31 de diciembre de 1936 en su casa de la calle de Bordadores, la que fue del regidor de la ciudad don Juan Antonio Ovalle.

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