Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
Era don Vicente uno de los hombres más ricos de Salamanca, sino el más rico. Banquero, de los muchos que ha dado esta tierra. Baste recordar entre ellos a las familias Coca y Cobaleda que los entrados en años recordarán, sobre todo, por la quiebra de la última, que afectó a muchos salmantinos que tenían en aquella banca local depositados sus ahorros. Algunos de los lectores retendrán en la retina el precioso edificio de la Plaza de los Bandos, con aquel jardincillo de entrada que daba a la banca familiar más empaque del que realmente tenía.
Don Vicente Rodríguez Fabrés tenía fama de serio, retraído y huraño. Pocos amigos disfrutaba en Salamanca el solterón de oro, de tal manera que a su muerte, tan dados como somos a asistir al funeral de cualquier conocido, don Vicente se quedó prácticamente con la servidumbre, unos pocos amigos y algún allegado que lo velase.
Nadie sospechaba que el antipático de don Vicente se había trasladado a Madrid el 19 de julio de 1896 para firmar su testamento. El notario que dio fe del mismo fue don Modesto Conde Caballero, que para más señas era licenciado en Derecho civil y Canónico.
Contaba entonces el banquero 49 años y aunque vivía en Salamanca poseía un piso en la corte. Nada menos que en la calle de Alcalá, en el número 33. Sus padres, cuyos retratos cuelgan en la sala de juntas del Patronato, eran don Vicente y doña Josefa, muertos ya en esas fechas. Su testamento es esclarecedor y nos indica claramente su forma de ser y de comportarse. Pide ser embalsamado, vestido con la ropa negra que siempre había usado y que no le despojen de una medalla de la Virgen del Carmen. Demanda un velatorio largo, en la mejor dependencia de la casa, y el enterramiento en el cementerio católico de Salamanca aunque la muerte le sorprenda fuera de su ciudad natal.
No se conforma con estipular el número de hachones que han de alumbrarle cuando esté de cuerpo presente, doce, el funeral de primera clase, la forma y calidad del ataúd, sino que también insta a todos los sacerdotes que quieran, a ir a Santo Tomás Cantuariense y San Martín a decir misas rezadas por su alma el día de su fallecimiento, bien pagadas, claro está, como era costumbre en aquellos tiempos cuando el difunto era de familia adinerada. No es de extrañar que comience su testamento declarando que profesa la Religión Católica Apostólica Romana, ya que su profunda religiosidad estaba fuera de toda duda. No dejó de lado las limosnas acostumbradas a los pobres de la ciudad y a las Hermanitas de los Pobres, a las que ayuda con una herencia de 500 pesetas de las de entonces.
Tres son los albaceas universales que habrían de vigilar el cumplimiento de sus últimas voluntades. Un banquero, don Ignacio Rodríguez Brusi, un abogado, don Lorenzo Velasco y González y un canónigo, el magistral don Francisco Jarrín y Moro. Como reservas, para el caso de imposibilidad por parte de los tres citados, quedan nombrados don Eduardo de No y García, don Miguel Rodríguez Brusi y don Fernando Domínguez Zaballa, conocidos propietarios salmantinos.
El 5 de septiembre de 1904, hace ahora casi 100 años, fallece don Vicente Rodríguez Fabrés. La ciudadanía se quedó de piedra al abrirse el testamento y al saberse que había dejado su fortuna para la construcción y posterior mantenimiento de un asilo para niños de cinco a doce años y otro para hombres inválidos del trabajo, mayores de sesenta años. Ambos debían construirse separados el uno del otro, en unas edificaciones nuevas, en los terrenos de su propiedad, en el antiguo colegio de Nuestra Señora de la Vega. No olvida en sus bondadosas aportaciones el maltrecho mundo rural y manda construir una granja modelo y dotar cátedras para el estudio de la mejora de los cultivos y el rendimiento de estas altas tierras salmantinas. Finalmente, ordena restaurar la iglesia de la Vega para su sepultura definitiva.
Los niños preferidos para ser admitidos en la fundación serían los parientes de don Vicente, aunque no fuesen de la provincia, en segundo lugar los nacidos en la ciudad y su provincia, siempre que fuesen hijos de familias pobres, honradas y que disfrutasen de buena salud. La preocupación por la salud y la cultura le lleva a ordenar la formación en gimnasia y música para todos los niños asilados. Indica en su testamento que la Juntade Patronos nombraría un licenciado en medicina y cirugía para asistir a los niños, inválidos y ancianos.
Relaciona los bienes con los que pagar la cara factura de los edificios a construir. Sería muy largo recogerlos en este escrito, pero no me resisto a enumerar algunas de sus propiedades en la ciudad.
Don Vicente era dueño del solar del Colegio Mayor de Oviedo, donde hoy se encuentra el Palacio de Congresos, una panera en la calle de Toro, y varias casas repartidas por la Plaza Mayor, doctor Piñuela y doctor Riesco.
Los niños asilados serían mantenidos, vestidos y educados, como era de prever, sobre todo, en educación moral y religiosa. Tendrían asistencia médica y se procuraría la higiene en todas las dependencias de la institución. Como cosa novedosa se les enseñarían conocimientos prácticos de agricultura.
Entra en detalles al referirse a los vestidos de los asilados. Dos trajes de invierno, uno gris con su gorra correspondiente y otro azul con gorra del mismo color para los días festivos. Capote de abrigo para el invierno y dos trajes de rayadillo para el verano. La ropa llevará las iniciales A.R. Asilo Rodríguez.
No olvida crear una Junta de Patronos en la que están presentes las máximas dignidades de la ciudad y provincia. Preside el obispo y son sus miembros el canónigo magistral de la catedral, el rector de la Universidad Literaria, que hace las veces de secretario, el fiscal, el presidente de la Diputación y el alcalde.
Deja sus joyas para una corona de la Virgen del Carmen y solicita al obispo la vuelta de la imagen de la Virgen de la Vega que en aquel entonces se encontraba en San Esteban, a su templo primitivo. Como es obvio ni el obispo de entonces ni sus sucesores cumplieron con el mandato testamentario de don Vicente que quería tener en su iglesia panteón a la patrona de Salamanca.
La aprobación del Patronato y los estatutos de la fundación se llevaron a cabo por una Real Orden del Ministerio de Gobernación de 16 de julio de 1913 que señala como patrimonio de la misma nada menos que 8.582.083.24 pesetas. En el acta de entrega de los bienes de la fundación, un año después, está presente con su firma, como rector, don Miguel de Unamuno.
El sueño del banquero se plasmó en un magnífico complejo alrededor de la iglesia del antiguo convento de los Canónigos de la Vega. La granja modelo y los dos asilos se construyeron en estilo modernista. Para aquellos tiempos era lo nunca visto. Hasta el mismo rey vino a su inauguración y puesta en marcha. Recorrer el edificio principal, sus escaleras nobles, su claustro, los deambulatorios alrededor de la granja y las diversas dependencias del interior es una delicia para los amantes del modernismo tardío que tiene en Salamanca excelentes construcciones como la Casa de Lis, el Mercado Central, el Hospital nuevo de la Santísima Trinidad y la Casa de Socorro.
Se respetaron los restos románicos del claustro que podemos contemplar en la sacristía, exquisitamente resguardados de los elementos climáticos, y se destacó la magnífica fábrica de la iglesia, olvidada y desconocida, aún hoy, para la mayoría de los salmantinos.
Este magnífico templo construido en el barrio mozárabe, fue ermita antes de la repoblación y ampliada a iglesia en 1150, según nos cuentan las crónicas del caballero leonés Iñigo Velasco. Entre sus muros se conservó la virgen de la Vega, patrona de Salamanca y su tierra, hasta la inundación de San Policarpo, allá por el año de 1626. La iglesia fue reedificada en 1582 por Juan Ribero de Rada y por Juan de Nantes en 1600. Su espacioso interior de tres naves está jalonado por columnas adornadas con capiteles platerescos y bóvedas de tracería góticas. Destacan en las naves laterales relieves representando el Descendimiento, atribuido a Lucas Mitata, y la Resurrección de Cristo.
El claustro moderno fue reconstruido en 1757, posiblemente por Andrés García de Quiñones que deja un cierto recuerdo a su intervención en la Plaza Mayor de Salamanca.
En la sala de juntas del Patronato se conservan algunos de los muebles nobles, aparador y espejos, de la familia del fundador. Así mismo se conservan los retratos de los padres del fundador, de muy buena factura. También se puede observar un lienzo, de regular calidad, en el que se recrea la vida del convento de los canónigos de la Vega.
La riqueza de la fundación en bienes raíces la situaba entre las primeras de España. Poseía varias fincas de cientos de hectáreas en el pueblo salmantino de Cubo de don Sancho que en los primeros años de la democracia fueron vendidas, a buen precio y con facilidades de pago, a los vecinos y aparceros del pueblo.
La fundación ha venido funcionando hasta la actualidad, aportando a la ciudad un servicio a los inválidos, niños y ancianos que hacían de Salamanca un lugar privilegiado en estos programas asistenciales. La Granja pasó en los años 70 a ser regentada por departamentos oficiales del Ministerio de Agricultura, ahora Consejería de Agricultura, que utilizan parte de sus terrenos parala investigación agrícola, como lo había establecido el fundador. Durante muchos años utilizaron estos terrenos para sus investigaciones el profesor Galán, de grato recuerdo para los universitarios de los años sesenta, que aún jubilado pidió mantener sus cultivos experimentales.
Parte de la finca fue cedida por el Patronato presidido por don Mauro Rubio Repullés a Investigaciones Científicas para la edificación de un centro de investigación. También fueron cedidos al ayuntamiento de Salamanca los terrenos cercanos al río para Parque Fluvial. Posteriormente, se llegó a un acuerdo con el consistorio para la ubicación del parque de los Jerónimos en los terrenos de la fundación, que habían quedado separados, río arriba, por la vía del ferrocarril a Portugal. En los últimos tiempos se cerró el asilo de ancianos e inválidos y se llegó a un acuerdo con las autoridades educativas para instalar un instituto de bachillerato y otro de formación profesional. Las últimas transformaciones de la finca se han llevado a cabo con la construcción del puente Príncipe de Asturias y sus accesos y la nueva ubicación de la preciosa puerta de entrada al recinto.
Hasta aquí la historia de una fundación que atendió con criterios modernos, no conocidos en la España de principios de siglo, la asistencia a los minusválidos.
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