Lo primero que debemos recordar es que la pandemia generada por el SARS-CoV-2 (la peor que ha sufrido la humanidad en los últimos 100 años), ha supuesto una prueba de fuego para todo el sistema sanitario, no solo en España, sino a nivel mundial, ya que ni las peores estimaciones que se tenían en el mes de febrero nos hacían pensar en la gran demanda asistencial que provocaría. Como médico de Emergencias, yo puedo ofrecer la visión del ámbito donde desarrollo mi labor asistencial, que es a nivel prehospitalario, en la Unidad Medicalizada de Emergencias (UME) de Salamanca (lo que se conoce como UVI móvil). En la capital, los recursos normales son, además de nuestra UME, tres ambulancias de Soporte Vital Básico (SVB) –una de ellas solo 14 horas–, cuya dotación de personal son dos técnicos de Transporte Sanitario (TTS). La presentación tan rápida de casos supuso que, en las primeras semanas, viviéramos una situación límite, donde los recursos para la atención y traslado de pacientes fueron claramente insuficientes. Otro problema, que a nuestra Gerencia de Emergencias no nos afectó tanto como a otros niveles, fue la rotura de ‘stock’ de los equipos de protección individual, ya que, aunque disponíamos de material, estuvimos reutilizándolos desde el primer momento durante varias guardias, previa descontaminación de los mismos. Dentro de las fortalezas, quiero destacar la gran capacidad de adaptación a las situaciones críticas que hemos tenido; aunque muchos tenemos formación en gestión de incidentes con múltiples víctimas y en incidentes NBQ (Nuclear, Biológico y Químico), se trabajó en un escenario de riesgo biológico completamente desconocido hasta la fecha. En este punto, quiero recalcar que la gestión de esta crisis no se hubiera podido realizar sin el gran trabajo que realizaron y siguen realizando los TTS de los SVB, los cuales soportaron la mayor carga de traslados de pacientes COVID-19, muchas veces con gran riesgo de contagio, como así han demostrado los test realizados a posteriori.
Desde el punto de vista de los retos a nivel prehospitalario, se deben establecer planes de contingencia con capacidad de movilización de recursos de forma inmediata, incluso con capacidad de movilización de personal de otras bases de emergencias con menor carga asistencial, ya que, además del aumento de la carga asistencial, hemos tenido que asumir las bajas ocasionadas por la COVID-19, lo que generó una sobrecarga tanto física como mental.
Son varias las hipótesis que se barajan, una de ellas es la cercanía a Madrid, con el consiguiente flujo de personas, sobre todo ese primer fin de semana, eventos deportivos nacionales que se desarrollaron en la ciudad las semanas previas a la declaración del estado de alarma… Pero serán los estudios epidemiológicos que se hagan de forma retrospectiva los que nos den una respuesta exacta a este hecho.
Tenemos que pensar que la evolución de este tipo de pandemias, según los expertos, ocurre en olas (normalmente dos o tres olas), como así ocurrió en 1918 con la mal llamada gripe española. En España, no acabamos de superar la primera y se está observando un aumento de brotes por toda la geografía, sobre todo en Cataluña y Aragón, por lo que hay que ser cautos e ir poco a poco, según la situación epidemiológica de cada región, para ir recobrando lo que denominábamos ‘normalidad’.
Como comentaba antes, yo puedo ofrecer la visión desde mi puesto de trabajo: nosotros, a pesar del aumento de la demanda asistencial, no hemos dejado de atender a ningún tipo de paciente, fueran COVID-19 o no. De hecho, muchos de los casos que hemos estado viendo han sido complicaciones en pacientes crónicos a los que, por uno u otro motivo, no se les realizaban las revisiones rutinarias que les correspondían.
Actualmente se tienen las lecciones aprendidas de esta primera ola de la pandemia causada por el SARS-CoV-2, ya que en muchos casos se fue improvisando sobre la marcha, dado el desconocimiento que se tenía de la evolución de la misma; se deberían sacar conclusiones de las mismas y crear, además de planes de emergencias, planes de contingencias, valorando todos los escenarios posibles, ya que, hasta la fecha, los incidentes biológicos se limitaban a casos esporádicos o incluso epidémicos, como fueron los causados por los virus de la gripe aviar, gripe A o fiebre hemorrágica Crimea Congo, entre otras. Hay estudios que indican que un rebrote de casos de pacientes con COVID-19 es muy probable, incluso una tercera ola de la misma; si así ocurriera, desde el punto de vista médico se tiene ya mucho conocimiento de la fisiopatología de la misma, aunque queda mucho por conocer todavía. Los tratamientos son más efectivos, la prueba está en el pequeño número de pacientes que actualmente necesitan tratamiento en las unidades de cuidados intensivos, en comparación con los primeros meses de la pandemia, por lo que desde ese punto de vista sí se está preparado. No ocurre lo mismo desde el punto de vista físico y mental de los profesionales sanitarios que estuvimos en primera línea de asistencia a estos pacientes, ya que la carga de trabajo, aunque no sean específicamente pacientes COVID-19, ha vuelto a ser muy importante.
Yo creo que todos, en algún momento de esta pandemia, hemos sentido miedo; no solamente era el riesgo de contagiarnos, sino la posibilidad de contagiar a nuestros familiares. Prueba de ello es la gran cantidad de sanitarios que se contagiaron a nivel nacional y otros que tristemente fallecieron, y aquí quiero hacer mención especial a Isabel Esther Muñoz y Luis Fernando Mateos, dos compañeros médicos de Atención Primaria. La gestión del tiempo en la evolución de estas situaciones es muy difícil de determinar, y todas las informaciones que nos llegaban en el mes de marzo y abril eran que los casos en Salamanca no paraban de subir. Más que miedo, en esos momentos lo que pensábamos era si podríamos seguir con ese ritmo de trabajo. En mi opinión, la población no debe tener miedo, lo que tiene es que ser consciente del tipo de virus al que nos enfrentamos y seguir las recomendaciones de las autoridades sanitarias.
Que debemos estar tranquilos, pero que no se debe bajar la guardia, que el virus sigue con nosotros, y en esta época en la que las temperaturas nos pueden hacer pensar que todo ha pasado, las medidas generales que constantemente se están repitiendo en los medios de comunicación son la base para frenar la transmisión del virus (uso obligatorio de mascarilla, distanciamiento social de dos metros, lavado de manos con agua y jabón o uso de soluciones hidroalcohólicas). Posiblemente, estás medidas se deberían transmitir a la población, además, por parte de los profesionales sanitarios, explicando por qué son necesarias y resolviendo las dudas que puedan existir a nivel comunitario.
No puedo contestar a esa pregunta, ya que se sale de mis competencias. Seguro que desde la Consejería lo estarán estudiando. Lo único que puedo comentar es que no en todas las residencias se gestionó igual la pandemia, y en algunas se hizo de forma excelente, con aislamiento de los residentes, evitando visitas (incluso antes de la declaración del estado de alarma), medidas de limpieza y descontaminación y uso adecuado de los EPI, lo que redundó en la ausencia de casos y, por consiguiente, de fallecidos.
Como he dicho anteriormente, en mi caso particular fueron semanas de mucho trabajo y estrés que, gracias a mi formación en incidentes NBQ, se pudo gestionar mejor. Hemos aprendido una metodología de trabajo que nos está sirviendo para la gestión de los incidentes diarios que tenemos actualmente. De esta experiencia valoraría, en general, la cooperación con otros servicios hospitalarios, la colaboración y espíritu de trabajo de la mayoría de compañeros. Y una vez superada esta primera ola, ya que todavía no sabemos cómo podrá evolucionar la epidemia (todo esta en manos de la población y de su comportamiento, como estamos viendo en los brotes actuales), pediría más coordinación entre niveles asistenciales, para optimizar recursos y, en definitiva, mejorar la calidad asistencial de los pacientes, que es el fin último de nuestro trabajo.
“En la UME de Emergencias Sanitarias, esta situación de crisis sanitaria nos pilló sin coordinador, lo que inicialmente ocasionó discrepancias en la transmisión de la información por parte de nuestra Gerencia y de la coordinación a nivel local (Hospital y AP), además de en la gestión de los envíos de los EPI, tanto para la UME como para los SVB. Esto me llevó a asumir la coordinación temporal de la UME mientras durara esta situación crítica. Dada la evolución de la pandemia, tuvimos que cambiar por completo nuestra forma de trabajar; para ello, se establecieron protocolos de actuación (buscando un equilibro entre los criterios de bioseguridad y la calidad asistencial) y de descontaminación del personal y los equipos después de cada intervención, además de limpieza y desinfección de la UME. Pasadas las primeras semanas, dado que Salamanca estaba teniendo un aumento exponencial de casos y la carga asistencial era enorme, desde la Gerencia de Emergencias redistribuyen los vectores de transporte en la capital y la provincia, por lo que se asignan dos ambulancias denominadas COVID sin personal a los SVB de Tejares y Garrido para el traslado de pacientes sospechosos o confirmados, y el SVB de Alamedilla pasa de 14 a 24 horas, fundamentalmente para pacientes no COVID-19, lo mismo que una ambulancia convencional urgente (solo con conductor). Posteriormente de desplaza el SVB de Alba de Tormes a Salamanca. Paralelamente, se habilitan otras ambulancias en exclusiva para el traslado interhospitalario de pacientes COVID-19, labor que estaban realizando los SVB, lo que nos disminuía la capacidad asistencial. Recursos que ya están desactivados, y actualmente estamos en la situación similar a la declaración de pandemia”.
Deja una respuesta