Estos meses nos hemos enfrentado a una situación sin precedentes. A mi juicio, más allá de la ausencia total de protocolos específicos diseñados para una situación de crisis sanitaria, la debilidad más evidente ha sido la mala gestión de la información. La insuficiente información oficial contribuyó al desconcierto inicial, sin conexión con otros centros para aprender a organizarnos, y la mala información científica hacía que, además del gran esfuerzo asistencial, tuviéramos que dedicar muchas horas a estar atentos a todo tipo de artículos de revistas científicas sobre todo aquello que iba apareciendo relativo a cualquier aspecto del coronavirus: epidemiología, formas de contagio, métodos diagnósticos, manejo clínico de los pacientes, pronóstico y, sobre todo, tratamiento. Toda esta información no estaba correctamente filtrada, lo que supuso un esfuerzo adicional en un momento de enorme incertidumbre. Al conocer tan poco de esta enfermedad, todo parecía importante y todo parecía poco. La principal fortaleza que he observado ha sido percibir que éramos capaces de estructurarnos rápidamente y alinearnos todos a un mismo objetivo, superando nuestros propios miedos. Esta actitud colectiva ha sido, simplemente, espectacular. Ello permite vislumbrar que somos capaces de muchísimo más de lo que creemos cuando la situación nos exige dar el máximo de nuestras posibilidades.
Es indudable que debemos aprovechar este tiempo de aparente mejoría para elaborar protocolos de actuación y procedimientos de todo tipo que nos permitan afrontar la situación, a corto y medio plazo, con solvencia y seguridad en todos los niveles asistenciales, así como planes epidemiológicos y asistenciales de ámbito más amplio que permitan rediseñar políticas sanitarias a más largo plazo de mayor complejidad y extensión.
Es difícil saber la causa del gran impacto epidemiológico que hemos tenido en nuestra provincia. Además del retraso en tomar la decisión de limitar la movilidad y las concentraciones de personas, existen otros factores que han podido contribuir a diseminar la infección, como son nuestra importante población estudiantil, la cercanía con Madrid, con mayor frecuentación de viajes también de gente joven y, por otra parte, la elevada proporción de población anciana, muchos de ellos viviendo en el gran número de residencias de mayores de que disponemos.
Va a pasar mucho tiempo hasta que recuperemos una normalidad asistencial tal y como la entendíamos antes. El enorme impacto que ha producido esta enfermedad hará que cambien muchas cosas en nuestro quehacer diario a todos los niveles. Es probable que, progresivamente, vayamos recuperando algo tan esencial para el médico como es el trato directo y presencial con el paciente, pero llegar a los mismos niveles que antes va a ser muy difícil. En cambio, se nos abre una gran oportunidad de mejora al introducir las diferentes modalidades de telemedicina, a través del teléfono, correo electrónico, videollamadas… Esta conexión telemática debe incrementarse, tanto con los propios pacientes como entre los diferentes especialistas. Además, otro tipo de medidas preventivas, en cuanto a extremar la detección de casos sospechosos, aumentar el nivel de protección personal y evitar la propagación del virus (mascarillas, gel hidroalcohólico, control de accesos en los centros, evitar congestión de salas de espera, etc.) creo que se van a quedar con nosotros para mucho tiempo.
Actualmente, todavía existe cierta limitación en la atención presencial de los pacientes, especialmente en Atención Primaria, aunque también en muchas consultas del Complejo Asistencial. Ello dificulta, indudablemente, una valoración correcta y completa de la patología que sufren los enfermos. Además, los trámites administrativos también se han lentificado a la hora de solicitar citas, etc. Todo ello está conduciendo a un retraso en el diagnóstico de muchos nuevos procesos y a una desestabilización de la patología crónica que no recibe suficiente supervisión. Pero todos los pacientes no tienen la misma gravedad. Por ello, se hace más necesario que nunca establecer sistemáticas de trabajo y circuitos asistenciales que nos permitan priorizar qué pacientes deben ser atendidos antes. En este sentido, creo que intensificar el contacto con Atención Primaria es esencial para todo ello. Nuestro servicio ya había detectado esta necesidad antes incluso de la COVID-19, y ya estábamos desarrollando nuestra idea de ‘internista de referencia’ en la mayoría de centros de salud de la provincia. Hemos tenido que actualizar esta iniciativa haciéndola compatible con alguna herramienta informática que nos ofrece la historia clínica electrónica, como es la interconsulta no presencial. Tenemos habilitados en la actualidad, y abiertos a todos los médicos de Atención Primaria, varios teléfonos de atención directa: consultas generales, pacientes COVID, pacientes con problemas que no pueden demorar su asistencia, pacientes pluripatológicos y enfermedades infecciosas. Además, tenemos otros dos teléfonos para las áreas específicas de Béjar y Ciudad Rodrigo. En cuanto a las listas de espera, creo que sí, que es necesario actualizar los planes que ya existen para disminuirlas y adaptarlos a la situación excepcional actual. Es evidente que, a otro nivel más amplio que el que acabo de comentar en nuestro servicio, debemos generar planes sanitarios que permitan adecuar y equilibrar la oferta y la demanda en cuanto a la asistencia sanitaria que podemos desarrollar y la que necesita la población.
Creo que las cosas están cambiando rápidamente en cuanto a nuestra propia organización, tanto como servicio como a nivel hospitalario y extrahospitalario. Se está trabajando a muchos niveles en estructurarnos mejor para afrontar un posible empeoramiento de la situación; y el nivel de información de los sanitarios ha mejorado mucho. Además, los avances científicos van increíblemente deprisa y conocemos mucho mejor a este virus. Es muy probable que, a corto y medio plazo, dispongamos de nuevos fármacos, mucho más eficaces que los que hemos tenido hasta ahora; así como de la necesaria vacuna, que será la que definitivamente ayude a controlar esta pandemia.
Por supuesto que hemos sentido miedo. Nos estábamos enfrentando a una enfermedad de la que desconocíamos todo: qué potencial infectivo tenía; si los métodos de protección eran realmente eficaces o si podíamos contagiar a nuestros familiares; los métodos de diagnóstico eran escasos, en ocasiones poco esclarecedores… por no decir que a veces nos confundían; no existía ningún fármaco eficaz y los protocolos terapéuticos no tenían la evidencia científica deseable. Todo ello impedía poder crearnos un criterio clínico global de la enfermedad. Además, la situación era continuamente cambiante en la información que recibíamos, y nos suponía un enorme esfuerzo distribuirla a los muchos equipos que se habían formado. Hay que recordar que estos equipos estaban constituidos por médicos de muy diversa cualificación, y no era fácil homogeneizar la asistencia. Por otra parte, es cierto que sentí gran preocupación porque la situación se desbordase y perdiéramos el control, ya que no sabíamos cuándo iba a parar el incremento diario de pacientes. Nos habíamos marcado un límite, que era saltar con pacientes COVID del Clínico al Virgen de la Vega. Estuvimos a punto de vernos obligados a ello, pero, con el gran trabajo de todos, conseguimos evitarlo. En estos momentos, creo que la palabra miedo ya no debemos utilizarla. Cada uno de nosotros, y la población en su conjunto, no debe sentir miedo, pero sí tener respeto a una enfermedad tan terrible. No obstante, ahora estamos muchísimo mejor preparados que hace cuatro meses para afrontar un empeoramiento de la situación.
En línea con la respuesta anterior, el mensaje a la población debe ser doble. Por una parte, tranquilizador, ya que nos estamos preparando bien a todos los niveles; pero por otra parte, debemos insistir en que el control de esta enfermedad depende de todos nosotros, y los ciudadanos también son responsables de cumplir con las medidas preventivas que están establecidas. Como ya he comentado en alguna otra ocasión, debemos ofrecer aliento y ánimo a la población, pero recordar que, en estos momentos, todavía no existe ningún remedio eficaz para curar la enfermedad y que la mejor herramienta que tenemos es evitar la propagación del virus.
“Creo que esta crisis ha servido para colocar a la Medicina Interna en el puesto que se merece”
Todos somos conscientes de lo que ha ocurrido en las residencias. Es necesario establecer y mejorar políticas sociales a muchos niveles, pero tenemos un deber moral ineludible con nuestros mayores. Por supuesto que debemos reforzar la asistencia sanitaria que se presta en las mismas a todos los niveles. Desde Atención Primaria es necesario mejorar y ampliar la relación con las residencias de ancianos, tanto públicas como privadas, y desde Atención Especializada se hace imprescindible apoyar a unos y a otros mejorando muchos circuitos de asistencia a estos pacientes, facilitando su acceso al hospital o a recursos sanitarios específicos, tanto diagnósticos como terapéuticos, y promoviendo la medicalización de las mismas. En este sentido, que la hospitalización domiciliaria se extendiera a las residencias podría ser una medida altamente eficaz.
“Creo que esta crisis ha servido para colocar a la Medicina Interna en el puesto que se merece”
Para mí, afrontar esta situación excepcional ha supuesto un reto personal enorme, ya que en el servicio fuimos los primeros que nos enfrentamos al problema y hemos sido los últimos en tener enfermos de COVID-19. Medicina Interna es un servicio grande, y esto nos obligó a organizarnos rápidamente de forma ágil y eficaz. Viendo la respuesta que dimos, me siento tremendamente orgulloso de tener los compañeros que tengo, del primer al último internista, residentes incluidos, de todos los especialistas que se fueron uniendo después y del primer al último integrante de los equipos de Enfermería y auxiliares, especialmente los de las plantas de Interna, que estuvieron en todo momento dispuestos a ayudar a otros compañeros. Es difícil explicar la intensidad de lo que hemos vivido estos meses dentro de los hospitales, pero siento un enorme agradecimiento al esfuerzo personal de todos y cada uno de los sanitarios que han participado. Respeto y valoro profundamente su implicación. Creo que esta crisis ha servido también para colocar a la Medicina Interna en el puesto que se merece. Nosotros no sobresalimos nunca por grandes avances científicos ni disponemos de tecnología específica para utilizar en nuestro quehacer diario, pero hemos demostrado que nuestra vasta formación médica nos ha permitido adaptarnos rápidamente a una enfermedad totalmente desconocida hasta hace poco y enfrentarnos con solvencia a uno de los mayores retos de nuestra vida. Si tengo que hacer una petición, me gustaría que el enorme espíritu colaborativo y de trabajo en equipo que hemos vivido en Complejo Asistencial tuviera, de verdad, su continuación y su extensión a la vida diaria y al trabajo cotidiano. No es que no exista el esfuerzo conjunto en la asistencia diaria, por supuesto que sí, pero estoy seguro de que reforzar el trabajo en equipo y la cooperación entre todos nos haría mejorar la asistencia sanitaria que prestamos.
“Enseguida vimos que era imposible atender a tantos pacientes y que sus necesidades sanitarias eran muy elevadas. Fuimos reduciendo y suspendiendo consultas casi de día en día e incorporando a esos facultativos a la asistencia de hospitalización. Acto seguido, suspendimos las guardias de 24 horas y organizamos un sistema de turnos de 8 horas en los que ya estuvo implicado todo el servicio, porque detectamos que la evolución de los pacientes podía ser muy rápida, incluso en cuestión de horas, y necesitábamos atenderles con igual intensidad por la mañana que durante el resto del día; ello obligaba a disponer de más personal. Al finalizar la primera semana, solicitamos la ayuda de voluntarios de otras especialidades médicas; inicialmente, de Neumología, pero después de otras. Muy poco tiempo después, y ante el enorme crecimiento de pacientes a tratar, fue la Dirección la que organizó el reclutamiento de muchos más médicos de diversas especialidades. De igual modo, fue preciso rediseñar la dotación de Enfermería y auxiliares en cada planta. Junto a la propia organización interna del personal, pusimos en marcha otras medidas que afectaron a todo el trabajo del servicio. Estas acciones conformaban un procedimiento, nuestro primer plan de contingencia, que agrupaba las medidas que afectaban a cuatro apartados fundamentales: definía un sistema que organizaba la estructura de la planta y de las habitaciones; la cantidad de personal y material necesario; los circuitos de trabajo dentro de la planta y la forma de ubicar a los pacientes. En cuanto a la organización en la planta, diseñamos una serie de cambios que había que realizar para que se pudiera atender a pacientes infectados: había que modificar la estructura, habilitando una zona de ‘limpio’ donde colocarnos los EPI, al principio de la planta, y una de ‘sucio’ al final de la misma, identificando los diferentes tipos de material de desecho.
Definimos qué debía estar disponible en las habitaciones de los pacientes para evitar la transmisión: fonendos, pulsioxímetros, etc. A su vez, las unidades de Enfermería tuvieron que reorganizar todo el suministro de materiales, medicación y equipos de protección.
También elaboramos una serie de circuitos de trabajo dentro de la planta para que el personal de Enfermería y auxiliar pudiera formar miniequipos de atención y rotar en la colocación de los EPI, apoyo para la administración de material y medicación, apertura de puertas…, ya que se hacía muy complicado estar continuamente con los equipos de protección colocados.
Además, establecimos un procedimiento que nos permitía tener en planta pacientes sospechosos o pendientes de resultado de PCR junto con pacientes ya confirmados con COVID-19, en sus respectivas habitaciones de aislamiento. Los positivos se iban agrupando al fondo de la planta y los sospechosos o no confirmados, en la primera mitad. En función del crecimiento de los positivos, irían disminuyendo los sospechosos y se acabaría utilizando la planta por completo para atender pacientes confirmados.
Todo este proceso exigía dar de alta o trasladar a los pacientes que estaban ya ingresados. Al principio, definíamos la transformación de una planta con 48 horas de antelación, pero días después nos vimos obligados a repetir toda la secuencia de acciones en menos de 24 horas, comenzando de nuevo en la siguiente planta de forma incesante. Así, hasta llegar a estar utilizando simultáneamente 12 plantas del Hospital Clínico y 6 plantas de Los Montalvos. Este otro hospital se utilizó para derivar pacientes de forma temprana que estuvieran ya mínimamente estabilizados, pero que precisasen todavía asistencia médica. Junto a ello, se habilitó el Colegio Arzobispo Fonseca para ubicar a pacientes que sólo precisasen garantizar su aislamiento durante, al menos, una semana más. Todo ello requirió también la elaboración de los correspondientes protocolos y criterios de estancia en uno u otro lugar. Organizamos sesiones clínicas, en colaboración con el servicio de Medicina Preventiva y el de Prevención de Riesgos Laborales, para realizar formaciones a todo nuestro personal en múltiples aspectos: colocación de EPI, tipo de protección en cada actividad, circuitos de planta, flujos de pacientes, traslados, etc. Además, en la fase inicial, estas sesiones servían para actualizar la poca información disponible de carácter general a todo el personal.
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