Cuando comienza la Guerra de la Independencia, a principios del siglo XIX, Salamanca contaba con tres hospitales, suficientes para la atención de los enfermos de una pequeña población, no superior a los 18.000 habitantes, y el alfoz que la circundaba: el Hospital General de la Santísima Trinidad, en lo que hoy es el colegio de las Siervas de San José, en la calle Marquesa de Almarza; el del Estudio, perteneciente a la Universidad de Salamanca, y el de Santa María la Blanca, para la atención de pacientes afectos de enfermedades venéreas. Formaban un trío competente de centros hospitalarios. Pocas ciudades españolas de su tamaño podían presumir de tener una asistencia sanitaria de tanta calidad. El Hospital General de la Santísima Trinidad hacía las veces de hospital universitario. Se mantenía con los recursos obtenidos con la venta de las entradas del vecino Patio de Comedias, situado en el hoy solar de la plaza de San Román, resultante del derribo de la manzana donde se encontraba el Teatro Bretón.
De los episodios bélicos que sufrió la ciudad, ninguno comparable a la batalla de Arapiles
Desde 1808 hasta 1813, Salamanca se convierte en un lugar de paso de tropas hacia la frontera portuguesa y Ciudad Rodrigo, pero también en lugar de enfrentamientos. Las crónicas de esos años son un ir y venir de tropas francesas, inglesas, portuguesas, españolas y de escaramuzas, en forma de guerrillas, de las brigadas de lanceros encabezadas por Julián Sánchez ‘El Charro’. De todos los episodios bélicos que sufrió la ciudad, ninguno comparable a la batalla de los Arapiles, a tan solo una decena de kilómetros del centro de la ciudad. Según las crónicas, las autoridades salmantinas, especialmente las eclesiásticas, canónigos y prebendados, contemplaron el devenir de la batalla con catalejos desde lo alto de la torre de la Catedral Nueva. Durante toda la contienda, Salamanca acogió tropas, trató heridos franceses, ingleses y españoles procedentes de los campos de batalla y se convirtió en ciudad de avituallamiento e intendencia. Los ocupantes transformaron los grandes conventos e instituciones universitarias de la ciudad en hospitales, cuarteles, fuertes, polvorines y depósitos de víveres para la tropa. El colegio del Arzobispo Fonseca fue uno de los primeros hospitales en funcionar, la primera noche con enfermos fue la del 21 de junio de 1802. Por esas fechas, el Hospital General de la Santísima Trinidad se convirtió en cuartel. Cerrados los colegios mayores, los invasores transformaron sus magnícas edicaciones para ponerlas a su servicio. A primeros de abril de 1810, los franceses ocuparon nuevamente el Hospital General, que había vuelto a funcionar como tal después de haber servido de acuartelamiento. Trasladaron a los enfermos allí ingresados al edicio de las Recogidas, antiguo Colegio de la Encarnación, hoy perteneciente a las salesianas. Aquellos días, el colegio de los Carolinos, instalado en la parte oriental de la Clerecía, acogió el hospital de sangre.
A nales de 1810 funcionaban en la ciudad de Salamanca tres hospitales de sangre, uno en el colegio de los Carolinos, otro en el de los Irlandeses, también instalados entonces en las edificaciones que dan a la calle Serranos de la Clerecía, y el ya citado del Arzobispo Fonseca. Funcionó un hospital más, en el convento de San Bernardo. Quedó para acoger pacientes convalecientes. Los heridos debían contarse por miles, si nos atenemos al número de muertos en la contienda, dato que nos aporta Joaquín Zaonero en su ‘Libro de noticias de Salamanca que empieza a rejir el año de 1797’. Según Zaonero, en octubre de 1810 murieron en los cuatro hospitales citados 1.058 hombres, en noviembre 736 y 408 en diciembre. Cuando los enfrentamientos se hiceron especialmente encarnizados, como en la batalla de Arapiles, el 22 de julio de 1812, se tuvieron que habilitar nuevos hospitales de sangre para acoger a los miles de heridos procedentes del campo de batalla que, hacinados, mal morían en las salas corridas de los colegios y conventos de la ciudad sin apenas atención médica. Los gritos de dolor y desesperación de los pacientes se mezclaban con los de los camilleros que desplazaban en penosas condiciones a los heridos en la batalla a los camastros extendidos de cualquier forma en los conventos y colegios de la ciudad universitaria. Sin apenas personal sanitario, los enterradores no daban abasto.
Toda Salamanca se movilizó para atender la avalancha de heridos que se le vino encima
Pero la destrucción de Salamanca se produjo también por la explosión del polvorín de la calle de la Esgrima, pocos días antes de la batalla de los Arapiles, el 15 de julio de 1812. Todo el barrio de San Blas, la Vaguada de la Palma y los entornos de los seráficos y de las agustinas fueron destruidos por la onda expansiva, consecuencia de la explosión de la panera donde se habían almacenado la pólvora y las armas de los fuertes de San Cayetano, San Vicente y la Merced.
Toda Salamanca se movilizó para atender la avalancha de heridos que se le vino encima. Los hospitales de sangre que se pusieron en funcionamiento en 1812, en los días posteriores a la explosión del polvorín de la calle de la Esgrima y la batalla de Arapiles, hablan por sí solos. El colegio de los Carolinos acogió a los heridos de origen inglés; el del Arzobispo Fonseca, españoles y franceses; San Bernardo, soldados portugueses y Santo Domingo, también ingleses. Otros heridos de diversas procedencias fueron acogidos en Calatrava. Los convalecientes se instalaron en el convento de canónigos de La Vega y en la hospedería de Anaya, antiguo colegio de San Bartolomé. La avalancha era tal que también funcionaron como hospitales de sangre algunos conventos: Santa Clara, Bernardas, Úrsulas y Agustinas. En estos monasterios las comunidades de monjas no abandonaron el cenobio, convivieron con la ajetreada vida de los hospitales de sangre instalados en su clausura, ayudando en las tareas sanitarias.
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