Hospitales de la diócesis de Salamanca en el primer tercio del siglo XVII (y II)

Por Jesús Málaga

“Con los criterios actuales, los hospitales reseñados en el ‘Libro de los lugares y aldeas del Obispado de Salamanca’ no pueden ser considerados lugares para el tratamiento de pacientes, sino más bien para acoger a personas enfermas sin recursos, transeúntes y ancianos sin familia ni rentas”

Macotera poseía un hospital bien tratado, con cinco camas razonablemente conservadas y una más nueva, con colchones y mantas, destinada para clérigos. Tenía pocos recursos. A pesar de no tener rentas específicas dedicadas a su mantenimiento, destacaba su buen estado. En Santiago de la Puebla existía un hospital considerado “bien pobre”, con una sola cama. Había sido reparado a cargo de García de Silva, vecino de Toro. Tenía una renta de 18 fanegas, patrono pobre, y 6.000 maravedíes que se repartían entre los indigentes de la localidad. Otro hospital de Santiago de la Puebla era el del Concejo, maltratado y sin ropa. Era la municipalidad la encargada de su reparación y de proveerlo de ropa. En la cercana localidad de Alaraz se repartían rentas procedentes de la Pía Memoria de Francisco Fernández para casar a una huérfana sin recursos cada año aportándole una dote. La Pía Memoria rentaba 8.000 maravedíes de renta, estaba administrada por el beneficiado, un sobrino del fundador y el mayordomo de la Cofradía del Sacramento.

La parroquia de la actualmente pujante villa chacinera de Guijuelo contaba con unas rentas de una Pía Memoria destinadas a conceder dotes para casar huérfanas. Era su mentor el bachiller Bartolomé García, y repartía 10.000 maravedíes a cada huérfana al contraer matrimonio. Era patrono de las ayudas el visitador del obispado, que recibía por sus trabajos seis gallinas al año. Era el encargado de seleccionar cada doce meses a las huérfanas agraciadas con las ayudas. El patrono aportaba a las rentas de la Pía Memoria diez ducados y medio. Sin embargo, Guijuelo no contaba en aquellos años con hospital alguno reseñable dependiente de la Iglesia. San Muñoz, por el contrario, contaba con un hospital maltratado, con jergones sin cabezales y con dos mantas entre los enseres conservados. Sus rentas ascendían a siete fanegas de centeno. Igualmente, Topas mantenía un hospital pobre, pero habitable, sin rentas, solamente funcionaba para acoger a transeúntes pobres de paso por la localidad a los que se les daba alojamiento por una o dos noches.

En Palencia de Negrilla se ubicaba un hospital en ruinas –según el visitador, se estaba cayendo–, al que pertenecían algunas tierras, ninguna de pan llevar. El párroco había obtenido licencia eclesiástica para vender un solar para destinar el producto de la transacción al servicio del centro. En Tardáguila funcionaba a duras penas un hospital con mil maravedíes de renta que no se hacían efectivos al no tener la Iglesia del pueblo recursos para abonarlos. A esos dineros contantes y sonantes había que añadir ocho reales de renta de una viña. Entre las reparaciones urgentes del inmueble, estaba el levanta￾miento de una de sus esquinas, que estaba caída.

Algunos pueblos de la Sierra de Francia también contaban con hospital

Algunos de los pueblos de la Sierra de Francia contaban con hospital. Este era el caso de Cepeda, con un establecimiento para acoger a pasajeros pobres. La institución carecía de rentas. En Herguijuela, el inmueble de la residencia estaba construido con materiales de mala calidad y se encontraba en mal estado de conservación. Faltaba ropa de cama, y la que todavía persistía estaba envejecida o semidestruida. En Mogarraz, el visitador se refiere a un hospital sin rentas y caído. El bello pueblo de San Martín del Castañar disponía de un hospital junto a la iglesia, maltratado, con tres aposentillos vivideros. Poseía seis cabezales y seis mantas viejas. Una de las esquinas del inmueble se estaba cayendo. Las restauraciones se sufragaban con los recursos de las ermitas de Nuestra Señora del Castañar y la de San Sebastián. En Cereceda se encontraba un hospital mal cuidado que recibía cada tres años unas rentas de siete fanegas de trigo y 200 reales. En la iglesia de Escurial de la Sierra se abonaban las rentas de una Pía Memoria de Pedro Muñoz destinadas a casar a huérfanas. Eran patronos y distribuidores de sus recursos el capellán, el alcalde del momento y el procurador del Concejo. También en Escurial existía un hospital con el inmueble en mal estado y sin ropa.

En la parroquia de San Esteban de la Sierra se distribuían rentas cada año procedentes de la Pía Memoria de Juan Estevan para casar a una huérfana sin recursos. Se le asignaban 8.000 maravedíes que distribuían el procurador del Concejo y el mayordomo de la iglesia del pueblo. Otra Pía Memoria, en este caso de Juan Mirón, estaba destinada también a casar a huérfanas, a las que se asignaban 25.000 maravedíes y que eran distribuidas por el alcalde del momento. El hospital de Miranda del Castañar tenía 6.000 maravedíes de renta que se gastaban en la adquisi￾ción de ropa y en curar enfermos. Asimismo, Francisco Hernández había dotado una Pía Memoria con 10.000 maravedíes de renta al año para dotar a una parienta casadera huérfana.

El hospital de Castellanos de Armuña tenía una renta de 3.000 maravedíes a cobrar cada tres años. La demora en los abonos hacía que fuera calificado por el visitador como hospital pobre y mal reparado. Babilafuente tenía un hospital que cobraba parasu mantenimiento una renta de quince fanegas de trigo y poseía 6.000 maravedíes. Según el manuscrito manejado, tenía la ropa necesaria para su funcionamiento. En Villoruela, el centro se mantenía con limosnas procedentes de los vecinos del pueblo. El hospital carecía de rentas propias y estaba bajo la responsabilidad de 12 hombres del pueblo. En Villar de Gallimazo de Val de Villoria había un edificio que acogía a pobres de mendicidad de paso por la aldea. Tenía una renta de 1.000 maravedíes. En Peñaranda de Bracamonte había también otro hospital pobre ubicado en una mala casa, con 17.000 maravedíes de renta. El conde de Bracamonte debía a la institución 200 ducados de una vivienda que compró y cuyo monto obtenido había ofrecido para reparar el hospital, tanto el inmueble como las camas y cuanto fuera menester para poner a tono la institución.

Ledesma era una población importante, por ese motivo, no es de extrañar que en ella funcionaran tres hospitales, el de San Pedro y San Pablo, para acoger a enfermos pobres. Se mantenía con limosnas, ya que carecía de rentas. Los feligreses elegían administrador. Algunas temporadas se encontraba vacío. El Hospital de la capilla de Gonzalo Rodríguez, acogía a dos pobres forasteros. Por último, el Hospital de San Bartolomé estaba destinado a pobres de mendicidad en tránsito, carecía de rentas, siendo el Concejo el que nombraba al mayordomo.

Junto a la iglesia de San Martín del Castañar también se habilitó un hospital. / Wikimedia Commons – David Pérez | CC BY-SA 4.0

En la zona noroeste de la provincia de Salamanca había hospital en Vilvestre, cuyo inmueble estaba caído y era inhabitable, con seis sábanas viejas, seis mantas pasadas y camas con cabezales, con colchones sin plumas. Para el visitador, todo estaba perdido. Saucelle contaba con otro establecimiento destinado a pobres peregrinos y a enfermos con muy pocas rentas. Sin recursos subsistía otro hospital, en razonable estado de conservación, en Guadramiro, con dos camas, pero sin enfermos en las fechas de la inspección eclesial. Vitigudino, cabeza de la comarca, mantenía un hospital no bien tratado que poseía de renta 12.000 maravedíes y que tenía por titular a Nuestra Señora.

Cerca de la capital, en Arapiles, se encontraba un hospital de los llamados “pasaderos”, por ser ocupadas sus camas por peregrinos pobres e indigentes que iban de un lado para otro pidiendo limosna, sin un destino fijo. Sus estancias estaban acotadas a unos pocos días, en muchos casos, a solo una noche. Tenía de renta 47 fanegas de pan terciado que se repartían entre los vecinos pobres siguiendo un orden con criterios de clasificación que no se especificaba en el manuscrito.

En la villa de Alba de Tormes, el duque don Fadrique fundó el Hospital de Santiago, en una edificación buena y capaz, donde se curaban enfermos y enfermas de todo tipo de males y se recibían peregrinos. Contaba también con una renta que llegaba a los 50.000 mil maravedíes. Destacaba el visitador el buen orden, la eficaz administración de la hacienda y el régimen de internamiento de enfermos. Había camas vacantes y cuatro más para convalecientes. Era uno de los hospitales mejor equipados de la provincia. Tenía de titular a Santiago, estaba incorporado a la parroquia del mismo nombre y limitaba sus dependencias con la iglesia. Desde la enfermería se podía oír misa. Otro hospital de Alba de Tormes recibía el nombre de San Bartolomé. En él se curaban los enfermos de bubas, al igual que en Salamanca se hacía en el de Santa María la Blanca, enfrente de los premostratenses. Estaba atendido por los hermanos de San Bartolomé, que lo administraban con eficacia probada. Se nutría de las limosnas de los fieles, ya que escaseaba en rentas propias. El inmueble que lo sustentaba estaba bien conservado y tenía ropa suficiente y en buen estado. Cuando santa Teresa de Jesús fundó el convento de Alba de Tormes, entre los compromisos acordados estaba la construcción de un hospital de bubas que nunca llegó a construirse.

Hasta aquí los hospitales recogidos en el informe sobre los pueblos y aldeas de la diócesis de Salamanca. Se notará en la relación la ausencia de los hospitales de la capital y de las poblaciones más importantes de las diócesis de Miróbriga, Ciudad Rodrigo y Lumbrales, así como de Plasencia, Béjar y Candelario. De la lectura de este interesante trabajo se extraen varias conclusiones: la primera de ellas es que, con los criterios actuales, los hospitales reseñados no pueden ser considerados lugares para el tratamiento de pacientes, más bien para acoger a personas enfermas sin recursos, transeúntes y ancianos sin familia ni rentas, ofertándoles un techo donde refugiarse ante las inclemencias del tiempo, sin otra prestación.

Iglesia de Santiago en Alba de Tormes, junto a la que se habilitó un hospital. / Wikimedia Commons – Malopez 21 | CC BY-SA 4.0

La mayoría de las familias atendían a sus enfermos en casa, y los ancianos eran acogidos por sus hijos, conviviendo con los nietos. Estaba mal visto socialmente que los abuelos murieran fuera del hogar familiar.

En Salamanca, hasta finales del siglo XX las familias solicitaban el alta hospitalaria de sus allegados ingresados cuando agonizaban para que pudieran morir en casa e instalar el velatorio del cadáver en el domicilio. La muerte en los hospitales y el funcionamiento de los tanatorios fue una realidad en el último tercio del siglo pasado, su implantación fue muy rápida en las ciudades, tardando más en los pueblos.

Lo que en este trabajo llamamos hospital eran cubículos que no guardaban los mínimos exigidos de higiene y confort. Sin embargo, la relación de hospitales de la diócesis de Salamanca nos sirve para medir el estado de los incipientes servicios sociales de atención a la población pobre, que vivía de la caridad de los vecinos, la iglesia o las instituciones públicas. En Salamanca capital funcionó hasta finales del siglo XX la denominada “Mendicidad”, bajo la protección de la diócesis y el Ayuntamiento. En mis años en la alcaldía, se realizó una importante inversión para dejar en condiciones el edificio, los muebles y la ropa de cama. Se acogía a pobres de solemnidad en tránsito durante cortos periodos de tiempo. Afianzada la democracia, esta forma de atender a los sin techo fue abandonada para dar paso a una atención conforme a un país avanzado, del primer mundo.

El Hospital de Santiago era uno de los mejor equipados de la provincia

Otros hechos que me han llamado la atención son la existencia de hospitales solo para mujeres o, en su caso, camas en salas compartidas destinadas solo a las féminas, y la reserva, en la mayoría de ellos, de camas dedicadas a curas y frailes sin recursos. Indica que para estos dos colectivos se ofertaban lechos para su atención diferenciada del resto; en el caso de las mujeres, para preservar su privacidad, y en el de los ordenados, para mantener, incluso en la pobreza, los privilegios del clero.  

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