Como debilidades, la facilidad de contagio entre el personal sanitario por falta de medidas de protección, que diezmó las plantillas; la falta de unificación de criterios diagnósticos y de tratamiento; los fallos en la coordinación del trabajo; la falta de tests diagnósticos al comienzo y la necesidad de reemplazo de los equipos sanitarios con personas que inicialmente no estaban al corriente del trabajo hospitalario, teniendo que actualizarse a marchas forzadas, y de forma muy meritoria, ante esta urgencia tan trágica. Como fortaleza, se ha demostrado que, a pesar de todo lo anterior, fueron capaces de trabajar hasta límites antes no conocidos, evitando el colapso de los hospitales y consiguiendo el reconocimiento de su labor por todos los afectados y familiares.
Como retos a medio plazo, se deben asumir el de conseguir precozmente el diagnóstico y el aislamiento de los posibles pacientes vectores e implementar el trabajo de los rastreadores, al tiempo que, por los medios de comunicación mas populares (TV), se conciencie de forma reiterada sobre valor del sentido común sobre las tres medidas preconizadas por la OMS: lavado de manos, distancia y mascarillas.
Posiblemente, por haber sufrido más que otras la falta inicial de test diagnósticos y de material de protección para la población y de equipos individuales para el personal sanitario.
La normalidad asistencial se recuperará cuando la población vaya perdiendo el miedo al contagio y a sus efectos, para lo que posiblemente se necesite algo más de un año. De esta experiencia colectiva, y para la asistencia sanitaria en los centros de Atención Primaria y Especializada, se debe conseguir que la masiva afluencia de personal acompañante del enfermo, que era habitual antes de la COVID, se limite a uno por paciente, para que el peligro de contagio por cualquier causa sea menor y disminuya la presión social sobre los sanitarios para que trabajen de forma cómoda y sin distracciones; se realizará un trabajo de mayor calidad y sufrirán menos estrés en el mismo.
Como respuesta a todas las necesidades asistenciales aparcadas por la COVID-19 que han generado aumento de las listas de espera, creo que sería necesario completar de forma real las plantillas de sanitarios, según necesidades, aunque en algunos casos superen la ‘ratio’ recomendada por entidades administrativas, más tendentes a cuadrar estadísticas y gestión que a resultados médicos y de confort de los profesionales en la realización de su trabajo. A la larga, es más rentable: mejor visión de la patología del enfermo y menor consumo de medios de diagnóstico caros y con largas esperas.
Actualmente, con el trabajo realizado en Salamanca ante esta epidemia, creo que está muy bien preparada ante la posible presencia de un rebrote de la epidemia; hay más experiencia y más conocimiento sobre el tratamiento más eficaz y los posibles errores cometidos.
En Medicina, no se puede tener miedo a las enfermedades, aunque pueda aparecer el desánimo y la impotencia por las características de la enfermedad. Si hubiera ocurrido, no habría existido en España la escalofriante cifra de sanitarios contagiados, de las mayores del mundo, y tanto personal tristemente fallecido cumpliendo su vocacional labor. La población, si cumple con las recomendaciones de los sanitarios en materia de prevención, no debe tener miedo; nuestro sistema de salud es de los más completos y mejores del mundo.
Uno muy sencillo: sentido común.
No tengo la suficiente formación para determinar cómo debería ser el diseño de un nuevo modelo sociosanitario para las residencias de ancianos. Pero, por la experiencia de años en contacto con las residencias y la aprendida en estos meses de colaboración, he visto que la población de residentes es muy frágil; con mucha demanda para pequeños problemas médicos; generalmente polimedicada por acúmulo de medicamentos de las numerosas consultas –a lo que nadie se para para ordenarlo y limitarlo–, apareciendo el síndrome de la polimedicación innecesaria y con graves efectos secundarios, y muy proclive a la deshidratación por uso indiscriminado de diuréticos y falta de ingestión de líquidos. Y algo relacionado con la falta de formación, que es el frecuente uso de suplementos nutricionales comerciales, en vez de la comida oral, olvidando la principal característica de los mismos: que son solo SUPLEMENTOS de la falta de cobertura calórica con la dieta oral y que nunca deben sustituir a la nutrición oral.
Pormenorizándola, he vivido esta crisis con sensaciones diferentes, por los distintos aspectos que en ella han concurrido. A nivel de su alta gestión política y ministerial, con gran descontento, por no seguir las indicaciones de nuestro gran sistema de Infectología, Microbiológico y Virológico, con un gran nivel científico a escala mundial, al que todos los centros hospitalarios españoles recurren ante la presencia de todo tipo de patologías infecciosas que descubren y que avala la Sociedad Española de Microbiología y otras sociedades del ámbito de las enfermedades infecciosas. A nivel profesional, la admiración ante el empeño en la dedicación y trabajo de mis compañeros y de todo el personal sociosanitario, que, a cambio de nada, han dedicado desde una sonrisa y palabras de ánimo hasta la colocación de los medios de respiración asistida en las UCI, así como los dedicados al aporte de medios logísticos de todo tipo a los implicados en el mismo afán. También cierta ‘envidia’ por no poder aportar algo más a los demás por motivos precautorios derivados de la edad. Superados estos momentos, pediría mayor atención a los sanitarios de cualquier condición, escuchando sus necesidades y opiniones; sería mas eficaz y de menor coste para mejorar su trabajo en caso de futuros retos. Para finalizar, me atrevo a parafrasear al autor que sabiamente plasmó en esta frase una gran verdad: “Pocas cosas cuestan tanto como ocultar la ignorancia”.
Aunque está jubilado –recuerda que la jubilación no anula la condición de médico, “que es permanente”–, sintió la necesidad de hacer algo para paliar los efectos de la pandemia. “La edad me ponía límites, pero la labor de voluntario sí me brindaba la posibilidad”, cuenta. Así que empezó a prestar apoyo telefónico a las residencias de mayores. “Los profesionales de estos centros, la mayoría de las veces sin médico, salvo la labor de Atención Primaria cuando se demandaba, se tuvieron que convertir en ‘miniepidemiólogos’, siguiendo las directrices de los protocolos cambiantes que les llegaban y, sobre todo, usando el sentido común que la experiencia les otorgaba. Creo que mi labor como voluntario les sirvió de ayuda y tranquilidad, al saber que al otro lado del teléfono, a pesar de la distancia, había alguien dispuesto a ayudar, despejando dudas, aportando ideas sobre las actuaciones o analizando síntomas que pudieran plantear dudas diagnósticas. Poca cosa, ante la imposibilidad de poder explorar al paciente, pero de tranquilidad para ellos”.
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