Por Jesús Málaga
Las autoridades sanitarias españolas han dado la alarma sobre el aumento de los casos de sífilis en los últimos años. Se ha perdido el miedo a las enfermedades venéreas debido a la eficacia del tratamiento. Los métodos preventivos se han abandonado, sobre todo el uso del preservativo en las relaciones sexuales de riesgo. Antes de la era antibiótica, los galenos se enfrentaban con la enfermedad en estadios que hoy día son difíciles de ver. Salamanca tuvo abierto desde el Medievo un hospital dedicado a las enfermedades venéreas, el de Santa María la Blanca, del que solamente nos queda la portada, hoy dentro de un garaje en la calle que lleva el nombre de aquel centro sanitario. Fue tan famoso en la Península que el mismo Lope de Vega le dedica unos ripios para hablar de los pacientes en él atendidos, los que, según él, por unos momentos de placer estaban condenados de por vida a padecer tremendas dolencias.
En el siglo XX, unas décadas antes del descubrimiento de la penicilina, la Medicina apostaba por el control de la prostitución, evitando la trasmisión de estas enfermedades en los intercambios sexuales en las llamadas entonces ‘casas non sanctas’. Los barrios donde se acumulaban la mayoría de las casas de citas estaban junto al arroyo de los Milagros, en lo que hoy es la Vaguada de la Palma, y en el barrio de San Vicente.
Los bares más afamados se encontraban en la confluencia de las calles de la Palma, Ancha, cuesta de San Blas y Cervantes. Fuera de estos límites, solamente alguna casa escapaba al control sanitario y policial.
Cuando eran detectadas en los barrios ‘decentes’, la denuncia vecinal hacía que las autoridades, que hacían la vista gorda en el barrio Chino, mandaran cerrar la casa alegando problemas de salud, orden público y escándalo, respondiendo así a una Salamanca clerical, donde el pecado contra el sexto mandamiento era el más perseguido por la Iglesia.
“La Diputación Provincial inauguró en diciembre de 1926 un dispensario antivenéreo”
Todavía recuerdo con frescura y nitidez al cura de la Purísima, don Miguel Pereña. En la misa mayor de los domingos, a las doce de la mañana, acompañado de los sones del magnífico órgano sufragado por la ‘Pollita de Oro’, Gonzala Santana, pediatra nacida en Alaejos y rica generosa, subido al impresionante púlpito de la iglesia del convento de Agustinas, de forma teatral se dirigía a sus feligreses. Allí dijo aquel sermón en el que estuve presente y que produjo la hilaridad de cuantos estábamos escuchándole. Se lamentaba de la actividad del barrio Chino, detrás de su iglesia, y realizó una advertencia piadosa: “¡Creéis que no os veo cuando, por las calles Cañizal o Ancha, completamente a oscuras, os adentráis buscando el pecado; ahí, ahí es donde el señor obispo y yo vamos a meter mano!”.
“Los galenos se enfrentaban a la sífilis en estadios que hoy día son difíciles de ver”
Eran los años del nacional-catolicismo y los primeros de la larga dictadura de Franco. Las pocas bombillas de las calles referidas eran apedreadas cada anochecer para favorecer el tránsito clandestino de los hombres que buscaban el placer fuera de su casa familiar. En la actualidad, la prostitución no está regulada, pero hubo años en los que el control sanitario de las prostitutas era muy riguroso. Cada una de ellas tenía abierta una cartilla donde se anotaban las incidencias venéreas habidas en los años dedicados a la prostitución. Era preceptivo pasar una revisión periódica; en caso contrario, se exponían a tener que pagar una multa cuantiosa para la época.
La Diputación Provincial inauguró en diciembre de 1926 un dispensario antivenéreo en los locales que ocupó la maternidad del hospicio. El orfanato estuvo en lo que hoy es colegio Maestro Ávila, de los Operarios Diocesanos. Contaba con una amplia sala de espera, un despacho para el médico, que entonces era el famoso doctor Francisco López Muélledes. Recibía el nombre de sifilicomio; así era conocido oficialmente en la correspondencia oficial que hemos encontrado en el Archivo Histórico Provincial, en la documentación perteneciente al Gobierno Civil.
Contaba con 12 camas y alguna más separada para cuando fuera necesario el aislamiento de algún paciente. Tenía también comedor, patio de recreo y cuarto de baño. La prensa de finales de 1926 recogía el acontecimiento de su puesta en marcha, y refería que los responsables políticos de la Diputación Provincial obsequiaron a los asistentes a la inauguración con dulces, licores y cigarros. La consulta era gratuita, tres días a la semana, por las tardes.
En 1935, en los años de la República, se habían suprimido los controles a la prostitución y, por ende, los reconocimientos periódicos de las mujeres que a ella se dedicaban. Al producirse el Movimiento Nacional, en julio de 1936, se restableció el reconocimiento médico periódico de las ‘busconas’. En Salamanca, se hacía a las mujeres en posesión de cartilla y a las camareras; se consideraba que estas eran prostitutas habituales o se dedicaban al proselitismo de la prostitución, ejerciendo esporádicamente la misma.
En los años de posguerra, el 15% de los salmantinos padecían enfermedades venéreas y, de ellos, el 60% eran mujeres de las llamadas “inocentes”. El marido contagiado en las casas de citas pasaba la enfermedad a su mujer sin que ella se percatara. Se descubría el pastel por parte del ginecólogo, cuando diagnosticaba la enfermedad venérea a la esposa.
El sifilicomio provincial o sala de hospitalización de meretrices pertenecía a la Diputación Provincial. Estaba instalado, como ya hemos dicho, en los locales contiguos a la casa de huérfanos y desamparados, pero aislado. La media de las hospitalizaciones diarias era de 10 pacientes. Para atenderlos, había un médico especializado en enfermedades venéreas y un practicante. Asimismo, estos profesionales sanitarios atendían un consultorio público que funcionaba en días alternos. Las mujeres en la fase aguda de la enfermedad eran hospitalizadas y, en casos graves, aisladas.
“La falta de higiene, la pobreza y el hambre eran factores de riesgo de tuberculosis en una población desprotegida”
Otras de las grandes plagas del siglo XX fue la tuberculosis. La falta de higiene, la pobreza y el hambre eran factores de riesgo para una población desprotegida. Para la lucha antituberculosa, se construyó un dispensario central en la capital, al tiempo que habían dejado de funcionar los de Béjar, Martín de Yeltes y Peñaranda. Los sanatorios antituberculosos que funcionaron en la provincia de Salamanca estuvieron localizados en Béjar –tenía 110 camas–, y en la capital funcionó desde los años de la República el Preventorio-Escuela de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, con 64 camas. Se construyó en el paseo del Rollo, enfrente de las Esclavas y junto al asilo de San Rafael. Este centro funcionó en los años de la Guerra Civil y primeros de postguerra como hospital militar. Por último, en Carrascal de Barregas, junto a Salamanca, se abrió el sanatorio de los Montalvos, con 500 camas. Fue un empeño de Filiberto Villalobos, cuyas obras se realizaron casi por completo en tiempos de la República.
Termino refiriéndome a lo que, en tiempos de guerra y de posguerra, se conoció como el “pacto de los señores”. Consistía en que las parejas de las familias consideradas formales y de bien de Salamanca tenían la costumbre de dar un paseo por la Plaza Mayor dando vueltas alrededor de los soportales. Llegada la hora de la cena, se despedían hasta el día siguiente sin hacer referencia a que los hombres se encontrarían horas después en los bares de prostitución del barrio Chino. Era un secreto a voces, pero bien guardado por la burguesía salmantina, especialmente por los hombres, que enmascaraban el asunto con la hipocresía propia de aquellos años, dando respetabilidad a un engaño, el pacto de los señores.
Deja una respuesta