El Hospital del Estudio (y II)

Texto: Jesús Málaga

Fotografías: Andrés Santiago Mariño

El hospital dependía desde el punto de vista administrativo religioso de la parroquia de San Isidoro, conocida popularmente entre los salmantinos como San Isidro, al tratarse de una de las iglesias más cercanas al estudio salmantino. Los entierros y la administración de los sacramentos a los asilados en el Hospital del Estudio eran responsabilidad del párroco de San Isidro, que en el caso de los de la penitencia, comunión y extremaunción eran muy frecuentados por los enfermos del hospital. Este trabajo diario estaba remunerado por la Universidad.

Sin embargo, la Universidad no dejaba de pedir a Roma la presencia del Santísimo Sacramento en la capilla del hospital para que fuera administrado a los enfermos y asilados siempre que lo demandaran. Desde 1488 el hospital tenía una capellanía fundada por el bachiller Martín Fernández y estaba atendido por dos capellanes de los llamados “de fuera”, clérigos que estaban obligados a decir misa diaria, alternando por semana, a las 8 en verano y a las 9 en invierno.

 A partir de 1531 el capellán dormía en el hospital y estaba obligado a confesar a los internados y ayudar a morir a los moribundos. Por todos estos desvelos percibía libra y media de carnero los días en los que era permitido comer carne, en los días de vigilia el valor de dicho carnero en pescado, y tenía derecho a que la comida se la dieran guisada. También le proporcionaban sal, agua, le limpiaban la habitación, le lavaban la ropa, le hacían la cama, le aportaban una candela de un maravedí cada noche, tres libras de pan y media azumbre de vino.

La petición de la Universidad de Salamanca a Roma para que autorizase el Santísimo Sacramento en la capilla del Hospital del Estudio tuvo su respuesta positiva el 8 de enero de 1576 con un breve del Papa Pío V. Del acto solemne de la exposición de la Hostia Consagrada dieron fe los escribanos Antonio de Vera y Martín Godínez Maldonado. El rector, Diego López de Zúñiga, que era presbítero fue el encargado de consagrar las Hostias que permanecieron en la capilla del hospital. Esta concesión papal fue mal vista por el cabildo de la catedral y por este motivo dio comienzo un contencioso entre las dos instituciones más poderosas de la ciudad.

Los enfermos que morían en el hospital eran enterrados en la iglesia de San Nicolás, situada en la margen derecha del Tormes, en uno de los costados del actual museo de Automoción. A partir del siglo XVIII los muertos del hospital fueron enterrados en la Catedral. Los cadáveres eran conducidos en su entierro con una sábana labrada, paños de luto para las andas para enterrar a los pobres, cuatro hopas de paño de luto y cuatro caperuzas para los ujieres que llevaban los difuntos a enterrar, dos hopas para niños o muchachos que llevaban hachas delante de la cruz.

La liturgia de los funerales era seguida por un gran número de clérigos, empleados universitarios y público en general. La asistencia a algunos de los entierros era subvencionada por la Universidad, en 1570 a cada uno de los seis capellanes se les abonaba 6,5 reales y un real para los tres mozos de coro.

Hasta 1508 el Hospital del Estudio recibía a enfermos y sanos necesitados de la comunidad universitaria. En esa fecha los visitadores recibieron la orden de dar cama, carbón, médico y boticario a los internados. A los enfermos se les aportaban gratuitamente las medicinas, pero no de comer, aunque a veces con la economía del hospital se mantenía a los enfermos sin recursos.

En 1529 se ordenaron los primeros Estatutos del Hospital del Estudio en los que se establecía que este establecimiento funcionaría desde entonces como centro médico asistencial. En este mandato se concretó el número de pacientes asilados en trece estudiantes pobres que podía aumentar hasta 18 en caso de necesidad reconocida por el rector y el visitador, pero siempre que tuviera la aprobación del Claustro de Diputados.

La enfermería primitiva, la del siglo XVI, tenía seis ventanas orientadas hacia el norte y se correspondía con la actual sala de juntas del rectorado. Daba a un callejón que limitaba con parte del actual Patio de Escuelas Mayores. En esta sala se encontraban 13 camas de nogal y 11 mesillas al lado de los catres. En la enfermería había también un altar. Aparte de esta sala corrida, situada en la parte superior del hospital, en la parte inferior había otra enfermería de menores dimensiones. A mediados del citado siglo se ampliaron las 13 camas con ocho más de nogal y dos de cordel y tablas, y cuando finalizaba el siglo XVI se añadieron otras cuatro camas más.

El ajuar de mantenimiento de la enfermería era práctico y austero. Un brasero pequeño de hierro para quemar incienso e impedir los malos olores, un harnero para regar las salas, un baño grande, dos mantas de color rojo para colocarlas sobre el enfermo cuando se realizaban sangrías y una silla grande para transportar a los enfermos que por su mal estado no podían trasladarse al hospital por su pie.

En el hospital morían muchos pacientes debido al mal estado en que llegaban…

Santander cita en su trabajo los contenciosos del hospital y de la Universidad con los vecinos de los alrededores que producían ruido que perjudicaba a los enfermos ingresados. Entre otros, cita la descarga de trigo en la panera del hospital, la industria de un guantero, los ruidos de una tienda de un buhonero y la imprenta de María de Neyla que trabajaba día y noche sin dejar dormir a los enfermos.

Las enfermedades tratadas en el hospital eran muy variadas, ingresaban en el hospital desde un hidrópico hasta un paralítico, siempre que las dolencias no fueran contagiosas ni incurables. Sí se trataban los enfermos de pintas o tabardillo, el tifus exantemático actual, las tercianas, las calenturas pútridas o la apoplejía. La cura de las heridas suponía un intenso trabajo para el hospital, allí mismo se realizaban las vendas e hilas de ropa blanca para las heridas de arma blanca. Los estudiantes pendencieros, una vez curados, pasaban a la justicia de la Universidad por si había alguna falta que precisase castigo.

En el hospital morían muchos pacientes debido al mal estado en que llegaban, los graves males que padecían y la miseria en la que estaban sumidos. En los últimos cuarenta años de existencia del hospital fueron curados 554 enfermos, de los que fallecieron 28, con lo que la mortalidad era relativamente baja teniendo en cuenta el mal estado en que llegaban los ingresados.

Los enfermos del mal galénico eran enviados al Hospital de Santa María la Blanca del que hablaremos en otro de nuestros artículos y los que padecían de locura, aunque al principio fueron admitidos en el del Estudio, pronto fueron rechazados por los problemas que planteaba su tratamiento y fueron enviados al Hospital de Inocentes en la ciudad de Valladolid.

Los enfermos comían carnero, gallina, huevos, bizcocho, verduras y fruta siempre que fueran recomendados por el médico del hospital. Teresa Santander llega a explicar cómo se hacía la compra de la carne de carnero. Si había pocos enfermos ingresados compraban el carnero en la carnicería de la Universidad, por el contrario, si eran muchos los enfermos adquirían el carnero, los garbanzos, las lentejas, pasas, la sal y las camuesas al por mayor, por junto es la palabra empleada por los escritos del tiempo. Algunas veces compraban en las Úrsulas dulces y carne de membrillo.

El carbón se adquiría por carros a carboneros de Sepulcro Hilario, Abusejo, La Moral, Cabrillas y La Sagrada y el chocolate no se introdujo en la dieta del hospital hasta 1698. El pan era suministrado por una panadera a la que la Universidad entregaba trigo del mejor de las tierras que la institución poseía en la Armuña, pero en muchas ocasiones se produjeron quejas por el mal pan que consumían los enfermos. El hospital tenía tierras propias en los Villares y en Espino de la Orbada que con el tiempo, a partir de 1539, pasaron a ser de la Universidad. En este centro sanitario de la Universidad estuvieron ingresados varios catedráticos y profesores de lengua hebrea, gramática, anatomía y teología a los que se les daba cama y comida.

El hospital recibía rentas de la diócesis de Salamanca, de los cuartos de Armuña, de Peña del Rey, Baños y Valdevilloria. Las limosnas para los pobres que daba la Universidad eran en gran parte para el hospital. El hospital fue cárcel en 1660 y en 1801/1802 se convirtió en cuartel para los franceses.

La Universidad pagaba de sus recursos al personal sanitario del hospital que eran un barbero sangrador, un cirujano y un médico. Todos ellos tenían la obligación de visitar a los enfermos dos veces al día y siempre que fuera necesario por requerirlo la gravedad del paciente.

El barbero sangrador aparece desde el principio del hospital en 1520, fecha en la que desempeñó este cargo el barbero Juan de Alba que cobraba por su trabajo 40 fanegas de trigo de las tierras de Cabodevilla que eran propiedades del hospital. Los sangradores eran elegidos por votación.

El cirujano trataba a los heridos y llagados; era elegido por votación entre los profesionales más notables de la ciudad hasta 1606, año en que el catedrático de cirugía asumió la docencia y la asistencia al hospital, de forma más parecida a lo que se hace en la actualidad.

Hasta 1529 el hospital no nombró un médico responsable de sus enfermos, coincidiendo con el paso de un centro benéfico donde se encontraban enfermos y sanos, a otro solamente para pacientes. El médico era uno de los responsables del ingreso hospitalario siempre que el paciente tuviera las condiciones previstas para hacerlo, ser estudiante, tener las firmas del rector y del visitador.

Las medicinas recetadas por el cirujano y el médico se anotaban en una tabla o libro de la que se responsabilizaba el capellán administrador. Ambos profesionales, catedráticos de la Universidad, iban acompañados de alumnos que estudiaban medicina de igual manera a como se hace hoy día. El boticario del Hospital del Estudio se elegía entre los mejores que trabajaban en la ciudad. La Universidad les pagaba sus honorarios por receta.

A principios del siglo XIX se estableció una relación preferente entre el Hospital General de la Santísima Trinidad y la Universidad para que los estudiantes de medicina realizaran sus prácticas con enfermos. Este hospital había sido trasladado al Colegio del Arzobispo Fonseca donde al lado se había construido un teatro anatómico, el tercero después del de San Nicolás y el de la Santísima Trinidad.

La Guerra de la Independencia sumió en la pobreza a la Universidad y a todos sus asalariados, dejó sin recursos las dependencias del estudio salmantino, entre ellas las del Hospital del Estudio. Para recaudar fondos la Universidad vendió en 1810 la vivienda que poseía en la Plaza Mayor, el mesón de la Estrella, algunas propiedades de la provincia, lacera y el oro y la plata que les quedaba. El mesón era propiedad del Hospital, estaba en ruinas, había sido cuartel y no rentaba nada a la Universidad, pero todavía recibieron por él 4.600 reales.

En 1810, sin rentas y sin enfermos el claustro optó con solo un voto en contra, la del teólogo Toribio Mayo, cerrar el Hospital del Estudio haciendo inventario del mobiliario. A pesar de la clausura, el capellán administrador siguió viviendo en el hospital sin cobrar. En 1814 se ubicaron en sus salas algunas aulas del Trilingüe que había quedado destruido en la francesada.

En 1836 moría Francisco García Sánchez Ocaña, el último administrador del Hospital del Estudio, y la Universidad pudo disponer del edificio.

En la publicación realizada por Pilar Silva Maroto sobre Juan de Flandes, publicada por Caja Duero en 2006, se recoge la biografía del pintor y su estancia en Salamanca. El pintor de la reina Isabel firmó con la Universidad de Salamanca el 2 de septiembre de 1505 un contrato para pintar el retablo de San Jerónimo y las imágenes realizadas por Bigarny. El trabajo lo realizó en el Hospital del Estudio, donde estuvo hospedado por la academia salmantina sin ser enfermo, ocupando tres de sus cámaras hasta el año 15081.

Hasta aquí la historia de uno de los hospitales singulares de la ciudad de Salamanca, cuya gloria se desvaneció en el siglo XIX, cuando la Universidad de Salamanca quedó sumida en una decadencia que casi la hace desaparecer.


Nota:

  1. Silva Maroto, P. Juan de Flandes. Caja Duero. Salamanca 2006, pp 287-328 ↩︎

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