Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
Una de las familias nobles salmantina de más rancio abolengo fue la de los Solís. Sus miembros desempeñaron cargos de gran responsabilidad en la ciudad y fuera de ella. Hasta catorce Solís es ocuparon el puesto de Regidor de Salamanca y seis de ellos ostentaron el sillón de Adelantado de Yucatán.
Josef de Solís y Valderrábanos, Alonso de Solís Osorio y Josef de Solís y Gante Rodríguez de la Varillas, fueron grandes de España. Algunos más llegaron a ser regidores de Valladolid, de Madrid y uno de ellos fue nombrado gobernador de Mérida. Todos los miembros de la familia estuvieron cercanos y sirvieron a los reyes de España. Su casa solariega principal se encontraba en la calle de Herreros, en la colación de San Mateo.
Según recoge Julián Álvarez Villar, en su libro De Heráldica Salmantina, publicado por la Universidad de Salamanca en 1966, el origen del linaje de los Solís es asturiano, procedente de Corvera, del partido judicial de Avilés. Las familias poderosas afincadas en Salamanca se emparentaron entre sí, así surgieron matrimonios con los Maldonado y con los Varillas.
De los muchos descendientes de los Solís quedan todavía casonas palaciegas esparcidas por toda la ciudad vieja de Salamanca1. En lo que hoy es un edificio perteneciente a la Compañía Telefónica, con sus fachadas dando a la calle del Concejo y a la Plaza de Los Bandos, podemos comprobar preciosos restos de loque fue la casa principal del linaje. Tan importante fue esta familia en la historia de España que en este palacio tuvieron lugar los desposorios de Felipe II con su primera esposa lusitana, su prima hermana María. En ese espacio urbano salmantino se logró la unión de los dos grandes imperios peninsulares, el español y el portugués, acuñándose aquello de que en los territorios gobernados por Felipe II nunca se ponía el sol.
En la plaza de San Benito podemos admirar otra casa perteneciente a la familia Solís. Adquirida por la Universidad de Salamanca en tiempos del rector Julio Hermoso, en la actualidad está dedicada al servicio de publicaciones del Alma Mater salmantina. Los múltiples escudos conservados de la familia Solís, repartidos por toda la ciudad, atestiguan la importancia del linaje. Para comprobar su riqueza y el poder de los Solís no hay más que asomarse a la iglesia conventual de las Isabeles, contemplar los magníficos sepulcros que allí se encuentran, introducirse en la iglesia del convento del Corpus Christi o visitaren el Villar del Profeta, junto a Tamames, la casa solariega de don Cristóbal Suárez de Solís, que fue nada menos que el ministro de Hacienda de Carlos V, en denominación de aquella época, el Contador del Reino.
Estos son los conventos y casas solariegas que se mantienen en pie dando testimonio de lo Solises, pero otros monasterios y un hospital, de los que nonos han quedado resto alguno, se deben a la generosidad de los miembros de este linaje. Así, entre estos, hemos de citar el convento de la Magdalena, el de la Penitencia y la Casa de la Aprobación, también llamada de la Encarnación.
Tanta fundación de conventos, nada menos que cinco, tenía por objeto dar salida a las mujeres solteras de la familia, facilitándoles la posibilidad de entraren un monasterio como prioras. A estas fundaciones religiosas hay que añadir la reconstrucción del Hospital de Santiago y San Mancio que se encontraba en ruinas.
Este hospital fue fundado en el siglo XIV, hacia el año 1340, por feligreses de las parroquias de San Juan de Barbalos, Santo Tomé y la Magdalena. Transcurridos más de dos siglos, en 1541, cuando el edificio se encontraba en ruinas, don Cristóbal Suárez de Solís, señor de Villar del Profeta, contador del emperador Carlos V y fundador del convento del Corpus, sufragó su restauración. El hospital desaparecería cuarenta años después, al quedar suprimido, junto a la mayoría de los pequeños hospitales, en 1581. En ese año sus rentas y pertenencias fueron adjudicadas al Hospital General de la Santísima Trinidad2.
El Hospital de Santiago y San Mancio, se encontraba entre las calles de la Luna y la de Santa Isabel, en el arroyo de Santa Teresa. Su solar quedó incluido en lo que fue la huerta del convento de Santa Isabel. Villar y Macías llegó a ver la puerta tapiada del desaparecido hospital, con dos medallones con las imágenes de Santiago Matamoros a caballo y de san Mancio.
El convento de las Isabeles, limítrofe con el hospital, recibió su nombre al haberse consagrado a Santa Isabel de Hungría. La titular del monasterio murió en 1231 y de ella se conserva en la iglesia un magnífico lienzo debido a la paleta de Dello Delli, el mismo pintor que se encargó, con sus hermanos Nicolás Florentino y Sansón Delli, de pintar las tablas sobre la vida de la Virgen María que componen el retablo de la Catedral Vieja.
Este convento fue fundado en 1433por doña Isabel Suárez de Solís, que se convirtió en la primera abadesa. Para erigir el monasterio utilizaron el solar del caserío que perteneció al Temple y junto al cual se construyó el Hospital de Santiago y San Mancio. La iglesia del monasterio se convirtió en el panteón de la familia Solís y de los Rodríguez de las Varillas, linajes salmantinos emparentados por matrimonio y cuyos miembros están enterrados en la iglesia y en la sacristía, acumulándose en tan poco espacio un total de trece sepulcros de gran belleza.
En aquellos tiempos el boato, el orgullo de pertenencia a uno de los linajes y los apellidos se llevaban hasta la sepultura. Contemplando los sepulcros, con gran profusión de adornos y escudos, con los soles de la familia Solís policromados, podemos darnos cuenta de lo que significaba la heráldica en los siglos XV y XVI.
A pocos metros del convento de las Isabeles nos encontramos con el de Corpus Chisti, de monjas franciscanas de Santa Clara, fundado algo más de un siglo después por uno de los Solís más destacados del linaje, Don Cristóbal Suárez y su mujer doña Juana de Solís. La fachada que da paso a la iglesia es uno de los mejores trabajos del plateresco español, en una ciudad como Salamanca donde este estilo arquitectónico tiene sus mejores expresiones. En el interior de la iglesia se encuentra una escultura yacente de don Cristóbal e imágenes de la Virgen y San Sebastián, de gran calidad, de los siglos XVI y XVII.
En Villar del Profeta tenían don Cristóbal y doña Juana su casa solariega, en medio de una magnífica dehesa de encinares, esparcidos por pequeñas elevaciones alrededor del río Huebra. Allí se encuentra todavía el rollo desde el que se ejercía justicia por la familia Solís. La casa y la finca fue adquirida el siglo pasado por el que fuera presidente de Caja Salamanca y Soria, José María Vargas Zúñiga y Ledesma, y su esposa, la escritora María Dolores Pérez Lucas. Desde entonces han sabido conservar con gusto y respeto histórico la casa y su entorno. Junto a lo que fuera el palacio rural de don Cristóbal se construyó un poblado con una pequeña iglesia. En la actualidad el caserío está prácticamente despoblado y el templo en ruinas.
El hospital estaba dedicado a Santiago, apóstol de Jesús, del que podemos encontrar mucha iconografía distribuida por toda la ciudad. La fachada del colegio mayor Fonseca o la puerta norte de Sancti Spíritus presentan a Santiago a caballo pisando cabezas de árabes sin piedad. Pero lo que resulta más raro y desconocido para los salmantinos es el segundo del os titulares del hospital, San Mancio.
Este santo romano viajó desde la Ciudad Eterna a la Península Ibérica, acompañando a un grupo de judíos que le instaron a convertirse a su fe. Su negativa a abrazar la religión judaica, por su fidelidad al cristianismo, le costó caro. Enfureció a los judíos que le encadenaron y, después de producirle múltiples heridas, murió de agotamiento. Fue enterrado bajo un montón de estiércol.
El martirio se llevó a cabo en Évora, Portugal. En el lugar donde se descubrió el cuerpo del santo se construyó una basílica visigótica. El obispado de Évora reivindicó la figura de San Mancio como propia. Esta ciudad portuguesa competía con el arzobispado de Mérida en la posesión de reliquias de santos desde los primeros años de la implantación del cristianismo en la Península. En ambos lugares se veneraban mártires romanos milagrosos que concitaban miles de fieles para rezar ante las santas reliquias y proporcionaban pingues ganancias a sus iglesias.
Lo que si podemos constatar es que a partir del siglo VII se extiende por toda la península la devoción al santo. En Sahagún, en su monasterio cluniacense, ha pervivido, en ruinas, hasta nuestros días, la capilla de San Mancio, dedicada al mártir de Évora.
Muchos años después del martirio, cuando los restos de San Mancio eran trasladados a Asturias, al pueblo de Palacios de Meneses, a su paso por Villanueva, hoy conocida como de San Mancio, la mula que trasportaba los restos del santo se negó a proseguir el camino. Esta tozudez del animal de carga fue interpretada como milagrosa y por este motivo, en esta aldea de Valladolid recibió cristiana sepultura.
En Villanueva se construyó en 1072 un monasterio de la orden de. Habitado por monjes procedentes de Sahagún, fue en esta iglesia donde tuvo lugar el milagro de la mula. Antes de este episodio, el cuerpo de San Mancio pasó por Cuenca de Campos donde se produjo un portento que deslumbró a todos sus habitantes. Un gran esplendor rodeó el ataúd del santo. Conmovidos por el hecho milagroso, cuatro vecinos de Cuenca acompañaron con hachas encendidas hasta el monasterio de Villanueva el cuerpo de San Mancio.
Este ejemplar comportamiento de los conquenses de campos fue agradecido por el prior del monasterio, dejándoles que cada 21 de mayo pudieran llevarse una reliquia del santo, el cráneo, para ser veneradas en la iglesia del pueblo.
La historia de San Mancio debió extenderse por toda Castilla y León, y Salamanca no fue ajena a tal influjo. Esta sería la causa de la veneración del santo por los feligreses salmantinos y el origen de la titularidad del hospital restaurado por la familia Solís y del que no nos ha quedado ni un solo vestigio.
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