Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
En la misma situación estaban también los alumnos de los colegios menores. Así fue el caso de los escolares del de Santa Cruz de Cañizares, hoy convertido en Conservatorio Profesional de Música, citado por José Luis Yuste, a los que se les prohibía “andar por callejuelas sospechosas, pasar por donde viven mujeres de ruin vida y trato, entrar en sus casas, hablar con ellas cuando están asomadas a la ventana o en la puerta, ni reverenciarlas destocándose de bonete”. La prohibición de hablar con las mujeres llegó a ser tan explícita que se negaba el diálogo incluso si la mujer era vieja y sin sospecha. Esta descripción no parece exagerada. Siguiendo a Fernando de Rojas se comprende como Celestina al pasar “en viéndome se turbaban todos” y “entrando en la iglesia veía derrocar bonetes” … “unos me llamaban señora, otros enamorada, otros vieja honrada”.
Cuando las prostitutas se encontraban acogidas en la Mancebía, permanecían en sus aposentos hasta que llegaba el alba. En ese momento, con la amanecida, el Padre Putas hacía tocar una campana, señal conocida por los clientes, de tal modo que al oírla abandonaban los lechos y salían a la calle para recogerse en sus domicilios, sin ser vistos y, por lo tanto, sin dar escándalo Aunque permitida, la prostitución se practicaba con discreción. Las putas, antes de abandonar el prostíbulo, se recogían en la capilla, aguardando la llegada de un fraile franciscano que les decía, en exclusiva, para ellas y para el Padre Putas, la Santa Misa. Terminada la eucaristía, cada mujer se retiraba a su domicilio hasta la noche siguiente.
Se ha especulado mucho sobre la configuración del edificio de la Mancebía. Parece que era una construcción sencilla, cerrada al exterior, sin ventanas para no ser vistos ni observados, y que en su interior los pequeños cuartos se abrían a un claustro para aportarles ventilación y luz. Como servicios comunes, la casa contaba con una capilla para más de un centenar de personas y unas dependencias, a la entrada, para el servicio del Padre Putas. La mancebía contaba también con un almacén para albergar los útiles usados por las busconas. Todas las dependencias de la casa estaban exentas de decoración, en contraposición con el resto de los edificios públicos.
Los Lunes de Aguas han sido siempre fiestas populares, días para confraternizar con los amigos y familiares. En Salamanca siempre se han celebrado de forma extraordinaria, con la gente en la calle, distribuida por los campos alrededor de la ciudad. Solamente los enfermos o aquellas familias que guardaban luto se quedaban en casa y no acudían al campo esa tarde. Así se cuenta que el zapatero remendón, de nombre Blas, que compitió en la compra de una anguila con el mismísimo regidor Carvajal1, realizó la puja en el mercado del Corrillo un Lunes de Aguas.
El hornazo, la tortilla, la fiesta, el baile, la gaita, el tamboril, el vino y la matanza no faltaban ni faltan nunca a la cita. Incluso, estando en guerra, con la francesada ocupando la ciudad, Julián Sánchez el Charro tuvo que huir de los prados del Zurguén2 y esconderse bajo el manto de la Virgen de la Salud, en su ermita de Tejares, al ser descubierto por los franceses.
La Mancebía terminó su existencia en el reinado de Felipe IV, en 1630. Sabemos que estuvo abierta al menos desde1498, permaneciendo en activo nada menos que 132 años. La casa de prostitución de la ciudad terminó sus días al declararse en ella, cuando estaba deshabitada, un incendio que los historiadores de la ciudad todavía no se ponen de acuerdo si fue provocado o fortuito.
Terminada la actividad en la Mancebía del Arrabal, las mujeres públicas se dispersaron por toda la ciudad, pero una mayoría se instaló en las inmediaciones de la iglesia de San Cristóbal, al abrigo y protección de los Hospitalarios, titulares de la iglesia del santo caminero. San Cristóbal fue el barrio que sustituyó al Arrabal y a Tejares en la morada de las putas.
Con los Austrias menores, reyes menos permisivos con la prostitución que los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II, el comercio sexual dejó de estar vigilado, su regulación fue más laxa y por ende pasó a ser más peligrosa desde el punto de vista sanitario ya que las enfermedades venéreas vagaban sin control. Este cambio de postura real llenó las salas del hospital de Santa María la Blanca. El cierre de la Mancebía trajo consigo también la apertura de la casa de Aprobación de Nuestro Señor Jesucristo, también llamada Colegio de la Encarnación, de las Recogidas o de las Arrepentidas, institución que fue creada por Gabriel Dávila y su esposa doña Fetiche Alfonso de Solís en 1648.
El edificio donde se instaló la citada institución piadosa continúa todavía en pie en la Ronda de Sancti Spíritus, enfrente de la comisaría de la Policía Nacional, y podemos deleitarnos contemplando su preciosa y delicada fachada con una bien labrada anunciación. La primitiva casa se edificó en el siglo XV por el doctor Antón Rodríguez de Cornejo. Fue con posterioridad cuando los fundadores, una vez consultado el asunto con amigos y parientes, así como con personas piadosas y sacerdotes, declararon en las escrituras de la fundación que “nada podía ser más grato a Dios que sacar de la vida de pecado mortal a las mujeres descarriadas para encaminarlas al servicio divino”.
La casa se dedicó desde el primer momento al recogimiento y a lograr que las acogidas se convirtieran en mujeres de bien. Los fundadores pusieron la institución bajo la advocación de la Encarnación del Hijo de Dios. En la casa se hospedaron mujeres consideradas pecadoras que tras el internamiento volvían a la vida recatada. En la actualidad, el interior primitivo de la casona ha desaparecido y no queda ni resto del antiguo inmueble. Varias reformas la han hecho irreconocible con la vieja propiedad. En el exterior se aprecia una preciosa y elegante edificación plateresca, nada sobrecargada. La arcada de entrada se adorna con casetones datados hacia 1560. También se pueden admirar dos escudos pertenecientes a las familias de los Solís y los Dávila3.
Las rentas del Colegio de la Encarnación se vieron acrecentadas con la generosa donación que realizó en 1772 Juan Fernández de la Peña, administrador de la Casa de la Moneda de México. Con los diez mil pesos cedidos al colegio, la fundación pudo comprar fincas que le rentaban cantidades suficientes para incrementar el número de mujeres acogidas.
Al morir, los fundadores dejaron como patronos del colegio al Deán y al Cabildo de la Catedral. Fue un matrimonio que murió sin hijos, don Gabriel falleció en 1661 y su mujer, de la casa de los Solís, en 1665. Ambos se encuentran enterrados en la capilla del convento de las Isabeles, panteón de los Solís. Desaparecida como casa de acogida de prostitutas arrepentidas, en la primera mitad del siglo XX, la comunidad femenina de San Juan Bosco, Salesianas, se instaló en la casa y compraron los terrenos aledaños que daban a Canalejas, donde construyeron un colegio para niñas, ahora mixto.
Dos siglos antes de la llegada de las Salesianas, en 1757, el obispo de Salamanca, don José Zorrilla de San Martín, fundó una casa de acogida para mujeres que ejercían la prostitución y que deseaban dejarla. Se llamó Casa de la Misericordia, aunque los salmantinos la denominaron vulgarmente como Casa Galera. El número de mujeres públicas admitidas en aquel centro fue de 24 y para su mantenimiento el prelado estableció una renta de dos mil ducados al año. El obispo se dirigió al rey Fernando VI para fijar esas rentas a perpetuidad y el soberano firmó un decreto el 19 de enero de 1758 aprobando la petición.
La Casa Galera estuvo emplazada en la calle de Arriba, muy cerca de la puerta de Villamayor. Ocupaba una vivienda sin significación monumental, desaparecida en la actualidad, y que se situaba en parte de lo que hoy es extremo noroeste del Campo de San Francisco, cercano a la actual calle de Arriba. Otro obispo, don Felipe Beltrán, construyó un edificio para albergar la Casa Galera en otra zona céntrica, en la calle Toro; en el entronque con la plazuela de San Mateo. Villar y Macías nos habla de la inscripción que el obispo mandó colocar en la entrada de la Casa de la Misericordia, junto a una imagen de la Virgen bajo la advocación citada: “Nuestra Madre de la Misericordia. Año 1779”.
La Casa Galera de la calle de Toro estuvo abierta solamente catorce años, ya que el consejero de Castilla, don Pedro Martín de Murcia, después de una visitade inspección realizada a Salamanca en su calidad de Superintendente General de los Hospicios, Casas de Misericordia y Expósitos del Reino, trasladó la Casa Galera a la calle Larga, agregándola al Hospicio de Salamanca.
La última morada de la Casa Galera estuvo en pie durante poco tiempo. Instalada en el que sería barrio de los Caídos desde 1793, la francesada acabó con el edificio que la sustentaba, a la vez que desaparecían, en 1812, la mayoría de las construcciones existentes en el barrio.
Las Adoratrices se hicieron cargo del edificio y de sus asiladas en 1886 hasta que se trasladaron a la edificación que se construyó en el paseo de las Úrsulas, junto a la iglesia de Santa María de los Caballeros. Esta comunidad tiene, desde sus orígenes, como carisma fundacional la atención a las mujeres que abandonan la prostitución.
Con el tiempo, cuando comenzaba el siglo XIX, se produjo en Salamanca una gran tragedia, la muerte de muchos salmantinos y la destrucción del caserío y de los edificios nobles que se erigían en la Vaguada de la Palma y en los tesos aledaños. La Guerra de la Independencia arruinó y marginó durante doscientos años el extenso barrio entre el cerro de San Vicente y el de las Catedrales. Con posterioridad, en la larga posguerra del siglo XIX, las familias que llegaban a Salamanca desde los pueblos de su alfoz o de mucho más lejos para buscar una forma digna de vida que no lograban en sus lugares de origen, se instalaron desordenadamente en el barrio que se denominó desde entonces de los Caídos. Edificaron ellos mismos sus casas, utilizando la piedra de los colegios mayores de Oviedo y Cuenca o de los conventos de San Agustín, San Francisco o San Vicente, todos ellos desaparecidos en la francesada.
Se formaron así los barrios de San Vicente, la Palma, los Milagros y Chino, con límites imprecisos, a veces coinciden tes. Algunas de las prostitutas que acompañaron a los ejércitos napoleónicos permanecieron en estos barrios una vez terminada la contienda, amparadas por una población clandestina y marginal. Durante el siglo XIX y XX funcionó en el barrio Chino un gran número de establecimientos de prostitución que fueron cerrando sus puertas a finales del siglo XX, con las primeras corporaciones democráticas salmantinas. Todavía en los primeros años del siglo XXI ha permanecido abierto algún bar de citas y se pueden ver algunas busconas que reclutan sus clientes en la calle.
El barrio Chino tuvo su edad dorada coincidiendo con los años de la Guerra Civil. El gobierno rebelde estableció en Salamanca, entre 1936 al 39, uno de sus cuarteles generales y la residencia del Jefe del Estado, General Franco. En el Palacio del Obispo, enfrente de la entrada de la Catedral Vieja, se instaló la cúspide del nuevo régimen. En la planta baja los despachos y la guardia del general, en la primera planta, en las habitaciones del prelado, el domicilio y despacho de Franco y en la segunda se instaló la familia de su cuñado, el que fuera todopoderoso ministro de Asuntos Exteriores, Serrano Súñer.
Las calles y barrios de Salamanca se llenaron de un gran número de militares, falangistas y requetés, mandos y soldados rasos con uniformes de lo más variado. Era una población flotante a la que se unían los muchos españoles nacionales que se habían pasado desde las provincias controladas por el bando republicano a las ocupadas por el ejército franquista. Todo ello hizo de Salamanca una ciudad cosmopolita y divertida. Por las noches se llenaban los salones de variedades. Eran cafeterías frecuentadas solamente por hombres, por la población dirigente del régimen, con las denominadas animadoras, cantantes que enseñaban los tobillos y que hacían las delicias de los asistentes.
Algunos de estos establecimientos como el Simun, en la calle del Prior, esquina Prado, permanecieron abiertos en la posguerra. Los chicos que vivíamos en las calles Prado, Juan del Rey y Prior mirábamos a hurtadillas por los agujeros que dejaban los cortinones que cubrían las ventanas. Para la tropa y mandos menos timoratos había otros lugares de mala nota situados a lo largo y a lo ancho del Barrio Chino.
El sacerdote Miguel Pereña, párroco del barrio Chino, hizo famosas sus proclamas desde el bello púlpito de la Purísima. Para combatir la asistencia de salmantinos a los prostíbulos criticaba a los que entraban al barrio de prostitución por la escasamente iluminada calle de Tahonas Viejas. Gesticulando gritaba a los feligreses asistentes a la misa de una: “! Os creéis que no os vemos, aprovecháis la oscuridad para acercaros al pecado, buscáis a las mujeres pecadoras para perderos en la lujuria, ahí, ahí es donde el señor obispo y yo vamos a meter mano! ”Una carcajada unánime acogía cada domingo las muchas ocurrencias del bueno de don Miguel.
Hasta aquí hemos repasado sucintamente la historia del Hospital de Santa María la Blanca, especializado en enfermedades venéreas, de la Casa de la Mancebía, del Colegio de la Encarnación y de la Casa Galera. Salamanca ha sido una ciudad singular en la forma de llevar todos los asuntos relacionados con la prostitución y, en general, los pecados de la carne. Pero hay algo que la hace única. Solamente Salamanca, entre todas las ciudades del mundo, festeja libremente, sin ocultarlo, orgullosa, sin interrupción en más de 500 años, un día dedicado a la prostitución y a sus ejercientes, el Lunes de Aguas.
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