Texto: Jesús Málaga
Fotografías: Andrés Santiago Mariño
Santa María la Blanca no tuvo tanta suerte en la segunda agrupación de hospitales realizada dos siglos después por Carlos III, más concretamente en el año de1788. En ese año, por real cédula de 2de septiembre, fue suprimido y quedó incorporado al Hospital General de la Santísima Trinidad. Sus muchas rentas pasaron a engrosar las arcas del General. La firma del rey se estampó estando la familia real veraneando en el palacio de la Granja de San Ildefonso, y el cierre lo llevó a cabo el intendente corregidor don Miguel José de Aranza. Ese mismo día quedó suprimido también el nuevo hospital de Nuestra Señora del Amparo.
Gracias a Dorado sabemos algo más del edificio. Este erudito salmantino nos ha descrito la configuración del interior del hospital. Una gran nave abovedada de109 pasos de largo por 18 de ancho albergaba a la gran mayoría de los enfermos ingresados. Había otras dos estancias más pequeñas, una dedicada al internamiento de militares, en recuerdo de la primitiva misión del hospital, y otra para pacientes de pago. La capilla, una habitación para humos y otra para baños completaban los habitáculos del centro sanitario.
El hospital tuvo para su servicio una cofradía que llegó a desaparecer por desavenencias de los miembros. Recogió el testigo el Cabildo de la Catedral que engrandeció el hospital de bubas. Los enfermos que tenían prioridad para ingresar eran los naturales de la ciudad de Salamanca, en segundo lugar los nacidos y residentes en la diócesis salmantina y, por último, si quedaban plazas, los forasteros.
Las enfermedades tratadas en el Hospital de Santa María la Blanca arruinaron la vida de muchos jóvenes y no tan jóvenes que se contagiaron al yacer con prostitutas infectadas de sífilis y gonorrea. En años en los que los tratamientos de las enfermedades venéreas eran muy agresivos, a la vez que ineficaces, los pacientes que llegaban a Santa María la Blanca debían hacerlo en muy mal estado, la mayoría en estadios avanzados de la enfermedad.
El gran Lope de Vega inmortalizó el hospital en su obra el Bobo del Colegio, título que hace referencia al discapacitado intelectual que asociado a cada uno de los colegios mayores y alguno de los menores hacía de bufón, provocando las risas y las gracias de los colegiales. El bobo de cada uno de los colegios vivía a la sombra del centro universitario que lo mantenía con las sobras de la comida de los colegiales acogidos, al igual que se alimentaban los sopistas y capigorrones.
En la obra El Bobo del Colegio, Lope habla del hospital salmantino en unos versos a modo de ripios:
Hay un hermoso hospital / de Santa María la Blanca / donde se curan reliquias / de las flaquezas humanas.
Villar y Macías cita también unos versos de José Iglesias de la Casa que también hace referencia al hospital de bubas, versos, a mi parecer, poco afortunados, pero que sirven para darnos cuenta de la fama que llegó a adquirir el Hospital de Santa María la Blanca.
El joven que sin saber / qué cosa lujuria fuera / por sólo la vez primera / que visitó una mujer / ve el pobre que ha menester / entrar en Santa María / le cayó la lotería.
Los pacientes del Hospital de Santa María la Blanca eran, en su mayoría, vecinos de Salamanca y su alfoz. Varones que practicaron sexo con mujeres infectadas de sífilis, gonorrea u otras enfermedades de transmisión sexual y que fueron contagiados de patología venérea. Generalmente, los enfermos eran hospitalizados en las fases terminales de sus procesos patológicos para ser tratados con métodos de dudosa eficacia. Es difícil conocer si eran o no atendidas en el hospital las mujeres dedicadas a la prostitución o aquellas otras que sin ser prostitutas eran contagiadas por sus maridos o parejas que padecían enfermedades venéreas.
Para salvarse, en lo posible, de las entonces denominadas enfermedades vergonzantes, Salamanca contó desde el siglo XV con ordenanzas municipales que trataban de la higiene y de la salud de las mujeres que se dedicaban al negocio y oficio de la prostitución.
Hasta finales del siglo XV Salamanca no contó con una mancebía como era debido. Hasta entonces, las prostitutas se distribuían por los barrios periféricos de la ciudad, sobre todo los arrabales. Salamanca tuvo que esperar para tener este privilegio al reinado de los Reyes Católicos que, pese a la reconocida religiosidad de los soberanos, no tuvieron inconveniente en aceptar la apertura de un lupanar oficial para el ejercicio de la prostitución bajo control público.
Sin embargo, si somos estrictos, debemos aclarar que la prostitución en Salamanca debe su reglamentación al hijo de los Reyes Católicos, Don Juan, Príncipe de Asturias, Señor y Gobernador de Salamanca. Poderoso personaje real al que debemos el empedrado de la grandiosa plaza de San Martín, antecesora de la Plaza Mayor que disfrutamos en la actualidad, príncipe heredero del que todavía conservamos su estandarte en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.
Don Juan murió en octubre de 1497 en nuestra ciudad, cuando solamente contaba diecinueve años, parece que debilitado por un uso excesivo del matrimonio o quizás por haber contraído una enfermedad venérea o, según algunos autores, por viruela. Estando sus padres en el palacio de Abadía, en la alta Extremadura, fueron informados por el preceptor del príncipe, el obispo Fray Diego de Deza, de la gravedad de la enfermedad de su hijo, patología que le llevaría en poco tiempo a la muerte. Una preciosa escultura de Agustín Casillas, en la Plazuela de las Peñuelas de San Blas, en uno de los lugares más hermosos de la ciudad, con una impresionante vista de los edificios monumentales más significativos, nos recuerda al joven príncipe recostado.
La realidad de la fundación del primer prostíbulo oficial fue que el príncipe Juan concedió el 17 de julio de 1497 a su tocayo, Juan de Albarrategui, mozo de ballesta de sus padres, Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, sabe Dios devolviendo qué favores, la apertura de un lugar como mancebía salmantina. El ayuntamiento se opuso a la concesión, no por preservar la virtud de sus jóvenes, sino más bien por no contemplarse en la concesión real su participación en las pingües ganancias que proporcionaba el control de la prostitución. Además, los saneados ingresos le venían como aguade mayo ya que tales negocios aportaban, en aquellos tiempos y en los actuales, beneficios sin cuento.
Muerto el príncipe, los regidores salmantinos volvieron a la carga, solicitando a los dolientes Reyes Católicos se concediera al Consistorio la mancebía que su hijo había otorgado a Juan de Albarrategui. Los soberanos cedieron a las presiones salmantinas, dejando en manos de la ciudad la construcción de la misma, sin poder vender, enajenar ni arrendar el privilegio otorgado por un periodo de tres años. Pero la concesión a la ciudad llevaba letra pequeña, para que el Consistorio lograra la concesión real había que indemnizar a Albarrategui con cien mil maravedíes.
Como siempre ha ocurrido con las instituciones municipales, los recursos económicos eran escasos. Los munícipes no contaban con fondos para pagar la indemnización, y mucho menos para construir el edificio, cuyo coste subía a la estimable cifra de doscientos mil maravedíes. Antes de dejarse escapar el control de la mancebía se produjo una nueva súplica del regidor a los reyes, Isabel y Fernando, para que les dejasen sacar a almoneda pública la edificación del prostíbulo y salvar así el inconveniente económico.
Los monarcas tenían a la ciudad de Salamanca en gran estima. Por ese motivo la nueva petición municipal tuvo una respuesta favorable para el Consistorio. Los Reyes Católicos reconsideraron las condiciones impuestas en su primera propuesta. Decretaron una orden que hizo posible que al regidor de Salamanca, el adinerado Juan Arias Maldonado, le fuera adjudicada la mancebía. A pesar de la privatización, el consistorio no perdió su facultad de protectorado sobre el lupanar ya probó las ordenanzas de funcionamiento de la casa de prostitución donde aparece por primera vez la figura del Padre Putas, las condiciones que debían cumplir las personas que optaban al puesto de Padre dela Mancebía para ser nombradas con este cargo y las penas con las que podía ser castigado de no cumplir con las normas municipales, castigos que iban desde simples multas hasta destierro e incluso, si la falta era considerada como muy grave, el gerente de la casa de prostitución podía ser condenado a galeras.
Las normas sanitarias de la mancebía eran muy estrictas. Debía contar con un cirujano que visitaba la casa y reconocía a las pupilas. Cuando encontraba alguna de ellas enferma debía comunicarlo a la autoridad de la ciudad y, en su caso, enviarlas al hospital de Santa María la Blanca para su internamiento y tratamiento oportuno, retirándola del ejercicio de la prostitución Cuando se recibía una mujer en la mancebía, con anterioridad al ejercicio como meretriz, debía ser reconocida por el galeno adscrito a la misma. No cumplir con este precepto hacía incurrir en falta grave al Padre Putas, que tampoco podía salir fiador de las prostitutas y no podía alquilarles ropa de cama. En la mancebía estaba prohibido comer o pernoctar más tiempo de lo establecido por las ordenanzas. Al llegar la prostituta a la casa de lenocinio alquilaba la cama que contaba con dos colchones, una sábana, dos almohadas y una manta. En el cubículo había también botica, silla, candil y una estera.
En las ordenanzas se establecía también la forma de vestir de las rameras. Mantillas amarillas sobre las sayas terminadas en picos. De ahí que se considere que es la forma de vestir de las putas de Salamanca las que dieron naturaleza al dicho español “ir de picos pardos” como sinónimo de ir de putas.
El ejercicio de la prostitución, al menos en el prostíbulo, estaba prohibido a las mujeres casadas, a las que tuvieran sus padres viviendo en la ciudad y, por un tinte racista, a las mulatas. Una tablilla con lo estipulado por la ordenanza estaba colocada en un lugar bien visible del lupanar para ser consultada, si así lo deseaban, por los clientes.
La ciudad de Salamanca inmortalizó a los personajes de la mancebía. Desde el siglo XVI, en las ferias y fiestas de septiembre, desfilan por las calles unos Gigantes y Cabezudos singulares. El comportamiento de las gigantillas con los chavales que les rodean es agresivo; armados de varas de fresno persiguen a los niños que huyen de ellos como casa que se quema. Si alguno es alcanzado recibe los palos consiguientes.
Los golpes propiciados por los Gigantes y Cabezudos salmantinos son la respuesta a la chiquillería que detrás de ellos, a cierta distancia, los insulta, llamándoles por unos nombres que para los que nos visitan y/o no son nacidos o criados en Salamanca, parecerán absurdos. Los gritos colectivos proclaman a quienes quieran oír que El Padre Lucas y la Lechera venden leche a cuatro perras. Ese tal Lucas es un eufemismo o modificación piadosa impuesta por el franquismo que consideraba intolerable la verdadera denominación de Padre Putas, vigilante y encargado de la mancebía. La Lechera era la prostituta madura o mayor que se encargaba de cuidar y amamantara los niños nacidos en el lupanar. Sus madres, para volver a trabajar y ganar dinero para el sustento de la prole, se incorporaban con rapidez al ejercicio de la prostitución, tras la cuarentena posparto, dejando el cuidado de sus hijos a La Lechera que, muchas veces, ejercía de nodriza. El resto de las gigantillas que acompañan al Padre Lucas y a la Lechera representan a las pupilas de la mancebía.
El Padre Putas era el encargado de la portería de la casa de lenocinio. Se situaba a la entrada, cobraba a los clientes según la lozanía de la moza y se encargaba de que se cumplieran las reglas de higiene impuestas por el Consistorio. También se le encomendaba la delicada misión de conducir a las busconas hasta el barrio de Tejares en la cuaresma, obligando al colectivo de mujeres a abstenerse de yacer con varón durante el tiempo que discurría desde el miércoles de ceniza hasta el lunes posterior al domingo de Resurrección.
El Padre Putas se entendía comercialmente con las alcahuetas y proxenetas, y se encargaba de organizar la vuelta de las putas y la apertura del lupanar el Lunes de Aguas. Ese día, de forma pública, hacía entrega del grupo de pupilas al maestre escuela y al juez del Estudio. Dichas autoridades, acompañadas de una multitud de estudiantes y jóvenes salmantinos, iban en barcazas, río abajo, hasta llegar a Tejares para buscarlas. Se había acabado la larga etapa del invierno cuaresmal y de la abstinencia de carne en su doble sentido.
Una vez en poder de la autoridad universitaria, las prostitutas subían por el río, montadas en barcazas, conducidas por estudiantes. Las barcas, previamente, habían sido adornadas con ramas de los árboles, causa por la que algunos autores creen que estas mujeres reciben desde entonces el nombre de rameras, amén de que en las casas donde se practicaba la prostitución se adornaban con una rama esculpida en la piedra en unos casos o, en otros, con una rama de árbol o arbusto, la mayoría de las veces seca, que se colocaba en la ventana o en el balcón como reclamo y aviso de que en aquel domicilio se practicaba el meretricio.
En la histórica villa de Cuéllar, en la provincia de Segovia, se encuentra un famoso hospital de finales del siglo XV, bajo la advocación de Santa María Magdalena. El edificio es gótico y en su fachada, algo disimulada, se puede ver esculpida en piedra una rama. Indica claramente a los viandantes que en aquel centro sanitario se trataban enfermedades venéreas a meretrices enfermas de tales dolencias.
La casa de la Mancebía se encontraba en el Arrabal del Puente, extramuros de la ciudad, en la orilla izquierda del Tormes. Algunos la sitúan en el Teso de la Feria, donde recalaban los tratantes de ganados y los compradores y comerciantes procedentes de lo que entonces era el alfoz de la ciudad. También llegaban a Salamanca muchos viajeros desde los pueblos de lo que hoy conocemos como provincia de Salamanca y de las provincias limítrofes: Zamora, Ávila y Cáceres. No se debe descartar la presencia de portugueses, que llenaban las aulas de la universidad, y de aquellos otros lusitanos que venían a Salamanca atraídos por su comercio. Asturianos, vascos, andaluces, valencianos y aragoneses formaban nacionalidades destacadas entre los estudiantes universitarios, algunos de ellos, a buen seguro, frecuentarían la casa de la mancebía.
Tenemos varias referencias para poder ubicar la casa pública de prostitución. Los historiadores de Salamanca nos han dejado datos urbanísticos del entorno. Podemos citar cinco edificaciones de las inmediaciones, la iglesia de la Santísima Trinidad, el Hospital de Leprosos o Leprosería de San Lázaro, la ermita de Santa Marina, la ermita y hospital de Nuestra Señora de Rocamador y la aceña. Hoy día, solamente se encuentra en pie la aceña, restaurada y muy distinta de la primitiva, y la iglesia de la Santísima Trinidad que algunos estudiosos identifican con la ermita de Nuestra Señora de Rocamador.
Las putas no vivían en el prostíbulo, pero sí en sus cercanías. La Celestina, alcahueta y vieja prostituta salmantina, inmortalizada por Fernando de Rojas, vivió en la subida del alcázar, junto a las Tabernas del Vino Blanco, donde hoy se encuentran los contrafuertes que sustentan la Facultad de Ciencias. Estas mujeres buscaban la protección del alcaide del alcázar ya que sus viviendas se encontraban en el territorio de jurisdicción militar. Otras muchas mujeres, denominadas por el pueblo como de mal vivir, se alojaban en casas del Arrabal, las Tenerías, Leñerías, el Teso de la Feria o en el barrio de Santiago.
Antes de recogerse, al caer la noche, en las inmediaciones de la casa de citas, las rameras se acercaban por las tabernas buscando clientes para el lupanar. A veces, en su atrevimiento, llegaban a sobrepasar los muros de algún colegio mayor para acostarse con algún colegial, familiar o dignidad del colegio. De ahí que en los estatutos de los Colegios Mayores estuviera prohibido, bajo penas severas, que entrasen mujeres en los aposentos y que los escolares hablaran en la calle con mujeres.
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