El Hospital de Santa María la Blanca (I)

Texto: Jesús Málaga

Fotografías: Andrés Santiago Mariño

En esta primera parte el autor hace un recuerdo histórico y se refiere a sus orígenes

Muy pocos salmantinos conocen la existencia de los restos arquitectónicos de la que fuera portada de la iglesia del Hospital de Santa María la Blanca. Para ver su maravillosa labra, se necesita el permiso de los dueños de los bajos de la edificación que los englobó en su día, en la década de los sesenta del pasado siglo. Allí, en la margen derecha del Tormes, extramuros, en la calle que hoy día lleva su nombre de Santa María la Blanca, dentro de un garaje, se encuentra la preciosa arcada de entrada a la capilla del que fuera el Hospital de Bubas más conocido de Castilla y León.

Calle de Santa María la Blanca con la iglesia de los Marqueses de Castellanos, en la avenida de los Reyes de España, al fondo.

Según el historiador salmantino Villar y Macías1, fue un rey aragonés, don Alfonso I el Batallador, monarca2 que casó con la reina doña Urraca de Castilla y León, quien fundó en 1110 el Hospital de Santa María la Blanca. Lo erigió exactamente al año siguiente de su matrimonio con la joven viuda reina, en otro tiempo repobladora, junto con su primer marido, Raimundo de Borgoña, de las ciudades de Salamanca, Ávila y Segovia.

Con la apertura de este centro hospitalario, que posteriormente sirvió de centro de acogida y tratamiento de pacientes con enfermedades venéreas, se trataba de mantener abierto un lugar de internamiento para los soldados enfermos de los ejércitos que don Alfonso había establecido en la ciudad de Salamanca. Fue, por lo tanto, en sus inicios, un hospital militar que perduró en el tiempo una vez que el ejército aragonés abandonó Salamanca.

El centro hospitalario fue abierto, en un principio, bajo la advocación de Santa María de Roncesvalles, pero siglos después recibió el nombre de Santa María la Blanca, con esta nueva devoción mariana fue conocido hasta el fin de sus días.

Situación histórica

Para poder entender las razones que llevaron al rey aragonés a la fundación del hospital, debemos hacer luz en los oscuros, difíciles y complejos primeros años del siglo XII en los reinos de Castilla, León y Aragón. Para ello hemos de recabar información de los episodios más significativos de la historia de los reinos cristianos peninsulares, inmersos en la larga reconquista. Sólo así podemos conocerlas claves para entender la historia y el devenir de la ciudad de Salamanca.

Cuando entró en funcionamiento el Hospital de Santa María la Blanca acababa de repoblarse la ciudad junto al Tormes, era obispo de la recién restaurada diócesis don Jerónimo, el monje que acompañó al Cid hasta Valencia, y cada una de las nacionalidades repobladoras ocupaban los espacios vacíos de la vieja ciudad y habitaron los campos cercanos, especialmente al norte, en las salidas hacia Zamora y Toro.

La Península Cristiana estaba amenazada en su supervivencia desde la invasión de los almorávides. La única formade enfrentarse con éxito con la España Musulmana era la de unir los pequeños reinos del norte, y la fórmula empleada, como más conocida y practicada por Castilla y León y por el resto de los reinos europeos, fue la de recurrir a la política matrimonial. Casando a doña Urraca, la viuda de Raimundo de Borgoña, reina de Castilla y León, con el solterón, medio monje y medio soldado, el vigoroso rey de los aragoneses, Alfonso I el batallador3, los tres reinos, Castilla, León y Aragón se unían bajo un mismo mando.

Pero la reina de Castilla y León mantuvo desde los primeros días de sus desposorios un desentendimiento con su marido que fue manifiesto no sólo en el plano afectivo sino también en la opción política. Urraca heredó los reinos de Castilla y León, extensos y despoblados. En sus posesiones se fraguaba la independencia de lo que, con el tiempo, sería un nuevo feudo cristiano, situado al oeste de la península, junto al Atlántico, Portugal. Este pequeño territorio, embrión del reino Lusitano, fue cedido por el padre de Urraca, Alfonso VI, a su hija Teresa y a su yerno Enrique. También Alfonso VI, en su afán por repartir su reino, cedió el condado de Galicia a Raimundo de Borgoña, nuestro repoblador. Al morir el borgoñés, Raimundo legó en herencia Galicia a su hijo, vástago que sería rey de Castilla y León, sucediendo a su madre Urraca, y que subió al trono con el nombre de Alfonso VII.

Urraca y El Batallador se llevaron muy mal desde los primeros días de su matrimonio. Políticamente, los dos esposos optaron por diferentes partidos. Urraca y su hijo se pusieron al lado de la nobleza y los poderosos, mientras Alfonso I de Aragón apoyó a la burguesía, que en las ciudades comenzaba a oponerse a los privilegios abusivos de los señores. En Salamanca, una de las urbes más poblada del reino, con una numerosa presencia de casas nobiliarias y una incipiente burguesía, la tensión entre ambos estamentos sociales debió ser evidente.

En el pacto firmado por ambos reinos, con ocasión del matrimonio de Urraca y Alfonso El Batallador, el aragonés quedó facultado para ejercer la autoridad en Castilla y León, y Urraca, como compensación, recibió como arras los dominios de su esposo. Quedó claro desde el principio que de no haber hijos del matrimonio los reinos quedarían en manos del hijo de Urraca, el que reinaría, como hemos indicado, con el nombre de Alfonso VII. Este pacto matrimonial no fue aceptado por la nobleza gallega y fue la causa de una guerra civil. Urraca vacilaba un día sí y otro también, tuvo periodos de apoyo a su hijo con otros de alianza con El Batallador. El final de la pareja real es conocido, el Papa Pascual II firmó una bula declarando nulo el matrimonio, basándose en la incompatibilidad por parentesco.

El segundo de los enfrentamientos del matrimonio acabó con Urraca en prisión. Todo se debió a que en marzo de 1111 fue depuesto el abad de Sahagún, pasando el poder de la villa leonesa a manos del señor de Huesca, Sancho Juárez. Por esas fechas, se desató una cruenta guerra en Galicia que duraría nada menos que cuatro largos años. Anulado el matrimonio por el Papa, el arzobispo Gelmírez aceleró la coronación como rey de Alfonso Raimúndez. Esta decisión del todopoderoso arzobispo de Santiago de Compostela fue apoyada por el conde de Traba y por doña Urraca.

Alfonso El Batallador reaccionó violentamente aliándose con los condes portugueses, derrotó las tropas de Urraca y ocupó la mayoría de las ciudades castellanas y leonesas. Urraca, viéndose perdida, pactó con el conde Enrique que, a su vez, jugando al mejor postor, no le importó cambiar de bando por no haber recibido de Alfonso I El Batallador todo loque el rey aragonés le había prometido.

Urraca logró cercar a su marido en Peñafiel, pero, a la vez, cayó en la cuenta del peligro que suponía para el futuro de su reino la alianza con los condes de Portugal, señores que, en último término, solamente buscaban la independencia de su territorio, alejándolo, siempre que podían, del reino de Castilla y León. Para evitar la segregación portuguesa, Urraca y Alfonso intentaron la reconciliación como pareja. Esta pretensión chocaría con la bula papal de nulidad del matrimonio que la jerarquía religiosa de Castilla y León no se atrevió a desobedecer.

Fracasado el acercamiento de la pareja real, el arzobispo Gelmírez, junto con los nobles castellanos, leoneses y gallegos coronaron como rey a Alfonso Raimúndez, hijo de Raimundo de Borgoña y de doña Urraca. Es importante recordar, para mejor entendimiento de estos complicados años de nuestra historia, que la reina contaba, al contraer su primer matrimonio con el repoblador salmantino, solamente seis años de edad. Esta decisión de nombramiento del rey de Castilla y León de manera unilateral no fue aceptada por Alfonso de Aragón que se enfrentó y venció, a finales de 1111, a los ejércitos Castellanoleoneses.

Urraca se refugió en Galicia y se puso en las manos del arzobispo Gelmírez, prelado que en 1113 encabezó un poderoso ejército que logró rendir, en la ciudad de Burgos, a la guarnición del Batallador. Pero la azarosa vida de Urraca y Alfonso no acabó entonces, una nueva reconciliación matrimonial, deseada por ambos, llega a enfrentar a las dos coronas con la jerarquía de la iglesia local que se había pronunciado a favor de la disolución matrimonial real en los concilios celebrados en Palencia en 1113 y en León un año después. Los obispos llegaron a amenazar a los soberanos con la excomunión si no se separaban. El piadoso Alfonso, hijo fiel de la Iglesia, que no quería vivir en pecado, renunció definitivamente al matrimonio, alejándose de Urraca y marchando a la conquista de Lérida.

Los últimos años de la reina Urraca fueron de gran soledad para la soberana. Su reino se había convertido en un verdadero desastre. Las ciudades se mantenían en rebeldía y clara desobediencia, Galicia se encontraba en manos del arzobispo Gelmírez y del conde de Traba, y Portugal, en manos de su hermana Teresa, intentaba, a cualquier pecio, la independencia. En 1116, doña Urraca se unió a las ciudades que se constituyeron en Hermandades para sacudirse el yugo de los señores.

Molino de Tejares movido por aguas del Tormes.

La complicada personalidad de Urraca hizo que después de deshacerse del arzobispo Gelmírez terminara por entenderse con él. Para cimentar dicha alianza entre el trono y el altar, le consigue el cargo de metropolitano, dignidad que el mitrado ambicionaba desde siempre. La reina, a cambio, logró hacerse con el poder. Al recaer el cargo de metropolitano en el arzobispado de Santiago, la decisión tuvo una gran repercusión en el obispado de Salamanca. Nuestra diócesis dejó entonces de ser sufragánea de la de Mérida, a la que había pertenecido desde sus orígenes, para pasar a depender de la de Santiago de Compostela. Con la creación del arzobispado de Valladolid, la diócesis de Salamanca dejó de depender del arzobispado gallego y pasó a ser sufragánea de la mitra vallisoletana en la que ha permanecido hasta nuestros días.

Urraca muere en 1126, desprestigiada ante su pueblo por su desconcertante comportamiento. Poco después del fallecimiento de la madre, su hijo Alfonso VII entró en León y fue coronado como emperador, mientras su padrastro se encontraba guerreando en tierras andaluzas. Para la coronación solemne tuvo que esperar a 1135, después de asistir a una entrevista con Alfonso el Batallador en la localidad de Támara, de cuyo encuentro salió el reparto del territorio de los tres reinos cristianos.

El legado

El rey aragonés legó a Salamanca el Hospital de Santa María la Blanca. El edificio pasó de acoger soldados a asilar pacientes pobres de ambos sexos. En los muchos años de existencia, el hospital fue receptor de múltiples donaciones de salmantinos agradecidos y piadosos. Con el título de Hospital de la Virgen de Roncesvalles, devoción mariana de las poblaciones de los Pirineos, es citado en el año 1283 en un escrito de donación cuyo benefactor fue el canónigo Pedro Yáñez del Rey. En 1325 se tiene noticias de una nueva cesión a la citada institución. Se trataba de una de las propiedades de Pedro Vidal, y medio siglo después, en1378, en una escritura firmada y rubricada por Francisco Rodríguez, que vendió una casa al físico Alonso Pérez, vuelve a nombrarse el hospital con su antiguo nombre. Sin embargo, ya en 1440, en el testamento de Bartolomé Sánchez de Cantalapiedra pasó a denominarse Hospital de Santa María la Blanca. Si nos atenemos a este último dato, es posible que el cambio de advocación mariana se realizara en el siglo XV.

Este importante hospital salmantino se reedificó a principios del siglo XVI, en 1509. El mismo Villar y Macías conoció la ojiva de la iglesia. Para que los hospitales se pudieran mantener con una mínima dignidad, se valían de una cofradía y de la protección de familias poderosas de la ciudad que con sus rentas sufragaban la mayoría de los gastos corrientes del centro. Santa María la Blanca tuvo como bienhechores del hospital a Martín Nieto, señor de Aldea de Alba de Yeltes, a su mujer, doña Guiomar Rodríguez, y al hijo de ambos, don Fernán Nieto de Sanabria, primer señor de Carrascalino, así como a la esposa de este último, doña Teresa Maldonado.

El dos de septiembre de 1500, Fernán Nieto donó al hospital doce mil maravedíes de renta y el censo perpetuo sobre el lugar de Valverde de la Valmuza, una yugada de heredad en Golpejas, además de varias casas de su propiedad en la ciudad de Salamanca y en diversas localidades de la actual provincia. El 5 de diciembre de ese mismo año, Fernán hace una nueva donación, esta vez interesada, a cambio de obtener el privilegio de recibir sepultura en la iglesia del centro sanitario él y su mujer Teresa. Aporta a las arcas del hospital doscientos mil maravedíes, destinados a los enfermos pobres que estuvieran hospitalizados. La generosidad de la familia con el hospital no terminó aquí, al morir Teresa, en 1511, legó al centro nada menos que un quinto de la totalidad de sus muchos bienes.

El arcediano de Salamanca, don García de Villalpando, sufragó por su cuenta la construcción de la enfermería del hospital en 1560. Cuando Felipe II reagrupa los hospitales salmantinos y sus rentas en 1581, el de Santa María la Blanca es uno de los pocos que permanece, se le agregaron las rentas del hospital de San Bernardino y el de Nuestra Señora de la Paz que desde esa fecha desaparecen como tales. El motivo de su permanencia se debió a sus muchas rentas y a que era uno de los hospitales especializados de la ciudad, trataba los pacientes afectos de enfermedades venéreas, enfermos que eran excluidos del ingreso y posterior tratamiento en el Hospital General.


Notas:

  1. Villar y Macías, M. Historia del Salamanca. Salamanca, 1973 Libro II:151-152. ↩︎
  2. Citado por Fernando Araujo en la Reina del Tormes. Salamanca 1984:173-74. ↩︎
  3. López Castellón, E.Historia de Castilla y León. Reno. S.A. 1983 Tomo III:109-113 ↩︎

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