Por Jesús Málaga
Salamanca, en el siglo XVI, sorprendía a cuantos la visitaban. Muchos de ellos han dejado por escrito sus impresiones para la posterioridad. Los salmantinos se sentían orgullosos de vivir en una de las ciudades más bellas de Europa. La Universidad estaba en su mejor momento, estrenando nuevo edificio, y las escuelas menores funcionaban a pleno rendimiento para preparar alumnos para seguir los cursos del Estudio. La Catedral Nueva se encontraba en ejecución, concitando a su alrededor a los mejores arquitectos del momento, y la Vieja acogía a la vez las múltiples funciones de culto y la celebración solemne de los grados universitarios.
Estamos hablando de una ciudad pequeña, de 18.000 habitantes como mucho, con más de sesenta templos, una veintena de ermitas, 26 hospitales, entre los que se encontraban algunos de grandes dimensiones –el Hospital de Estudio, el de Santa María la Blanca y el de la Santísima Trinidad– medio centenar de palacios y casas nobles, mesones, posadas, casas para pupilos y capigorrones. A este panorama urbano inigualable había que añadir cuatro colegios mayores de los seis que había en el reino, otros cuatro colegios de las órdenes militares, 16 colegios de órdenes religiosas, una quincena de conventos de monjas y treinta colegios menores, dos de ellos insignes. Todo este poder institucional hacía de Salamanca una ciudad única en la Península Ibérica.
La mayoría de los treinta colegios menores acogían a un número reducido de colegiales
Los colegios mayores se distinguían de los menores, no solamente por su tamaño, sino también por la prerrogativa de los primeros para impartir grados. Los dos insignes, los verdes y los Gascos o de María Magdalena, se encontraban en una situación intermedia, aunque a todos los efectos eran considerados menores.
La mayoría de los treinta colegios menores acogían a un número reducido de colegiales, alrededor de cinco o seis, en contadas ocasiones ocho o diez, para estudiar sobre todo Cánones y, unos pocos, Teología. Solamente uno de ellos admitía alumnos de Medicina, el que mandó construir a su cargo Alfonso Carrillo de Acuña, fundado por este belicoso arzobispo de Toledo tres años antes de morir, en 1479.
Alfonso Carrillo de Acuña perteneció al Consejo Real de Juan II de Castilla y tuvo una influencia decisiva en la Corte. Nació en Carrascosa de Acuña, en la provincia de Cuenca, y antes de ascender al arzobispado de Toledo fue obispo de la extensa y rica Diócesis de Sigüenza, en el territorio que hoy es provincia de Guadalajara.
Llegó a la Diócesis Primada en 1446, muriendo en Alcalá de Henares el 1 de julio de 1482, tras 36 años ejerciendo el mando de la Iglesia de Castilla y León.
Redactó él mismo, de su puño y letra, la manera en la que tenían que vivir los colegiales
Su vida política fue muy activa y agitada. Cambió de partido según le venía en gana. Influyó con decisión en los reinados de Juan II, Enrique IV y en los primeros años del de los Reyes Católicos. Apoyó al marqués de Villena, Juan Pacheco, su sobrino, favorito del rey Enrique. Participó en la Farsa de Ávila, promocionando al hermano del rey, el infante Alfonso. Una vez muerto éste, apoyó a su hermana Isabel. Favoreció el matrimonio de ésta con Fernando, heredero de Aragón, hecho que se consumó en octubre de 1469.
Carrillo fue un reformador de la Iglesia castellana. En 1473 convocó el Concilio de Aranda para combatir la vida decadente, de desidia e ignorancia en la que estaban sumidos el clero y la jerarquía de la época. Chocó con los Reyes Católicos cuando estos promocionaron para canciller del reino a Pedro González de Mendoza, enemigo irreconciliable del arzobispo.
Carrillo estuvo metido de hoz y coz en la Guerra de Sucesión de Castilla (1475-79). Apoyó al rey de Portugal y a Juana la Beltraneja en contra de los Reyes Católicos, y perdió. A los tres años de finalizada la guerra, falleció.
Redactó él mismo, de su puño y letra, la manera en la que tenían que vivir los colegiales de su fundación salmantina, recogiendo las enseñanzas de las conclusiones del Concilio de Aranda que él había convocado.
En su colegio se admitían doce colegiales para estudiar mayoritariamente Cánones y Teología. Solamente dos de ellos podían cursar Medicina. Fue un innovador, un adelantado a su tiempo, y tuvo la osadía de fundar un colegio menor en Salamanca que admitía alumnos que estudiaban materias distintas de las eclesiásticas.
1- Águeda María Rodríguez Cruz, de la orden dominicana, publicó en 1977 el libro Salmantica Docet. La proyección de la Universidad de Salamanca en Hispanoamérica. Los capítulos 11 y 12, en sus páginas 123-145, están dedicados a los colegios salmantinos. Luis Enrique Rodríguez San Pedro, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Salamanca, ha sido el autor que más ha estudiado la historia de su universidad. En su obra La Universidad de Salamanca y sus influencias americanas, publicada en Ediciones Universidad de Salamanca, en Misceláneas Alfonso IX, 2002, hace referencia a los colegios mayores y menores de Salamanca. Miguel Ángel Martín Sánchez publicó en la revista de educación, REDEX 1-2011, de la Universidad de Extremadura un trabajo sobre Los colegios menores de Salamanca y los estudios universitarios durante el siglo XVI.
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