En primer lugar, debemos dar las gracias por tener la oportunidad de volver a vernos o leernos. Por desgracia, hay muchas personas que no podrán decir lo mismo. A sus familiares, enviar todo el ánimo posible para superar esta trágica historia que nos ha tocado vivir. Yo creo que la palabra que nos ha hecho mucha falta es “humildad”; todos nos hemos equivocado con esta enfermedad, su gravedad y consecuencias. Es necesario un ejercicio de reflexión y corrección muy importante para minimizar futuros daños. Decir que se han hecho las cosas bien es engañar a la población; se han hecho las cosas como se ha podido, pero no bien. Más de 30.000 muertes nacionales o una mortalidad superior al 30% en nuestro hospital es algo que nos obliga a seguir trabajando y buscando soluciones. Son datos inaceptables para cualquier enfermedad. La COVID-19 nos ha desarmado y obligado a realizar lo que algunos llamaron “Medicina de batalla” y, desde luego, esto es algo que yo no quiero para mis pacientes. Debemos recuperar en el menor tiempo posible la Medicina de excelencia que el sistema sanitario público español buscaba para todos sus pacientes, esto es primordial. Por supuesto que, viéndolo con perspectiva, también hay cosas de las que me siento muy orgulloso: el trabajo en equipo, la vocación, el día a día sin descanso con el único objetivo de superar la crisis, la labor de todo el personal sanitario (médicos, enfermeras, auxiliares, técnicos, celadores, limpiadores…). Exhaustos, con miedo, con desconocimiento, pero con una profesionalidad que no está pagada, y muchos les debemos la vida, aunque nunca se les reconocerá.
Con los datos oficiales que tenemos, la primera conclusión a la que todos deberíamos llegar, y que perfectamente conocemos aquellos que hemos vivido esta pandemia desde dentro, es que nuestro sistema sanitario no está preparado para una crisis sanitaria de este calibre. En marzo fuimos siempre por detrás de la enfermedad, diagnóstico, tratamiento, aislamiento… En gran parte, debido a la escasez de medios, pues no había test, no había medidas de protección para todos (reutilizar las mascarillas durante semanas es no tener medidas de protección para todos, por mucho que lo repitan). Y, fundamentalmente, no sabíamos a lo que nos enfrentábamos (tampoco ahora sabemos mucho, ni lo que vendrá). Con todo, el principal reto, a día de hoy, sería la previsión, siendo esta muy compleja, al tratarse de una enfermedad nueva. Durante tres meses hemos trabajado sin descanso: turnos hospitalarios, llegar a casa y ponerte a estudiar o a elaborar protocolos para tratar de combatir lo mejor posible al enemigo… En este punto, sí debemos conocer la entrega y labor realizada por directores, gerentes y demás personas encargadas de la organización, han sido días muy largos y de decisiones muy difíciles; es algo a reconocer y agradecer. Por desgracia, todo esto se olvida pronto, y tengo la impresión de que nos estamos relajando y no somos conscientes de que en cualquier momento volvemos a tener un brote y el hospital desbordado. Hay que reestructurar servicios, formas de trabajar, buscar la eficiencia y entender la salud como algo precisamente fuera de los hospitales (que es donde no hay salud), estancias cortas, alta resolución y una Atención Primaria combinada con Hospitalaria potente y eficiente para tratar de no llegar tan tarde como nos está ocurriendo.
Las enfermedades víricas se han comportado siempre de una manera similar, por brotes o epidemias. En el caso del SARS-COV-2, está claro que las aglomeraciones, los espacios cerrados (pabellones deportivos, como la final de la Copa de la Reina), la falta de ventilación (invierno), la movilidad de personas (turismo, educación, cercanía a Madrid) influyen, y mucho. Esto, a día de hoy, es un problema serio, pues vivimos en un mundo globalizado donde en menos de 12 horas podemos cruzar el Atlántico, cambiando de estación y convirtiéndonos en vectores de la enfermedad.
En el caso particular de Cardiología, realizamos una serie de cambios urgentes para adaptarnos a la situación y continuar brindando una Medicina con las máximas garantías: mantuvimos el Código Infarto las 24 horas del día, mantuvimos una Unidad de Cuidados Críticos Cardiovasculares adaptándonos a los espacios disponibles, buscamos minimizar los tiempos de ingreso con el fin de proteger a nuestros pacientes y no sobrecargar el sistema… En consulta se atendió de manera telemática a todos los enfermos, y aquellos que requerían asistencia presencial fueron vistos. A este respecto, hay que reconocer que, por el momento la telemedicina deja mucho que desear, todavía necesitamos ver al paciente, explorarlo, realizarle un electrocardiograma… Y como esto no se realiza en ciertas ocasiones, nos encontramos con errores diagnósticos que no deberían producirse por la gravedad y secuelas que suponen los mismos.
Yo veo muy necesaria una reordenación de tareas y un cambio en la forma de entender los procesos asistenciales. El objetivo principal de todas nuestras actuaciones debe ser el paciente, y lo que hagamos debe ir enfocado a buscar los mejores resultados para el mismo. La telemedicina estará muy bien para atender el 50% de la actividad: renovación de recetas, consultas puntuales, justificantes, partes… Pero existirá otro porcentaje que necesita de una asistencia presencial que debe garantizarse y mejorarse. El futuro vendrá de la combinación exitosa de ambos modelos, no me cabe duda. Deben facilitarse las relaciones con Atención Primaria, pues esta es la puerta asistencial de todo el sistema, son ellos quienes mejor conocen al paciente y mejor realizarán su seguimiento, pero para ello deben contar con el personal suficiente y las facilidades para relacionarse lo antes posible con los especialistas hospitalarios.
Desde luego que no. Es cierto que conocemos mejor la enfermedad, sabemos como comenzar a actuar, pero no contamos ni con el personal necesario ni con las instalaciones para soportar una crisis como la vivida. Hemos trabajado al 200% y esas no son las formas ideales. Por desgracia, esto es algo que no todos deben haber entendido, cuando para los más de 65 residentes que terminaron en mayo, después de estar en primera línea combatiendo la COVID, tan solo se ofrecen cinco contratos de larga duración en nuestra provincia. Espero que en octubre no estemos pidiendo gente para atender a nuestra población después del desagradecido final que se les ha dado a estos compañeros que han atendido miles de vidas, arriesgando la suya.
La última semana de marzo y la primera de abril fueron terribles, hasta 70 ingresos diarios y 500 enfermos COVID hospitalizados, estuvimos al límite. Una semana más a ese ritmo y no se cómo hubiéramos terminado. Entiendo que debemos ir retomando nuestra vida, nuestras rutinas, pero no debemos olvidar que hace unas semanas estábamos en riesgo de morir todos, independientemente de la edad, profesión o estatus social, como bien hemos visto en múltiples ejemplos. Esto es algo que nunca nos habíamos imaginado y debería cambiar nuestras prioridades e intereses.
Vivir, disfrutar y ser felices. Hay que adaptarse y aprovechar lo que nos toca. Puede ser un verano muy bueno, diferente. Las Arribes, Las Batuecas, Gredos, mi Valle del Jerte… Pasear de noche por Salamanca, cenar en las terrazas. Hay que vivir, que esto pasa muy rápido y hay mucho bicho suelto.
Las residencias de ancianos han llegado a ser dramáticas, y la responsabilidad es nuestra, de los españoles. Sabemos perfectamente que, incluso cumpliendo la ley, tienen unos mínimos que son claramente insuficientes para el correcto cuidado de nuestros mayores. Si a esto le añadimos una situación desbordante como la vivida, obviamente ocurre lo que ha ocurrido. No debemos engañarnos, todo esto obedece única y exclusivamente a un motivo: el dinero, la financiación. La solución es compleja, se necesita una mayor inversión, y yo creo que es necesaria, pero para ello hay que recaudar más y pagar más impuestos. En países como Alemania se paga mensualmente por ver la televisión o escuchar la radio; igual tenemos que pensar fórmulas para poder financiar los servicios indispensables.
“Para los 65 residentes que terminaron en mayo tan sólo se ofrecen cinco contratos”
Las primeras semanas fueron de desconocimiento e incredulidad, seguidas de miedo, desconcierto, improvisación… Para terminar exhaustos, vencidos y echando de menos más de lo que hubiéramos imaginado nunca. Hemos aprendido mucho, hemos crecido mucho y puesto en valor a un gran número de compañeros gracias a los que se han podido salvar muchas vidas y consolar cuando no era posible. Aún así, yo solo pido que no volvamos a vernos nunca en una como esta, por la cuenta que nos tiene.
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