Por Jesús Málaga
En el año 1727, al abrir una sepultura en el interior del Muy Religioso Convento de Canónigas Regulares de la Orden de San Agustín con la advocación de San Pedro de la Paz, “se encontró un cuerpo entero, desconociéndose a quién pertenecía ni el tiempo que había estado depositado en aquel lugar”
En la década de los setenta del pasado siglo XX fue demolido un edificio con algunas singularidades que recordaban a un antiguo convento fundado en 1534 por uno de los canónigos de la Catedral de Salamanca que, a su vez, ostentaba el cargo de arcediano de Medina del Campo, la comarca más rica de cuantas contaba entonces la diócesis. Respondía el fundador al nombre de Diego Anaya. La casona terminó sus días acogiendo una fábrica de cerveza, algo ajeno a sus funciones de origen. Cuando el edificio desapareció, era alcalde de la ciudad del Tormes Pablo Beltrán de Heredia y Onís, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad de Salamanca. El solar resultante pasó a engrosar unos bellos jardines con una pequeña fuente que se extienden desde la calle de San Pablo hasta la iglesia de San Esteban de los padres dominicos, bordeando el convento de las Dueñas e incluyendo el puentecillo de Santo Domingo. Desde distintos lugares de esta pequeña zona verde se puede observar la maravillosa portada plateresca del convento de dominicos, las dominicas y la escultura de Francisco de Vitoria.
La aparición de esta zona abierta en el urbanismo salmantino no dejó a nadie indiferente. El director de El Adelanto, Enrique de Sena, llamó la atención de los munícipes de entonces sobre un asunto fundamental: la Salamanca monumental heredada respondía a calles estrechas, recodos, esquinas; nuestros antepasados habían huido de los grandes espacios para sorprender al visitante con edificios monumentales desde la cercanía, al torcer la calle. Aquella polémica entre los enterados y expertos en urbanismo no llegó a la calle; los salmantinos acogieron con entusiasmo el jardincillo y hoy nadie se acuerda de las construcciones que ocupaban el sorprendente espacio actual. Con esta intervención se logró uno de los lugares monumentales más impresionantes de la Salamanca de siempre.
Pero volvamos nuestra mirada al pasado. Don Diego fundó el Muy Religioso Convento de Canónigas Regulares de la Orden de San Agustín con la advocación de San Pedro de la Paz. Ocupó un solar enfrente del convento de clausura de dominicas, Dueñas. Este nuevo cenobio estaba sujeto al ordinario del lugar, el obispo de Salamanca, y según Bernardo Dorado, era su edificio más que mediano y sus monjas, ejemplares y de mucha virtud. Poco se conoce de su vida; pocas veces es citado en la historia de la ciudad. Desde su fundación hay que esperar cerca de doscientos años para que vuelva a ser actualidad.
En 1727, cuando se encontraban abriendo una sepultura en el interior del convento, se encontró un cuerpo entero, desconociéndose a quién pertenecía ni el tiempo que había estado depositado en aquel lugar. El sepulturero, al intentar sacarlo a la superficie, le dio un golpe con el azadón, saliendo del cuerpo sangre viva y causando en los presentes gran admiración. Se consultó el portento con los médicos de la ciudad, que coincidieron en que se trataba de un milagro.
El convento volvió a ser noticia al iniciarse la Guerra de la Independencia. Según Zaonero, el 11 de marzo de 1808 entraron en Salamanca 600 soldados franceses que marcharon a los tres días. El 18 del mismo mes llegaron a la ciudad 18 dragones, que tenían capacidad de combatir a pie y a caballo, y el 22 de marzo un picapedrero, mandado por el gobernador Zallas, picó el medallón de Godoy en la Plaza Mayor, y una concentración de salmantinos apedreó la casa del arcediano, pariente del Príncipe de la Paz. Para celebrarlo, se hicieron fiestas de toros el día 24. El 25 llegó a Salamanca la noticia de la abdicación del rey en su hijo, y el 27 se organizó una novillada como señal de alegría por el acontecimiento.
El 12 de abril ocuparon Salamanca 9.000 portugueses con 400 caballos al servicio de Napoleón. El día 30 marcharon a Burgos. Algunos de ellos desertaron. El 30 de abril sacaron en procesión el Cristo de las Batallas para pedirle el final del conflicto. Las noticias de las ejecuciones del 2 de mayo llegaron a Salamanca de inmediato, y en evitación de conflictos se dieron vacaciones en la Universidad. El 4 de junio el gobernador se trasladó a vivir al palacio del obispo, y su mujer fue admitida en la clausura del convento de San Pedro de la Paz.
El guardián de San Francisco paseó por las calles el estandarte de la Inmaculada Concepción, al igual que se hacía cuando la ciudad estaba en peligro, para convocar a la población a su defensa, y lo colocaron en el balcón del palacio del marqués de Cerralvo, noble al que nombraron general de la ciudad. Sacaron también el estandarte de las bulas de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia de San Esteban de los padres dominicos. El 24 de julio llegaron 200 guardias reales con varios generales y el gobernador Zayas.
Con motivo de la batalla de los Arapiles, el ejército inglés tomó por la fuerza el convento de las Bernardas de Jesús, del Císter, instalando en él un hospital de sangre que estuvo funcionando como tal medio año. Las monjas fueron arrinconadas, y sus celdas, ocupadas por los heridos y la tropa inglesa. Los británicos abandonaron el convento sin avisar a la comunidad religiosa, incendiando el cenobio. Las monjas apagaron el fuego como pudieron, pero no evitaron que el edificio se convirtiera en una ruina. Al no poder habitarlo, se trasladaron a vivir al convento de las canónigas agustinas de San Pedro de la Paz, que las acogieron con entusiasmo. La última vez que el convento de canónigas agustinas aparece en la historia de Salamanca es con motivo del traslado del altar barroco de su capilla a la iglesia de Tejares, para decorar el altar mayor del templo que acoge a la Virgen de la Salud y al Niño Jesús de Tejares, imágenes muy veneradas en Salamanca, que celebra todas las primaveras una de las romerías más concurridas de la provincia. Algunas críticas vertidas en la prensa de entonces incidían en la mala calidad artística del retablo. Creo, sin embargo, que no es para tanto. Para comprobar su calidad, bien merece una visita al pueblo, hasta mediados del siglo XX, y hoy día barrio de Salamanca. Lo que sí fue positivo es el encaje en el presbiterio y el realce de la Virgen de la Salud en un trono situado en el centro del mismo. El recuerdo de las monjas canónigas agustinas de San Pedro de la Paz nos ha valido para conocer los supuestos milagros que, a través de la historia, han sido reconocidos por la Iglesia para declarar santos. Uno de ellos es que, a través de los años, el cuerpo de los elegidos para subir a los altares se conserve incorrupto, como fue el caso del hallado en el convento al que hemos hecho referencia.
Es curioso que, siguiendo el rastro de muchos de los monumentos salmantinos desaparecidos, siempre encontramos algunos elementos a los que referirnos. Valga el ejemplo de las iglesias de San Francisco el Grande, San Nicolás, San Andrés, San Gregorio; los conventos de las Bernardas, San Pedro de la Paz, Sancti Spíritus; el colegio menor de Pan y Carbón, el colegio menor de Santo Tomás, la ermita de Nuestra Señora de la Misericordia, la iglesia de San Tomás, el convento de carmelitas descalzas, el convento de carmelitas descalzos, entre otros muchos.
Deja una respuesta