Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
Circula ampliamente por nuestras facultades, especialmente en los departamentos de anatomía, una explicación etimológica que hace remontar el origen de la palabra cadáver a un acrónimo latino formado por las primeras sílabas de la expresión caro data vermibus (carne dada a los gusanos). Sostienen los partidarios de esta teoría que los antiguos romanos hacían grabar dicha frase en sus sepulcros, y con el tiempo su acrónimo pasó a utilizarse en la lengua común para designar el cadáver o cuerpo sin vida alojado en ellos.
Como sucede con la mayor parte de las etimologías populares, la leyenda es sumamente atractiva, desde luego, pero goza de escasa o nula credibilidad entre etimólogos. No hay pruebas de ningún tipo —históricas, lingüísticas, arqueológicas ni etimológicas— que sustenten siquiera mínimamente el origen de la palabra «cadáver» como acrónimo latino. Los ritos funerarios de la antigua Roma son bien conocidos, y se conservan incluso cientos de miles de inscripciones, placas y epitafios romanos, pero en ninguno de ellos aparece la expresión caro data vermibus.
Por otro lado, en Roma predominó tradicionalmente la cremación sobre la inhumación, pues se creía que, al ser el fuego y las almas de similar naturaleza, la cremación permitía que aquellas llegaran más rápidamente al otro mundo. Por consiguiente, los romanos solían incinerar a sus muertos, y en sus cementerios había más urnas que ataúdes o sarcófagos. Poca «carne dada a los gusanos», pues, había en las tumbas romanas, que en la mayor parte de los casos no contenían cadáveres, sino simples cenizas y restos óseos de los difuntos.
¿De dónde viene, entonces, nuestro vocablo «cadáver»? En opinión de los etimólogos, del latín, desde luego, pero sin relación con ningún acrónimo fantasioso, sino más bien con el verbo latino cadere (caer).
Esta asociación entre cadere (caer) y «cadáver» resulta de lo más natural para quienes hablamos español, lengua en la que es habitual llamar «caído» a cualquier persona muerta por una causa, o fallecida en combate. Y se ve respaldada asimismo, muy especialmente, por el hecho de que también en antiguo griego la palabra ptôma significara, por un lado, «caída», y por otro, «cadáver». Ptomaínas (o tomaínas), de hecho, llamamos a los compuestos orgánicos nitrogenados formados por acción de las bacterias responsables de la putrefacción sobre los cadáveres u otras materias nitrogenadas en descomposición. Dos de las ptomaínas más tóxicas, por ejemplo, son la putrescina y la cadaverina.
El vocabulario de una lengua nunca es una lista de palabras que tenga correspondencia biunívoca con las palabras que constituyen el vocabulario de otra lengua cualquiera. Sucede a menudo que un idioma distinga claramente dos conceptos, y use para cada uno de ellos una palabra diferente, donde en español disponemos de una sola.
En inglés, por ejemplo, distinguen entre poison (que hace referencia a cualquier sustancia tóxica que actúa por absorción, ingestión o inhalación, independientemente de su origen) y venom (que es un término específico aplicado únicamente a los venenos por inyección producidos por animales venenosos como las arañas, las avispas, los alacranes o las serpientes). En español, en cambio, disponemos de una única palabra, veneno, para expresar ambos conceptos. Y así, para nosotros, igual de venenosa es una seta venenosa que una araña venenosa, cuando el inglés diferencia con claridad entre poisonous mushroom, para la primera, y venomous snake, para la segunda. En el caso de los batracios, existen tanto poisonous frogs como venomous frogs, y en español llamamos a ambas «ranas venenosas». Existe una sencilla regla para recordar esta sutil diferencia del inglés: «If you bite and you die: it’s poisonous; if it bites you and you die: it’s venomous».
Desde muy pequeño, lo tenía bien claro: si uno se da un golpe en la cabeza y hay contusión con un bulto, eso se llama chichón; pero si hay herida abierta, que sangra, entonces es una pitera. Tan acostumbrado estaba a estos términos populares, que me sorprendió mucho la primera vez que, ya médico y en el hospital, un colega me aseguró no haber oído nunca eso de pitera. Empecé entonces a preguntar a otros médicos de distintas zonas de España y cuál no sería mi sorpresa al comprobar que prácticamente sólo entendían el término mis paisanos de Salamanca. Acudí también al Diccionario de la Real Academia Española, pero tampoco lo trae recogido con el sentido de herida abierta en el cuero cabelludo.
Más aún me sorprendió comprobar que la mayor parte de los médicos de fuera de Salamanca carecen de un término específico que abarque el espacio semántico de pitera. Cuando les pedía que me dijeran cómo llaman ellos a la herida abierta en la zona del cuero cabelludo, la mayoría se limitaban a devolverme perífrasis como «herida en la cabeza» o «brecha en la cabeza», y solo alguno que otro recurría a otra voz popular como descalabradura o cuquera.
En casos así, tal vez no fuese mala idea que el médico aproveche la acuñación popular, a veces más precisa que nuestro lenguaje técnico. Y, desde luego, conviene al menos conocer el término, para cuando un paciente lo use en nuestra presencia.
Acudo, de hecho, a un glosario de salmantinismos recopilado por Manuel Mateos de Vicente (Términos lígrimos salmantinos y otros solamente charros, 2004) y encuentro en él pitera, por supuesto, pero también muchos otros términos que un médico podría oír fácilmente en consultorios de nuestra ciudad o nuestra provincia: acancinado (flaco), aguadije (exudación serosa de una herida), andancio (epidemia), arrayada (calambre), comisque (que come poco), enconarse o malingrarse(infectarse [una herida]), escupiña (saliva), fullón (ventosidad silenciosa), garifo (friolero), gata (agujetas), guto (goloso o comilón), lamber (lamer, chupar), morillones (muslos), papo(estómago), pedojo (niño con fallo de medro), raspalijón (rasguño), recalcón (esguince), revilvo (bizco). Todos ellos forman parte del acervo léxico de la medicina —conviene no olvidarlo—, exactamente igual que bezoar, dispareunia, halitosis, megacariocito o transaminasa.
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