Bertha M. Gutiérrez Rodilla: “El conocimiento histórico de la medicina nos ayuda a relativizar y nos quita soberbia”

Lectora intensa desde los 3 años —a día de hoy no baja de los 15 libros mensuales—, no es de extrañar que el estudio y la reivindicación de las palabras sean una constante en su trayectoria profesional, especialmente si nos situamos en el ámbito médico. Por ello, la Dra. Bertha M. Gutiérrez Rodilla, catedrática de Historia de la Ciencia e investigadora incansable sobre el lenguaje de la Medicina y la comunicación médico-paciente, alerta de las amenazas que se ciernen sobre la práctica médica, como priorizar la tecnología sobre la empatía o las relaciones humanas o permitir que se desvanezca la Atención Primaria, que es la base fundamental de cualquier sistema de salud. Reivindica además el conocimiento histórico de la medicina, porque “nos abre los ojos sobre muchas cosas y, sobre todo, nos quita soberbia”. 

Dos acontecimientos recientes marcan su prolífica y especial relación con la Real Academia de Medicina de Salamanca: la coordinación de un libro sobre sus 50 años de historia y su ingreso como académica de número. En el primer caso, se trata de un recopilatorio sobre toda la actividad de la institución en este medio siglo. Con esta perspectiva, ¿cuál cree que debe ser el papel de la Academia a partir de ahora? 

Las Academias surgieron con unas funciones importantes, sobre todo en su época más gloriosa del siglo XVIII, cuando se hacían eco de las novedades médicas que iban surgiendo en el resto del mundo, toda vez que la enseñanza en la Universidad había quedado un poco anticuada y donde eran más reacios a aceptar nuevas teorías que venían de otros lugares. Surgen como tertulias de médicos, farmacéuticos… para discutir sobre temas que ellos están leyendo sobre el resto de Europa. Así nace la primera, la Regia Sociedad de Sevilla, y también la de Madrid. Pero esas funciones del principio, el ser un poco las defensoras de lo nuevo, lógicamente con el paso del tiempo se fueron perdiendo, en parte porque en el siglo XIX, y sobre todo en el XX, surgieron las sociedades científicas. Ahora, y lo están haciendo bien muchas de ellas, como la RAMSA, lo que deben hacer es volverse hacia la sociedad y acercar a la población en general algunos de los conocimientos médicos más relevantes.

¿Cómo valora su ingreso en la Academia como numeraria?

Ha sido un honor total y absoluto ocupar el sillón de Historia de la Medicina, porque no lo había ocupado nadie, salvo el fundador de la Academia, el profesor Luis Sánchez Granjel. Ha sido una ceremonia muy entrañable y me hizo muchísima ilusión.

Ya era académica correspondiente desde hace diez años. 

Primero había sido correspondiente de la Academia de Medicina de Cádiz, una de las más importantes y de las más antiguas, y lo conseguí ganando uno de sus premios. Aquello ya fue un honor, estamos hablando del año 90, y luego ingresé como correspondiente en Salamanca, y también fue muy importante. Pero para los miembros de número solamente hay unos determinados sillones distribuidos por secciones; en concreto, yo ocupo el de Historia de la Medicina, que está junto a la Psiquiatría y la Medicina Legal, y son de carácter vitalicio, a no ser que alguien renuncie. 

Su discurso de ingreso versó sobre el retrato del médico perfecto. ¿Hay valores de ese perfecto médico que describió Henrique Jorge en el XVI que siguen inalterables?  

Curriculum vitae

Bertha M. Gutiérrez Rodilla

Ese médico del siglo XVI era cristiano y tenía una serie de valores, como ser honesto o atender bien a todo el mundo, independientemente de su condición, de si era rico o pobre o de si tenía una enfermedad infecciosa o contagiosa, etcétera. Y se establecían otros detalles como, por ejemplo, no aplicar sustancias abortivas o no interferir para que se produzca la muerte, asuntos que en la actualidad siguen generando mucha controversia. Ahora han ido cambiando muchas cosas. El médico actual no tiene por qué ser cristiano, por ejemplo, pero sí debería conservar esa forma de ser que tuvo en otras épocas y que poco a poco la va perdiendo. 

¿La vocación? 

Como profesora de la Facultad de Medicina, y no solo yo, sino también mis compañeros, vemos que en primero de carrera el alumnado va siendo diferente, también como reflejo de la sociedad. Si se le pregunta a los jóvenes qué quieren ser profesionalmente, lo normal es que te contesten que a lo que aspiran es a ganar mucho dinero. La vocación de médico en ese contexto es muy cuestionable. Y desde hace un tiempo, las especialidades que primero se cubren en la elección de los MIR son Dermatología o Cirugía Plástica, por ejemplo, con las que se puede ganar mucho dinero en el ejercicio privado. Pero lo peor de todo es que pueden quedar plazas de Atención Primaria sin cubrir; es decir, cada vez hay menos interés en ser el gran médico que tiene la primera toma de contacto con el paciente, porque esto no te va a aportar mucho dinero ni mucho prestigio. Creo, sin embargo, que un buen médico de atención primaria es lo más importante de un sistema de salud y lo estamos perdiendo, porque, además, no tenemos suficientes, y entonces contratamos a cualquiera sin la especialidad. En España, además, como las contrataciones dependen de las comunidades autónomas, los médicos se van donde más les pagan, y los demás rellenan el hueco de cualquier manera, e incluso cometiendo ilegalidades, como se está haciendo. Nos cuesta muchísimo formar a un médico, para que luego se vayan a otros lugares, no sólo de España, sino del resto de Europa. 

¿Qué valores deben ser irrenunciables para el médico, antes y ahora, aunque no sea perfecto?

Hay algo que destaqué en mi discurso y que los grandes autores señalan como principio entitativo de la medicina, lo esencial, y es la relación médico-paciente. No tengo nada en contra de la técnica, porque nos permite avanzar en los diagnósticos y en los tratamientos, pero no puede ser que el médico sólo se centre en ella, porque entonces va a ser sustituido por un robot y esto al paciente no le va a servir. Hay por lo menos un tercio de los cuadros que presentan las personas que van a consulta que no están tipificados en ninguna clasificación de enfermedades, y ya puedes hacerle resonancias, TAC o todo tipo de pruebas al paciente, que no vas a encontrar su problema si no hablas con él y no sabes, por ejemplo, que su hijo está enfermo, que no llega a fin de mes o que tiene graves problemas con su pareja. Todo eso forma parte de la medicina y es causa y consecuencia de enfermedad, y por eso la relación médico-paciente es algo a lo que nunca se debería renunciar. Lamentablemente, tenemos médicos que tienen que atender a 50 pacientes en un día, con lo que el contacto es casi cero; pero luego hay otros que sí tendrían tiempo y da igual, porque no levantan la vista del ordenador, no saben ni siquiera si tus ojos son verdes o marrones, no te tocan, no te auscultan… Y lo digo porque me ha pasado a mí.

Con todo lo que puede decir un paciente solo con la mirada…

Estamos viendo cómo avanza la inteligencia artificial y no falta nada para que el trabajo del médico lo haga un ordenador. Si no le das algo más al paciente, pensará “me voy al curandero o al homeópata”, entre otros. A pesar de que se critiquen tanto las medicinas alternativas o complementarias —no sin razón, en muchos casos—, cualquiera de esos sanadores habla contigo, te escucha, atiende a tu totalidad. Es increíble que vayas, por ejemplo, al traumatólogo porque te duele la rodilla, y te diga que es que él es especialista en muñeca. O que haya cirujanos que digan que les sobra el fonendo. Pero ¿qué tipo de médicos son? Hay algunos que, la verdad, no merecerían llamarse así.

Cuando ingresó en el 2014 en la Academia ya hablaba de la intersección entre medicina y lengua, ¿cómo son de indisolubles una de la de la otra?

Cualquier acto comunicativo tiene que llevarse a cabo por medio del lenguaje; en la mayor parte de las ocasiones es oral o escrito, aunque podría ser por signos o por imágenes. El que más me ha interesado siempre es el que se realiza a través de la lengua hablada y, efectivamente, aquel primer discurso giraba en torno a la medicina y la lengua, pero también la historia. El conocimiento histórico de la medicina nos abre los ojos sobre muchas cosas y, sobre todo, nos quita soberbia. Me da la impresión de que algunos de los médicos más importantes del momento actual se creen dioses, pero si supieran un poquito de historia se darían cuenta de que hubo otros que pensaban lo mismo en el XVIII, XIX o XX, y que han sido completamente superados. O que hay otros mejores que ellos, porque además de manejar unos aparatos increíbles de última generación, saben usar su inteligencia y su capacidad de relación y deducción. También en la formación del futuro médico es muy importante el conocimiento histórico, no sólo de fechas y nombres, sino de referentes que agudizaron su ingenio para dar respuestas duraderas. Saber, por ejemplo, cómo los españoles pudimos llevar la vacuna de la viruela a todo el mundo. Si esto lo hacen los ingleses estaríamos hartos de ver series de Netflix al respecto.

“Un buen médico de Primaria es lo más importante de un sistema de salud y lo estamos perdiendo”

Medicina y lenguaje han ido de su mano desde el principio. Licenciada y doctora en Medicina y Cirugía y licenciada en Filología Hispánica. Supongo no habrá muchos casos como el suyo. ¿Ambas estuvieron en su vocación desde el principio? 

Cuando hacía bachillerato, mi gran problema es que me gustaba todo, menos la Geografía: desde el francés hasta la gimnasia, la filosofía, la lengua, la literatura, las matemáticas, la física, la química… Tuve la suerte de que aquel año pusieran un bachillerato mixto y no tener que elegir entre Ciencias o Letras, que, por cierto, aprovecho para decir que es un error total que a los chicos de 14 años les obliguen a dirigirse por un lado o por otro, cuando todavía no están capacitados para decidirlo. Así que a la hora de escoger una carrera lo pasé muy mal: por una parte, me encantaba conocer el funcionamiento del cuerpo y todo lo relacionado con la medicina, pero lo primero que pensé fue en estudiar Filosofía, aunque también amaba la Lengua y la Literatura. Al final, mi padre me dijo: “Primero vas a hacer algo que te dé de comer, y luego filosofas todo lo que quieras”. Así que estudié Medicina, y la hice muy contenta, pero siempre con la espina de tener todo lo demás al otro lado. 

Pero por poco tiempo… 

Tuve como profesor de Historia de la Medicina a Luis Sánchez Granjel, y sus clases me encantaban. Era como una enciclopedia, era el saber. Ahí es cuando empecé a pensar que quizá esta especialidad podría agrupar todo lo que a mí me gustaba. La realidad es que acabé la carrera, hice tres sustituciones y me convencí de que lo mío no era la práctica médica, porque no tenía nada que ver con lo que yo había estudiado. 

¿Malas experiencias? 

Para empezar, una inspectora médica me llamó la atención por recetar un medicamento. Yo le repliqué que era el más adecuado para el paciente, y me contestó: “Sí lo es, pero es muy caro”. Enseguida pensé: “Esto conmigo no va”. Porque, además, siempre he sido una persona muy crítica y muy rebelde. Hice otra sustitución en un pueblo y me pareció increíble que los pacientes fueran ya con las recetas que querían de antemano. Hasta incluso atendí a una señora que pedía a la vez un medicamento para la diarrea y otro para el estreñimiento. Entonces yo le dije: “Pero ¿qué es lo que tiene?”. Y me replicó: “Quiero para las dos cosas, y el médico de aquí siempre me las receta”. Entonces, le dije: “Pues yo no le voy a recetar los dos, así que decida usted qué es lo que tiene, si estreñimiento o diarrea”. No tardé en comprender que, respecto a determinadas prácticas médicas, iba a ser muy conflictiva, porque no me gustaban y no tenían nada que ver con mi forma de ser. 

Claramente, le estaban esperando sus otras pasiones. 

Empecé a hacer la tesis en Historia de la Medicina, y, a la vez, a estudiar Filología, y además Filología con árabe; luego añadí el catalán y el portugués… Como no tenía ninguna beca en aquel momento, también hice unas oposiciones al cuerpo administrativo de la Universidad de Salamanca y empecé a trabajar como jefa de tercer ciclo. Son los años en los que tienes que darlo todo. Y todavía pienso que no es tarde para que me matricule en Filosofía, aunque en realidad mucho de lo que ya hago es Filosofía de la Medicina. El propio discurso de entrada en la RAMSA es una reflexión filosófica y ética de cómo se practica la medicina y los valores que, a mi juicio, debería tener el médico. 

En todo este proceso, supongo que desde el principio hay maestros que van marcando su futuro. El académico José Antonio Pascual, un referente mundial de la lengua española, contestó su discurso en el ingreso de la RAMSA, pero también hizo la presentación hace diez años, cuando ingresó como correspondiente. 

Tuve la suerte en esos años en los que compatibilizaba la tesis, la carrera de Filología y el trabajo en la Universidad de Salamanca de conocer a José Antonio Pascual, que entonces era vicerrector con el equipo de Julio Fermoso. Fue también profesor mío, me ayudó mucho con mi tesis, y realmente ha sido un referente en mi carrera profesional investigadora, porque yo he investigado sobre todo la historia del lenguaje de la medicina. De hecho, él forma parte de mis dos últimos proyectos de investigación. Pero, por supuesto, también ha habido otras personas. Como maestros anteriores que me impactaran, Enrique Battaner ya lo hizo desde el primer día de clase de Medicina en la asignatura de Bioquímica, era un profesor excepcional, como también lo fue Sisinio de Castro, catedrático de Patología General. También tuve la suerte de que me diera clase Julio Fermoso, un profesor magnífico, y por supuesto, Luis Sánchez Granjel, que es el que de alguna forma me hizo pensar que la historia de la medicina podría ser mi camino. No querría olvidar a ninguno, pues la verdad es que tuve profesores muy buenos en la facultad. Y después, destacaría a Antonio Carreras, que ha sido mi maestro y mi jefe en la Facultad durante muchísimos años en nuestra área, o Mercedes Granjel y, en general, todos mis compañeros, pues de todos he aprendido algo y todos me han ayudado, de una manera o de otra. 

Ahora es catedrática de Historia de la Ciencia y tiene en sus manos el contribuir de alguna manera a que los futuros médicos no olviden las perspectiva histórica y la importancia de la comunicación con el paciente. ¿Qué destacaría de las asignaturas que imparte? 

En primero, por ejemplo, tenemos una asignatura que se llama Bases Metodológicas del Conocimiento Científico. Es un poco introductoria e incluye terminología médica, documentación, el método científico, cómo funciona la medicina, qué es la OMS, etc. Seguramente la más fácil de este año, pero creo que es muy útil, porque da herramientas a los alumnos para avanzar en el conocimiento posterior. Respecto a la historia, claramente hay una primera función que es cultural y es importante. Conocer a Galeno, Hipócrates o Avicena, por nombrar a algunos de los más antiguos, situarlos, saber qué hicieron… Pero además de eso, la historia nos ayuda a relativizar y, como he mencionado antes, a quitarnos la soberbia de encima, porque está fuera de lugar y va a ser la tumba del médico. No se está dando cuenta de que cualquier máquina le va a ganar. Ya he visto un vídeo con enfermeras robot en Japón, y me parece horrible ver a una cosa poniéndo el gotero o tomando la temperatura. Pero es que ese cirujano al que “le sobra el fonendo” debe saber que hay robots que pueden operar mejor que él. Y luego hay una función crítica de la historia, que sirve para ayudarnos a comprender situaciones complejas y relevantes, por ejemplo, cómo se lleva a cabo la asistencia sanitaria en unos países y en otros. O a preguntarnos ¿es cierto que hay asistencia universal?; ya sabemos que, en Estados Unidos, como no tengas un seguro lo puedes pasar muy mal… O por qué hemos visto cómo llegaban las vacunas a unos lugares y a otros no. 

Una función práctica de la historia para comprender el presente… 

Sí, porque además de las clases teóricas, tenemos prácticas que vamos cambiando dependiendo también de la actualidad. En la pandemia de covid, incluimos una para compararla con la gripe de 1918 y analizar qué parecidos y qué diferencias había; o para abordar la polémica de las vacunas, en qué se basan los movimientos antivacunas o qué esconden los intereses farmacéuticos, que son brutales. La historia de la medicina también ayuda a formar opinión basada en hechos y en el análisis de saber lo que hay detrás.

¿Y también cuentan con prácticas que mejoran la comunicación con el paciente?

Tenemos una práctica voluntaria de medicina narrativa que forma parte de un proyecto docente en colaboración con asociaciones de pacientes para intentar facilitar el desarrollo de la empatía y de las habilidades de comunicación. Se establecen parejas —estudiante y enfermo— y van quedando para que le cuente todo su proceso, normalmente relacionado con enfermedades raras, minoritarias o a las que se les presta poca atención. El universitario finalmente escribe un relato de todo lo hablado y el paciente lo revisa para comprobar si realmente refleja lo que ha querido transmitirle. Finalmente, hacemos una sesión conjunta en la sala de grados donde se exponen todos los relatos, y es una experiencia cargada de emociones y de agradecimientos. 

Y les vale ya como experiencia de vida a la hora de empezar a tratar con pacientes. 

Sin olvidar, además, que en algún momento habrá que dar una mala noticia. ¿Dónde está en la carrera la clase de preparación de malas noticias? Y eso que es obligatorio, porque uno de los bloques de las competencias de los planes de estudios de Medicina se llama “habilidades comunicativas”. Pero no suelen trabajarse esas habilidades en nuestras facultades de medicina, ni de España ni de Europa. 

¿Falta formación para los médicos en comunicación? 

Totalmente. Yo, de hecho, de los Trabajos Fin de Grado de Medicina que dirijo, creo que el 99% son de comunicación: comunicación médico-paciente, comunicación de malas noticias, comunicación con el paciente suicida… Todos esos temas que están dejados de la mano de Dios. 

¿Se está perdiendo el médico humanista que te daba confianza y al que le contabas toda tu vida? 

En general, se ha perdido totalmente. Siempre hay excepciones, médicos maravillosos que te atienden bien, te conocen, te van siguiendo y saben de tu situación familiar. Pero con la pandemia la situación se ha agravado todavía más. Por ejemplo, me resulta incomprensible que todavía se mantenga la consulta telefónica: ¿qué hace un médico llamando por teléfono? Si cuando yo hice aquellas sustituciones me decepcionó muchísimo la práctica de la medicina, lo de la covid-19 ha sido increíble. Creo que ha habido unos médicos excepcionales que han expuesto su vida y que lo han dado todo, y luego hay otros que se han encerrado en su casita o en la consulta, pero sin atender a los pacientes. ¿Cómo se puede tomar esta decisión? ¿Para qué se estudia Medicina? ¿Las enfermedades infecciosas ya no están en el programa? Hay que protegerse, por supuestso, pero también dar la atención médica que corresponda, y una vez que ha pasado lo peor, seguir abusando del teléfono me resulta incomprensible. 

¿Ve alguna luz en esta deriva que contempla en la práctica médica? 

Soy en general pesimista, y en lo que se refiere a la medicina, soy muy pesimista. Ya lo he dicho varias veces en esta conversación, las máquinas suponen un evidente avance siempre que sean solo un medio, pero que los elementos fundamentales sean el médico y el paciente. Lamentablemente, la relación entre ellos se está perdiendo, y eso va a acabar con la medicina tal y como la conocemos. ¿Cómo se puede revertir esta situación? Solamente si suceden dos cosas, y así acababa yo mi discurso de ingreso en la RAMSA. Una, si tomamos conciencia de que la enfermedad no es solo asunto de pura biología, sino que muchas veces es la manifestación de algo más que le está sucediendo a la persona. El médico debe tomar conciencia de ello y no quedarse solo en el tratamiento de los síntomas, por lo que, en segundo lugar, debe darle un plus al paciente, basado en la relación humana con él, en la comunicación y en la empatía. Sin esto, la medicina no tiene solución, porque para lo demás ya están los ordenadores y la inteligencia artificial. Ya ha pasado en los supermercados y en los bancos, donde van sustituyendo a las personas por máquinas, y va a pasar también en la medicina, ¿por qué no? 

¿Es la palabra, entonces, la mejor herramienta del médico? 

Sin ninguna duda. El médico te puede sanar solamente con una frase o te puede dejar hecho una piltrafa, o con no saber decirla o con no escoger el momento adecuado. Porque no es lo mismo dar las malas noticias en un pasillo corriendo que escoger un sitio acogedor, donde se te permita llorar si tienes que hacerlo. La diferencia entre un médico bueno y un médico malo está también ahí, y no solo en si sabe usar un aparato u otro. 

¿Pensábamos que la pandemia nos iba a hacer mejores y resultó al revés? 

Debería haber servido para que la medicina perdiera parte de su soberbia. Porque, evidentemente, de la noche a la mañana cambiaron las cosas, se cerraron ciudades, se cerró el acceso libre a los hospitales. Pero estoy totalmente convencida de que no ha salido nada bueno. Las personas han sacado su mayor egoísmo, su mayor individualismo. Y las instituciones, particularmente las instituciones sanitarias, no han comprendido todavía que se debe destinar más dinero a la salud. Si la excusa del médico es que no puede atender bien a los pacientes porque tiene en la agenda 50 cada día, pues que se pongan más médicos, y así podemos comprobar si realmente es una excusa o no. Pero sucede todo lo contrario, se quitan plazas, también del personal de enfermería, de TCAE… Los celadores están casi desapareciendo. Durante la pandemia no te dejaban entrar por ninguna parte, siempre había un celador para impedírtelo, y ahora se vuelve a entrar en los centros sin ningún control. Y seguimos con el teléfono. Si de mí dependiera, esa práctica del teléfono ya habría desaparecido…, pero no es el caso, claro. 

Una oportunidad perdida de aprender… No sé si lo largo de toda la historia de la medicina se pueden destacar algunos hitos importantes que supusieran un avance definitivo en la mejora de la atención. 

Las épocas de grandes epidemias, por ejemplo, siempre han sido muy importantes en esa historia. Cuando pasó lo de la covid todo el mundo lo relacionaba con la gripe de 1918. Lo malo es que no todas las conclusiones que se sacaron fueron acertadas. Solo se recurrió a la historia para justificar algunas cosas. Pero claro que hay hitos fundamentales en la historia de la medicina. 

“El médico te puede sanar solamente con una frase o te puede dejar hecho una piltrafa”

Sería el caso, por citar solo uno, de Ignacio Semmelweis, un obstetra húngaro del siglo XIX, intrigado por saber la razón de que en una de las dos clínicas con que contaba la Maternidad del Hospital de Viena la tasa de mortalidad por fiebre puerperal fuera más del doble que en la otra clínica. Después de analizar y descartar múltiples posibles causas, fue capaz de discernir que los estudiantes de medicina que trabajaban en la primera clínica —a diferencia de las matronas, que trabajaban en la segunda— llegaban a la clínica a examinar a las parturientas después de haber practicado autopsias y portaban en sus manos unas posibles “partículas cadavéricas” causantes de la fiebre puerperal que producía ese alto grado de mortalidad. Se dio cuenta también de que no bastaba con lavarse las manos con agua y jabón, e instituyó la inmersión de las mismas en hipoclorito cálcico. Simplemente llevando a cabo esta práctica, la tasa de mortalidad por fiebre puerperal en la clínica primera descendió un 90%, equiparándose a la tasa de la clínica segunda. Aquí hay dos lecciones claras. Una: llegó a todo esto utilizando su sentido común y su capacidad de relacionar unas cosas con otras, aplicando un método riguroso. Dos: ¿tú crees que esto que preconizó fue aceptado por sus compañeros? No, no solo no se aceptó, sino que se ridiculizó. De hecho, se habla de “reflejo de Semmelweis” para referirse a esa actitud tan típica de no aceptar los cambios que se proponen porque van en contra de lo que nosotros llamamos el paradigma establecido. Son dos lecciones de la historia, a cada cual más importante, porque utilizar el sentido común, la inteligencia y la capacidad de relación es fundamental en medicina y aceptar la evidencia, también. Pero muchas veces seguimos en las mismas, ocultando la realidad o inventando excusas, pues las lecciones, al final, solo las aprende quien las quiere aprender. 

Es directora del Grupo de Investigación LEX-TRA-CIe (Lexicografía, Traducción y Ciencia en la era digital), con trabajos increíbles en torno al léxico especializado, sobre todo el de la medicina, y proyectos competitivos de gran envergadura, como el TELEME (Tesoro Lexicográfico Médico), que tiene todavía mucho recorrido. 

Queremos agrupar en una única herramienta todos los diccionarios de medicina en español desde mediados del siglo XVIII hasta principios del XX. La idea es que si tecleas, por ejemplo, amigdalitis, te salga lo que se recoge en cada uno de los seis diccionarios que están incluidos hasta el momento, y puedes comparar cómo ha evolucionado el concepto, o ver cómo se han ido copiado unos a otros, etc. Pero, para lograrlo, lo primero es saber cuántos diccionarios hubo, y en eso llevo trabajando desde el año 98. Todo un peregrinaje que empecé en París, durante la estancia en el extranjero que entonces te exigían para ser profesor titular en la Universidad de Salamanca, y que luego he ido buscando y localizando en otros muchos sitios, y actualmente, creo que más o menos los tengo todos localizados. 

¿Cuántos son y dónde están? 

Están por todas partes. En la Biblioteca Nacional de Madrid, por supuesto, pero también en la de París, donde hay varios. Hay un diccionario, por ejemplo, que solo lo encuentro en Cádiz, y hay otros en Sevilla, Barcelona… No sabría concretar cuántos, porque, una vez que los tienes localizados, hay que clasificarlos: los hubo enciclopédicos, terminológicos y mixtos; originales, adaptados y traducidos; destinados a un público especializado, ya fuera este sanitario o no; dedicados a toda la medicina en su conjunto, a alguna de sus parcelas o a áreas afines y confluentes, etc. 

Un filón… 

Sí. En los terminológicos simplemente aparece la definición, pero luego en los enciclopédicos igual existen 60 páginas sobre un concepto. Respecto al destinatario, destacan los dedicados a las profesiones jurídicas, que tienen que tener un mínimo de conocimientos médicos para juzgar, y estos son muy típicos del XIX. Luego hay otros muy interesantes para las familias, sobre todo son para las mujeres, que son las que se ocupan de la salud en casa. En alguno incluso se afirma que si la mujer no es madre, siempre será hija, y si no, en cualquier momento puede ser enfermera en tiempos de guerra. De los especializados, son curiosos los de las falsificaciones de sustancias y medicamentos, sobre todo en el del XIX, que se falsifica todo, destinados a médicos, farmacéuticos o inspectores de mercados. Luego, cuando se extiende la salud pública, aparecen los de higiene, algunos de ellos son espectaculares, todos enciclopédicos, con imágenes… 

Un diccionario es una fuente inagotable de conocimiento. 

Sí. Esa es otra de mis guerras, por qué no se utilizan los diccionarios como fuente para el historiador. Y es porque la mayoría no saben ni dónde están ni cuáles son, ni cómo encontrarlos. De ahí partió mi idea, lograr ponerlos todos juntos en un mismo sitio. Pero, claro, esto yo no lo veré acabado. 

Pero siguen en el camino… 

Seguimos. Nos acaban de conceder otra vez el proyecto competitivo del Ministerio por cuatro años más. Pero siempre hay complicaciones. Los de principios del siglo XX, que me encantaría incorporar, no puedo, porque deben pasar 80 años desde que falleció el autor, y lo tengo que demostrar. Como anécdota, encontré en La Vanguardia la esquela del autor de un diccionario de Odontología y se lo comuniqué a la Biblioteca Nacional, así que será el primero que incorporemos este 2024. 

La palabra investigada, la palabra escrita y la palabra leída son constantes en su trayectoria. 

Al igual que me gustaba leer desde pequeñísima, también me gustaba escribir. De hecho, escribía cuentos, poemas, un poco de todo. Aunque mi tesis doctoral fue sobre hidrología médica en el siglo XVII, que es un tema puramente históricomédico, a partir de ahí siempre he investigado y he escrito sobre el lenguaje y sobre la historia del lenguaje de la medicina. El primer libro que publiqué, La ciencia empieza en la palabra. Análisis e historia del lenguaje científico, es ya una declaración de intenciones, define lo que pensaba y lo que sigo pensando. Después también he escrito sobre la relación médico-paciente y sobre la comunicación entre ellos en diferentes ámbitos. Y, obviamente, otro tema que me encanta es medicina y literatura; de hecho, creo que leer novelas es una formación fundamental en el médico. No me refiero a cualquier novela, sino a aquellas que tratan expresamente de enfermos o de instituciones asistenciales. Hay muchas obras de las que el estudiante de medicina aprendería mucho. Por ejemplo, si lees cómo se siente un paciente de asma en uno de sus ataques, puedes ponerte más fácilmente en su lugar. Esa sensacion de asfixia te la están contando en una novela y lo puedes leer todas las veces que quieras, sin molestar ni hacer daño al paciente. Hay muchos pasajes literarios que deberían ser obligatorios en los estudios de medicina, pero no lo son.  

El decálogo

Un libro. Me gustaría mencionar tres libros muy distintos: El buen padre, de Santiago Díaz, que es novela negra; León el africano, de Amin Maalouf, que es novela histórica, y luego El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks, sobre casos de la consulta de un neurólogo que te revela cómo te puede cambiar la vida en un segundo. 

Un disco o canción. Así estoy yo sin ti, de Joaquín Sabina; Onde vais, de Bárbara Bandeira, que la canta con Carminho, y Laura, de Lluís Llach. 

Una película. La lista de Schindler, de Steven Spielberg; La Misión, de Roland Joffé; y, por supuesto, Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda. 

Un plato. Arroz de cualquier manera, menos con leche. 

Un defecto. Defecto que a veces es virtud es que soy hipercrítica. 

Una virtud. Tratar de ponerme en la piel de los demás. 

Una cualidad que valora en los demás. La lealtad por encima de todo y, además, no soporto la tibieza. 

Un sueño. Ahora que ya he ido cumpliendo más o menos muchos de los que tenía, quiero una vejez tranquila y acompañada, sin dolores y que me permita viajar, que es lo que más me gusta del mundo. 

Una religión. Cristiana convencida. 

Un chiste. Va uno y le dice a otro: “Resiliencia es la capacidad de salir reforzado de los sufrimientos de la vida”. Y el otro le contesta: “O sea, que lo que no mata engorda de toda la vida”.  

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