Una película médica

Por Juan Antonio Pérez-Millán

Escritor y crítico de cine

La presentación en Salamanca, después de haber participado en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, del nuevo largometraje de Gabriel Velázquez, codirigido con su guionista y montadora habitual Blanca Torres, nos anima a aplazar el comentario de otra película francesa de tema médico, estrenada entre nosotros a finales del pasado mes de noviembre y de visión recomendable para todos los interesados en estos asuntos, a pesar de sus claroscuros: «La doctora de Brest» (2016), de Emmanuelle Bercot, protagonizada por la excelente actriz danesa Sidse Babett Knudsen, deslumbrante en su papel de primera ministra en la serie televisiva «Borgen». Hablaremos de ella en un próximo número de esta revista.

El nuevo filme del salmantino Gabriel Velázquez y la zaragozana Blanca Torres, Análisis de sangre azul, se presenta desde los primeros rótulos como «Una película médica», que se supone compuesta por filmaciones realizadas entre 1933 y 1943 por el imaginario doctor Pedro Martínez, responsable de un sanatorio para enfermos mentales llamado «Casa Tardán» y situado en el Valle de Valldellomar, del Pirineo de Huesca.

Se trata, a todas luces, de una ficción rodada en blanco y negro, sin diálogos, solo con música, en formatos llamados «subestándar» de 8 y 16 milímetros, en vez de los 35 habituales en el cine comercial, y que no pretende engañar a nadie. Los autores inventan una historia que podía haber sido real, y que curiosamente se sitúa en los años en que Luis Buñuel rodó la mítica Las Hurdes, tierra sin pan (1933), con la que esta guarda no pocos puntos de contacto, aunque se aproxima también, y mucho, a uno de los fascinantes experimentos realizados por Basilio Martín Patino para la serie de largometrajes «Andalucía, un siglo de fascinación», que por desgracia tuvo menos difusión de la que merecía. En concreto, al «episodio soviético» del capítulo titulado El grito del Sur: Casas Viejas (1995), que reinventa desde diversas perspectivas cinematográficas la matanza de campesinos perpetrada por las fuerzas de asalto de la Segunda República en esa aldea gaditana, precisamente también en 1933.

Como el maestro Patino, Gabriel Velázquez y Blanca Torres manipulan laboriosamente el material rodado, envejeciéndolo artificial pero convincentemente, añadiendo rayas supuestamente producidas por el paso del tiempo, incluyendo cortes involuntarios y finales de rollo con sus correspondientes fotogramas en blanco y otros detalles técnicos que confieren a la película todo el aspecto de un documento rescatado de un pasado turbulento.

La acción, comentada por el doctor Martínez mediante rótulos explicativos, comienza cuando aparece en el valle un misterioso personaje alto y rubio, que entre otros trastornos padece una pérdida de memoria que afecta tanto a su propia identidad como a su procedencia y al modo en que ha podido llegar hasta aquel remoto lugar. Sufre también otra alteración que le impide reconocer el lado derecho de su cuerpo y esa misma parte de otros objetos, pero que superará demasiado repentinamente, gracias a los cuidados del médico y su reducido equipo, más atentos sin embargo a estudiar a fondo su caso que a procurarle una curación que, con los conocimientos con que se contaba entonces, se antoja poco menos que imposible.

Así, el médico efectúa y anota una gran cantidad de mediciones antropométricas, le propone ejercicios que el paciente, llamado desde el principio «El Inglés», acepta con docilidad, e intenta integrarlo en la singular comunidad compuesta por los demás enfermos asistidos en el centro. Con lo que poco a poco va consiguiendo que se relacione con ellos, y en especial con las mujeres de distintas edades, particularmente una joven llamada Catalina Ferrer. El estallido de la Guerra Civil española, tres años después del comienzo de la narración, hará que los hombres abandonen el valle para acudir al frente, dejando solos al doctor y sus colaboradoras, al Inglés y a los pacientes.

Con ello, el cuidadoso y pormenorizado estudio que lleva a cabo el médico da un giro inquietante cuando concibe la idea de mejorar genéticamente la comunidad humana del valle con la aportación sexual del desconocido. Porque, y ese es otro de los puntos de contacto de este Análisis de sangre azul con Las Hurdes, tierra sin pan, como la comarca extremeña también el enclave oscense sufre las consecuencias del aislamiento y la endogamia, manifestadas en el elevado número de niños con graves deficiencias mentales y otros trastornos. El atrevido ensayo del médico, que conecta de algún modo con los experimentos llevados a cabo contemporáneamente por los nazis, parece dar resultado, ya que en las penúltimas imágenes del filme, y antes del igualmente misterioso desenlace, se constata el nacimiento de varios niños sanos… y rubios.

Como es natural, Gabriel Velázquez, Blanca Torres y su coguionista Orencio Boix no han pretendido ofrecer un riguroso tratado médico, si acaso una aproximación al estado de la Medicina en un momento determinado de su historia. Hay, desde luego, un encomiable trabajo de documentación, que se manifiesta en el lenguaje empleado por el doctor Martínez –incluidos algunos pequeños errores, comprensibles en una persona aislada en las montañas y cuando no existían las fuentes de información accesibles hoy para cualquiera–, en las referencias al neurólogo alemán Ernst Kretschmer, por ejemplo, o en el uso y estudio pormenorizado de las láminas del test de psicodiagnóstico de Rorschach, entre otras alusiones fácilmente identificables.

Una historia de abandono y aislamiento

Pero los autores utilizan todo ese material de partida como pretexto o simple marco argumental en el que desarrollar su historia de abandono, aislamiento, dedicación profesional y supera-ción de las dificultades ambientales, que conecta directamente con varios géneros clásicos en la historia del cine. Y, junto al ya citado cuidado formal en la elaboración de las imágenes –entre las que se incluyen fluidamente, por cierto, algunas rodadas por el cineasta aficionado bejarano Luis Cabrera, depositadas por sus hijas en la Filmoteca de Castilla y León, con sede en Salamanca–, Análisis de sangre azul destaca también por su afán de conectar la creación cinematográfica actual con algunos referentes destacados de su evolución anterior. Cine dentro del cine, como elemento de reflexión sobre las posibilidades expresivas del medio. Algo que Gabriel Velázquez había ensayo ya, de modo menos evidente, en largometrajes anteriores como Amateurs (2008), Iceberg (2011) o ärtico (2014), destacables también por su capacidad para suscitar sensaciones sugeren-tes y sutiles emociones en el espectador. Y que aquí, en una pista más para evitar equívocos, interpreta él mismo al doctor Martínez, junto al modelo sueco Anders Lindström y al grupo de teatro Arcadia, especializado en la integración de personas con dificultades mentales. Solo queda esperar que este nuevo y arriesgado experimento, que se ve y se sigue con facilidad, una vez superada la sorpresa inicial frente a sus características formales, se estrene pronto en los circuitos comerciales y tenga la carrera que merece, mientras sus autores trabajan ya infatigablemente en nuevos proyectos, alguno de ellos muy avanzado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.