Por Germán Payo Losa
Director de Educahumor
Me hice un esguince, afortunadamente de clase uno, de los más suaves, quince días antes de salir para un viaje a la India. Claro, un periplo de este tipo no es para quedarse quieto. Reposo, ejercicios de recuperación y mejoría paulatina. El día de salida aún me dolía ligeramente, así que decidí llevarme un palo que me ayudase a andar. No quería llevar una muleta porque pensé que iba a tener problemas, al ser metálica y podía considerarse excesivamente peligrosa. Además, me vino a la mente la película ‘Chacal’, en la que el arma con la que plantea un peligroso terrorista matar al presidente pasa inadvertida, camuflada en una muleta.
Llego al control policial del aeropuerto de Barajas y una policía me dice: “No puede pasar con ese palo”. Yo insisto en que lo necesito para andar. Consulta a su supervisora. “No. Si lo quiere llevar, factúrelo. Y si no puede andar, pida una silla”.
Me dirijo al mostrador de facturación, que, como es normal, estaba en la punta más alejada de la T4 del aeropuerto. Explico al joven que hay allí el asunto. “No podemos facturar un palo”.“Lo necesito para andar”, insisto. “Pida una silla de ruedas”, responde.“¿Y cuando llegue allí?”, trataba de argumentar inútilmente. Llama a una compañera y repite lo mismo. Además, en tono de enfado, me suelta: “¿Y por qué nos habla en inglés?”. Habíamos llegado con tiempo, pero corría el reloj y esto no parecía tener visos de solucionarse. Estaba un poco nervioso. Me disculpé, pero sugerí hablar con su supervisora. Al explicarle lo que quería, les soltó con toda naturalidad: “Sin problema. Ponedlo en una bolsa de plástico, lo facturáis y ya está”.
De Delhi volábamos a Jaisalmer. Cogimos el metro para ir al aeropuerto. Abrían a las 5.30 de la mañana y llegamos 15minutos antes. Entablamos conversación con un hombre indio que volaba con frecuencia por asuntos de trabajo. Fue una espera agradable. Al abrir el metro, el guardia de seguridad me dijo que el palo no podía pasar. Enseñar la tobillera ayudaba a explicar la situación. El vigilante me señaló la cantidad de palos largos que había requisado, todos de más de dos metros. Nuestro amigo indio intercedió y, finalmente, otro vigilante le hizo un gesto y me permitió pasar.
En el aeropuerto, de nuevo veía venir otro rollo. Esta vez, sin embargo, la policía pareció no dar importancia al palo. A todo el mundo le cachean allí, tras pasar por el arco de seguridad. Una policía me preguntó si podía acercarme hasta donde iban a cachearme sin el palo, porque si no, me lo dejaba. Le dije que podía hacerlo sin él. Tras acabar, me devolvieron el palo y me dejaron entrar con él en el avión. Tanta amabilidad me sorprendió gratamente: “Al fin alguien piensa en un hombre cojo, no sólo en un palo”.Sabía que era arriesgado, por poco común, pero no perdía nada por intentarlo. Esto me hizo pensar en lo que un antiguo director mío comentaba siempre: “Hay personas que, ante problemas, sueltan un no. Otras tratan de ayudar a arreglarlo”. Lo he experimentado claramente y he tenido suerte.
Además, pensaba en esto cuando, al llegar a casa, di parte al seguro de que me habían robado el teléfono. Fue en un mercado abarrotado y sentí un empujón hacía un lado y alguien que me sustraía algo del bolsillo. Me di la vuelta y vi a dos jóvenes que salían corriendo. Instintivamente, perseguí a uno hasta que me percaté de que me alejaba demasiado de mi mujer y de que, llevando un palo en la mano, si lo agarro, no iba a ser de dulzura el lenguaje que iba a usar, así es que lo dejé ir.
“Necesitamos un documento de su compañía que diga que dio de baja el teléfono”, me pidieron en el seguro. “Sí, lo tenemos en pantalla, pero no le podemos enviar nada”, me respondieron en la compañía. “¿Desde dónde, entonces?”, insistí. “Desde aquí no”. “¿Puedo hablar con su supervisora?”, pregunté. “Me confirma que desde aquí no”. No hubo modo. Era un ‘no’ cerril. Pensé en Forges: “Qué pesadilla más horrible. Soñé que me habían perdido las maletas los de Iberia y tenía que recuperarlas a través de Telefónica”.
El palo es irregular y está rajado, lo que le hace el mismo efecto que si tuviera un amortiguador, pero aún mantiene una consistencia fuerte. Como nos gusta caminar, me ha ayudado mucho, y ha causado la admiración y montones de sonrisas, sobre todo a personas mayores, pues nunca habían visto unbastón igual y querían saber dónde lo había conseguido y por cuánto dinero. Con las prisas, lo dejé en el último alojamiento en Varanasi. Quizá lo añadan a la cantidad enorme de madera que usan en las piras funerarias. De todos modos, cumplió su función, no machacar tanto mi tobillo, y agradecido estoy a quienes lo dejaron pasar controles de peligrosidad. Le había cogido cariño y había servido de seguro. Al tener que pasar por medio de un grupo de hombres, camino de un templo en un lugar solitario, y ante el temor de mi mujer, comenté: “Nadie ataca a una pareja si el hombre lleva un bastón como éste en la mano”.
Una de las experiencias que me impresionaron desde el primer momento en Delhi, y después en todas las ciudades indias, es el tráfico. Las calles van abarrotadas de coches, tuc-tucs, especie de motocarros habilitados para llevar pasajeros, rickshaws, ciclistas que llevan detrás a dos personas, motos, bicis… y todos pugnan por pasar antes. El ruido es ensordecedor, porque todo el mundo toca la bocina. Es un modo de avisar de que vas, y de que estés atento. En un recorrido de 20 minutos, por ejemplo, al menos tres o cuatro veces yo he cerrado los ojos porque sientes que chocas o pillas a alguien, te estrellas con quien viene de frente en dirección contraria, o al evitar un bache, te llevas a un peatón, pero son geniales conductores y tienen una habilidad excepcional para evitar rozarse. En medio de tal follón, los peatones se lanzan a cruzar la calle, no en plan de torear a los vehículos, sino con la esperanza firme de que no les van a atropellar, y eso, aunque nos parezca increíble, funciona. Pues bien, íbamos andando a lo largo de una amplia avenida de dos carriles, congestionada de tráfico, cuando de una calle lateral cinco water buffalos, especie de bueyes grandes, interrumpen en dirección contraria a los vehículos. Parecía de película, alucinante, imposible, aunque lo estuviésemos viendo. Van a bloquear el tráfico, pensé.
Te paras y admiras el suspense ante tus ojos. Los conductores los esquivan uno tras otro con una habilidad circense, y el tráfico continúa. Otro día regresábamos por la noche desde un lugar a 40 Kms. por carretera y nuestro conductor esquivaba baches, motos que te venían de frente en sentido contrario, tractores, carros, bicis sin luces, coches que todo el tiempo llevan las luces largas dadas, vacas, perros, jabalíes, gatos, camellos… Lo estábamos viendo, y era difícil de creer. El conductor sorteaba un obstáculo tras otro, como lo más normal del mundo. Todos asumen que esto es lo que hay. Hay que superar los obstáculos y seguir adelante. Ni una señal de enfado, ni un gesto de contrariedad y, eso sí, a toda pastilla, manteniendo la velocidad máxima, aun de noche o con niebla espesa. Quizá por eso tienen 300 millones de dioses y trabajando a tiempo pleno.
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