Por Saturnino GARCÍA LORENZO
Doctor en Medicina
Todos los hombres, y el que diga lo contrario miente, hemos buscado siempre la fiesta, las celebraciones, las vacaciones. Quizá lo más profundo de esta búsqueda no sea la diversión o el exceso que lleva consigo, sino la huída lejos de lo real, el sueño de que, en la fiesta, superamos la rutina y la vida adquiere nuevos matices.
En un libro relativamente reciente de Mario Vargas Llosa, señala que la ficción “completa la vida añadiéndole a la experiencia humana algo que los hombres no encuentran en sus vidas reales”. La ficción literaria tiene como misión seducir al lector con la vitalidad de un mundo de mentira, imaginario, no real.
Pero no todos tenemos el tiempo y la oportunidad de leer, de enriquecer con la literatura nuestras vidas romas, sin aristas y mediocres. Para sustituirla, tenemos ahora el cine, la televisión, el ordenador y el móvil. Con las historias que las imágenes nos traen podemos soñar que somos otra cosa, podemos llegar a creer que hay otros que han llegado a ser otra cosa, más allá de lo real y cotidiano, con una experiencia más rica y plena.
El cine, como la literatura, no se inventaron para reflejar lo real: es arte, creación, poesía, en el sentido más original y pleno de esta palabra. De esta forma, sumergiéndonos en la ficción descansamos de esta vida y alimentamos una sed muy honda que no sacian los avatares diarios que nos llenan el tiempo y abruman el alma.
¿No es la fiesta algo parecido? En ella no sólo vemos y oímos, no sólo imaginamos la ficción. Es como poner un paréntesis en nuestras vidas para ser otra cosa, para representar otra vida, para vivir otros dramas, con personalidades distintas, siendo otros personajes con caretas nuevas; para vivir situaciones novedosas, relaciones enriquecidas y finales inciertos.
De esta forma, en la ficción de la fiesta, podemos ser lo que aquí no nos atrevemos a ser. Podemos incluso jugar con la vida o representar nuestra muerte. Podemos, sobre todo, soñar una vida más plena, vivirla por unos instantes, alimentar con mentiras nuestra triste verdad.
Pero no por hipocresía, sino como ficción, entendida en el mejor sentido: enriquecemos nuestra experiencia con relatos de esperanza, con promesas de ilusión, y esto nos hace bien, nos hace mejores y, sobre todo, más plenos. Otros viven de la ficción del móvil, de la televisión, o de la ficción más rica, de la literatura.
En verdad, habrá muchos que vivirán así la fiesta y les hará bien. Ojalá que hubiera más que fueran capaces de cambiarse de ficción para enriquecer con más hondura sus biografías. Pero yo, que intento enriquecer también mi vida con la palabra, la lectura y la escritura, me acerco a la fiesta con el temor y el temblor, con los pies descalzos de alguien que camina por el misterio de lo real.
La esencia de la fiesta cristiana tiene que ver con una realidad distinta la cotidiana, con un mundo más rico y atrayente; pero ahí está la difícil clave de la fe: este mundo no es ficción, sino realidad más real que nuestra humana realidad.
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