Un descubrimiento conflictivo

Por Juan Antonio Pérez-Millán

Escritor y crítico de cine

Las películas que hablan de investigaciones científicas reales, y en especial las de carácter médico, porque afectan más directamente a los espectadores, tienen dos facetas muy distintas que es preciso deslindar con cuidado: el rigor y la fidelidad con que consigan reflejar los hechos, incluida su terminología específica y otros aspectos técnicos de importancia y, por otro lado, su valor como tales creaciones cinematográficas

‘La verdad duele’, extraño título español de un filme cuyo original era simplemente ‘Concussion’ –traducido a veces como conmoción o contusión cerebral, e incluso traumatismo craneoencefálico, según distintas fuentes–, se refiere al descubrimiento realizado a partir de 2002 y, con gran esfuerzo, por el médico nigeriano Bennet Omalu, forense en la ciudad de Pittsburgh, Pensilvania, de una dolencia apenas intuida hasta entonces y que afecta a largo plazo a los jugadores de fútbol americano como consecuencia de los miles de golpes que reciben en la cabeza a lo largo de su carrera deportiva.

El argumento está basado, aunque convenientemente ficcionalizado, en un artículo publicado por la periodista Jeanne Marie Laskas en la revista «GQ» y titulado «Game Brain». Su protago￾nista en la vida real, así como algunos de los otros doctores que figuran también con sus nombres y apellidos en el relato, han intervenido, además, como asesores de la producción, lo que permite pensar que el primero de los aspectos que citábamos al principio, la deseable fidelidad de lo que se cuenta a lo que ocurrió, está razonablemente asegurada, incluida la terminología científica, que en España tropieza, además, con la dificultad añadida del doblaje, lo más frecuente, por desgracia, en nuestras salas comerciales. Porque en la película se alude a una gran cantidad de síntomas, patologías, métodos de diagnóstico y trata￾miento cuya traducción quizá pueda chocar a los especialistas en las distintas materias.

Ciñéndonos aquí a lo que nos corresponde en sentido estricto, que es el análisis de la película como creación cinematográfica, hay que reconocer, ante todo, su interés en la divulgación de una historia y un personaje poco conocidos hasta ahora, al menos para el gran público. La peripecia del doctor Bennet Omalu, desde sus primeras sospechas de hallarse –casi por casualidad, a través de la autopsia rutinaria practicada a un antiguo jugador que acabó enloquecido sin que sus síntomas respondieran a ninguna enfermedad identificable– ante un trastorno que era preciso investigar, resulta sin duda atractiva, tanto por lo que desvela como por el enfrentamiento que eso le provocó con instituciones y estamentos muy poderosos en la sociedad estadounidense, incluido en algún momento el mismísimo FBI.

Sin embargo, el tratamiento cinematográfico dado a esos hechos por el director y guionista Peter Landesman –reportero de guerra y periodista de investigación él mismo, convertido después en cineasta y que solo había dirigido hasta ahora otro largometraje, inédito entre nosotros, ‘Parkland’ (2013), sobre el hospital de Dallas al que fue a parar el cadáver del presidente John F. Kennedy– deja bastante que desear. Sobre todo por la cantidad e incoherencia de géneros a los que adscribe a ratos su narración. ‘La verdad duele’ es, a primera vista, la típica película hagiográfica sobre un personaje –negro, para mayor dificultad, e inmigrante solo aceptado por el hecho de tener un trabajo fijo que podría perder en cualquier momento– capaz de enfrentarse, en virtud de su profesionalidad y quizá también de sus convicciones, algunas de ellas de carácter religioso, a todos los que se oponían a la difusión de sus hallazgos, amenazadores para enormes intereses de todo tipo.

Una vez más, la epopeya, tan cara al cine estadounidense, del individuo que lucha denodadamente contra un enemigo más fuerte, atreviéndose a arriesgar su propia vida y lo que más esti-ma, con tal de alcanzar un objetivo beneficioso para la humanidad. Aunque aquí el logro de esa finalidad resulta, a la postre, más bien dudoso, porque a tenor de lo que exponen los rótulos finales de la cinta, no queda del todo claro que la omnipotente Liga de Fútbol Americano (NFL) pusiera en práctica todos los medios adecuados para evitar las calamidades cuya existencia había conseguido demostrar el doctor Omalu.

Por otra parte, esa peripecia agonística, tan convencional en su planteamiento y desarrollo, trata de fortalecerse de cara al espectador con el recurso a varios procedimientos de dudosa validez. En primer lugar, la historia de amor del protagonista con una joven inmigrante keniata a la que acogió en su piso por indicación del párroco de su barrio. Desde el principio sabemos que esa faceta del personaje central, concebida para darle mayor densidad emocional a su figura, transitará por caminos trillados y será objeto de las mayores presiones del entorno sobre él. En segundo lugar, las escenas de pretendido suspense, a base de toscos montajes paralelos que no logran interrumpir, sino que agravan, la fastidiosa obsesión del realizador por los primerísimos planos vacíos, casi siempre de contenido dramático, resultan chocantes por su torpeza e inverosimilitud.

Elementos “discutibles”

Pero es sobre todo el mensaje final que se desprende de esta obra lo que más llama la atención, por encima de la citada labor divulgadora sobre un personaje y unos hechos destacados: resulta que después de haber tenido que hacer frente a estratos y organiza-ciones muy potentes y representativas del sistema dominante en aquel país, Bennet Omalu nos es descrito, cerca ya del desenlace, como el modelo perfecto de ciudadano estadounidense… Hace falta inconsciencia o cinismo para concluir así este relato, cuando se sabe, por ejemplo, que el auténtico doctor Omalu no consiguió la ciudadanía hasta 2015, fecha de la realización del filme.

Al margen de estos elementos discutibles, cabe señalar que el actor Will Smith no parece hallarse demasiado cómodo en un papel tan dramático, siendo superado en todo momento por la veteranía de Alec Baldwin y Albert Brooks en sus interpreta-ciones de los dos únicos médicos que se prestaron a ayudar de distintas formas al protagonista en su combate y, sobre todo, por la frescura y convicción de la joven de origen sudafricano Gugu Mbatha-Raw, a quien pudimos admirar hace poco en su encarnación de ‘Belle’ (2013), de Amma Assante. Y el personaje del doctor Bailes, interpretado por Baldwin, acaba siendo más interesante que el de Omalu, dado que proviene del mundo del fútbol, ha sido médico de un equipo importante y decide jugarse su prestigio profesional en ese ámbito y recibir críticas furibundas sólo por su compromiso ético con la ciencia.

Estos y otros aciertos parciales no evitan que ‘La verdad duele’ sea un intento, en gran medida fallido, de explicar cómo se descubrieron, contra viento y marea, lo que la película llama Encefalopatía Traumática Crónica (ETC) y sus síntomas, que deberían poner freno a la ambición y la capacidad manipuladora de masas de los promotores de deportes tan brutales como el fútbol americano, la lucha libre o el boxeo, que, por cierto, había suscitado ya antes fundadas sospechas sobre sus terribles efectos en los practicantes, también acalladas entonces por los organismos implicados y por los medios de comunicación más dóciles ante los intereses de aquellos.

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