Por Belén Miguel Ibáñez
Médico residente de Reumatología de segundo año
Hospital Universitario de Salamanca
En cualquier lugar donde se estudie medicina siempre hay algún profesor que dirá que la práctica diaria es muy diferente. Mi experiencia el primer año de residencia ha confirmado esas palabras, pero de maneras que no esperaba en absoluto. La primera y más evidente es que, por mucho tiempo que hayas dedicado a estudiar, nunca tendrás la certeza de saber lo suficiente; siempre habrá varias alternativas, a veces sin evidencia de cuál es mejor que otra. La medicina no es una ciencia exacta. Y cuanto antes se descubra y se acepte que nunca llegará a desaparecer esta sensación, antes empezarás a disfrutar de tu ejercicio profesional. Porque encontrarás maneras diferentes de trabajar que te lleven a hacerte preguntas que no esperabas y a progresar de una forma completamente distinta. Y seguirás pensando que sabes poco, pero, en realidad, en un tiempo habrás aprendido a solucionar muchos problemas.
Al empezar a trabajar, a todos suele preocuparnos cómo serán las guardias, si sabremos qué hacer. Durante el primer año, casi todos realizamos guardias en el servicio de Urgencias. Te revisas las neumonías, algo de ECG, que si la exploración abdominal… Pero en mi primera guardia, la primera instrucción resultó ser de las más sabias: “Belén, tienes que saber dónde está el baño”. Sí, de verdad. Con una seriedad absoluta, de manos de alguien profesionalmente extraordinario, no se puso a contarme el protocolo de triaje ni nada similar. Se me recordó que las horas empiezan a caer y, de repente, tu cuerpo te recuerda que eres persona y a lo mejor no hay nadie disponible para “esa pregunta”.
Las guardias sirven para aprender mucho. Muchísimo. Amaneces –si has podido dormir– con peinados innovadores que desconocías; hay que aceptarlos con dignidad, no huyas de ellos (tampoco podrías). Así empezarás la etapa de la vida en la que piensas: “Me duelen cosas que no sabía que tenía”. Cuando por n puedas descansar, experimentarás el síndrome confusional del saliente, descubriendo, tras la guardia, que no tienes claro qué día es; vas al salón y terminas donde tiendes la ropa y, en cuanto a la orientación personal, tendrás momentos en que te preguntarás: “¿Pero qué estoy haciendo con mi vida?”. No hay que preocuparse, se cura con merecido descanso, y cuando te acuerdes de los pacientes y familiares que agradecieron tu atención te sentirás mejor.
Sin entrar a valorar el debate en torno a las guardias de 24 horas, en este momento quiero compartir mi experiencia personal. Con todas las cosas que serían mejorables en muchos aspectos, he aprendido muchísimo. Es el momento temido, pero necesario, de “puede ocurrir cualquier cosa”. Afortunadamente, en Salamanca he sentido que no pasas de la nada al todo. Progresivamente aumentas tu nivel de autonomía y responsabilidad, y siempre puedes y debes recurrir al equipo que está contigo para las dudas. En un tiempo te encuentras a ti misma aplicando cada vez mejor todo lo aprendido.
Otro descubrimiento de que la práctica diaria es muy diferente ha sido gracias a las guras del adjunto y del residente mayor, generalmente, tus referentes principales. No entiendes lo importantes que son hasta que ves que el trabajo personal precisa ir unido a que los más experimentados quieran ayudarte con sus conocimientos. ¡Qué reconfortante es encontrar personas así! Hay que valorar mucho a los buenos compañeros.
He tenido la suerte de estrenar el hospital con nuevos y antiguos compañeros, superhéroes que aparecen por el pasillo a las cinco de la mañana con aspecto de que les ha pillado un tornado y te dicen: “¿qué tal vas?”, comparten lo que van aprendiendo y con los que te das una palmada y dices contenta: “Vamos a seguir”. Ahora, iniciado el segundo año, espero poder seguir conociendo gente maravillosa, ayudando y mejorando en la práctica diaria de la medicina.
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