Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)
Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con
autorización de ‘Diario Médico’
¿Recuerdan cuando en España uno podía encontrar funerarias y velatorios, pero no tanatorios? Estoy hablando de la época anterior a 1980, que es cuando entró en el español europeo con fuerza arrolladora el neologismo tanatorio, hoy predominante en España (y admitido por la RAE desde 1992), pero que no se ve apenas en el español de América ni en otras lenguas europeas.
Muchos aplauden este neologismo como ejemplo de invención creativa y correcta; a mí, en cambio, no me gusta nada. Es cierto que en español tenemos gran tradición de uso de la terminación latina –torio, añadida a un sustantivo deverbal de agente, también latino, para designar un lugar donde se hace algo; como en ‘oratorio’ (lugar de quienes oran o rezan), ‘sanatorio’ (lugar de quienes sanan o curan), ‘laboratorio’ (lugar quienes laboran o trabajan), ‘paritorio’ (lugar de quienes paren), ‘purgatorio’ (lugar de quienes purgan sus pecados), ‘reclinatorio’ (lugar de quienes se reclinan), ‘observatorio’ (lugar de quienes observan los astros), ‘crematorio’ (lugar de quienes creman o incineran los cadáveres), ‘dormitorio’ (lugar de quienes duermen), ‘escritorio’ (lugar de quienes escriben), ‘reformatorio’ (lugar de quienes desean reformarse) o ‘consultorio’ (lugar de quienes consultan). Dado que θάνατος (thánatos, muerte) no es un sustantivo latino, sino griego, y además no es tampoco deverbal ni indica agente, es evidente que “tanatorio” está mal formado en español.
Como alternativa posible tenemos, en primer lugar, el término tradicional velatorio (lugar de los que velan a un difunto), correctamente formado según el modelo explicado, muy utilizado en España hasta hace pocos años, y término de uso preferente todavía hoy en casi toda Hispanoamérica. Y en segundo lugar, si se considera útil o conveniente la referencia directa al nombre griego de la muerte, el neologismo tanateo (que aún no usa nadie, pero propongo con la mejor y la más seria de las intenciones). Si llamamos ‘museo’ al lugar donde moran las musas, deidades griegas protectoras de las artes, y ‘ateneo’ al lugar donde mora Atenea, diosa griega de la actividad intelectual, ¿no parece más lógico llamar ‘tanateo’, en lugar de “tanatorio”, al lugar donde mora Tánato, hijo de la noche, hermano del sueño y personicación de la muerte en la mitología griega?
Tengo la sensación de que si preguntara a un grupo de médicos qué palabras les recuerda la marca alemana de automóviles de lujo Audi, muchos mencionarían términos como auditivo, audición, audible, audífono, audiometría, audiovisual, audiología, etcétera. Y no andarían demasiado desencaminados, no.
Entre los grandes pioneros del automovilismo destaca el alemán August Horch, que desde 1902 fabricó en la localidad sajona de Zwickau automóviles de la marca Horch. Por una desavenencia con el consejo de administración, no obstante, August Horch perdió su propia empresa el 16 de junio de 1909 a cambio de una indemnización de 20.000 marcos de la época. Cuando, justo un mes más tarde, quiso fundar una nueva empresa de construcción de automóviles, se encontró con la desagradable sorpresa de que una sentencia judicial le impedía usar su propio apellido para darle nombre.
Así que, para bautizar su nueva empresa, August Horch retomó una antigua costumbre de los países germánicos, donde en los siglos XVI y XVII, por influencia del humanismo, fue frecuente entre los ciudadanos cultos latinizar o helenizar los apellidos. Los Bauer, por ejemplo, pasaron a llamarse Agricola; los Neuhaus se convirtieron en Casanova; los Kamel, en Camellius; los Königsberger, en Regiomontanus; los Neumann, en Neander; los Schwartzerdt, en Melanchthon; los Bachmann, en Rivinus. Como se daba la coincidencia de que el apellido alemán Horch es idéntico al imperativo del verbo alemán horchen (oír), August Horch decidió echar mano del verbo latino audîre (oír) y usar su imperativo, audi, para dar nombre a su nueva fábrica de automóviles. De modo que, ni corto ni perezoso, en 1910 inscribió en el registro mercantil la empresa Audi Automobilwerke GmbH.
Queda claro, pues, por qué un coche de la marca Audi es sin duda el más pintiparado para un otorrino… o para quienes padecemos un síndrome de Ménière.
Me llega esta consulta: «Estoy dudando si debo escribir ‘pudrirse’ o ‘podrirse’, porque no consigo conjugar bien ninguna. Primero pensé en escribir ‘pudrirse’, pero luego se me hacía raro escribir que los alimentos “se han pudrido”; entonces me pasé a ‘podrirse’ y ‘podrido’, pero entonces se me hizo raro escribir que los alimentos “se podren”. Fui a la RAE a ver qué decía y el diccionario no me sacó de dudas, porque admite las dos formas y no tengo claro cuál es mejor de las dos. Vamos, que estoy hecha un lío.».
No me extraña, la verdad. El verbo nos viene del latín putrêre y da en español directamente pudrir y pudrirse; pero es cierto que muchos hispanohablantes usan de forma preferente podrir y podrirse. Ello depende no tanto de los gustos personales como de la existencia de importantes diferencias diatópicas; esto es, que la preferencia por una forma u otra varía según el país. En España es muy marcada la preferencia por ‘pudrir’ y ‘pudrirse’, que son también las formas predominantes en Méjico, Argentina, Puerto Rico y Uruguay; en Cuba, Centroamérica, Venezuela, Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia y Chile, en cambio, usan generalmente ‘podrir’ y ‘podrirse’.
Y cada cual conjuga el verbo sobre la raíz correspondiente en algunos tiempos frecuentes; quienes usan ‘pudrir’, por ejemplo, conjugan «nos pudrimos de asco», «el pan se pudrió» y «si los dejas ahí, se pudrirán»; mientras que quienes usan ‘podrir’ dicen «nos podrimos de asco», «el pan se podrió» y «si los dejas ahí, se podrirán». Pero luego hay tiempos que admiten una única forma: tanto si decimos ‘pudrir’ y ‘pudrirse’ como ‘podrir’ y ‘podrirse’, por ejemplo, el participio pasado es para todos ‘podrido’ (y nunca “pudrido”); el gerundio es para todos ‘pudriendo’ (y nunca “podriendo”), y la tercera persona del presente de indicativo es para todos ‘pudre’ y ‘pudren’ (nunca “podre” ni “podren”).
¡Con razón dicen los extranjeros que nuestro sistema verbal es, con diferencia, lo más difícil de aprender a hablar y escribir español!
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