Por Germán Payo Losa
Director de Educahumor
“España, primer país de Europa en operaciones de cirugía estética con un gasto de 800 millones al año”. “El año pasado entre 350.000 y 400.000 personas se sometieron a una intervención de cirugía estética en España, según datos de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (Secpre)”. “El 10% son menores. Unos tienen una verdadera patología, otros lo hacen por capricho”. Son titulares que veo en la prensa.
“Pues yo todas las mañanas me planto delante del espejo, me pongo en jarras, y me digo: «¡Qué buena que estás para la edad que tienes!” – me comentaba una de las participantes en mis cursos de humor. La mujer no era especialmente atractiva, según los cánones de belleza que tenemos hoy, como tampoco lo era la muchacha de 12 años que hizo, cuando trabajábamos la autoestima, un collage con el texto.” Estoy para que me coman. ¡Qué buena estoy!”
Cuando aún había pesetas, Melanie Griffith empleó 8 millones en poner su cuerpo a punto tras el parto de la hija que tuvo con Antonio Banderas. Demi Moore, gastó sesenta millones en retoques corporales para la película Los ángeles de Charlie. La operación de nariz de la princesa Leticia ha suscitado controversia entre si se debe o no fomentar la cirugía estética. Vivimos donde vivimos. La estética de la delgadez y de la belleza exterior perfecta inunda anuncios por todas las revistas, periódicos, televisiones, Internet. Y esta tremenda presión causa estragos en mucha gente. La apertura de una unidad que dé una respuesta a los trastornos alimentarios de anorexia y bulimia en nuestra ciudad es un indicador de que el problema es serio.
Nos están vendiendo el engaño –más gordo que el de que había armas de destrucción masiva en Irak- de que para ser feliz hay que tener belleza externa y delgadez, y que la fealdad y las imperfecciones nos hacen desgraciados. Son fuerzas multinacionales que se están haciendo de oro a costa nuestra. Para lograrlo nos tienen que minar la autoestima -el amor que tenemos por nosotros mismos, por nuestras cualidades y defectos- Y no harían negocio si todos dijésemos como María del Monte cuando le dicen que está rellenita: “Yo he venido al mundo a cantar, no a lucir bañadores”; luciésemos las narices con el orgullo de Rossy de Palma, exclamásemos como esa mujer: “Yo no me maquillo; me restauro”, el Cardenal Spellman a sus 73 años: “Los espejos ya no son lo que eran” o Chumy Chúmez: “Tengo que comprarme un espejo más joven”. El humor nos ayuda a aceptarnos, querernos y reírnos de cómo somos.
Ojo, no hablo de casos que obviamente necesitan cirugía plástica por múltiples razones de sentido común. Hablo de la moda entre gente joven de pedir como regalo una operación estética porque ya no se sienten bien debido a la presión social. Maitena pinta el dialogo entre madre e hija:
– ¡Ay, tienes razón: Ya estás grande para ir al pediatra! ¿Quieres que te pida hora con un ginecólogo? – No mamá… Con un cirujano plástico. Un aguador de la India tenía dos vasijas, una agrietada y otra perfecta. Todos los días, al regresar de la fuente, la agrietada llegaba a casa con la mitad del agua. El aguador notó que estaba deprimida y le preguntó por qué. “Me gustaría ser perfecta, como la otra vasija pues por mi grieta pierdo la mitad del agua y no cumplo con la función para la que he sido creada”. El aguador apesadumbrado le dijo: “Quiero que mires mañana tu lado del camino”. El día siguiente le preguntó: “¿Qué has notado?”
“Hay flores a lo largo del camino”- responde. “Yo sabiendo de tus grietas quise sacar lo positivo. He sembrado semillas a lo largo del camino y tú las has ido regando diariamente; así he decorado mi casa y el altar de mi madre. Si no fueras exactamente como eres, con todos tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza”. Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas y siempre existe la posibilidad de sacar buenos resultados de ellas.
Como padres podemos contribuir a fortalecer la autoestima de nuestros hijos e hijas, si hemos ganado la propia batalla personal antes, y obtener resultados como la respuesta de ese niño de 8 años que al comentario de su compañero de clase: “Oye, tú eres muy bajito”. “Sí, pero mi papá me dice que lo que importa es el cerebro”.
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