Por Ramón Martín Rodrigo
Licenciado en Geografía e Historia y en Historia del Arte
y doctor en Geografía e Historia
Esta denominación proviene de Higeia, deidad griega –hija del médico Asclepios– que se encargaba de todo lo concerniente a la limpieza, cuidado y prevención de enfermedades. De ella procede el nombre de Higiene. Asclepios fue un médico muy famoso, hombre con esposa e hijos que, tras su muerte, fue divinizado. Le dedicaron varios templos, y a ellos acudían los enfermos, algunos de los cuales decían que sanaban tras dormir y conocer en sueños el procedimiento de sanación que efectivamente se les realizaba. Hipócrates fue considerado como el fundador de la Higiene. Se decía que descendía de Asclepios.
Desde entonces hasta nuestros días, la Higiene ha ido evolucionando enormemente, y actualmente cualquiera entiende que esta ciencia comprende todas las reglas y preceptos para evitar y prevenir enfermedades, especialmente las contagiosas.
“En tanto que el hombre se descría tras las cavilaciones y los vicios, una mano oculta arroja al hombre la muerte. Barren la Tierra contagios, aislamientos y epidemias: aquí mata el tifus; más allá, la peste; más lejos, el escorbuto; en tal punto, las viruelas; en tal comarca, las fiebres; en otra, la peste fría; y en todos los climas y pueblos, los aneurismas, las escrófulas, la gota, la clorosis y la tisis diezman la otra mitad que se salvó del contagio, viniendo a ser el mundo una enfermería” (Diario de Palma, 13 de junio de 1853).
Aquí aparecen tres palabras muy significativas: contagios, aislamientos y epidemias. Sin embargo, aún en nuestros días, infinidad de personas viven sin enterarse de ello o sin querer hacer caso de recomendaciones. Es más, en la actualidad no faltan los que alardean de no creer en preceptos higiénicos y niegan la evidencia de la actual pandemia. Los llaman “negacionistas”. Desgraciadamente, el panorama presentado en aquella fecha parece de actualidad, especialmente la frase de que estamos en una enfermería mundial. Fijémonos que aún no habla del cáncer ni de otras enfermedades de la actualidad, como las causadas por la drogadicción, el alcoholismo, la depresión, la obesidad,y las hambrunas.
Las grandes mortandades por enfermedades infecto-contagiosas han sido una constante y se han sucedido inexorablemente en la historia de la humanidad. Recordando algunas de estas grandes enfermedades letales de la era contemporánea, que no todas, vienen rápidamente a la memoria las de los siguientes si tios y épocas: Alepo ( 1827), EEUU (1833), Lisboa (1846), Oporto (1899), Rusia (1908), Rotterdam (1909), Manchuria (1911), etc. Y en España: Pasajes (1798), Cádiz (1804), en la nación (1834, 1855-56, 1884-85 y 1886), Bilbao (1893) y 1918-1919.
Como cualquiera puede advertir, el mundo no sólo resulta una enfermería en determinadas fechas, sino que ha venido siéndolo desde hace mucho tiempo.
Según opinión unánime de los más significativos hombres de ciencia, las causas de que estos males se den en la sociedad han sido y son: la ignorancia, la miseria, la rutina, el hambre, la emigración, los hacinamientos humanos, el descuido, las catástrofes y agentes portadores de microbios, como algunos mosquitos, etc., e incluso el incumplimiento de lo más razonable a la salud, la burla y el desafío a las normas dadas para prevenir y para curar enfermedades.
No es que Pandora abra su caja alguna que otra vez, es que en la vida del ser humano se desarrollan muchos vicios perniciosos para la misma. Son plagas para la humanidad las guerras y revoluciones, la vida social masificada con ausencia de principios higiénicos en agrupaciones multitudinarias, en cárceles, en campos de refugiados, viajes, trabajo, distracciones, la prostitución, el alcoholismo, las comilonas y excesos de bebidas y la drogadicción.
Sobre todo desde la segunda mitad del siglo XIX en adelante, han sido infinitas las descripciones presentadas de sitios como naciones, regiones, ciudades, calles y plazas en que se veían modos de proceder las gentes totalmente contrarios a lo racional para gozar buena salud. Los más diversos periódicos, como El Diario de la Salud, revista de Higiene y utilidades de medicina popular y revistas científicas, incluidas las de médicos, así como los diversos boletines de los colegios médicos, academias y asociaciones, como la Sociedad Española de Higiene de Madrid, fueron exponiendo que tales lugares eran verdaderos focos de insalubridad. Esa denuncia tenía dos finalidades: para que se eliminasen las causas de infección y se buscase remedio para quienes habían sufrido las consecuencias. Estos males, puesto que perjudicaban a colectividades, deberían ser remediados por las autoridades. Se publicaron reglamentos de Higiene y leyes de Sanidad e Higiene y libros sobre Higiene, como el Tratado completo de Higiene Pública, de Levy. Además de la acción estatal, también se difundió la necesidad del cuidado individual, de cada familia y cada colectividad, que debe ser atendida por las personas a quienes atañe. Consecuentemente, también es precisa una Higiene privada.
Para cortar y erradicar las enfermedades infecto-contagiosas hacía falta avanzar en conocimientos médicos y farmacéuticos e inculcar en las sociedades los preceptos higiénicos: la desinfección de enfermos, ropas y locales, el aislamiento de enfermos (pabellones específicos y separados en hospitales), cierre de recintos, la vacunación y la aplicación de medicinas eficaces.
Corresponde a las autoridades a nivel estatal dar leyes, crear centros como hospitales, garantizar la formación de médicos a través de la docencia y especialistas. Las autoridades han venido fomentando la urbanización y la mejora de poblaciones y vivienda.
Ya se habían creado muchos organismos oficiales en diversos países con fines sanitarios y distintos nombres: academias, sociedades, preventorios, centros de salud o de higiene, etc. cuando, terminada la Primera Guerra Mundial, varias naciones advirtieron la existencia de grandes masas de población depauperadas y expuestas a padecer una hambruna general y a contraer enfermedades. Por eso, en 1920 se creó la Sociedad de Naciones, y dentro de esa institución, una Oficina de la Higiene, siendo sus objetivos la lucha contra las epidemias y la formación de expertos. El fracaso de la Sociedad de Naciones y la Segunda Guerra Mundial dieron al traste con aquella Oficina. La creación de la ONU, con la serie de organismos adscritos, originó la OMS (1948), que vela a nivel mundial por cuanto concierne a la protección de la salud de todas las gentes.
“El distinguido profesor de Higiene de la Escuela Militar de Val de Grace, señor Vallín, ha publicado un magnífico ‘Tratado de desinfectantes y de la desinfección’. Considerada la desinfección como una verdadera medida profiláctica, quedaba por estudiar qué agentes reputados eran los que obrasen mejor, los cuales explica la cita obra”.
El autor de este artículo precisa: “Muchas enfermedades contagiosas o infecciosas se hacen epidémicas por falta de una ley. La desinfección es obligatoria en Francia, Holanda, Bélgica, Inglaterra, EEUU, Suiza, Noruega, Dinamarca y Alemania. Y en donde había un individuo atacado, se obliga a desinfectar todo y a quedarse en casa, pero todavía (en 1884) no hay ley semejante en España. Aquí encontramos individuos convalecientes con ropas sucias que van sembrando tras de sí los gérmenes productores de la enfermedad. Los contagios pueden darse en la calle, en la iglesia, en el teatro, en la diligencia. Entre todos costaría muy poco establecer las referidas medidas sanitarias, pues existe un cuerpo de médicos higienistas jóvenes estudiosos de gran interés médico y laborioso.
Los liberales querían que en España aumentase la cultura y mejorase la salud. Los mejores exponentes del intento encaminado a conseguir ambas cosas son el Plan de Estudios de 1845 (revisado en 1847) y la creación de la Dirección de Sanidad en 1847. El mencionado Plan incluía la Enseñanza de la Higiene, creándose cátedra de esta materia en algunas universidades. En 1855, se promulgó la Ley de Sanidad. Desgraciadamente, además de las continuas pestes de viruela, en España se padecieron las dos grandes oleadas de cólera morbo, la de 1855-56 y la de 1884-86. Los sucesivos Gobiernos, la Real Academia de Medicina, los colegios médicos y otras entidades, como las Sociedad Española de Medicina de Madrid, se preocuparon de difundir y aplicar los conocimientos médicos y las normas higiénicas.
En 1871, se creó el Instituto de Vacuna, que estudiaba los sueros y procuraba que se hiciera extensiva la inoculación de la vacuna contra la viruela, y en 1899 quedó constituido el Instituto de Sueroterapia, Vacunación y Bacteriología. En 1904, se dio la conocida como Instrucción de Sanidad. Como aún seguían las enfermedades contagiosas haciendo estragos, se vio la necesidad de agrupar varios centros en uno, que en 1911 paso a denominarse Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII. En 1910 se crea (se recrea o se transforma) un cuerpo de higienistas del que será inspector general el doctor Bejarano, y habrá jefes provinciales; además, se crean algunos dispensarios y se elabora un reglamento para el servicio de Higiene, para el cuerpo de higienistas que se formará por oposición. En 1914, se promulgó la Ley de Epidemias. Luego se aplicaron sucesivos planes de erradicación de enfermedades: cólera, viruela, tuberculosis, sarampión, escarlatina. En 1936, se creó el Ministerio de Sanidad. En 1944, se promulgó la Ley de Bases de Sanidad.
Antecedente de lo que va expuesto en el epígrafe precedente es que, en 1859, se creó en Madrid el Cuerpo de Médicos Higienistas. Las autoridades del Gobierno cayeron en la cuenta de la necesidad y las ventajas que se derivaban de seguir cuidados higiénicos. Luego la creación de higienistas se extendió a Barcelona, Sevilla y a otras provincias. Enseguida la prensa comienza a llamarlos los “célebres” higienistas. El campo de su atención se hace múltiple: saneamiento de solares, desinfección de locales, alimentación, bebidas, ventilación de viviendas y escuelas, baños de mar, bailes, etc. Su fama sube, y los medios de propaganda aprovechan la ocasión, anteponiendo en ciertos anuncios frases como “los médicos higienistas aconsejan” el empleo de tal substancia. Sin embargo, su fama provenía de algo más serio y encomiable: los buenos resultados que, por su dedicación, se observaban en Madrid.
La capital de Salamanca, de pocos miles de habitantes en el siglo XIX y en la primera mitad del XX, tenía unas características bien definidas. Una visión muy certera la presenta Hipólito Rodríguez Pinilla en 1908, y lo recuerda en 1933: dos arroyos o albercas, bajando del norte al sur, llevaban sus aguas y las inmundicias vertidas en ellas al Tormes; también la existencia de establos y cría de animales dentro de sus muros; abundantes pozos negros; falta de agua corriente; falta de urbanización, a pesar del derribo de la muralla; existían solares abandonados; era deficiente el servicio de recogida de basura, etc. Pero Salamanca también tenía una Universidad con Facultad de Medicina en la que se enseñaba y se estudiaba la Higiene (Luis Sánchez Granjel: La Facultad Libre de Medicina de Salamanca: 1868- 1903), circunstancia positiva frente a multitud de poblaciones que apenas si contaban con un corto número de facultativos.
En febrero de 1909 se formó en Salamanca una Asociación para el Fomento de la Salud y la Mejora Económica de esta ciudad. La integraban personalidades representativas de diversos sectores de la capital. Lo primero que hizo fue pedir a un grupo de doctores un informe sobre las causas y remedios de las llamadas fiebres infecciosas, que tanta morbilidad y no poca mortalidad producían entonces en esta población. Respondiendo a la petición de la Asociación de Fomento, los médicos de Salamanca se pusieron a trabajar de inmediato y a conciencia, y presentaron muy pronto un estudio con el compromiso de imprimir ejemplares y repartirlos. Ese informe lo firmaron nada menos que los siguientes doctores: Isidro Segovia, Antonio Díez (en la imagen), Hipólito R. Pinilla, Agustín Cañizo, Filiberto Villalobos y Casimiro Población. Seis grandes figuras médicas. Da cuenta de esto un artículo que se tituló precisamente Por la Higiene. Y se añade que realizaron el informe desinteresadamente y se comprometieron a difundir las recomendaciones y remedios en pro de mayor salubridad de la ciudad y mayor salud de todos los ciudadanos.
Contrariamente a lo que sucedía en Madrid, en Salamanca, a fines del XIX y comienzos del XX, apenas se hablaba de los médicos higienistas. Según Sánchez Granjel, en la Facultad de Medicina primeramente la docencia separó la Higiene Pública de la Privada, luego se unieron en una asignatura; y algún tiempo la Higiene se unió a la Cátedra de Fisiología. Resumiendo mucho, podemos citar como profesores de esta asignatura a Antonio Díez González y Serafín Pierna Catalán (en la imagen), que aprobó la oposición a la Cátedra de Higiene en 1929. Se ha de unir a ellos Francisco Muélledes, que en 1921 aprobó oposiciones de Higiene, pero orientada su labor a la prevención y cura de las enfermedades venéreas. Además de los citados en el epígrafe precedente, también otros médicos, aunque no impartieran esta asignatura, dejaron constancia de sus conocimientos de Higiene, como fueron Arturo Núñez, Daniel Mezquita y Juan José González Peláez.
Hubo además un número grande de estudiantes excepcionales que obtenían matrícula de honor o sobresaliente con premio en la asignatura de Higiene, entre los que cabe señalar Francisco Díez, Eduardo Villegas, Casimiro Población (1905), Arcadio Grande, Celedonio D. Bellido (1908), Francisco Méndez (1915), Gabriel Alonso, Lucio Escudero (1930), Manuel Muñoz Orea, Gonzalo García Rodríguez, Julio Pérez Martín, José Carlos Herrera, etc.
Se puede afirmar que la publicación de artículos sobre Higiene ha sido un hecho cierto constante y comprobable en España y también en Salamanca. Seguidamente copio unos consejos de Higiene popular por lo sencillo y claro que resultan. Fueron publicados en El Adelanto en 1906:
“Poneos la vacuna, sed limpios, bebed agua de fuente hervida y filtrada, lavad vuestras ropas, no abuséis del vino ni del aguardiente, y no padeceréis el tifus”.
Las recomendaciones higiénicas fueron especialmente reiteradas con ocasión de la pandemia gripal de 1918, publicándose no sólo las normas emanadas de la Jefatura Provincial de Sanidad, sino también recomendaciones de Gregorio Marañón y otros destacados médicos de España. Más cercanos a los salmantinos, publicaron buenas orientaciones José González Castro (Crotontilo), Ramón Carranza (Arte de Prolongar la vida), Celestino Martín Argenta (Discurso, en 1914, y un opúsculo para prevenir el cólera, la viruela, el sarampión y la escarlatina, así como unas instrucciones para el saneamiento de Béjar), Daniel Mezquita (Cartilla Sanitaria), H. Rodríguez Pinilla, Pierna Catalá (El Problema sanitario en Salamanca), Ambrosio de Prada, sobre la prevención de la tuberculosis, etc.
La Facultad de Medina, el Colegio Médico y la Academia Médico-Farmacéutica procuraron que se impartiesen conferencias sobre este el tema de Higiene, patrocinando la presencia en la tribuna de doctores de reconocidos méritos, como Maestre, Weimberg y Jiménez Díaz. En la década de 1920, y especialmente en la de 1930, por decisión de la II República avanzó mucho la difusión de la Higiene en la provincia de Salamanca. Influyó en esa evidente progresión el recuerdo de las víctimas de 1918, la creación de Centros de Higiene Primarios (el de Ciudad Rodrigo) y Secundarios (el de Peñaranda), la atención del Dispensario Social de Higiene, la inauguración del edificio el Instituto Provincial de Higiene en 1934 y los nuevos preventorios.
Todos ellos tenían como objetivo la erradicación del cólera, de la viruela, el paludismo, la tuberculosis y demás enfermedades infecto-contagiosas. La II República hizo, además, notoria propaganda, como grandes carteles, en uno de los cuales decía: “España quiere hombres sanos y fuertes”.
La reseña de la inauguración de los Centros de Higiene y las palabras oportunas de los médicos sanitarios lógicamente tuvieron una aceptable repercusión. También desde esos años fue frecuente la realización de cursillos divulgativos y cursos de perfeccionamiento para médicos, éstos últimos señaladamente en los años cuarenta. Conforme avanzaba la bacteriología (Discurso por Arturo Núñez, 1917), los laboratorios de análisis para detectar microbios contribuyeron mucho a la expansión del mismo nombre de Higiene y dar utilidad al estudio de las enfermedades contagiosas. Fueron laboratorios establecidos en la ciudad el de Higiene, dirigido por Íñigo Maldonado, y los de Félix Arcocha, Rafael Muñiz y Celedonio D. Bellido.
Hemos visto cómo, de cuando en cuando, fue necesario volver a aplicar los preceptos de la Higiene. También en la actualidad nos conviene no olvidarlos, pues, como escribió el Dr. José Aveno Lanuza en 1907: “Si guardas correctamente todo esto, vivirás largo tiempo”.
HAEC BENE SI SERVES, TU LONGO TEMPORE VIVES
* En la última revista ‘Salamanca Médica’ escribí sobre Sanidad en Salamanca hasta los años 40 del siglo XX. La idea era continuar el tema hasta 1978. Como sigue siendo conveniente no salir de casa para hacer investigaciones, me ha parecido adecuado ofrecer unos apuntes sobre Higiene. Son complementarios de lo expuesto sobre la Sanidad, por cuanto generalmente han ido de la mano una y otra. De paso, hago una aportación de médicos especialistas en Higiene y de los que, sin serlo, también estuvieron interesados en que, en la ciudad y la provincia de Salamanca, se consiguiese mejorar la salud mediante las prácticas higiénicas.
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