Rifampicina / ¿Orfanato u orfelinato?

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con autorización de ‘Diario Médico’

EL FABULOSO CIRCO DE LOS NOMBRES CIENTÍFICOS

Rifampicina

Pocos médicos son conscientes de que los nombres comunes de muchos fármacos de uso corriente no obedecen solo a las estrictas normas de la nomenclatura química o farmacológica, sino que con frecuencia son fruto de la fantasía desbordante de sus descubridores. Solo así puede explicarse que una voz francesa del argot de los bajos fondos haya llegado al nombre de uno de los tuberculostáticos más utilizados en medicina.

Para entenderlo, tenemos que remontarnos al año 1957, cuando dos microbiólogos de los Laboratorios Lepetit de Milán, la italiana Grazia Beretta y el israelí Pinhas Margalith, aislaron en muestras procedentes de la localidad marítima de St. Raphaël, en plena Costa Azul francesa, una nueva bacteria que llamaron Streptomyces mediterranei (el nombre no ha llegado hasta nosotros, pues fue rebautizada oficialmente Nocardia mediterranei en 1969, Amycolatopsis mediterranei en 1986 y Amycolatopsis rifamycinica en el año 2004, pero eso es ya otra historia).

A partir de esa bacteria, el equipo del italiano Piero Sensi en los Laboratorios Lepetit aisló ese mismo año 1957 un grupo de antibióticos de importante actividad bactericida. Y decidieron llamarlos rifamicinas a partir del título de la película francesa Rififi, obra maestra del cine negro y primera cinta dirigida fuera de los Estados Unidos por el renombrado director Jules Dassin, recién galardonado como mejor director en el Festival de Cannes. Las tres letras iniciales de rififi (que en argot de los bajos fondos parisinos viene a ser algo así como «camorra») fueron a parar así no solo a las siete rifamicinas naturales (A, B, C, D, E, S y SV), sino también a sus derivados sintéticos o semisintéticos, como la rifabutina, la rifapentina, la rifaximina, el rifalacilo o, con interposición de las siglas AMP (de aminometilpiperacina), la rifampicina.


DUDAS RAZONABLES

¿Orfanato u orfelinato?

La influencia del francés y su penetración en el castellano son mucho más antiguas de lo que habitualmente se piensa. Del siglo XI datan, por ejemplo, galicismos como fraile, homenaje, jardín, manjar, mensaje, mesón, monje, vianda y vinagre.

Pero sí es cierto, en cualquier caso, que esta influencia francesa solo alcanzó cotas desproporcionadas a partir del siglo XVIII, con la entronización de los Borbones en nuestro país. Con la casa real francesa llegaron a Madrid (y a los dominios americanos) las costumbres, los dichos, las comidas y las modas de la corte versallesca. Esta fase coincidió, además, con los períodos históricos de máxima difusión del francés en todo el mundo: la Ilustración, la Revolución Francesa, el Imperio y la Restauración. El idioma francés era entonces no sólo el idioma de la corte y la diplomacia, de la filosofía y de la ciencia, sino que afectó también a todos los aspectos de la vida social (chaqueta, coquetería, corsé, galante, hotel, interesante, merengue, modista, pantalón, satén, sofá), administrativa (burocracia, comité, debate, gubernamental, parlamento) y comercial (aval, bursátil, cotizar, financiero, garantía, letra de cambio).

La palabra orfelinato, claramente emparentada con el francés orphelin (huérfano), se incluye en la categoría de los galicismos decimonónicos. Y está demostrando ser muy persistente, pues pese a que desde hace más de un siglo todos los grandes lingüistas vienen clamando contra el galicismo y han propugnado su sustitución por orfanato, Google ofrece todavía hoy más de 15.000 páginas con la forma galicada. ¿Servirá de algo la ayuda de Belén Rueda y Guillermo del Toro para erradicar definitivamente ‘orfelinato’ de nuestra lengua?

La pareja ‘huérfano’ y ‘orfanato’ (u orfandad), por cierto, permite apreciar con claridad la característica diptongación en hue que hace el español con la o latina inicial cuando esta recae en sílaba tónica. Podemos apreciarla también en muchas otras parejas afines, como ‘hueco’ y ‘oquedad’, ‘Huelva’ y ‘onuben￾se’, ‘Huesca’ y ‘oscense’, ‘hueso’ y ‘osificación’, o ‘huevo’ y ‘ovalado’.

DEL HOMBRE AL NOMBRE

La prueba de Apgar

Entre los grandes hombres que han dejado huella en el lenguaje médico internacional hay un buen puñado de mujeres; y en este siglo XXI habrán de sumarse a ellas, no me cabe ninguna duda, muchísimas más. Esta revolución femenina de las ciencias biosanitarias, que ahora disfrutamos en todo su esplendor, tuvo entre sus pioneras a la anestesista neoyorquina Virginia Apgar (1909-1974), ‘Ginny’ para los amigos.

En 1929, fue una de las solo cuatro mujeres admitidas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia en Nueva York, que se contaba entonces —y sigue contándose hoy— entre las más prestigiosas del mundo. Tras terminar brillantemente la carrera de medicina y especializarse en anestesia obstétrica, regresó a su alma mater en 1938 para convertirse en la primera mujer jefe de servicio y, en 1949, en la primera catedrática de la Universidad de Columbia.

En 1952, Apgar presentó ante el XVII Congreso Anual de Anes￾tesistas, organizado conjuntamente por la Sociedad Internacional de Investigación en Anestesia y por el Colegio Internacional de Anestesistas en la localidad turística de Virginia Beach (EE.UU.), un nuevo método rápido, sencillo y eficaz para determinar inmediatamente después del parto el estado general de un recién nacido.

Al año siguiente, su ponencia apareció publicada con el título «A proposal for a new method of evaluation of the newborn infant» (Propuesta de un nuevo método de valoración del recién nacido) en la revista Current Research in Anesthetics and Analgesics. El nuevo método, consistente en puntuar de 0 a 2 la frecuencia cardíaca, la respiración, el tono muscular, el color de la piel y los reflejos, se impuso rápidamente en la práctica clínica. Desde entonces, se cuentan por decenas de millares los pediatras de todo el mundo que lo han utilizado a diario y han contribuido a difundir la expresión prueba de Apgar.

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