Por Germán Payo Losa
Director de Educahumor
“Siempre es un lío esto de andar eligiendo regalos”. “Pues imagínate yo, que tengo seis hijos y 20 nietos. Ah, y no dejes a uno sin regalo”, hablan dos amigas.
Me picó la curiosidad de ver de dónde viene la tradición de los regalos. Y me imagino a los Neandertal y Cromañón, en cuevas, resguardándose del frío y conscientes de que hay un momento en el que los días empiezan a alargarse y hay más luz, más calor, mejor tiempo. Que quizá ahí empezase la cosa, con que los papás regalasen un arco, una lanza nueva, unos zapatos o una piel para abrigarse mejor.
En todas las culturas, desde la antigüedad, hay un culto al sol, el 21 de diciembre –este año, porque varía un poquito–, y también monumentos orientados de tal manera que el sol se alinea en una posición en fechas claves, como Stonehenge, pirámides mayas o egipcias, y había celebraciones de diverso tipo, con banquetes, bailes, hogueras. ¿Regalos? Algunos de los regalos más apreciados eran los pergaminos o rollos, que tenían gran valor, al tener que haber sido copiados a mano por un escriba. Y eran caros. Los romanos celebraban las Saturnalias, en honor a Saturno, dios de la tierra, cuando, acabadas ya las siembras hasta la primavera, entre el 21 y 26, se hacían festejos con cambios de papeles: los dueños servían a los esclavos, les daban días libre y había intercambios de regalos, muñecos de terracota y, sobre todo, velas. Eran fiestas de la luz. Uno de los juegos consistía en que uno, agarrando su vela, tenía que apagar la vela de su compañero.
No fue hasta el año 354 cuando el papa Liberio decretó que el 25 de diciembre era el día del nacimiento de Jesús en Belén, que para los romanos era el día del “Nacimiento del Sol Invencible”. Hasta entonces, la fecha del nacimiento no había tenido ningún interés. Estas fiestas de Navidad se fusionaron entonces con las Saturnalias.
En el siglo III, San Nicolás, obispo, tuvo fama de gastar toda su gran fortuna repartiendo sus bienes entre los pobres, y cuando fue a ayudar a una familia, se le cayeron varias monedas de oro en unos calcetines que estaban colgados para secarse en la chimenea. De aquí la tradición de los calcetines colgados, donde aparecen los regalos.
San Nicolás murió el 6 de diciembre, y por eso en Alemania, donde se le aprecia mucho, en esa fecha reparten regalos a los niños. El personaje de San Nicolás fue llevado por holandeses a Estados Unidos, y allí se fusionó con Father Christmas, traído de Inglaterra, en Santa Claus. Se estableció el 25 de diciembre la fecha para traer regalos y se le cambió la ropa de obispo. En 1822, se le describe con el aspecto actual, y en 1863 se le dibuja regordete y con barba blanca. Sin embargo, fue en 1931 cuando Coca Cola utilizó a Santa Claus para una de sus publicidades navideñas y le dio fama mundial.
Desde 1164, en España existe la costumbre de obsequiar a los niños con juguetes el 6 de enero, en memoria de los regalos –oro, incienso y mirra– que los Reyes Magos llevaron al Niño Jesús. En la actualidad, esta tradición se ha mezclado con la de Santa Claus, y muchos niños reciben regalos el 25 de diciembre y el 6 de enero, tras la cabalgata del día anterior.
Vemos montones de tiendas cerradas, muchas de ellas de regalos. Ellos tienen que vivir; un amigo que trabajaba en una de juguetes me decía que ellos vendían casi un 80 por ciento de todo del año en estas fechas, por eso no estoy en contra de hacer regalos, sino del exceso de consumismo.
Fui testigo de un niño de 6 años al que un tío suyo dio 17 regalos. Recordé a Guille, el hermano pequeño de Mafalda, que dicta la carta a los Reyes a su papá: “Queridos Reyes Magos… ¿Qué quieres que les pida? / Todo / No podés pedir todo. Hay más niños. Ellos también quieren juguetes / Entonces tachá Queridos”.
Leo que a un muchacho de 15 años su papá le obsequió con un Ferrari de 300.000€, y me pregunto qué podrá recibir en los siguientes. Porque algunos niños demandan cada vez más regalos y más caros.
Es bueno ser crítico y consciente del neuromarketing, las estrategias para vender basadas en cómo funciona nuestro cerebro, y que nos empujan mejor a hacer algo, comprar, con el fundamento de investigaciones para conocer las emociones, recuerdos, sensaciones, música, imágenes, vídeos que predisponen favorablemente a gastar más.
En este campo, me viene a la cabeza nuestra infancia, en la que recibíamos un juguete cada uno y éramos los más felices del mundo. Traernos esa sensación placentera mediante la música en grandes almacenes es un ejemplo de cómo funcionamos.
Era lo que había y aprovechábamos. Con la pena, eso sí, de que siempre las clases comenzaban el día 7, y no teníamos el tiempo deseado para jugar. Recuerdo que Gila dibuja a un hombre y sus dos hijos en una habitación en la que hay sólo una vela: “¿Os gusta la calefacción que os ha traído papá?”. Otros tiempos.
Yo sugiero regalos de otro tipo, al alcance de todos los bolsillos. Sonreír y hacerlo de manera consciente al encontrarnos con una persona y reconocerla.
Prestar atención a lo que nos cuentan. Necesitamos mucho ser escuchados, y regalar tu tiempo es altamente apreciado. Alegrar a aquellos que encuentras, con alguna pequeña frase, historia breve o dicho que resulte divertido. Y recordar, cuando veas u oigas algo gracioso, además de reír, hacer un ejercicio de memoria para recordar y compartir, pues todos podemos hacer reír a los demás. Os dejo tres ejemplos para ejercitar la gimnasia mental:
Están en un autobús. Al salir, mi hijo de 4 años ve a un chico que baja con dos muletas y le dice: “Adiós, esquiador” (Frases de niños. A3).
Me gusta leer el horóscopo, porque es el único lugar donde tengo pareja, dinero, trabajo, salud. Todo junto en el mismo mes.
¡Cuánta Sabiduría!… La madre superiora de una congregación irlandesa, con 98 años encima, estaba en su lecho de muerte. Las monjitas la rodeaban, intentando hacer cómodo su último viaje. Trataron de darle leche calentita, bebió un sorbo y no quiso más. Una monjita se llevó a la cocina el vaso de leche. En ese momento, recordó que había en la alacena una botella de whisky irlandés que les habían regalado para Navidad, y le puso un buen chorro a la leche. Volvió al lecho de la superiora y le acercó un vaso a la boca. La superiora bebió un sorbito, luego otro y, antes de que se dieran cuenta, se tomó hasta la última gota. Las monjitas le dijeron: “Madre, denos una última palabra de sabiduría antes de morir”. Poniendo su último esfuerzo, se incorporó un poco y les dijo: “No vendan esa vaca”.
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