Popeye / tirita / ristra de consonantes

Por Fernando A. Navarro

Traductor médico, Cabrerizos (Salamanca)

Textos seleccionados por el autor a partir de su Laboratorio del lenguaje; reproducidos con autorización de ‘Diario Médico’

ERRORES CONSAGRADOS (O CASI)

Popeye nos tomó el pelo

Desde hace generaciones, los niños del mundo occidental sufren la tortura de tener que tragar a la fuerza los poco atractivos platos de espinacas que sus progenitores insisten en ofrecerles con el argumento de que las espinacas tienen mucho hierro.

Sin embargo, ¿sabía usted que las espinacas son prácticamente inútiles para combatir la ferropenia?

La creencia errónea o mito deriva, según parece, de una mezcla de tres hechos independientes: a) a partir de 1931, el historietista Elzie C. Segar, padre de Popeye, empieza a dibujar al enclenque marinero comiendo espinacas porque, según afirma el personaje, su elevado contenido en vitamina A (¡que no en hierro!) confiere a estas verduras unas propiedades vigorizantes capaces de transformarlo en invencible forzudo; b) en varias historietas, se describe a Popeye como un iron man (hombre de hierro), con un interior de cast iron (hierro fundido), y c) por los años treinta del siglo pasado, varias tablas nutricionales publicadas en los Estados Unidos sitúan las espinacas, por defectos metodológicos, a la cabeza de los alimentos ricos en hierro.

Hoy está bien demostrado que las espinacas frescas contienen apenas 2,7 mg de hierro por cada 100 g; es decir, bastante menos que los garbanzos, los pistachos, las alubias, el azúcar, las almejas, la pescadilla o el hígado.

Y por si eso fuera poco, el cuerpo humano absorbe mal el hierro de las espinacas, como todo el de origen vegetal (tampoco las lentejas son buenas para combatir la carencia de hierro, ¡ay, si mi abuela levantara la cabeza!). Se calcula, por ejemplo, que en condiciones óptimas el organismo apenas obtiene 0,8 mg de hierro de 200 g de espinacas; o, lo que es lo mismo, una mujer normal y corriente debería atiborrarse con cerca de 4 kg de espinacas para cubrir la cantidad diaria recomendada de hierro.

Lo que sí tienen las espinacas en abundancia es ácido oxálico, que favorece la formación de cálculos renales de oxalato cálcico y dificulta la asimilación del calcio, por lo que debe consumirse con moderación. De hecho, he leído ya a algunos autores que desaconsejan abiertamente las espinacas a las mujeres lactantes y a los niños en edad de crecimiento. ¡Pero qué bien hice cuando, de pequeñito, me negaba en redondo a probar esas espinacas tan verdes y de aspecto tan poco apetitoso!


¿DE DÓNDE VIENE?

Tirita

Hasta 1920, cuando alguien se cortaba o se hacía una heridita de poca monta, lo normal era improvisar una cura con un trozo de gasa doblada varias veces y que se sujetaba a la piel con un trozo de esparadrapo. Ese año, un tal Earle Dickson, pequeño empleado de los laboratorios estadounidenses Johnson & Johnson, tuvo la feliz idea de fabricar una tira de cinta adhesiva que llevaba ya incorporado en su zona central un pequeño apósito esterilizado. Había logrado, así, como quien no quiere la cosa, uno de los grandes inventos del siglo XX.

En España, el introductor de la nueva invención fue el empresario catalán Gerardo Coll, quien en 1954 patentó en Mataró el producto con la marca Tiritas®. Del éxito de ventas da fe el hecho de que hoy esa marca se haya convertido en nombre común de uso habitual en España, tirita, para cualquier apósito adhesivo, aunque sea de otro fabricante.

No sucede así, sin embargo, al otro lado del Atlántico, donde más de trescientos millones de hispanohablantes no saben qué cosa es una ‘tirita’. Porque en toda América, el nombre habitual es curita, también por un proceso semejante de lexicalización a partir de la marca comercial más conocida en Méjico: Curitas®


¿SABÍA QUÉ…?

Ristras de consonantes

¿Sabía usted que hay lenguas europeas en las que es fácil encontrar tecnicismos médicos con ocho consonantes seguidas?

El español es una lengua pobre en consonantes consecutivas. Tenemos bastantes vocablos con tres consonantes seguidas, pues basta con que una palabra incorpore una sílaba terminada en consonante que vaya seguida de otra que empiece por los dígrafos ch o ll, o por una consonante seguida de l o r; es el caso, por ejemplo, de voces médicas como artrosis, chancro, deshinchar, inflamación, repliegue o síndrome. Más raras son las palabras con cuatro consonantes seguidas, pues requieren una sílaba que termine en doble consonante y vaya seguida de otra que comience también por doble consonante; por ejemplo, postprandial (que muchos preferimos acortar a ‘posprandial’) o transplantar (que muchos preferimos acortar a ‘trasplantar’), pero también otras que no admiten la simplificación gráfica, como menstruación, instrumental y obstrucción. En el Diccionario de la lengua española de la RAE solo aparece registrada una palabra con cinco consonantes, y que pocos considerarían española: me refiero a la unidad de longitud equivalente a la diezmillonésima parte de un metro: el ángstrom, que no es más que la lexicalización del apellido sueco Ångström.

La situación es muy distinta en otras lenguas que permiten sin problemas la acumulación de consonantes. Pienso, por ejemplo, en el alemán, un idioma caracterizado por largas palabras llenas de consonantes consecutivas, como Mehrfachfunktionsspritze y Durchschnittsunfallziffer. En alemán, de hecho, no resulta nada difícil encontrar tecnicismos médicos con ocho consonantes consecutivas, como Angstschrei, que es un grito de pánico, o Angstschweiss, que es el sudor frío del miedo. Y lo más pasmoso es que, en los países germánicos, incluso los niños de corta edad son capaces de articular con sus tiernas boquitas, sin el menor problema, esas ristras de consonantes —ngstschr y ngstschw— que a nosotros nos ponen los pelos de punta y nos producen precisamente eso mismo que designan, un Angstschrei acompañado de Angstschweiss.

Hay otra lengua europea, no obstante, que gana al alemán en cuanto a impronunciabilidad para un hispanohablante: el checo, donde encontramos palabras sin una sola vocal, como blb (loco), smrt (muerte), vlk (lobo), ztvrdl (endurecido), scvrkl (encogido, contraído) y čtvrthrst (un cuarto de puñado), todas ellas inimaginablemente impronunciables para nosotros.

¿Puede el aparato fonador humano realmente articular una palabra que carezca de vocales? En realidad, la lengua checa tiene truco, porque algunas de esas consonantes lo son solo en su forma escrita; en el lenguaje hablado, la sonoridad de l y r las hace sonantes, con lo que cumplen funciones vocálicas y permiten formar núcleo silábico.

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