PEDRO AMAT MUÑOZ: Profesor emérito de Anatomía

Por M. Puertas

“El título de maestro se gana, no se tiene”

“La construcción del Clínico se vivió con el entusiasmo de los periodos revolucionarios”

Nos acercamos a Don Pedro Amat con el profundo respeto que nos merece una persona que lo ha sido, si no todo, sí muchas cosas en Salamanca, decano, rector y ante todo catedrático. Por nada del mundo quiere que se obvie su condición de profesor y el contacto con los alumnos y compañeros en torno a su gran pasión, la anatomía. La aparente seriedad que nos infunde inicialmente la diferencia de edad, se viene rápidamente abajo por la gracia y el salero que denotan sus respuestas. Responde con la claridad y la contundencia que proporcionan la lucidez mental y la felicidad de una carrera bien llevada, paso a paso, y apoyada siempre en la familia.

Entre lo más reciente, ¿qué supone para usted la distinción como honoris causa de la Universidad de su Elche natal?

Una satisfacción y un orgullo casi incontenibles porque es mi tierra. Allí me han reconocido muchas cosas. En Elche nací y me hice hombre y no salí de ella hasta que fui a Granada a estudiar Medicina. Después, nunca me he desvinculado de ella, aunque esté vinculadísimo a Salamanca. Sus problemas de salud le impidieron viajar a recibir ese galardón.

¿Conocer tan bien el cuerpo humano, como es su caso, es una ventaja o un inconveniente cuando se está enfermo?

Es un inconveniente. Es mejor no saber nada de nada del cuerpo cuando se está enfermo. Por ejemplo, yo tengo el temor de que con la osteoporosis, que a causa de un tratamiento con corticoides se me produjo, poco a poco se me vayan aplastando las vértebras y de 1,82 que medía, me quede en 1,60. Lo de menos es la altura, lo demás es que me impide mucho caminar y me canso. Es como si llevara sobre mis brazos a Pedro Amat.

¿Por qué la Anatomía?

La Anatomía surgió en una mañana de junio muy agradable, el año que terminaba la carrera. Me acerqué al profesor José Escolar, que tenía fama en Granada de ser quizás el único catedrático de Medicina que, además de la docencia, se dedicaba a investigar, y le dije que quería, si me lo permitía, incorporarme a su equipo de investigación, porque quería investigar sobre sustrato endocrino y endocrinología experimental. Él me dijo: “Bien, pero también tendrá que dar clases de Anatomía”. La verdad es que me imponía ponerme delante de más de 130 alumnos a dar explicaciones, pero así empezó. También en ese mismo sexto curso fui a los cursos de Doctorado del profesor Escolar y me impresionó la primera vez que le oí, era sobre la medula espinal, un estudio anatómico, funcional y además aplicativo. Entraba por los ojos con los dibujos aquellos. Así me enganché a la Anatomía, que ha sido mi pasión. Pero no era mi intención ni mucho menos dedicarme a la Anatomía, porque era para mí muy árida. Era y es una asignatura árida.

A raíz de toda la revolución de la biología molecular, son muchas las voces que piensan que se le sigue dando mucha importancia a la Anatomía en las Facultades de Medicina, ¿qué opina?

Esa es una batalla de guante blanco que se está librando desde hace tiempo, pero todo tiene su importancia. Desde luego, la Biología Molecular, la Bioquímica, la Fisiología son importantísimas. Quizás antes, el tiempo que se dedicaba a la Anatomía era robarle demasiado a los de Bioquímica y a las otras asignaturas básicas, pero se ha llegado a un entendimiento y nadie puede negar la importancia de la Anatomía para el médico. El médico deberá saber lo que son las mitocondrias, lo que son todo los isoenzimáticos, etc., pero tiene que saber reconocer dónde están las cosas y por qué están allí.

¿Nunca le tentó ser clínico?

Ese sexto curso fue para mí crítico en muchos aspectos. Era alumno interno de Pediatría y me gustaba, pero no sé por qué durante dos o tres semanas tuve que hacer punciones lumbares a los niños y eso era desmoralizador para mí. Fue una de las cosas por las que dejé la clínica, antes de empezarla.

¿Qué le ha aportado la docencia que no veía en la clínica?

La docencia me ha aportado entre otras cosas el contacto con los jóvenes, de tal forma que ese contacto hace que uno nunca se sienta viejo. Incluso ahora cuando vengo a la Facultad y los veo, tengo la tonta impresión de que soy uno más de ellos. En cuanto a la clínica, no sabría contestar porque  prácticamente no hice, pero no cabe duda de que la clínica también es interesantísima.

“Por encima de rector y de decano siempre me he sentido catedrático, es decir, profesor”

Si tuviera que definir su papel en la Facultad de Medicina de Salamanca, ¿cómo lo resumiría?

No soy petulante, pero desde luego aquí he jugado un papel relativamente importante junto con compañeros colaboradores. Fui secretario de la Facultad cuando don Luis Zamorano era el decano, desde el 68 al 71. En el 71, ya en mi Decanato, se puso la primera piedra del Hospital Clínico, que era una necesidad importantísima para la docencia médica en Salamanca, porque aquí había mucho guadalajarismo. No paraba ningún clínico. Pararon los pioneros de que la Facultad persistiera. Estoy acordándome de Fermín Querol, Fernando Cuadrado, Miguel Moraza y otros muchos. Aquí un clínico difícilmente aguantaba. Teníamos el Hospital Provincial, muy diferente a los hospitales que había en otros sitios y facultades. Así que el Clínico desde la primera piedra se puede decir que fue una especie de aunar a todos los jóvenes, ayudantes de clases prácticas, titulares, catedráticos, para que fuera una realidad, y en eso intervinimos muchos y yo conté con muy buenos colaboradores.

¿Y su papel en la Universidad de Salamanca?

Creo que he sido un profesor respetado y querido, que desempeñé las funciones con mi mejor voluntad, mi mejor dedicación, y fui elegido dos veces rector, pero tengo que decir que por encima de rector y de decano me he sentido catedrático. Eso ha sido lo que me ha hecho poder soportar, incluso disgustos y muchas tardes y noches de desvelo.

¿Cómo fueron esos rectorados?

El primer periodo, desde el 80, coincidió con el Gobierno de UCD, que pretendía sacar la Ley de Autonomía Universitaria, pero que no tuvo la decisión para sacarla definitivamente, aunque era mejor que la que le sucedió, la LRU. En esos momentos en que estaban enconados los grupos y la política ya se había metido mucho en la Universidad, no es un reproche, quise ser un poco el que hiciera o sirviera de vínculo para que no hubiera rencillas. Además, se hicieron cosas, a pesar del sentimiento de transitoriedad que teníamos todos. Se terminó la Facultad de Farmacia, se empezó la Licenciatura de Bellas Artes, y muchas otras cosas, incluso la Facultad de Medicina, que era pabellón de preclínicas, empezó a concebirse como el edificio actual, aunque tardó varios años. El segundo periodo fue muy interesante, pero completamente constituyente. Aquél periodo fue digno de ser vivido porque eran unos claustros donde se debatía mucho y donde se veía la radicalización de ciertas posturas.

¿Qué momento destacaría hoy de sus etapas de gestión tanto en la Facultad como en la Universidad?

Con la perspectiva del tiempo, la etapa de decano con la puesta en marcha del Hospital Clínico fue algo especial porque levantó el entusiasmo, unió a todos los profesores y se formaron comisiones con ansias de trabajar. Tuve un magnífico grupo de colaboradores, entre ellos, José Ángel García Rodríguez, Nalda, Carlos Gil Gayarre, que me apoyaron y fueron quizás la palanca que hizo que nos moviéramos rápidamente. Si en el 71 se puso la primera piedra, en el 72 teníamos ya firmado el convenio con el Instituto Nacional de Previsión y el hospital se puso en marcha en la fecha prevista, el 11 de noviembre de 1975. Fue muy importante el apoyo de Sánchez Calzada, fundamental en toda la parte administrativa, y del rector, muy amigo mío, Julio Rodríguez Villanueva. Ha sido la etapa en que he visto cómo la gente joven estaba unida como si fuera una piña. Fue como ese entusiasmo que se siente muchas veces en tiempos revolucionarios pero sin sangre, eso fue la etapa del 72 al 75.

En el plano docente, consiguió crear escuela, ¿cómo se hace?

Creo que con dedicación. Presumo y presumimos de que hay una escuela salmantina de Anatomía. Lo mismo que yo me acerqué a Escolar en Granada, aquí desde que vine se me acercaron varios. Entre los discípulos míos están Ricardo Vázquez, Luciano Muñoz Barragán y Francisco Pastor, los tres, catedráticos aquí, y luego varios profesores titulares y catedráticos de Escuela como Álvarez Morujo, un apellido muy emotivo para mí porque cuando llegué a Salamanca su padre era encargado de Cátedra. También están Juan Luis Blázquez, Daniel Toranzo (catedrático de Escuela), Belén Peláez y Ana Sánchez, aunque me da mucho miedo citar listas porque a veces uno omite algún nombre. Fuera están José Luis Lancho y Gabriel Bernal, en Córdoba, y Gabriel Palomero, en Oviedo. Y todos, los de aquí y los de allí, han formado a su vez su escuela. O sea que somos una familia bastante numerosa en la que está el abuelo, que soy yo, y después toda la familia.

¿El sello de esa escuela?

Compaginar la teoría con la práctica. Que cuando se da una lección teórica, procurar que la práctica esté muy seguida, afianzandolos conocimientos que se han esbozado antes. Por otra parte, el sello es que la anatomía según Escolar era mucho más amena. No sólo se enseñan las partes del cuerpo humano, sino el porqué de esas partes y el para qué. El para qué no es científico, pero es tremendamente útil; … hace que el estudiante se interese por el tema. Además, en nuestras explicaciones en la clase insistimos en el sentido aplicativo que los conocimientos anatómicos tienen para la clínica.

¿El consejo que nunca olvidarán sus discípulos?

No creo que haya dado muchos, porque no me gusta, pero quizás: la vida es ejemplo para los demás. La manera de ser uno. Esto en cierto modo, sin ser un consejo, ellos lo han visto y ellos también hacen lo mismo.

Ahora que el concepto de maestro parece estar en horas bajas, ¿qué entiende usted por maestro?

Por maestro entiendo, por ejemplo, al mío, al Prof. Escolar. Todo aquel que se dedica con su saber, mucho o poco y se entrega con entusiasmo a transmitirlo,… a ser consecuente consigo mismo… procura ser sencillo y claro en sus explicaciones y piensa que no siempre posee la verdad… ese a mi juicio es un maestro. El de maestro es un título que se gana, no lo tiene uno, se gana.

Sigue yendo a diario por la Facultad de Medicina, ¿cómo la ve?

Como siempre, con muchos jóvenes. Vengo un rato por la mañana, me distrae muchísimo. Veo que hay preocupaciones por todo, y no sólo en la enseñanza, también en la investigación, y creo que está poco más o menos, como siempre. Ni mejor ni peor. Ahora lo que sí hay son centros, que aunque no son de la Facultad, están muy vinculados a ella, como el del Cáncer o el de Neurociencias, que le dan un cierto realce.

¿Y a la Universidad de ahora cómo la ve?

La veo masificada, de profesorado, de personal administrativo, de titulaciones… Es ley de vida y además no podría ser de otra forma. Cuando tomé posesión del Rectorado, había cuatro facultades (Letras, Derecho, Ciencias y Medicina). Cuando llegué tuve que convencer que la política que se había adoptado de no crear ni una titulación más era una política equivocada en un momento en que se habían creado varias universidades y estaban ansiosas de conseguir el mayor número de Facultades y Escuelas. La Junta de Gobierno se convenció… y aprobó que se solicitaran varios, entre ellos la Facultad de Bellas Artes, que pronto comenzó a funcionar, pero creo que en estos momentos hay un excelo de titulaciones.

Pasando al ámbito de la ciudad, ¿qué cambios destacaría en la Salamanca a la que usted llegó en los años 60?

Además de que se ha embellecido, de eso no cabe duda, me sorprende cómo ha cambiado el tiempo, porque cuando yo llegué aquí en marzo estaba todo nevado y ahora difícilmente se hiela. El centro ha mejorado mucho. Las calles peatonales y todo esto han hecho que sea una ciudad relativamente cómoda, en la que se puede pasear y paseas entre unos edificios que llaman la atención vayas por donde vayas.

Al margen de la geografía urbana, ¿del espíritu de la ciudad qué destacaría?

Ha cambiado muchísimo. Yo vine en el año 63 y hasta el 75 poco había cambiado, pero desde el 75, ha cambiado mucho, para bien. La existencia de partidos políticos, el enfrentamiento, el que muchas veces, una cosa que antes la veían de un color, después cuando están en la oposición la vean de otro color, es interesante. Eso sí que ha cambiado. Estoy acordándome del tema Archivo. Sobre esto han cambiado mucho la forma de pensar unos y otros, sobre todo unos.

“No me he apegado nunca a los cargos, aunque me han gustado. Mentiría si dijera que no. No soy de aquellos que dicen que me llevan y tal, yo cuando me he presentado a un cargo es porque he querido serlo”

¿Venía a Salamanca con intención de quedarse?

Si hubiera sacado el número uno, hubiera elegido Valencia. Saqué el dos y me quedé aquí, y estoy contentísimo. En el año 1975 tuve la oportunidad de concursar a Madrid. Tenía tantas posibilidades como otros, pero nada más decirles a mis hijas, ya mayorcitas, que tenía posibilidad de irme a Madrid, se pusieron casi a llorar. No concursé y aquí nos quedamos y aquí hemos echado raíces.

“Salamanca ha significado mi morada, la morada de mi familia. Salamanca me ha mimado. Nací en Elche y quiero morir aquí”

¿Qué ha significado Salamanca en su vida?

Ha significado mi morada, la morada de mi familia. Todos mis hijos, excepto la mayor que nació en Zaragoza, los cinco restantes son nacidos y criados aquí. Aquí arraigamos mucho desde el principio, nos acogieron muy bien y ha supuesto el formar la familia. Salamanca nos hizo afianzarnos. Aquí hemos sufrido, nos hemos divertido y hemos gozado.

¿Cómo alguien venido de fuera logra ir subiendo hasta llegar a lo más alto de la Universidad, el distintivo por excelencia de esta ciudad?

Es poco a poco. No es que venga el Espíritu Santo y te ilumine. Es poco a poco, el trabajo diario, las amistades que se van haciendo. Para mí ha sido una especie de deslizar por un plano inclinado muy suave en el que se va haciendo lo que es la vida y en cierto modo, lo mismo que he dicho antes de Elche, tengo que decir de Salamanca. A mí Salamanca me ha mimado. Desde la medalla de oro de la Universidad; la medalla de oro de la ciudad; el Premio de Castilla y León de Investigación y Técnica; el ser colegiado de honor del Colegio de Médicos… son cosas que indican que sí, que la gente me ha tenido y me tiene afecto y no sé si este afecto es recíproco en el sentido de que veían el afecto que yo tenía y me lo han devuelto. Desde luego de Salamanca tengo que decir que nací en Elche y quiero morir en Salamanca… aunque no tengo ninguna prisa (ríe).

¿Se ha considerado usted o se considera una persona influyente en Salamanca?

No (ríe). ¿En qué considera usted que es influyente una persona? ¿Una persona a la que le pides favores para que te los conceda?

No, a la que se le escucha, se le consulta y que puede mover hilos.

 Sí y no. Sí he tenido épocas en las que he sido muy consultado para varios asuntos. Pero para mí, en caso de ser influyente, habría sido cuando fui Rector o cuando fui presidente del Consejo de Administración de La Gaceta Regional, que era quizás cuando más salía en el periódico, pero no lo aproveché para eso. Creo que no me he apegado nunca a los cargos, aunque me han gustado. Mentiría si dijera que no. Cuando me presenté a rector, tenía gente que me apoyaba, pero yo me presenté porque quise. No soy de aquellos que dicen que me presento a tal o cual cargo, porque hay un grupo de personas que me piden que me presente… yo cuando me he presentado a un cargo es porque he querido serlo.

¿Se le subieron alguna vez los cargos a la cabeza?

Pues no, nunca. Un letrero de Ortega que tengo en el despacho dice que “Entre todas las cosas que se pueden hacer en esta vida la primera es seguir haciendo algo”, pero mi hija añadió: “y también es importante dejar de hacerlo” y eso para mí fue…

“No soporto ni a los falsarios ni a los traidores”

“Soy conservador, pero no estoy afiliado a ningún partido”

Incluso con cargos, hacía todo lo que podía para no perder una clase, ¿por qué?

Porque yo me sentía sobre todo catedrático, o sea, profesor. Es cierto que ahora no hubiera podido hacerlo, porque el cargo de rector te tiene cogido todo el día y parte de la noche, pero entonces sí. Perdí muy pocas clases siendo rector. También investigaba. Recuerdo que la sala de la microscopía electrónica era una salita en silencio, fresquita, con una luz roja y además con el aliciente de estar como si estuvieras pescando, y eso es sedante completamente. Me he metido muchas horas, incluso siendo rector, en esa sala, haciendo microfotografías, que fui acumulando y que después me sirvieron para publicaciones y para tesis doctorales. Allí me abstraía, … se me olvidaban los problemas y me tranquilizaba… para mí era una especie de psicoanálisis que yo mismo me hacía.

¿Qué opinión tiene de la política?

Que es imprescindible, pero que a mí no megusta.

¿De la política educativa?

Creo que está siempre por hacer. Sobre todo la universitaria, no me ha gustado desde nunca.

¿Y la política investigadora?

En cuanto a dinero para investigar, el que no estuviera investigando o haciendo como que investigaba en los años 50 no se da cuenta de qué dificultades había entonces… ¡aquello sí que eran dificultades! Creo que en España no se gasta el dinero suficiente para investigación; que al investigador se le aprecia poco y eso nos hace daño, pero por otra parte, tanto la investigación básica como la aplicada, poco a poco ha ido a mejor, aunque todavía no ha llegado ni mucho menos a las cotas que tienen que alcanzarse.

Políticamente Don Pedro Amat es…

Podría decir lo de Bradomín “católico, feo y…” (ríe). Soy conservador, no lo puedo negar, pero no estoy afiliado a ningún partido político.

Religiosamente…

Practicante.

Considera a la familia como…

Lo fundamental. Lo más importante que le puede suceder a uno para bien o para mal, y si es para bien, como en mi caso, la mayor felicidad que uno pueda tener. Es la base de la sociedad y la base donde uno encuentra el mejor sedante, y yo ademá she tenido mucha suerte, porque tengo una familia espléndida. Desde mi mujer Margarita que es el ejemplo de madre y de esposa hasta el último de mis hijos y mis nietos (ya tengo siete).

Algo que nunca ha podido aguantar…

Los pelmazos (ríe).

No sé si es una indirecta.

No (sigue riendo). Es una broma… no soporto ni a los falsarios ni a los traidores.

¿Hasta cuando seguirá viniendo a la Facultad?

Mientras pueda coger el taxi, y siempre y cuando no canse al Departamento, porque estoy ocupando un espacio y tengo que agradecérselo a todos los profesores.

¿Cómo le gustaría que le recordaran?

Hace tiempo… en una charla que di a estudiantes de fin de carrera, recuerdo que, en relación con esta pregunta, les decía que a mí me gustaría que dentro de muchos años, cuando hablaran entre ellos alguno dijera: “Mi profesor de Anatomía fue un tal Amat. Por cierto que era un tipo muy majo” (ríe).

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